Para que triunfe la Tradición basta con que Francisco siga hablando

Cuando voy en el automóvil hago dos cosas para pasar el rato mientras voy devorando kilómetros: rezar el rosario y escuchar tertulias radiofónicas.

No es que defienda que se hagan ambas cosas a la vez, aunque conocí a un sacerdote al que sus feligreses veían con frecuencia paseando y fumando en pipa mientras rezaba el breviario. Un día, uno de ellos le espetó: «¿Cómo puede fumar mientras reza?» A lo que el padre repuso: «No fumo mientras rezo, rezo mientras fumo». Así que ya sabe: no conduzca mientras reza; rece mientras conduce.

Hace poco, mientras iba en el auto decidí escuchar un programa católico en vez de la acostumbrada tertulia. El presentador contestó la llamada de un católico molesto por la esperada autorización de los obispos alemanes para que los cónyuges no católicos puedan recibir la Sagrada Comunión. El presentador se mostró comprensivo con la justa ira del oyente, y lo tranquilizó diciéndole que hay que seguir rezando y esperar que el Santo Padre intervenga para poner fin a ese sacrilegio. Entonces me puse a gritar al volante: ¡Déjate de cuentos! ¡Esperar que el Santo Padre intervenga para poner fin a este sacrilegio! Si es precisamente Francisco quien ha causado esta situación sacrílega al dar lugar a que adúlteros activos reciban la Sagrada Comunión con su escandalosa exhortación Amoris laetitia, y al insistir después en que los prelados alemanes lleguen a un consenso en el tema de ofrecer la Comunión a los cónyuges no católicos. Eso sin hablar de que en privado animó –y poco después lo hizo público– a comulgar a los adúlteros.

¿Cómo pueden estar tan ciegos que cuenten con que Francisco ponga fin a la herejía y el sacrilegio que él mismo inició y sigue promoviendo? Si un radioyente ingenuo no escucha otra cosa que programas católicos como ese, no es de extrañar que esté tan ciego a la realidad de las verdaderas intenciones de Franciscus Deceptor, que se empeña en destruir y deformar lo poco que queda de verdadero catolicismo.

La ceguera para con Francisco por parte de católicos en otros aspectos irreprochables es poco menos que inexplicable. Supongo que si hubiera que buscar una causa puramente natural de este fenómeno actual ésta estaría en la creencia errónea de que el Papa nunca se equivoca en lo que dice y hace; que es poco menos que infalible.

Algunos lo llaman la herejía de la papolatría.

Aunque los católicos engañados estén dispuestos a reconocer que en la Historia ha habido pontífices malos, son incapaces de aplicar esa etiqueta a los papas actuales. Es indudable que la canonización-exprés de los papas conciliares y postconciliares ha contribuido en gran medida a esa supuesta infalibilidad pontificia.

Pero aparte las causas naturales que contribuyen a ese engaño generalizado con respecto al Papa, hay otra más poderosa en acción: una preternatural. Francamente, no cabe duda de que los demonios están encantados con Francisco y con la caótica situación que ha generado en la Iglesia Católica institucional. Eso me recuerda la advertencia del apóstol San Pablo sobre la venida de Cristo:

«Por lo que hace a la venida de nuestro Señor Jesucristo y a nuestra reunión con El, os rogarnos, hermanos, que no os turbéis de ligero, perdiendo el buen sentido, y no os alarméis, ni por espíritu, ni por discurso, ni por epístola atribuida a nosotros, como si el día del Señor estuviese inminente. Que nadie en modo alguno os engañe, porque antes ha de venir la apostasía y ha de manifestarse el hombre del pecado, el hijo de la perdición,  que se opone y se alza contra todo lo que se dice Dios o es adorado, hasta sentarse en el templo de Dios y proclamarse Dios a sí mismo».

A lo largo de casi dos milenios y basándose en las palabras de Jesús y de los apóstoles, los cristianos han esperado con ilusión la venida de Cristo al final de los tiempos y teorizado sobre las señales que precederán a la Parusía, la venida de Cristo. La rebelión de la que habla el apóstol es de carácter religioso,  una apostasía, una rebelión contra la verdadera Fe católica. ¿Podría ser que la rebelión iniciada por el Concilio Vaticano II y que continúa a toda marcha con Francisco sea la antesala del final de los tiempos? ¿Podría ser Francisco el misterioso personaje que se manifiesta en la rebelión, Franciscus Filius Perditionis?

Seguidamente el Apóstol describe las fechorías de dicho personaje, más conocido para la mayoría con el título de Anticristo. Obsérvese que ese malvado siervo de Satanás es capaz de engañar a muchos porque Dios envía un poder engañoso:

«Porque el misterio de iniquidad está ya en acción; sólo falta que el que le retiene sea apartado. Entonces se manifestará el inicuo, a quien el Señor Jesús matará con el aliento de su boca, destruyéndole con el esplendor de su venida; aquel inicuo, cuya venida, por acción de Satanás, irá acompañada de todo género de portentos, señales y prodigios engañosos, y de seducciones de iniquidad para los destinados a la perdición, por no haber recibido el amor de la verdad que los salvaría. Por eso Dios les envía un poder engañoso, para que crean en la mentira y sean condenados cuantos, no creyendo en la verdad, se complacieron en la iniquidad.»

Por último, San Pablo encomienda a Dios a los cristianos de Tesalónica  en gratitud por su santificación y fe en la verdad, y los exhorta a perseverar y guardar las tradiciones que han recibido, ya sea de palabra por carta de él.

«Pero nosotros debemos dar incesantes gracias a Dios por vosotros, hermanos amados del Señor, a quienes Dios ha elegido como primicias para haceros salvos por la santificación del Espíritu y la fe en la verdad. (…) Manteneos, pues, hermanos, firmes y guardad las tradiciones en que habéis sido adoctrinados, ya de palabra, ya por carta nuestra.»

Queda por ver si el Concilio Vaticano II es la rebelión que precede a la Parusía y Francisco el Hijo de Perdición; es posible que sean prefiguraciones de realidades apocalípticas futuras mucho más espeluznantes. Desde luego hay algo de apocalíptico en la situación actual, y la exhortación paulina es muy apropiada para la presente crisis, sea ésta o no apocalíptica: «Manteneos, pues, hermanos, firmes y guardad las tradiciones en que habéis sido adoctrinados».

Padre Celatus

(Traducido por Bruno de la Inmaculada. Artículo original)

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