Padre Sélégny (FSSPX): Consideraciones prácticas sobre la vacuna contra el Covid-19

Si existe un tema que hoy inquieta las conciencias es el de la vacuna contra el Sars-Cov-2, también llamado Covid-19. Es una cuestión omnipresente en las noticias, en las conversaciones, en las acciones de la vida diaria, y se inmiscuye en la vida de todos causando conmoción y, a menudo, angustia. Y con razón. Sin embargo, las posiciones absolutas y categóricas con frecuencia generalizadas, como considerar a las personas vacunadas como Judas y a los que se niegan a vacunarse como mártires, o viceversa, parecen excesivas, por decir lo menos, y a menudo indican una evidente falta de caridad.

Por tanto, frente a esta preocupación generalizada, ¿cómo se puede determinar la conducta práctica que cada uno de nosotros debe adoptar?

Las objeciones contra la vacuna

Existen varias objeciones contra las vacunas anti-Covid-19, según distintos aspectos: científico, médico, político y social.

Algunas vacunas, en particular las elaboradas mediante la denominada técnica de ARNm, son criticadas por no cumplir con ciertos criterios científicos habituales en el campo: tiempo de desarrollo demasiado corto, la rapidez vertiginosa de su comercialización, fases clínicas de prueba insuficientes, negligencia en la consideración de diversos efectos secundarios, etc. Todo esto genera una cierta perplejidad respecto a la solidez del aspecto científico detrás de estas vacunas.

Asimismo, se señala que los efectos secundarios dañinos, de mayor o menor gravedad, no se tienen suficientemente en cuenta o no se han evaluado correctamente, e incluso se han ocultado; se teme que las consecuencias desconocidas de la vacunación representen un peligro importante, en cualquier caso más de lo que se reconoce; algunos laboratorios fabricantes de la vacuna también han señalado deficiencias en otros productores… Dado que la salud se ha convertido en una prioridad en nuestro mundo, estos elementos preocupan comprensiblemente incluso a los defensores de la vacunación. 

También se cuestionan los compromisos políticos detrás de las campañas de vacunación. La vacuna es vista como un paso hacia la dominación mundial de poderes más o menos ocultos. La vacunación obligatoria para ciertas categorías de personal en determinados países también se denuncia como una violación de las libertades individuales. Esto suscita una preocupación generalizada que tampoco es infundada. 

Finalmente, las consecuencias sociales de esta situación, junto con la implementación, en casi todo el planeta, de un «pase sanitario», también se señalan por diversos motivos que giran en torno a la libertad individual, social o religiosa. Algunos recuerdan acertadamente que la vacunación debe ser voluntaria y que no se puede imponer de manera encubierta segregando a quienes la rechazan. Las diversas tácticas de presión empleadas para empujar a la población hacia esta solución conducen a la creciente y comprensible exasperación de muchos.

La vacunación: un acto regido por la prudencia

¿Son suficientes estas objeciones para condenar a priori a todo aquel que acepte vacunarse?

Cabe recordar aquí que, como cualquier acto humano concreto, vacunarse es un acto regido por la prudencia personal, incluso familiar, en el caso de los niños. Es decir, corresponde a cada individuo tomar esta decisión, según las luces específicas de cada uno y las circunstancias precisas en las que se encuentre.

En efecto, todo acto humano exige la consideración del objeto moral, el fin y las circunstancias, particularmente de tiempo, de lugar y los medios. Sin embargo, inevitablemente, estas circunstancias varían infinitamente según las situaciones humanas: por tanto, cada uno debe decidir por sí mismo, según las circunstancias en las que se encuentre, y sopesando desde su punto de vista los posibles riesgos a los que su acción lo expone a él y a los que lo rodean.

Desde luego, es recomendable pedir consejo y solicitar ayuda para determinar las mejores acciones a adoptar, pero al final, es el interesado quien mejor puede elegir y quien debe tomar su decisión, porque nadie mejor que él conoce sus necesidades y requisitos. Podemos ser más o menos hábiles en la conducción de nuestras vidas, pero la prudencia de las decisiones que tomamos depende de nosotros.

Tomemos un ejemplo: los diversos tipos de seguros a los que debemos o podemos estar sujetos; algunos son obligatorios, otros son voluntarios, como los seguros de vida o de salud, por ejemplo, y cada uno debe decidir si contrata o no este o aquel seguro. Otro ejemplo, el del fumador: fumar es una cuestión de prudencia personal, y corresponde a cada uno contraer o no este hábito, teniendo en cuenta los riesgos a los que se expone.

Es posible que algunas decisiones no sean las mejores: tal vez sean menos buenas, sin embargo, no por eso son necesariamente malas y, por tanto, deben respetarse. Asimismo, en ocasiones vemos a las personas comportarse de maneras que consideramos verdaderamente imprudentes, y es muy posible que tengamos razón al respecto. Después de haber intentado todo para orientar a estas personas, conviene tomar distancia con respecto a la decisión que finalmente tomen. A veces incluso puede suceder que los errores resulten útiles, al ser una oportunidad para que la persona se corrija y mejore.

Esto no es más que un recordatorio de los elementos que son aplicables a todos los actos morales. 

De estas consideraciones se desprende, en el asunto que nos ocupa, que corresponde a cada uno decidir, según su prudencia, si debe vacunarse o no. Después de investigar, reflexionar e incluso consultar con personas competentes para evaluar las objeciones mencionadas anteriormente, cada uno puede tomar libremente su decisión, de acuerdo con su conocimiento y valoración de las circunstancias. Y es tan anormal querer dictarle a alguien cómo debe comportarse en este asunto, como es querer obligarlo en materia de seguros, tabaquismo o incluso de régimen alimenticio.

Consideraciones adicionales

Finalmente, puede ser que exista una necesidad más o menos grave que nos obligue a vacunarnos.

Por ejemplo, si solo estando vacunado es posible tener acceso a los agonizantes para conferirles los sacramentos, se debe preferir la salvación del prójimo a la propia salud o tranquilidad. Lo mismo ocurre con todos aquellos que están obligados en justicia, según su deber de estado, a velar por la salvación del prójimo.  

El mismo razonamiento se aplica para la obtención del bien común temporal o social: el soldado que da su vida por la patria está obligado a hacerlo por un deber, el médico está obligado por la ley natural a curar a sus pacientes o a renunciar: este deber de defender la patria o de curar a los pacientes puede obligar a tomar los medios necesarios para su cumplimiento.

Otra necesidad, la que se deriva de la caridad, exige a veces sacrificios para asegurar la salvación o el bien del prójimo. No tiene la misma fuerza que la necesidad impuesta por la justicia, pero existe y concierne a todo hombre con respecto a su prójimo. Ahora bien, dada la necesidad de un pase sanitario para poder desplazarse, puede suceder que la obligación de cumplir con un deber de caridad nos empuje a aceptar la vacuna.

Es cierto que las condiciones actuales pueden parecer abusivas, al igual que la presión ejercida para obligar a las personas a vacunarse. El temor a ser sometidos a una mayor vigilancia tampoco es producto de la imaginación. Sin embargo, es necesario reconocer que aceptamos someternos a muchas presiones y limitaciones por razones de justicia, caridad, bien común o bien espiritual.

Por ejemplo, sabemos que el simple hecho de usar un teléfono inteligente, una tarjeta de crédito, navegar por internet o incluso conducir un automóvil nos pone bajo la vigilancia del estado en casi todo momento. Hay quienes evitan esta vigilancia renunciando a utilizar estos medios electrónicos. Pero otros, o no tienen esa opción debido a su profesión, o aceptan esta limitación con la esperanza de obtener un bien.

Por tanto, es necesario concluir que el hecho de consentir la vacunación contra el Covid-19 puede constituir en ocasiones un acto eminentemente prudente, en el sentido moral del término. Y corresponde a cada uno elegir si lo hace o no, en función de sus circunstancias, después de haber recibido la información o el consejo de personas competentes en su campo. 

La licitud moral de la vacuna

Sin embargo, resta una objeción que puede proponerse en esta etapa: las vacunas se preparan o elaboran a partir de células que permiten el cultivo de virus en el proceso de producción. Sin embargo, como ya se mencionó antes, algunas vacunas se elaboran en tejidos cultivados a partir de células obtenidas de un aborto. ¿No es entonces absolutamente inmoral utilizar tales vacunas? ¿Y no son las mejores intenciones incapaces de justificar esta elección? Como dice San Pablo: «No hagamos el mal para obtener un bien».

Señalemos, en primer lugar, que algunas vacunas que se han comercializado no presentan este problema, como la vacuna Curevac fabricada en Alemania. Pero no siempre es posible obtener estas vacunas «limpias» en todos los países. Por lo tanto, esta cuestión no aplica para ellos.

En el caso de las vacunas vinculadas a un aborto, ya se han expuesto anteriormente los principios morales; pero para explicarlo aquí de forma quizá más clara y evidente, reflexionemos. La pregunta que se plantea es: ¿es lícito beneficiarse de un aborto realizado en el pasado vacunándose con un producto elaborado a partir de esas células?

En otras palabras, ¿quien se beneficia de un pecado pasado está cometiendo una falta? La respuesta la da Santo Tomás de Aquino:

«Una cosa es aprobar la maldad de alguien, y otra es servirse de su maldad para el bien. En efecto, aprobar la maldad de otro es considerar como algo bueno la ejecución de esta mala acción y tal vez inclinarlo a cometerla, y esto siempre es un pecado. Por otro lado, usar la maldad de otro, es convertir en algo bueno la mala acción; y así es como Dios se sirve de los pecados de los hombres obteniendo algún bien de ellos. Así también es lícito que un hombre se sirva del pecado de otro para el bien». De malo, pregunta XIII, artículo 4, ad 17. Ver también Suma Teológica, II-II, 78, 4.

En este caso, no se trata de un mal que uno mismo comete, sino de un pecado cometido por otro: por eso es necesario primero reprobar el pecado pasado y no consentir en su malicia.

Esta desaprobación es interna, pero también puede ser necesario manifestarla externamente, especialmente cuando se trata de evitar el escándalo que podría derivarse de este uso: ya sea escándalo hacia el prójimo, o riesgo de que uno mismo relativice en mayor o menor grado el pecado inicial, por costumbre o por interés propio.

Por tanto, debemos dejar en claro que no estamos consintiendo el pecado del cual resulta un beneficio: por eso solo se actuará si existe una razón «proporcional».

Esto significa que cuanto más grave y escandaloso sea el pecado pasado, más importante debe ser la razón para beneficiarse de él; asimismo, cuanto más cerca está este pecado a su buen efecto, es decir, cuanto más influye el pecado en este efecto, más se debe exigir una causa grave.

En el caso que nos ocupa, conviene recordar que, si bien el aborto es un delito particularmente atroz, que implica el riesgo de escándalo, sin embargo, solo permite la fabricación de vacunas de forma indirecta y muy remota. Por tanto, es posible la existencia de un motivo razonable para consentir en recibir la vacuna: por ejemplo, la pérdida inevitable del trabajo o de las responsabilidades sociales, la necesidad de visitar a un anciano para asistirlo y no dejarlo abandonado…

Por consiguiente, si existe una razón justificada y proporcional a los posibles peligros, no es inmoral vacunarse con un producto que haya sido elaborado o puesto a prueba con las células antes mencionadas.

Conclusión

La vacunación contra el Covid-19 sigue siendo un tema delicado y debatido. Numerosas teorías complejas chocan entre sí, y no es fácil ver las cosas claramente. Las incógnitas que giran en torno a este tema, las presiones ejercidas y los intereses políticos solo se suman a la dificultad. Sobre todo, porque no podemos ignorar el hecho muy real de que el Covid existe y reclama víctimas.

Sin embargo, dado que vacunarse es una elección individual y una cuestión de prudencia personal, es importante no convertirlo en una cuestión dogmática o teológica. Cada uno debe actuar según su prudencia, y la caridad debe ser la ley que regule los intercambios en esta cuestión, como en cualquier otra.

Que cada uno se dedique a esclarecer su juicio con los medios que pueda procurarse, y en primer lugar en el orden sobrenatural, mediante la oración y el recurso al Espíritu Santo.

Esto le permitirá asumir sus responsabilidades ante Dios y así tomar una decisión con total libertad.

Y entonces, que el prójimo se esfuerce por respetar esta elección y tolerar una decisión distinta a la suya, sea aceptar vacunarse o no.

Padre A. Sélégny (FSSPX)

(Fuente: fsspx.news)

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