¿No hay nadie en la jerarquía que quiera imitar el ejemplo de San Pablo?

El 22 de abril de 2018, domingo del Buen Pastor, quince sacerdotes de diversas partes del mundo publicaron una carta abierta titulada Apelación pastoral a los obispos para una reafirmación apostólica del Evangelio. Entre los firmantes figura el comentarista de EWTN padre Gerald Murray, doctor en derecho canónico, cuya apariciones en dicho canal de televisión junto con Raymond Arroyo y Robert Royal han sido decisivas para alertar a la Iglesia en general de las dimensiones que está cobrando la catástrofe generada por el presente pontificado.

La apelación pastoral ruega a los obispos de todo el mundo que  reiteren la enseñanza del Evangelio por encima de los errores que constituyen el leit-motiv teológico de un pontificado que no se puede calificar sino de cataclismo bergogliano:

Como sacerdotes ordenados para ayudar en el cuidado pastoral del pueblo de Dios, escribimos para solicitar su ayuda al tratar con un enfoque equivocado de la vida cristiana que encontramos con frecuencia y que perjudica gravemente a quienes se dejan engañar por él. Creemos que gran parte del daño podría sanarse o mitigarse si Ud. reafirmase las enseñanzas de Cristo y corrigiese esos errores con la plena autoridad de su oficio apostólico. (…)

En su forma básica, el enfoque erróneo afirma que a aquellos que cometen actos objetivamente malos y que se juzgan subjetivamente libres de culpabilidad se les debe permitir recibir la Sagrada Comunión. En una forma más desarrollada, niega que ciertos comportamientos sean siempre malos y afirma que en algunas circunstancias son el bien más realista que se puede lograr, o, de hecho son simplemente buenos.

Una versión más extrema declara que esos comportamientos pueden ser aprobados o propuestos por Dios. La vida de Cristo y sus enseñanzas morales se presentan así como ideales abstractos que deben ajustarse para acoplarse a nuestras circunstancias más que como realidades ya sintonizadas para liberarnos del pecado y el mal en cada situación. Aunque este enfoque pretende ser un desarrollo nuevo y legítimo, sus principios siempre han sido reconocidos por la Iglesia como contrarios al Evangelio.

Esto es una alusión diáfana al capítulo 8 de Amoris laetitia, cuya increíble tentativa de bautizar el mal de la ética situacional se resume en el famoso punto 303. Dicho párrafo, que en sí es y será un baldón en la historia del Papado hasta el final de los tiempos, tiene la osadía de declarar que Dios puede llamar al pecador a persistir en su desviación de un precepto negativo de la ley natural porque es lo mejor que puede hacer en su caso particular. Es decir, la ética de situación:

A partir del reconocimiento del peso de los condicionamientos concretos, podemos agregar que la conciencia de las personas debe ser mejor incorporada en la praxis de la Iglesia en algunas situaciones que no realizan objetivamente nuestra concepción del matrimonio. (…) Esa conciencia puede reconocer no sólo que una situación no responde objetivamente a la propuesta general del Evangelio. También puede reconocer con sinceridad y honestidad aquello que, por ahora, es la respuesta generosa que se puede ofrecer a Dios, y descubrir con cierta seguridad moral que esa es la entrega que Dios mismos está reclamando en medio de la complejidad concreta de los límites, aunque todavía no sea plenamente el ideal objetivo.

Cualquier católico objetivo que esté atento a la catástrofe bergogliana sabe que, en esencia, lo que han hecho esos quince sacerdotes es suplicar a los obispos del mundo que defiendan la verdad de Cristo frente a los errores de Bergoglio.

Resulta ineludible preguntar: ¿de qué sirve seguir manteniendo la postura retórica de que los errores a los que los prelados han sido llamados a oponerse proceden de alguna fuente misteriosa o desconocida, como si inesperadamente hubieran surgido a borbotones por entre las grietas del terreno? Todo el mundo sabe que la difusión de tales errores proviene directamente de la voluntad de Bergoglio, que los promueve infatigablemente desde el día de su elección. A pesar de ello, la Apelación pastoral, escrita como si no hubiese Papa, va dirigida únicamente a los obispos del mundo:

Por eso le pedimos que considere la posibilidad de ejercer su plena autoridad apostólica a través de una reafirmación formal del Evangelio y de la corrección de estos errores. Esto ofrecería a toda la Iglesia un testimonio apostólico excepcionalmente capaz de sostener y guiar al clero y los laicos en las tareas urgentes de ayudar a aquellos que han sido perjudicados y de desarrollar iniciativas pastorales auténticas para llegar a todo el mundo.

Es preciso decir que aquí hay una estudiada falta de franqueza. ¿Con qué derecho piden los firmantes a los obispos hagan uso de su «plena autoridad apostólica» a nivel local para condenar los mencionados errores si saben de sobra que Bergoglio, invocando el Magisterio auténtico, ha aprobado precisamente esos errores haciendo uso de su plena autoridad apostólica, la cual, en caso de ejercerla, obligaría a la totalidad de la Iglesia universal? ¿Se sirve a la causa de la verdad y la justicia en la Iglesia pidiendo la oposición de los obispos a la voluntad del Papa sin mencionar a éste en momento alguno? Con todo respeto a los distinguidos firmantes, ¿su empeño de evitar decir lo obvio no tiende incluso a convertir su apelación en una especie de broma?

Cuando San Pablo fue a Antioquía y se topó con el error del primer pontífice de negarse a comer con los gentiles invocando la antigua ley y poniendo con ello en peligro la misión universal de la Iglesia, no escribió una epístola pidiéndoles a los gálatas que reafirmaran la universalidad del mandato divino sin enfrentarse al Papa mismo, que en persona estaba contemporizando de un modo que podía tener consecuencias fatales. Todo lo contrario: escribió una epístola en la que cuenta que se enfrentó a San Pedro «cara a cara, por ser digno de reprensión» (Gal. 2, 11). De esta manera, el Apóstol de los Gentiles dejó constancia de la verdad divina revelada sobre lo que debe hacer la Iglesia cuando un papa se descarría.

No habrá oposición eficaz para corregir los errores de Bergoglio mientras no se presente directamente a la Iglesia como una oposición a los errores bergoglianos. De lo contrario, Francisco seguirá arrasando mientras la jerarquía no hace otra cosa que lamentarse de las ruinosas consecuencias. A imitación del ejemplo de San Pablo, los sacerdotes y obispos que se preocupen por la misión de la Iglesia deben resistir al Papa en su cara, porque la culpa es de él. Hasta entonces, ninguna reunión ni solicitud será más eficaz que una terapéutica para curar una enfermedad mortal que sólo prestase atención a los síntomas desentendiéndose de la causa.

(Traducido por Bruno de la Inmacualda/Adelante la Fe. Artículo original)

Christopher A. Ferrara
Christopher A. Ferrarahttp://remnantnewspaper.com/
Presidente y consejero principal de American Catholic Lawyers Inc. El señor Ferrara ha estado al frente de la defensa legal de personas pro-vida durante casi un cuarto de siglo. Colaboró con el equipo legal en defensa de víctimas famosas de la cultura de la muerte tales como Terri Schiavo, y se ha distinguido como abogado de derechos civiles católicos. El señor Ferrara ha sido un columnista principal en The Remnant desde el año 2000 y ha escrito varios libros publicados por The Remnant Press, que incluyen el bestseller The Great Façade. Junto con su mujer Wendy, vive en Richmond, Virginia.

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