Nuestro colaborador, el Dr. Peter Kwasniewski acaba de publicar en español una obra sin precedentes y absolutamente recomendable: «El rito romano de ayer y del futuro. El regreso a la liturgia latina tradicional tras setenta años de exilio«. En este libro, temáticamente amplio y muy bien argumentado, el Dr. Kwasniewski demuestra que la Sagrada Tradición es el principio-guía de toda auténtica liturgia cristiana, la cual tiene su origen en Cristo y sus Apóstoles y es guiada por el Espíritu Santo a lo largo de la vida de la Iglesia. No es posible encontrar en el Novus Ordo los rasgos más prominentes que identifican al rito romano clásico -y, de hecho, a todos los ritos tradicionales, orientales y occidentales-, lo que lo aleja de la compañía de éstos, haciendo imposible llamarlo “rito romano”. La única forma de subsanar esta ruptura es el regreso sin reservas al legado tridentino -que es el rito romano en su plenitud-, para cuya celebración no se necesita, ni podría jamás necesitarse, permiso especial alguno.
Les ofrecemos en exclusiva un extracto de un capítulo. Al final del artículo puede encontrar todos los enlaces para adquirirlo en amazón o en el editor.
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Extracto del capítulo 7, “¿Crecimiento o corrupción? El modelo modernista católico versus el modelo modernista protestante”
El argumento de que la reforma litúrgica de Pablo VI fue “protestante” o “protestantizante” es algo que los críticos de esa reforma aducen frecuentemente, y que es arduamente resistido por los partidarios de ella. A algunos tradicionalistas les basta con señalar la presencia de observadores protestantes en el Consilium; otros encuentran apoyo en la impactante admisión que el papa hizo a su muy cercano amigo, Jean Guitton, un respetado filósofo, que declaró en una conversación:
Primero que nada, la Misa de Pablo VI es presentada como un banquete, y pone mucho énfasis en el aspecto participativo de un banquete, y mucho menos en la noción de sacrificio ofrecido a Dios, con el sacerdote mostrando su espalda. Por eso no creo equivocarme al decir que la intención de Pablo VI y de la nueva liturgia que lleva su nombre es pedir al fiel más participación en la Misa, y hacer más lugar a la Escritura y menos a todo lo que es, según dirían algunos, mágico, y otros llamarían consagración transubstancial, que es lo que dice la fe católica. En otras palabras, Pablo VI tenía la intención ecuménica de suprimir en la Misa, o al menos de corregir o disminuír, lo que era demasiado católico, en el sentido tradicional, y repito, acercar la Misa católica a la Misa calvinista[1].
Con todo, parece que los observadores protestantes del Consilium tuvieron un papel bastante menor, y participaron más activamente sólo en las discusiones del leccionario aumentado[2]. Además, para ser escrupulosamente justos, no se debe aceptar acríticamente la interpretación que hace un hombre de las motivaciones de su amigo.
Sin embargo, es imposible negar la fundamental concordancia de visión histórica de los reformadores litúrgicos modernos con los reformadores protestantes. Ambos grupos consideraban la historia post-constantiniana de la Iglesia católica como un progresivo oscurecimiento y una recaída en el paganismo, una desviación de la pura, simple y auténtica primavera de los primeros cristianos que se reunían en las casas para “partir el pan” y recordar a Jesús, el carpintero de Nazaret obrador de prodigios. Esta desviaciones, según tales reformadores, alcanzaron su nadir en la Edad Media, que transmitió luego un culto supersticioso a los siglos siguientes, embelleciéndolo en el camino con los usos cortesanos del barroco, hasta llegar a ese necio espectáculo clerical conocido como Misa Tridentina, con la que se alcanzó el máximo de rigidez. El ardiente soplo del espíritu de Pentecostés derritió este paradigma y lo reemplazó con formas de culto más acordes con la fe viva de los cristianos: primero en la Reforma, y después, mucho más tarde, en el período del Vaticano II y de las amplias reformas que introdujo.
No hay prácticamente ningún libro sobre liturgia, representativo de las corrientes mayoritarias del catolicismo, desde más o menos 1965 hasta alrededor de 1985, que no exprese este punto de vista, con diversos grados de burla del pasado y de confianza en el futuro del culto en vernáculo, accesible y con los laicos incluídos. Se trata sencillamente de un compendio acrítico del lugar donde ha estado la Iglesia y del punto hacia el que se dirige.
Pues bien, este relato es todo lo protestante que un relato puede serlo. Cierto amigo mío me señaló el siguiente pasaje de un popular libro protestante para homeschooling, World History and Culture in Christian Perspective, publicado por Abeka:
Los infieles que inundaron la Iglesia del imperio [después del Edicto de Milán], la llenaron con sus creencias, prácticas y tradiciones paganos. El culto público fue descrito por el mártir Justino en el siglo II como una sencilla reunión de creyentes, en el día del Señor, para escuchar las Escrituras y su explicación, además de cantar himnos, ofrecer oraciones, celebrar la cena del Señor, y recibir dones.
La influencia del paganismo comenzó a transformar la reunión del culto en complicados ritos y ceremonias, con todas las exterioridades del culto de un templo pagano. Los presbíteros se transformaron en sacerdotes que ofrecían el cuerpo y la sangre del Señor como sacrificio por los vivos y los muertos. Poco a poco, estos errores y distorsiones crecieron y se desarrollaron como falsas enseñanzas y prácticas en la iglesia medieval… Algunos seguidores devotos incluso compraban y veneraban reliquias…
Las exigencias de su religión condujeron al pueblo a considerar a Cristo como un severo e inmisericorde Juez más que como un Salvador compasivo y amante. Y buscaron aplacar la ira del Hijo por los pecados orando a su Madre, la Virgen María, cuya intercesión pedían. Debido a que incluso María parecía a veces distante, oraban también a los apóstoles, ya muertos hacía mucho, y a otros santos (es decir, cristianos muertos reconocidos oficialmente por la Iglesia como santos a causa del martirio, de los milagros u otros méritos). Pero la Biblia enseña claramente que hay sólo un Mediador entre Dios y el hombre, Jesucristo (1 Timoteo 2, 5).
Podemos gemir y llorar con esta caricatura del antiguo catolicismo, pero es elocuente descubrir algunas versiones templadas de ella en autores del siglo XX del Movimiento Litúrgico, que pavimentaron el camino a Sacrosanctum Concilium y a la reforma de Pablo VI. Los cardenales Ottaviani y Bacci, en su “Breve Estudio Crítico”, y el cardenal Ratzinger en su conferencia Fontgombault de julio de 2001, reconocen, cada uno a su modo, esta protestantización del pensamiento litúrgico católico. Ratzinger advierte que casi ningún teólogo académico en Europa defiende ya la noción de la Misa como un verdadero y auténtico sacrificio. Incluso los católicos han venido a concordar con Martín Lutero[3].
No es, pues, exagerado decir que la reforma litúrgica postconciliar se apoya en una comprensión protestante de la historia de la Iglesia y de la liturgia. Esto significa aceptar, en mayor o menor medida, su fundamento en la visión del catolicismo propia de un libro de texto protestante, una visión que presenta una historia de oscurantismo, mistificación, ritualismo clerical y sistemática exclusión de la libertad del Evangelio; en otras palabras, una historia de corrupción. El camino para dejar atrás esta corrupción es presentado como un “volver a la forma más antigua, más simple, que tenían los primeros cristianos”. Dom Prosper Guéranger dice:
Todos los sectarios, sin excepción, comienzan proclamando los derechos de la Antigüedad. Lo que desean es liberar a la cristiandad de todo lo que la ha hundido en la falsedad y se ha hecho indigno de Dios debido a los errores y pasiones del hombre: todo lo que desean es lo primordial, y sostienen el argumento de que están regresando a la cuna de las instituciones cristianas. Para este fin cortan, destruyen y podan. Todo cae ante sus golpes; quien con ansias quiera ver el culto divino en su pureza original se ve asediado por nuevas fórmulas que no tienen más de un día y son innegablemente creación de hombres, puesto que sus autores viven todavía[4].
Guéranger identifica limpiamente la ironía de que se proclame que se está reviviendo una liturgia prístina cuando, de hecho, se trata de la creación de una nueva liturgia que jamás existió y que tiene poco que ver con la verdadera historia de la Iglesia en oración. En este sentido, se trata de una mera novedad que pierde todos los beneficios de una antigüedad intemporal y anónima.
Se puede decir que un problema recurrente en el protestantismo (admito que estoy pintando aquí con brocha gorda) es que no valora positivamente la obra del Espíritu Santo en la historia, a lo largo del tiempo. Pareciera que el testimonio del tiempo, la suma de las contingencias, el curso del desarrollo, no tienen un peso inherente. Cualquier cosa buena relacionada con el tiempo o la historia es puramente coincidencia, algo ajeno. Por ejemplo, en un determinado año, como 1780 o 1843 o 1921, puede que en algún lugar se dé un revival colectivo, lo cual es bueno en sí, pero no tiene nada que ver con la religión cristiana en cuanto tal, porque para los protestantes todo el dinamismo se da al nivel del hombre invidividual, en lo interior del corazón, donde se mueve el Espíritu; no hay relación entre el Espíritu y una Iglesia visible como un todo temporal/transtemporal. La historia, en este sentido, es irrelevante, excepto, quizá, como un espacio vacío en que las conversiones o los carismas tienen lugar, vinculados causalmente (quizá…) a la conjunción de un predicador y su audiencia.
El católico, en cambio, considera la fe como algo histórico, social, visible, realidad encarnada que vive una vida que se desarrolla y se despliega, y que, aunque crezca y las supere, conserva dentro de sí las fases anteriores. Esta es la razón por la cual la idea a que llegó John Henry Newman en su ensayo Essay on the Development of Christian Doctrine está tan profundamente alejada del protestantismo:
El siguiente Ensayo se dirige a la solución de la dificultad que ha sido planteada, es decir, aquella dificultad que, en la medida que existe, reside en el modo en que usamos en las controversias el testimonio de nuestro informante más natural en lo relacionado con la doctrina y el culto de la Cristiandad, viz. la historia de mil ochocientos años. La visión en que se inscribe ha sido implícitamente adoptada, quizá en todas las épocas, por los teólogos y, me parece, ha sido ilustrada recientemente por distinguidos escritores en el Continente, tales como De Maistre y Möhler: viz. el incremento y expansión del credo y del ritual cristianos, y las variaciones que han acompañado el proceso en el caso de escritores e Iglesias específicas, son necesarios acompañantes de toda filosofía o política que se adueña del intelecto y del corazón, y han tenido amplios y extensos dominios; dada la naturaleza de la mente humana, es necesario el tiempo para la plena comprensión y la perfección de las grandes ideas; las más altas y más maravillosas verdades, aunque fueron comunicadas al mundo de una sola vez por los maestros inspirados, no pueden ser comprendidas todas de inmediato por quienes las reciben sino que, siendo recibidas y transmitidas por mentes que no están inspiradas y a través de medio humanos, requieren de un tiempo más prolongado y de un pensamiento más profundo para ser plenamente elucidadas[5].
Para ser justos, hay que suponer que muchos, o la mayor parte, de los católicos involucrados en la reforma litúrgica habrían estado de acuerdo con Newman y no con una visión puramente protestante; pero a nadie se le escapa que su actitud es, en el mejor de los casos, semi-protestante, en el sentido de que piensan y actúan sobre la base de un profundo escepticismo respecto de gran parte de la historia de la Iglesia, desde mediados del primer milenio hasta el final del segundo, período del cual creyeron poder descartar libremente todos los rasgos que consideraron “corruptos” o “redundantes” o “obscuros” o “anticuados”. Por ejemplo, un escritor progresista de PrayTell, que compara la liturgia con una ventana por la que podemos divisar a Dios, dice: “Por cierto, la ventana misma no es ni irrelevante ni carece de importancia. Una ventana sucia o empañada puede distorsionar o oscurecer la vista. La reforma de la liturgia promovida por el Concilio Vaticano Segundo tuvo el propósito de limpiar la ventana luego de siglos de suciedad”[6].
En otras palabras, la concepción que tienen de fe no es la confianza encarnada y pneumatológica de la tradición que los católicos han tenido siempre, sino que, como los protesantes, que buscan los estremecimientos del corazón en la reunión de revival, dan importancia a una serie de criterios subjetivos fundados en lo que estiman “efectivo” o “relevante”. De este modo, están en una postura de fundamental escepticismo hacia la tradición, que es incompatible con el catolicismo. Calza aquí muy bien una página de Vladimir Soloviev:
Cuán poco razonable es quien, viendo que en la semilla no hay ni tronco ni ramas, ni hojas ni flores, y concluyendo, por tanto, que todas las demás partes sólo se añadirán posteriormente y desde afuera, artificialmente, y que la semilla no tiene vigor para producir esas partes, niega totalmente que el árbol aparecerá en el futuro, y admite la existencia sólo de esa semilla. Igualmente poco razonable es quien niega las formas o manifestaciones más complejas en que la gracia aparece en la Iglesia, y sólo desea regresar a la forma de la primitiva comunidad cristiana[7].
Es paradojal sólo en apariencia el que el anticuarianismo y el modernismo vayan de la mano. El cardenal Newman advirtió esta conexión cuando afirmó que el protestantismo dogmático, que se justificaba con su proclamación del Evangelio “original e incorrupto”, tendía, debido al subjetivismo hermenéutico, a degenerar en el protestantismo liberal que, a su vez, tiende a degenerar en el racionalismo ético, el naturalismo agnóstico y el secularismo ateo. O sea, el protestantismo tiene su modo de autodestruírse. Una vez que se comienza este camino cuesta abajo, se llega hasta el fondo, a menos que se sea afortunadamente incoherente, o se sea rescatado por intervención divina. De aquí que si la reforma litúrgica adoptó el mismo contexto mental, en relación con el catolicismo histórico y tradicional, que el protestantismo dogmático adoptó en el siglo XVI, es sólo cuestión de tiempo el que esta nueva versión de catolicismo entre en su edad adulta liberal y siga, desde ahí, hacia una decrepitud ética, agnóstica y atea.
De hecho, bien puede sostenerse que, como la filmación acelerada de un árbol que pierde sus hojas en otoño, la Iglesia (en su mayor parte) ya ha pasado por la segunda fase, y va bien adelantada en la fase final. Cuando un papa prioriza el medioambientalismo ético, concede entrevistas a periodistas comunistas ateos, y eviscera a las Escrituras de su sentido sobrenatural, ya estamos viendo la temible perspectiva de una Iglesia de los Socinianos de los Ultimos Días[8]. Les llevó a nuestros hermanos separados varios siglos el separarse de Cristo como Dios, de Dios como verdadero y, finalmente, del hombre como hombre. Los católicos después del Vaticano II, movidos quizá por un complejo de inferioridad, han hecho el recorrido en cuestión de décadas.
Los modernistas, contra los que batallaron los papas Pío X y Pío XI, tenían su propia versión del “argumento de la corrupción”. Para ellos, sin embargo, no fue la inadecuación de la Iglesia medieval sino la de la cristiandad premoderna en su totalidad, desde la muerte del último Apóstol hasta el advenimiento del primer paleontólogo, lo que promovió un cambio fundamental en la comprensión y en la práctica. En respuesta a un sacerdote excluído del sacerdocio, a quien llama “Padre G.”, Tielhard de Chardin escribió el 4 de octubre de 1950: “En el fondo, considero, como Ud., que la Iglesia (como cualquier realidad viviente luego de cierto tiempo) alcanza un período de “mutación” o de “necesaria reforma”, luego de dos mil años; es inevitable. La humanidad está experimentando una mutación, y ¿cómo podría el catolicismo no estar experimentando lo mismo?”[9].
Esta mutación del catolicismo, desde su esencia dogmático-litúrgica a un deísmo terapéutico moral, vagamente definido en pantomimas simbólicas, ha tenido lugar, lo está teniendo y lo seguirá teniendo mientras sigan dominando en el Vaticano, en las academias, las cancillerías, y en el altar de nuestras parroquias, la desconfianza protestante en la eclesiología encarnacional y el escepticismo moderno respecto de la divina revelación y la tradición apostólica.
Sin embargo, existe una solución para la Iglesia de rito latino, una solución tan obvia como exigente: dejar atrás el falsamente antiguo, cripto-protestante y genealógicamente moderno[10] rito papal de Pablo VI, y regresar confiada, total y exclusivamente a la liturgia tridentina, rico fruto de un desarrollo continuo, orgánico, milenario, providencial y Pentecostal.
INFORMACIÓN SOBRE EL LIBRO
Peter Kwasniewski. El rito romano de ayer y del futuro: El regreso a la liturgia latina tradicional tras setenta años de exilio. Lincoln, NE: Os Justi Press, 2023. 478 páginas, con 8 ilustraciones y 3 diagramas. Disponible en tapa blanda, tapa dura o libro electrónico.
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[1] Yves Chiron, con François-Georges Dreyfus y Jean Guitton, “Entretien sur Paul VI” (Niherne: Éditions Nivoit, 2011), 27–28, incluído por Kabel en “Catholic fact check: Jean Guitton, Pope Paul VI, and the liturgical reforms.” Cuán cercana fue la amistad de Pablo VI con Jean Guitton puede inferirse del hecho de que el primero le pidió al segundo sugerir ideas para su encíclica inaugural y, un par de años después, le pidió (junto con Jacques Maritain) redactar varios “mensajes” que el papa había de enviar al final del Concilio Vaticano II. Ver Yves Chiron, Paul VI: The Divided Pope, trand. James Walther (Brooklyn, NY: Angelico Press, 2022), cap. 7.
[2] Ver Chiron, Bugnini, 162–65.
[3] Joseph Ratzinger, “Theology of the Liturgy,” en Theology of the Liturgy: The Sacramental Foundation of Christian Existence (Collected Works of Joseph Ratzinger, vol. 11), ed. Michael J. Miller (San Francisco: Ignatius Press, 2014), 11:542–49.
[4] Institutions liturgiques I (Paris [i.a.]: Société générale de librairie catholique, 1878), 399, citado por Michael Fiedrowicz, La Misa tradicional. Historia, forma y teología del rito clásico romano (Carthusianus Verlag, 2021), 216.
[5] Newman, Essay, Introduction, §21 (p. 29).
[6] Elizabeth Harrington, “Liturgy Lines: Liturgy is a Window,” PrayTell, abril 17, 2018.
[7] Citado por el cardenal Charles Journet, The Theology of the Church, trad. Victor Szczurek (San Francisco: Ignatius Press, 2004), 145.
[8] El socianismo, nacido en el caos de la Revuelta Protestante y bautizado así en memoria de Lelio y Fausto Sozzini (este apellido en latín es Socinus), es una herejía del siglo XVI que niega la Trinidad y, por tanto, la divinidad de Cristo, y puede ser considerado como una de las raíces históricas del Unitarismo.
[9] Para ésta y otras citas, ver mi artículo “Teilhard de Chardin: Model of Ambiguity for a Future Pope,” OnePeterFive, enero 16, 2019.
[10] Estos tres calificativos no son una descalificación sin base, sino que son simplemente lo que los arquitectos del Novus Ordo dijeron y lo que sus defensores actuales repiten: que este rito, despojado de sus acrecencias medievales y barrocas, es más como el culto de la Iglesia primitiva (e.g., Primera Apología, de San Justino Mártir), que es exactamente lo que los reformadores protestantes querían para sus propios ritos revisados; y además, en curiosa coincidencia, que esta reforma responde perfectamente a la mentalidad del público europeo occidental, lo que sorprende, si se considera cuán lejos esta mentalidad está del ascetismo y misticismo litúrgico de los Padres. Para ver ejemplos de estos argumentos en favor del Novus Ordo, ver Anthony Cekada, Work of Human Hands: A Theological Critique of the Mass of Paul VI (West Chester, OH: Philothea Press, 2010), 13–47; Michael Davies, Pope Paul’s New Mass (Kansas City, MO: Angelus Press, 2009), 71–145; Kwasniewski, Reivindicación de nuestros derechos hereditarios, 144–74.
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