«Para que recibiéramos la adopción filial»

I. Situado entre el 25 de diciembre y el 1 de enero, en el Domingo «infraoctava» de Navidad no se propone a nuestra consideración ningún misterio en particular como ocurre con las otras fiestas de este tiempo litúrgico sino una mirada de conjunto en la que podemos subrayar:

– El Verbo de Dios eterno hecho carne que viene a salvar a la humanidad mediante su pasión y muerte en la Cruz. Se subraya así la unidad del misterio redentor, llevándonos del pesebre de Belén a la cruz del Calvario (cfr. Pius PARSCH, El año litúrgico, Barcelona: Herder, 1964, 96-97).

– La aplicación a nosotros del fruto de la Redención y, en particular, la la filiación divina. Es decir, una expresión de lo que profesamos en el Credo: «Por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación, bajó del cielo…».

II. La antífona del introito está tomada del libro de la Sabiduría y más en concreto de un pasaje que evoca el momento en que Dios liberó a su pueblo de la cautividad en Egipto. Así dice el texto bíblico:

«Cuando un silencio apacible lo envolvía todo | y la noche llegaba a la mitad de su carrera, tu palabra omnipotente se lanzó desde el cielo, desde el trono real, | cual guerrero implacable, sobre una tierra condenada al exterminio; | empuñaba la espada afilada de tu decreto irrevocable» (Sab 18, 14-15).

La «palabra omnipotente» de la que se habla es una expresión del poder divino pero estos versículos se aplican en sentido acomodaticio al nacimiento de Jesús. Como el ángel exterminador por medio de la muerte de los primogénitos puso fin a la esclavitud egipcia, así el Verbo de Dios, que nace en el silencio de aquella noche en el portal de Belén, nos libró de la esclavitud del demonio y del pecado (cfr. Maximiliano GARCÍA CORDERO; Gabriel PÉREZ RODRÍGUEZ, Biblia comentada, vol. 4, Libros sapienciales, Madrid: BAC, 1962, 1064).

En el Evangelio (Lc 2, 33-40), las palabras de Simeón dirigidas a la Virgen María expresan la misión redentora de Jesucristo en tonos particularmente dramáticos: «Este ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; y será como un signo de contradicción —y a ti misma una espada te traspasará el alma—, para que se pongan de manifiesto los pensamientos de muchos corazones» (vv.34-35). Jesús es reconocido como el Mesías esperado pero también profetizado como «signo de contradicción». La espada de dolor predicha a María anuncia el sacrificio de la Cruz. «Hasta entonces Ella no había escuchado sino las palabras de Gabriel que le anunciaba para Jesús el trono de su padre David (Lc 1, 32). Simeón las confirma en el v. 32, pero introduce una espada –el rechazo del Mesías por Israel (v. 34)– cuya inmensa tragedia conocerá María al pie de la Cruz» (Mons. STRAUBINGER, La Sagrada Biblia, in: Lc 2, 35). Dios asume nuestra naturaleza para hacerse uno de nosotros y reconciliarnos con Él mediante su muerte en la cruz.

III. En la Epístola (Gal 4, 1-7) San Pablo nos presenta una síntesis de todo el misterio de nuestro Señor: la preexistencia eterna de Cristo, su venida en la plenitud del tiempo como enviado de Dios y su nacimiento de la Virgen para hacernos partícipes de la filiación divina. «cuando llegó la plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos la adopción filial» (vv.4-5).

Es decir, Dios envió a su Hijo para que nos redimiese y para que nosotros nos convirtiéramos en hijos de adopción y herederos suyos. «Como sois hijos, Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: «¡Abba, Padre!» (v. 6). «Abba» es voz aramea que han conservado los textos griegos del NT y significa «padre» en un contexto familiar, no por ello exento de respeto y consideración. Así llamaba Jesús al Padre Celestial y parece que los primeros cristianos conservaban este nombre como herencia sagrada.

Del mismo Cristo podemos decir que sintetizaba todas sus virtudes en ser un hijo ejemplar de su Padre; por eso vemos aquí que el Espíritu de Jesús es eminentemente un espíritu filial. Esta paternidad respecto del Hijo se toma en sentido propio y es natural. Pero decimos también que Dios es padre de los hombres en virtud de la gracia santificante que hace de quienes la reciben, hijos adoptivos de Dios, participantes de alguna manera de la filiación del Verbo encarnado[1].

Y este nuevo nacimiento que Jesús nos obtuvo debe ser aceptado mediante una fe viva en tal Redención. Es decir que gustosos hemos de dejar de ser lo que somos para «nacer de nuevo» en Cristo y ser «nueva criatura». Como dirá Jesús a Nicodemo: «En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el reino de Dios» (Jn 3, 5) (Cfr. Mons. STRAUBINGER, ob. cit., in: Gal 4, 6; Ef 1, 5).

IV. Durante todo este tiempo de Navidad, recordemos como nos dice el Evangelio que María «conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón» (Lc 2. 19. 51). Pidámosle su intercesión para que nos alcance de su Hijo la gracia de ser capaces de penetrar un poco más en la hondura y en la belleza de estos misterios del nacimiento y la infancia de Jesús. Y como la espada de dolor predicha a María por Simeón anuncia la intervención de la Virgen como cooperadora de su Hijo en la obra de nuestra redención y santificación, no olvidemos que Ella es el camino más corto para llegar a su Hijo Jesús: «a Jesús por María».


[1] En el Catecismo Mayor se precisa al respecto de la filiación de Cristo y de la nuestra: «Se dice que Dios es Padre: 1º. Porque es Padre, por naturaleza, de la segunda persona de la Santísima Trinidad, que es el Hijo engendrado por Él. 2º. Porque Dios es Padre de todos los hombres que Él ha creado, conserva y gobierna. 3º. Porque finalmente, es Padre por gracia de todos los buenos cristianos, que por eso se llaman hijos de Dios adoptivos» (I, 2, nº 24). «Jesucristo se llama Hijo Único de Dios Padre porque sólo Él es el Hijo suyo por naturaleza, y nosotros somos hijos por creación y adopción» (I, 3, nº 72). «Somos hijos de Dios: 1º., porque Él nos ha creado a su imagen y nos conserva y gobierna con su providencia; 2º., porque, con especial benevolencia, nos adoptó en el Bautismo como hermanos de Jesucristo y coherederos con El de la vida eterna» (II, 2, nº 287).

Padre Ángel David Martín Rubio
Padre Ángel David Martín Rubiohttp://desdemicampanario.es/
Nacido en Castuera (1969). Ordenado sacerdote en Cáceres (1997). Además de los Estudios Eclesiásticos, es licenciado en Geografía e Historia, en Historia de la Iglesia y en Derecho Canónico y Doctor por la Universidad San Pablo-CEU. Ha sido profesor en la Universidad San Pablo-CEU y en la Universidad Pontificia de Salamanca. Actualmente es deán presidente del Cabildo Catedral de la Diócesis de Coria-Cáceres, vicario judicial, capellán y profesor en el Seminario Diocesano y en el Instituto Superior de Ciencias Religiosas Virgen de Guadalupe. Autor de varios libros y numerosos artículos, buena parte de ellos dedicados a la pérdida de vidas humanas como consecuencia de la Guerra Civil española y de la persecución religiosa. Interviene en jornadas de estudio y medios de comunicación. Coordina las actividades del "Foro Historia en Libertad" y el portal "Desde mi campanario"

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