Bienaventurados seréis cuando os injurien y persigan y, mintiendo, digan contra vosotros todo mal por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será abundante en los cielos; así persiguieron también a los profetas que os precedieron. (Mt 5, 11-12)
En esta “nueva” Iglesia volcada a dispensar misericordia a raudales para todos los pecadores que quieran comulgar sin arrepentirse de sus pecados, ni mucho menos dejar de pecar, no queda ni una mísera, pequeñísima pastilla de “misericordina” para los Franciscanos y Franciscanas de la Inmaculada.
Es lo que se deduce del último giro de tuerca de la persecución despiadada a la que está sometida la Orden fundada por el Padre Stefano Maria Manelli en 1969 y reconocida de derecho pontificio en 1998. Una Orden religiosa que, en lo más crudo del crudo invierno eclesial posconciliar, había llegado a contar, antes de que empezara la obra de demolición en 2013, 384 frailes (en 55 comunidades) y 400 monjas (en 48 conventos), además de muchos grupos de terciarios con votos. Recordemos que la fundación se debió a la respuesta de Padre Manelli, hijo espiritual de San Pío de Pietrelcina, a la llamada de Concilio Vaticano II para un retorno a las fuentes originarias del carisma de cada familia religiosa y promover así una verdadera renovación de la Iglesia. Por lo que, desde su origen, la nueva Orden se quiso caracterizar por el deseo de vivir integralmente la vida franciscana, siguiendo las huellas del “Poverello” de Asís según el ejemplo de San Maximiliano Kolbe, “el San Francisco del siglo XX” como lo definió Juan Pablo II.
En una serie de artículos anteriores publicados en Adelante la Fe, intenté resumir las etapas de la estrategia de sistemática destrucción de este pujante Instituto querida, diseñada y llevada a cabo por la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, bajo la aprobación y supervisión del mismo Papa Francisco. El crimen principal de los Franciscanos de la Inmaculada y de su rama femenina fue el de seguir fielmente la Doctrina y el Magisterio de la Iglesia según su Tradición perenne, interpretando el Concilio Vaticano II a la luz de aquella “hermenéutica de la continuidad” de la que hoy ya nadie se acuerda.
Evidentemente el leer y vivir la vida religiosa, en particular, y la vida espiritual, en general, en continuidad con casi 2000 años de historia representa para esta “nueva” Iglesia un pecado gravísimo, tal vez el único pecado que aún exista sobre la faz de la tierra. Si además esta misma Orden persiste en celebrar también, aunque no exclusivamente, la Santa Misa según el Vetus Ordo, aplicando lo establecido en el Motu Proprio de Benedicto XVI Summorum Pontificum, pues entonces ese pecado se convierte en imperdonable.
Esta “nueva” Iglesia que perdona y abraza con ternura maternal a adúlteros pertinaces que quieren mantenerse en su adulterio y a homosexuales orgullosos de su condición, no puede ni tolerar ni perdonar a unos católicos que perseveren tercamente en la Tradición. En este caso, la Inquisición de la “nueva” Iglesia, disfrazada de corrección misericordiosa, se siente autorizada a actuar sin ninguna piedad, tratando a humildes frailes y piadosas monjitas como maléficos hechiceros y perversas brujas. Las pruebas de sus pecados: practicar la pobreza y, sobre todo, la originaria penitencia franciscanas; rezar de rodillas el Santo Rosario; considerar la Santa Misa como la actualización del Sacrificio de Cristo y, por lo tanto, dar al culto divino todo el respeto y el esplendor que Dios se merece; y, por último, emitir el voto de esclavitud a María Santísima según el carisma de uno de los referentes espirituales de la Orden: san Maximiliano Kolbe. Estos gravísimos pecados aparecen con aún más evidencia cuando consideramos que estos frailes y estas monjas no se prestan a bailar y cantar en programas televisivos ni se ocupan de propaganda política ni salen en defensa de la tortuga carey o del asno salvaje sirio… O sea, que no “armaban lío”, vamos. Por si fuera poco, se empeñan en hablar de Dios, de Jesucristo, de la Cruz, de la salvación de las almas, hasta llegar a atreverse a volver a plantear el pecado como fuente de todo mal. Esto, para la “nueva” Iglesia, es demasiado: es índice de ser unos posibles fariseos pelagianos y, por lo tanto, merecedores del todo el rigor del antiguo Índice.
Por una de esas paradójicas inversiones de la Ley y de la Palabra divinas a las que nos está acostumbrando esta “nueva” Iglesia, todo, absolutamente todo lo que ha constituido, alimentado y santificado la vida de miles y miles de santos y santas, además de generaciones y generaciones de fieles, es ahora tachado de “pelagianismo” o de “fariseísmo”, y perseguido sin tregua. A las pseudomonjas de pseudoclausura que “arman lío” en los medios de comunicación más anticristianos que se pueda imaginar se las anima a seguir degradando el santo hábito y los santos votos, hasta que todo, absolutamente todo lo que representa la vocación religiosa (y con más saña la de clausura) no sea más que objeto de escarnio y rechazo, mientras que a las monjas que aún se atreven a vivir sus votos con fidelidad y perseverancia, tan vez en una clausura digna aún de este nombre, se las somete a un plan de estricta “reeducación” por las buenas o por las malas. Del mismo modo, se ascienden y promocionan los teólogos que “de rodillas” trabajan sin descanso para erradicar las semillas de la Palabra de Dios que tantos y tantos misioneros han sembrado por todo el mundo a costa de su propia vida, mientras que los que forman y envían misioneros armados sólo y únicamente de la Palabra de Dios, como el Padre Manelli, a éstos se les encierra en algún lugar perdido, cortándole cualquier contacto con el exterior y vejándolos hasta la muerte.
Por orden del mismo Padre Manelli, los Franciscanos y Franciscanas de la Inmaculada han obedecido, ofreciendo el sufrimiento producido por esta terrible persecución interna por el bien de la Iglesia. Si recordamos lo que siempre se ha dicho, ésta puede ser una buena señal: puede significar que en esta Iglesia secularizada y en plena apostasía, siguen habiendo santos que, con su oración y el ofrecimiento de su sacrificio, están sosteniendo espiritualmente al “resto” de la verdadera Iglesia. Por lo visto, su calvario tiene que ser muy productivo, porque el “enemigo” no sólo no afloja su acoso, sino que lo está intensificando con ensañamiento feroz.
Tras la muerte, a comienzos de junio de este año, del Comisario Pontificio de los Franciscanos de la Inmaculada, Padre Fidenzio Volpi, se habían levantado esperanzas sobre una posible mejoría de la condición de los hijos espirituales de Padre Manelli. Sin embargo, la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica ha decidido nombrar nada más ni nada menos que tres comisarios. Igualmente, también las Franciscanas de la Inmaculada han sido puestas bajo la tutela de tres comisarias, una de las cuales de tendencias híperfeministas. No sólo. A finales de septiembre, en una reunión con los superiores de los conventos, uno de los comisarios ha intimado al Instituto a cambiar las constituciones suprimiendo el voto mariano y tergiversando el voto de pobreza en un sentido muy lejano al del auténtico carisma franciscano. Por más inri, también se les ha ordenado quitarse la Medalla Milagrosa que llevan cosida en el hábito y evitar, de ahora en adelante, hacer cualquier referencia a San Maximiliano Kolbe.
Para lograr de una vez por todas el efecto deseado con esta “purga” de estaliniana memoria, o sea la erradicación del carisma de la fundación de Padre Stefano Maria Manelli, y para estar seguros de que este golpe sea el definitivo, se ha orquestado una campaña mediática de criminalización y casi demonización de la Orden, en especial de las Franciscanas de la Inmaculada, culpables de resistirse a la obra de “reeducación espiritual” iniciada primero con la Visitadora Apostólica Hermana Fernanda Barbiero (del Instituto Hermanas Maestras Santa Dorotea) y ahora incrementada por las tres comisarias. Pues bien, para intentar ensuciar a más no poder la Orden de los Franciscanos y Franciscanas de la Inmaculada, una periodista, tal Amalia De Simone, recogiendo las declaraciones de una ex-monja que habría estado por doce años en el convento de Frigento (cerca de Avellino), denuncia la existencia de supuestas vejaciones, violencias, abusos, instigación a la prostitución y hasta “pactos de sangre” pretendidos por el fundador en los monasterios de Padre Manelli:
La historia contada, supuestamente, por la ex-monja y arrojada en la primera plana del “Corriere della Sera”, uno de los periódicos más poderosos del “régimen de dictadura-democrática” en el que vivimos, tiene tintes dignos de un feuilleton decimonónico. Además de la gravedad de las acusaciones lanzadas sin una rigorosa evaluación de las pruebas, el scoop, de manera capciosa, iguala los presuntos abusos a las prácticas ascéticas tradicionales (ayunos, ofrecimiento del sufrimiento en unión con la Cruz de Cristo, aspiración a la santidad, etc.), desvelando así el verdadero objetivo de la campaña denigratoria: la criminalización de la religión católica entendida y vivida en la plenitud de sus exigencias, especialmente por parte de personas entregadas a una vida religiosa asumida, ella también, en total integridad.
Parece ser que quieren, a toda costa, que tomemos tal “integridad” por “integrismo”, así como pretenden que consideremos a los que quieren mantenerse fieles a los mandamientos de Nuestro Señor Jesucristo como unos fariseos… Parece ser que, para el Vaticano, nada son los monseñores-monseñoras que salen del armario abrazados como nenezas a sus mancebos en comparación con el peligro representado por esas monjas vestidas de azul, esclavas voluntarias de la Virgen. Así como, parece ser que el mismo Papa considera extraordinariamente más urgente extirpar lo que queda de esa pobre y fiel Orden franciscana que salvaguardar la validez de los sacramentos instituidos por el mismísimo Jesucristo.
Maddalena Capobianco ha aplicado el sentido común y la razón para desmontar esta maniobra venenosa en un artículo publicado en “Riscossa Cristiana”. Lo primero que llama la atención es que la ex-monja, salida de la Orden desde hace tiempo, sólo ahora se decida a hablar, en el momento más crítico para aquellos frailes y monjas que pueden elegir sólo entre el acatamiento de las directrices de los comisarios y comisarias o la salida. Segundo: lo que dice haber escrito con su sangre (cosa que habría que averiguar) son los votos religiosos de obediencia, pobreza y castidad y no un voto personal al fundador. Tercero: las prácticas de penitencia y de ascetismo que tanto escándalo producen en la periodista y en los lectores de hoy día, no son más que las que siempre han practicado legiones de religiosos y religiosas, recibiendo de ellas gran ayuda en el camino de la santidad, como un sinfín de libros de Doctores y Doctoras de la Iglesia testimonia. Cuarto: la acusación de abusos sexuales y de instigación a la prostitución, además de ser del todo gratuita, es absurda, puesto que desvela la contradicción insanable en la que cae la presunta ex-monja. De hecho, una de dos: o en las fundaciones de Padre Manelli se enseñan y viven los votos religiosos, entre ellos el de castidad, con máximo rigor o, de lo contrario, la acusación de “fanatismo integrista” no tiene algún sentido. El padre Manelli, a través de su abogado, lo ha negado todo y definido las acusaciones unas calumnias. Pero, seguro, no se habrá sorprendido de ellas, dado que su padre espiritual, San Pío de Pietrelcina, padeció una persecución similar en la que se le acusó, a él también, de mantener relaciones sexuales con sus discípulas, además de ser un farsante, un ladrón, un histérico psicopático y un montón de cosas más. San Juan Pablo II, que recurrió al Padre Pío de joven para obtener la curación milagrosa de una amiga enferma terminal, primero lo beatificó en 1999 y luego lo canonizó el 16 de junio de 2002.
En estas horas de tinieblas, la Iglesia parece ensañarse contra sus hijos mejores, mientras es cómplice de la islamización de los países antaño cristianos, del mismo modo que parece estar siguiendo el mismo camino de disolución emprendido por las iglesias protestantes. La noche está cayendo, más oscura que nunca, precisamente sobre una ciudad italiana emblemática de lo que fue la resistencia de la Iglesia Católica contra el ataque de la herejía luterana: Trento. En Trento se han quedado solamente siete monjas adoradoras del Santísimo Sacramento. Siete monjas fieles al carisma de los Franciscanos de la Inmaculada. Ahora quieren que se vayan. Una vez que se hayan ido, en la ciudad que dio el nombre al glorioso Concilio de la Contrarreforma, no quedará nadie que adore al Santísimo. La luz se apagará. Y Lutero podrá creer que ha llegado el momento de su revancha…
Pero si somos católicos, herederos de generaciones y generaciones de mártires y confesores de la fe, confiaremos en la promesa del Señor: Et portae inferi non praevalebunt. Las puertas del infierno no podrán prevalecer. Sabemos que, justamente en la profundidad de la oscuridad es cuándo volverá a encenderse la Luz, más brillante que nunca. Qué Dios tenga piedad de nosotros y acorte esta larga, angustiosa noche.
María Teresa Moretti