Nuevo libro de Antonio Caponnetto: Educadores Católicos, volumen II

10392518_700484483381658_3061174655206263568_nNuestro querido amigo D. Antonio Caponnetto acaba de publicar el segundo volumen de su magnífica obra «Educadores Católicos». De acuerdo con el propósito manifestado en el primer volumen de esta obra, es objetivo de la misma prestar a los educadores un doble servicio.

Por un lado, el de una recta doctrina pedagógica, que pueda contrarrestar eficazmente la enorme cantidad de errores que hoy circulan coactivamente en el ámbito escolar.

Por otro lado, el de un haz esencial de quehaceres, consejos, sugerencias prácticas y acciones particulares para el buen desempeño de la misión docente.

Buscando el mejor modo de prestar este doble servicio, acude  a algunos de esos grandes maestros de la sabiduría, lamentablemente no siempre conocidos ni suficientemente difundidos.

Se trata, en el Volumen Primero, de los padres Mario Petit de Murat, Alberto García Vieyra, Leonardo Castellani y Alfredo Sáenz. Y en el Volumen Segundo de Stan Popescu, Nicolás Gómez Dávila y Jordán Bruno Genta.

Dios permita que en estos capítulos podamos nutrirnos de sus enseñanzas, de sus lecciones y de sus conductas, convergentes todas en un solo amor: el amor a la Cátedra de la Cruz.

Ofrecemos a continuación por deferencia del autor uno de los capítulos.

El libro puede adquirirse en:

Bella Vista Ediciones, La Plata 1721, Código Postal 1661, Bella Vista, Provincia de Buenos Aires.Argentina
Teléfonos: 11 37 82 85 82 y 11 37 82 81 23.
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La educación cristiana

Apenas un par de consideraciones para cerrar este ensayo. Ya dijimos que Gómez Dávila no es propiamente un educador, y que no fue su propósito dedicarse a las llamadas ciencias educacionales. Sin embargo –también quedó dicho- hay una pedagogía implícita, tanto en sus enseñanzas como en el método del escolio utilizado para comunicarlas. Lo que queremos acotar ahora es que en ese cúmulo de grandes enseñanzas ocupan un papel destacadísimo las referidas a la Religión Católica, y más específicamente, si cabe, al modo en que un hombre de fe debe definirse y comportarse como católico. En tal sentido es que se nos hace el suyo un aporte propiamente catequético o una propuesta notable sobre la catequésis cristiana. Espiguemos algunos de sus pensamientos al respecto:

La Cristiandad deriva hacia un cristianismo burgués cuando se debilita el monaquismo que ancla al cristianismo en su esencia. Con el incendio de los monasterios se inaugura el cristianismo que denució Kierkegaard”. “La religión no es conclusión de un raciocinio, ni exigencia de la ética, ni estado de la sensibilidad, ni instinto, ni producto social. La religión no tiene raíces en el hombre”1. “Ni en Nicea ni en Calcedonia expone la Iglesia teorías: circunscribe un misterio”2.“El hombre solamente es importante si es verdad que un Dios ha muerto por él”3.”Sólo la visión teocéntrica no acaba reduciendo al hombre a una absoluta insignificancia”4. “Lo importante no es que el hombre crea en la existencia de Dios; lo importante es que Dios exista”5. “La fe no es explicación, sino confianza en que la explicacion finalmente existe”6. “Los ritos preservan, los sermones minan la fe”. “Lo que preocupa al Cristo de los Evangelios no es la situación económica del pobre, sino la condición moral del rico”7. “La compasión con las muchedumbres es cristiana; pero la adulación de la muchedumbre es meramente democrática”. “Entre las contribuciones culturales del catolicismo no fue la menos valiosa su clima espiritual desfavorable a las actividades económicas. El elogio de la codicia, disfrazado en elogio al trabajo, no floreció en tiempos medievales”8. “La herejía que amenaza a la Iglesia, en nuetro tiempo, es el terrenismo”9. “La religión no es socialmente eficaz cuando prohija soluciones sociopolíticas, sino cuando logra que sobre la sociedad espontáneamente influyan actitudes puramente religiosas”10. “El clero moderno resolvió rectificar el orden de los mandamientos evangélicos; así, omitiendo a Dios, ordena amar al prójimo sobre todas las cosas”11. “Ya no es ni siquiera en ética que degradan al cristianismo, es en sociología”12. “El mundo moderno no tiene más solución que el Juicio Final. Que cierren esto”13.

Es conocida entre nosotros la famosa tesis esbozada en su momento por el padre Petit de Murat sobre el monacato en América. O más propiamente sobre los frutos negativos de la ausencia o de la tardía llegada del Monacato. Después, o a la par, otros autores aportaron lo suyo al discutible tema, contándose al Dr. Carlos Disandro entre los más relevantes14. El debate está abierto aún, y no es el caso pretender ahora una resolución definitiva del mismo. Pero el epítome de Gómez Dávila es elocuente: desmoronado el espíritu monástico, el catolicismo sufre merma en su esencia. Y si alguien no ha conocido o no quiere conocer esa esencialidad y sólo se topa con un catolicismo vaciado de sustancia, es comprensible que formule los alegatos de Kierkegaard, en el mejor de los casos. En el peor, las virulencias de Nietszche. Aunque siempre resultarán vivificantes los apóstrofes tremendos de León Bloy contra el enemigo burgués.

La explicación de las consecuencias de la pérdida del monaquismo, es compleja, matizada y densa; y bien vendría intentar su síntesis toda vez que esa pérdida es lejana en el tiempo. Con lo que queremos decir que larga en el tiempo es la más profunda de las crisis eclesiales, equivocándose quienes quieran datarla aquí nomás, a la salida del Concilio Vaticano II. Pero coopera a esa síntesis que nuestro autor nos indique que la vida religiosa no puede agotarse al ámbito de los dogmas –mucho menos sometidos a una vivisección racional-; como tampoco puede agotarse en el estadio ético –ya que a Kirkegaard se ha mentado-, ni en el terreno declinante de las devociones sensibles, ni mucho menos en el de los estertores del instinto de veneración personal o en el reduccionismo sociológico, hoy tristemente en boga. “El cristianismo de una sociedad es directamente proporcional al número de abadías que funda”15. “Lo único, finalmente, que nos impide avergonzarnos de ser hombres, es que hubo monjes”16.

Redondo y exacto,entonces, el ejemplo de Nicea y el de Calcedonia; en los cuales, para gloria de la Iglesia, se recupera aquello que nunca debió permitirse que se deteriorara: el ceñimiento al Misterio.En este contexto cobra una significación más nítida la distinción del colombiano: no son explicaciones manualísticas lo más importante que necesitamos para descubrir y acrecentar la Fe Verdadera. Y entiéndase que nadie en su sano juicio las desdeña o excluye del horizonte formativo del creyente. Pero la famosa fe del carbonero, o la de la viejecilla rezadora que tanto preocupaba a Gramsci, no se sostiene antes en explicaciones racionales sino en la confianza. Por eso la Escritura maldice al hombre que confía en el hombre, como leemos en Jeremías(XVII,5); pero cubre de bendiciones a quien confía en el poder del Altísimo, como rezamos,entre tantos pasajes, en el Salmo 146. “La fe no es una convicción que poseemos, sino una convicción que nos posee”17.

La confianza en la explicación que finalmente existe, no es tampoco de índole racional sino sobrenatural y mistérica. De allí el estrambote de la forzada dialéctica de Gómez Dávila cuando contrapone el ritual al sermonario. Sería abusivo tomar la disyuntiva en sentido literal. Pero sería necio no saber aprovecharla en todo su rico caudal simbólico. Homilías hay, lo sabemos, que lejos de desentonar con el sacro rito, lo embellecen y completan como constitutivo de él. Pero muchas, las más, son piezas verbales mediocres, anodinas o mundanas, que quiebran nuestra compenetración empática con el misterio contenido y alabado en el rito. “La teología en manos de torpes, se vuelve el arma de hacer irrisorio el Misterio”18.

Repetimos lo que en varias ocasiones hemos creído pertinente. No hay dos centralidades posibles, ni en la vida religiosa ni en la vida a secas. Como no hay dos ejes de la tierra, ni dos columnas vertebrales en el cuerpo. Si la centralidad y la raigalidad están puestas en el hombre, tenemos una falsificación religiosa. Aunque ese hombre, o por lo mismo, se pase el día entero hablando de Dios. Si la centralidad y la raigalidad están en el Dios Verdadero, podemos dar crédito a la verdad de la Fe que así se presenta.

Pero sobreviene la paradoja: a fuer de negarse a la centralidad y a la raigalidad que no le corresponden, entonces, sólo entonces, el hombre recupera su rango ontológico. La valía del hombre empieza a demarcarse cuando se preocupa menos por demostrar la existencia racional de Dios, que de rendirle a Dios el culto debido. Paralelamente, la peligrosa insignificancia del hombre está en directa y estrecha relación con sus pretensiones antropocéntricas.

Enferma de humanismo, de terrenismo y de antropocentrismo, la Iglesia se agita hoy, como pocas veces en su historia, alrededor de la exaltación del pobre. Pero son demasiados los síntomas, demasiados los gestos, demasiados los conceptos, que nos permiten inferir que en esa preocupación el acento está puesto en lo material y social. Y que tiene este mensaje –antes corpóreo que espiritual- una orientación democrática inequívocamente mundana. Como si la Iglesia quisiera competir y ganar el campeonato de las solicitudes temporales. Como si a las muchedumbres hubiera que repartirles electoralmente los panes y los peces, antes que sacramentalmente el don de la Palabra19. Como si lo mejor que pudiera aportar la Esposa de Cristo no fueran las actitudes religiosas sino los recetarios políticos. Como si le correspondiera primero levantar el dedo acusador sobre la abundancia irritativa de los millonarios, que pedirle a ricos y pobres que abandonen el culto a Mamón. Porque para este culto están hoy igualmente anotados los que muchísimo tienen como los que quisieran tenerlo todo para desquite de sus infortunios. Pero “el clero moderno predica en otros términos, que hay una reforma social capaz de borrar las consecuencias del pecado”20; y entonces ya no es al pecador ni al pecado a quien enfocan sino al conflicto, pasible de resolverse con una mediación humana eficaz y oportuna. “La Iglesia necesitará siglos de oración y de silencio para forjar de nuevo su alma emblandecida”21. Por el contrario, “si la Iglesia se convierte en un partido político, las puertas del infierno vomitarán cuantos electores necesiten para prevalecer contra ella”22.

Se insiste en hablar de las situaciones socioeconómicas desfavorables; y está claro que nadie puede reprobar denuncia tan legítima ni protesta tan oportuna. Pero escasean las prédicas sobre las condiciones morales más hondas que hacen posible tamaños desaguisados, mientras se pretende que el catolicismo quede legitimado mundanamente por su acción social a favor de quienes más carecen. Se olvida aquella elemental distinción que hiciera Fray Luis de Granada: “no es la pobreza virtud, sino el amor de la pobreza”. Tanto como se olvida la diferenciación elemental que recuerda Luis Vives en su De subventione pauperu: “Cristo no llamó bienaventurados a los pobres de dinero sino a los pobres de espíritu”.

Sabido es que los Mandamientos poseen un orden lógico. Que los primeros tres dicen relación directa con Dios y los restantes con el prójimo. Lo mismo se diga de las peticiones del Padre Nuestro, en las cuales la prioridad la tiene el Creador y subalternamente las legítimas necesidades de las creaturas. Contestes en todo con la misma enseñanza evangélica que nos enseña a posponer la añadidura para buscar primero el Reino de Dios y su justicia (Mt. 6,33). Pero la herejía terrenalista, como bien la llama Gómez Dávila, trastroca el ordenamiento querido y creado por el mismo Dios, y convierte a la projimidad en el objeto del amor por sobre todas las cosas. “Ni la religión se originó en la urgencia de asegurar la solidaridad social, ni las catedrales fueron construidas para fomentar el turismo”23. “La existencia de una carmelita descalza apostrofa más seriamente al incrédulo que la actividad sindical de un cura”24.

El problema –es importante que esto se entienda y quede dicho- no consiste en absoluto en el amor al prójimo, ni en sacrificarse por él. Quienes no eran cristianos habían entrevisto largamente esta necesidad moral. De Séneca, por ejemplo, es el axioma, contenido en una de sus Epístolas, según el cual,”alteri vivas oportet, si tibi vis vivere”: “si quieres vivir para ti, debes vivir para los demás”. El problema es que se supone que el Cristianismo trajo una nueva concepción del Ordo Amoris; dentro de la cual la alteridad o projimidad amables hasta dar la vida por ellas, lo son en, por y con el Amor de Dios. La alteración del orden de las preferencias o de la escala jerárquica de las predilecciones, no conlleva –como suponen atontadamente los progresistas- un vuelco mayor hacia el asistencialismo social. Provoca la falsificación de la vida religiosa.

Es penoso que muchos aún se engañen y que nos engañen al respecto, incluso desde las más altas jerarquías, confundiendo a sacerdotes terroristas con mártires de Cristo, por el solo hecho de que ellos se hayan auto exhibido en su momento como preocupados por la cuestión social. ¿Hasta cuándo seguirán los ojos cerrados y los oídos clausos? ¿Es que acaso se necesita algo más para advertir el drama eclesial que padecemos? Parece cierta nomás esta otra afirmación tajante de Gómez Dávila: “mientras el clero no haya terminado de apostatar, va a ser difícil convertirse”25.

Una mirada cínica del prójimo, como la que tenía Louis Latzarus, le hacía pensar que ocuparse del prójimo era un deber, pero para que fuera un placer –decía- “haría falta que el prójimo fuese diferente de lo que es”. En el Cristianismo sucede exactamente lo contrario. Nos ocupamos del prójimo, como un deber sacro del ejercicio de la caridad, precisamente porque el prójimo es como es; pero asimismo para que sea algo distinto a lo que es, en lo que tenga de perfeccionable, y para que sea idéntico a lo que debe ser: hechura fiel del Creador.

Acusado casi unánimemente de pesimista, Gómez Dávila parece alimentar el prurito cuando tras tamañas críticas y objeciones concluye diciendo: “El mundo moderno no tiene más solución que el Juicio Final. Que cierren esto”. Teniendo en cuenta que el optimismo vano y fatuo es lo propio del mundo y del vulgo, no deja de ser una buena señal el que a uno lo castiguen con el mote de pesimista cuando anuncia la necesidad y hasta la posibilidad de la inminencia del fin. “Sólo los profetas honestos son linchados”26.

Gómez Dávila sabe muy bien que no sabemos ni debemos querer saber el día y la hora. Pero católico cabal espera el Domingo de Pascua. “ ‘Dios ha muerto’, exclamó ese Viernes santo que fue el siglo XIX. Hoy vivimos en el atroz silencio del sábado. En el silencio de la tumba habitada. ¿En cuál siglo alboreará sobre la tumba desierta el Domingo de Pascua?”27

Por eso –leídas en católica clave- no hay en tales palabras de nuestro autor asomo alguno de pesimismo; como no lo hay en todo el Apocalipsis, libro de esperanza y no de terror, como tuvo que recordarlo el Padre Castellani. La solución de la que aquí se habla es la única que puede motivar y que motiva nuestra esperanza: el retorno triunfal de Cristo. Y el morir al mundo y a la carne, pero para abrigar con firmeza el anhelo y el deseo de la resurrección. Es la solución del Domingo de Pascua; y casi estamos tentados de llamar de este modo a la pedagogía de nuestro autor: la Pedagogía del Domingo de Pascua.

Tal vez podamos expresarlo mejor en el siguiente manojo de versos, escritos la última Semana de Pasión e inspirados en un pasaje del Evangelio de San Mateo. Van los unos y el otro:

 Y tembló la tierra y se hendieron las piedras. Y se abrieron los sepulcros, y muchos cuerpos de santos que habían muerto, resucitaron.Y saliendo del sepulcro después de la resurreccion de Cristo, vinieron a la santa ciudad y aparecieron a muchos”

Mateo, XXVII,51-56

Su grande voz ,refiere la Escritura,

clamó al Padre sintiendo el desamparo.

Después la sombra que se vuelve faro,

cirio su muerte, lumbre la tortura.

Todavía la caña con vinagre

conservaba el dolor del labio herido.

Todavía la cruz,tinta de almagre

se izaba como un pájaro partido.

Sin embargo la tierra se hace huerto

con un temblor unánime en sus pliegos,

y las rocas crepitan entre ruegos

para afirmar que Dios era aquel muerto.

Se sumó el Templo al cósmico vestigio

rasgando el velo desde lo alto abajo,

un ángel cinceló el enorme tajo,

la Promesa ganaba su litigio.

Faltaba esclarecer el grito hebreo:

¡Salvó a otros y a sí no ha de salvarse!

Su vida y la de muchos se resarce

en la resurreción del jubileo.

¿Quiénes fueron los santos que salieron

de sus tumbas, quebrada la agonía,

los que en las casas, la ciudad veía

como antiguos y amados forasteros?

¿Eran según Ignacio de Antioquía

los profetas del Viejo Testamento?

¿Eran Abel,Enoc, o el macilento

Melquisedec a quien Abraham oía?

Callan Remigio, Hilario y el de Hipona

la identidad exacta de esos justos,

baste saber que fueron los augustos

testigos de la Vida que se dona.

Los quisiera,Señor, junto al santuario,

visitando las calles de mi aldea,

atestiguando que se enseñorea

tu reyecía invicta en el Calvario.

Los quisiera por Roma, peregrinos

de tu pascua naciente.Pregoneros

de que la Iglesia crece en entreveros

y en amores perennes, diamantinos.

Los quisiera de huéspedes en mi alma

celebrando Tu Primogenitura,

y esperar tu venida en la juntura

del trigo, de la vid y de la palma.

1 Ibidem, p. 45.

2 Ibidem, p. 54.

3 Ibidem, p. 67.

4 Ibidem, p. 119.

5 Ibidem, p. 154.

6 Ibidem, p. 88

7 Ibidem, p. 90-91.

8 Ibidem, p. 92,94.

9 Ibidem, p. 117.

10 Ibidem, p. 125.

11 Ibidem, p. 130.

12 Ibidem, p. 136.

13 Ibidem, p. 152.

14 Nos hemos ocupado en algunas ocasiones de opinar sobre estas posturas, y creemos que si volviéramos a hacerlo ahora nos desconcentraríamos de la cuestión central. Cfr. Antonio Caponnetto, A modo de Epílogo a Una sabiduría de los tiempos, del Padre Fray Mario Petit de Murat, Buenos Aires, Cruzamante,1995,p. 95-110; Antonio Caponnetto, Los críticos del revisionismo histórico, Buenos Aires, Instituto Bibliográfico Antonio Zinny-UCALP, 201, p. 405 y ss.

15 Nicolás Gómez Dávila, Sentencias doctas…etc.,ob.cit.,p. 13

16 Ibidem, p. 14. Y agrega: “La verdadera religión es monástica, ascética, autoritaria y jerárquica”. “La única empresa del hombre digna de respeto sería la de levantar monasterios sobre todas las colinas”.

17 Ibidem, p. 10

18 Ibidem, p. 11

19La Iglesia contemporánea practica preferencialmente un catolicismo electoral. Prefiere el entusiasmo de las grandes muchedumbres a las conversiones individuales”. Cfr. Nicolás Gómez Dávila, Sentencias doctas…etc.,ob.cit.,p. 10

20 Ibidem, p. 9

21 Ibidem, p. 10.

22 Ibidem, p. 15

23 Ibidem, p. 11

24 Ibidem, p. 12

25 Ibidem, p. 11

26 Ibidem, p. 10.

27 Ibidem, p. 13.

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