El Paraíso de Adán y Eva

Profundizando en la fe – Capítulo 5 (II)

En el artículo precedente estudiábamos que el hombre había sido creado directamente por Dios. Para ello, analizábamos los dos capítulos del libro del Génesis donde aparecen los relatos creacionales. De ahí concluíamos que:

  • Dios lo había creado como hombre y mujer con la misma dignidad.
  • Estaba formado de un cuerpo material y de un alma espiritual.
  • Había sido creado a imagen y semejanza de Dios.
  • Había recibido de Dios la orden de crecer y multiplicarse, y para ello instituyó el matrimonio de un hombre y una mujer para toda la vida.
  • Le había puesto la condición de respetar el orden por Él establecido si quería seguir gozando de los dones y de la amistad con los que Dios le había revestido de un modo especial.

En el hombre podemos distinguir cuatro estados reales

[mks_pullquote align=»right» width=»300″ size=»24″ bg_color=»#000000″ txt_color=»#ffffff»]cómo eran nuestros primeros padres, Adán y Eva, desde que fueron creados hasta que desobedecieron a Dios y cometieron el pecado original[/mks_pullquote]Estado de justicia original: que es el estado primitivo de nuestros primeros padres antes de cometer el pecado original. El hombre gozaba de la gracia santificante, los dones preternaturales y los dones naturales (que estaban más desarrollados porque todavía no habían sufrido el efecto del pecado)

Estado de naturaleza caída: que es el que siguió inmediatamente después del pecado original. El hombre perdió la gracia santificante y los dones preternaturales. Los dones naturales (inteligencia y voluntad principalmente), aunque no desaparecieron, se vieron afectados como consecuencia del pecado[1].
Estado de naturaleza redimida: que es el que sigue después de la redención de Cristo. El hombre recupera la gracia (dones sobrenaturales), pero no los dones preternaturales.

Estado de naturaleza glorificada: que es el estado en el que se encuentran ya las almas de los bienaventurados en el cielo. El hombre poseerá la gracia santificante; y además, al final de los tiempos, se producirá la resurrección de los cuerpos, lo cual implicará una transformación de los mismos (1 Cor 15: 42-44). En el caso de Jesucristo y María, ya están, alma y cuerpo, gozando en los cielos sin tener que esperar la resurrección final de los cuerpos.

En cambio, no podemos hablar de un estado de naturaleza pura en el que en algún momento hubiera existido el hombre, sólo y exclusivamente con las facultades propias de la naturaleza humana, sin dones sobrenaturales, preternaturales y sin pecado (DZ 1955). Al menos, así opinan los Santos Padres, Santo Tomás de Aquino y la gran mayoría de los teólogos; aunque sobre esta cuestión concreta, Trento dejó la cuestión abierta. De hecho, Hugo de San Victor, Pedro Lombardo, San Alberto Magno y San Buenaventura sostuvieron que nuestros primeros padres sólo tuvieron los dones preternaturales en el momento de la creación; y para recibir la gracia tuvieron que hacer, una vez creados, un acto personal de aceptación de Dios.

En este capítulo analizaremos cómo eran nuestros primeros padres, Adán y Eva, desde que fueron creados hasta que desobedecieron a Dios y cometieron el pecado original.

Adán y Eva antes del pecado

Adán y Eva fueron creados por Dios con un mimo y amor especiales. Dios, no solamente les dio los dones que le eran propios por su naturaleza, sino que además los elevó al orden sobrenatural por pura gracia, y les dotó de unos dones preternaturales, que aunque pertenecían al orden natural, no eran debidos ni necesarios para el hombre. Estos dones preternaturales fueron una ayuda extra que tuvieron nuestros primeros padres.

Tanto los dones preternaturales como los sobrenaturales fueron dados por Dios al hombre por puro amor, y en ningún momento se puede decir que fueran una exigencia de la naturaleza humana el recibirlos [2].

El hombre podría no haber sido elevado por Dios al orden sobrenatural, en cuyo caso hubiera amado a su Creador con un amor natural de simple criatura; pero de hecho, Dios elevó a nuestros primeros padres al orden sobrenatural (1 Cor 13:12; 1 Jn 3:2, DS 3005).

El ser humano no sólo tiene la capacidad de ser elevado al orden sobrenatural, lo que en teología se llama “potentia oboedientialis”, sino que de hecho fue elevado a tal orden. Tal elevación se realizó constituyendo a Adán en “estado de santidad y justicia originales” (concilio de Trento, DS 1511).

Por la irradiación de esta gracia, todas las dimensiones de la vida del hombre estaban fortalecidas. Mientras permaneciese en la intimidad divina -en estado de gracia santificante-, el hombre no debía ni morir (Gen 2:17; 3:19), ni sufrir (Gen 3:16); gozaba de armonía en sí mismo, entre él y Eva, y entre esta primera pareja y toda la creación.

A este estado especial y gratuito se le ha llamado “santidad y justicia original”. El hombre gozaba de integridad, y todo su ser estaba libre de la concupiscencia, que lo somete a los placeres de los sentidos, a la apetencia desordenada de los bienes terrenos y a la afirmación de sí contra los imperativos de la razón (1 Jn 2:16) [3].

1.- Los dones preternaturales

Son aquellos dones que perfeccionan la naturaleza del hombre sin elevarla al orden divino. Los dones preternaturales superan las exigencias y las fuerzas de la naturaleza humana. No son dones propiamente sobrenaturales, ya que, aunque superan las fuerzas de la naturaleza humana, no introducen al hombre en la intimidad divina. Por otro lado, estos dones son gratuitos; es decir, no son debidos a la naturaleza humana.

Su función era dar plena integridad y vigor a la naturaleza, de modo que así quedara ésta mejor dispuesta para recibir los dones estrictamente sobrenaturales.

Como nos dice Santo Tomás de Aquino, gracias a los dones preternaturales había una perfecta sujeción del cuerpo al alma, y de ahí la inmortalidad que gozaban Adán y Eva. También había una perfecta sujeción de las potencias inferiores del hombre a la razón. Es lo que se ha llamado integridad e impasibilidad [4]. Analicemos ahora brevemente cada uno de estos dones preternaturales.

1.1. Don de integridad: Por este don, el hombre tenía todas las potencias inferiores del alma sujetas a la razón; la cual a su vez estaba sometida a Dios. Lo opuesto a este don es la concupiscencia.

Llamamos concupiscencia al deseo de satisfacción de los apetitos físicos o espirituales que van tras lo que les cause placer o satisfacción, sin tener en cuenta cualquier consideración del entendimiento o de la voluntad.

El don de integridad en nuestros primeros padres se manifestó por ejemplo en el hecho de que Adán y Eva se dieron cuenta que estaban desnudos nada más cometer el pecado original (Gen 2:25; 3: 7.10ss.; Rom 6:12 ss.). La carencia de este don la vemos por el contrario en esta frase de San Pablo: “No hago el bien que quiero, sino que pongo por obra el mal que aborrezco” (Rom 7:19).

San Agustín nos dice: “Adán no necesitaba la ayuda que imploran los santos cuando dicen: veo otra ley en mis miembros… Adán, en cambio, sin verse tentado ni turbado por esta lucha en el interior de sí mismo entre sus dos tendencias opuestas… gozaba de plena paz consigo mismo” [5].

El Concilio de Trento afirma que la concupiscencia no es pecado, sino que procede del pecado y a él inclina. Indirectamente afirma que no existió antes del pecado (DS 1515). Citas similares encontramos en el Segundo Concilio de Orange (DS 371) y en Pio XI en su encíclica Divini Illius Magistri (Dz 2212).

1.2. Don de inmortalidad: Es doctrina de fe que el primer hombre había recibido este don. El hombre era mortal por naturaleza, pero había recibido este don gratuitamente, aunque condicionado a la guarda de la gracia santificante.

Lo vemos claramente afirmado en:

Gen 2: 17: “…pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no comerás, porque el día que comas de él, morirás”.

Rom 5:12: “Por tanto, así como por medio de un solo hombre entró el pecado en el mundo, y a través del pecado la muerte, y de esta forma la muerte llegó a todos los hombres, porque todos pecaron…”.

El concilio de Trento definió esta verdad de fe (DS 1511).

Santo Tomás nos dice que la inmortalidad del cuerpo era el resultado de un don especial dado al alma humana de tal modo que pudiera preservar el cuerpo de la corrupción [6].  Cometido el primer pecado este don se perdió.

1.3. Don de Impasibilidad o carencia de sufrimiento: Desde el punto de vista teológico se considera una verdad “teológicamente cierta” [7]. Es un complemento de la inmortalidad y de la integridad. Este don ayudaría a nuestros primeros padres a conseguir la unión con Dios en perfecta armonía y tranquilidad [8].
La Biblia hace referencia al mismo en:

Gen 3: 16-19: “A la mujer le dijo. -Multiplicaré los dolores de tus embarazos; con dolor darás a luz tus hijos; hacia tu marido tu instinto te empujará y él te dominará. Al hombre le dijo. -Por haber escuchado la voz de tu mujer y haber comido del árbol del que te prohibí comer. Maldita sea la tierra por tu causa. Con fatiga comerás de ella todos los días de tu vida. Te producirá espinas y zarzas, y comerás las plantas del campo. Con el sudor de tu frente comerás el pan, hasta que vuelvas a la tierra, pues de ella fuiste sacado, porque polvo eres y al polvo volverás”.

Y también en Génesis 2: 10.15.

Los Santos Padre unánimemente sostuvieron la felicidad de Adán y Eva en el Paraíso, viviendo sin dolor ni sufrimiento [9].

El concilio de Trento recogerá esta doctrina en DS 1512.

1.4. Don de ciencia infusa: Es sentencia común que los primeros padres poseían el don preternatural de la ciencia infusa; es decir, poseían un conocimiento perfecto de las cosas naturales infundido por Dios y no adquirido por su propio esfuerzo.

Así se deduce de los siguientes textos de la Sagrada Escritura:

Eclo 17: 1-9: “El Señor creó al hombre de la tierra, lo hizo según su imagen. Y a ella lo hará volver de nuevo, y le revistió de fuerza como la suya. Le asignó días contados, un tiempo determinado, y le dio el dominio de cuanto hay sobre la tierra. Hizo que todo ser viviente le temiese para que dominara sobre las bestias y los pájaros. Le concedió discernimiento, lengua, ojos y oídos, y un corazón para razonar con ellos, y lo llenó de la capacidad para entender. Creó en ellos el conocimiento espiritual, llenó de sentimientos su corazón. y les mostró el bien y el mal. Puso el temor de Él en sus corazones, mostrándoles la grandeza de sus obras. Les otorgó que se gloriaran siempre de sus maravillas para que alabaran su santo Nombre, y proclamaran la grandeza de sus obras. Además puso ante ellos la ciencia y les dio en herencia la Ley de la vida”.

Véase también Génesis 2: 20.23.

Los Santos Padres siempre lo interpretaron de ese modo. Ellos dicen que el primer hombre fue creado en estado de adulto para que pudiera procrear; y fue creado con ciencia para que pudiera gobernar el resto de la creación.

1.5. Don de dominio sobre la creación: Tal como aparece en Gen 1: 26.28, es sentencia común que Adán tenía el don del dominio sobre los seres inferiores de la creación. Según nos cuenta Santo Tomás, había un perfecto orden en la creación, de modo que los seres inferiores estaban sometidos al hombre. Incluso los animales salvajes lo estaban, con una clase de poder del hombre sobre ellos análogo al de la providencia divina [10]

2.- La gracia santificante

Definimos gracia santificante como un don sobrenatural que Dios nos concede para alcanzar la vida eterna. Como consecuencia de la gracia habitando en el cristiano, el alma se santifica y es capaz de entablar amistad y diálogo con Dios; al mismo tiempo, le hace hijo de Dios y heredero del cielo.

Nuestros primeros padres gozaban del estado de gracia, según concluimos de los que nos dice la Sagrada Escritura:

El libro del Génesis relata con gran colorido el trato íntimo que existía entre Dios y nuestros primeros padres: “Y cuando oyeron la voz del Señor Dios que se paseaba por el jardín a la hora de la brisa…” (Gen 3:8)

En la Carta a los Romanos nos dice San Pablo: “Por tanto, así como por medio de un solo hombre entró el pecado en el mundo, y a través del pecado la muerte, y de esta forma la muerte llegó a todos los hombres, porque todos pecaron… Pues, hasta la Ley, había pecado en el mundo, pero no se puede acusar de pecado cuando no existe ley; con todo, la muerte reinó desde Adán hasta Moisés, incluso sobre aquellos que no cometieron una transgresión semejante a la de Adán, que es figura del que había de venir. Pero el don no es como la caída; porque si por la caída de uno solo murieron todos, cuánto más la gracia de Dios y el don que se da en la gracia de un solo hombre, Jesucristo, sobreabundó para todos. Y no ocurre lo mismo con el don que con el pecado de uno solo; pues la sentencia a partir de una sola caída acaba en condenación, mientras que la gracia a partir de muchos pecados acaba en justificación. Pues si por la caída de uno solo la muerte reinó por medio de uno solo, mucho más los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia reinarán en la vida por medio de uno solo, Jesucristo. Por consiguiente, como por la caída de uno solo la condenación afectó a todos los hombres, así también por la justicia de uno solo la justificación, que da la vida, alcanza a todos los hombres. Pues como por la desobediencia de un solo hombre todos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno solo todos serán constituidos justos. La Ley se introdujo para que se multiplicara la caída; pero una vez que se multiplicó el pecado, sobreabundó la gracia, para que, así como reinó el pecado por la muerte, así también reinase la gracia por medio de la justicia para vida eterna por nuestro Señor Jesucristo”. (Rom 5: 12-21).

San Pablo nos dice pues, que Cristo restauró, a través de su redención, lo que el primer Adán había perdido; a saber: el estado de santidad y justicia. El término “recuperar” indica volver a tener algo que se poseía previamente pero que se había perdido. Y en un sentido similar podemos interpretar Ef 4:23, Col 3:10 y Ef 1:10.

Los Santos Padres son unánimes a la hora de hablar del estado de santidad original que gozaban nuestros primeros padres. Es famosa la doctrina de la recapitulación en Cristo de San Ireneo [11]. También podemos acudir a San Agustín, San Basilio, San Cirilo de Alejandría, etc…
El Magisterio de la Iglesia subrayó esta elevación de nuestros primeros padres en dos ocasiones principales: en concilio de Trento (DS 1511) y en el concilio de Orange (DS 389). Al mismo tiempo el Magisterio condenó las tesis de los: pelagianos (al decir que la gracia santificante era algo natural a nuestros primeros padres); los protestantes (que afirmaban que la gracia santificantes era esencial y debida a Adán); Bayo (que decía que la gracia era una exigencia de la naturaleza de nuestros primeros padres) y Jansenio (quien afirmaba que la gracia santificante era conveniente a Adán).

Conclusión

Tanto los dones preternaturales como la gracia santificante fueron recibidos por nuestros primeros padres y habrían sido transmitidos a sus descendientes de no ocurrir el pecado original.

El concilio de Trento afirma que Adán perdió el estado de justicia original al cometer el pecado original, no sólo para sí mismo, sino también para nosotros; por lo que de ahí concluimos que de no haberse cometido el pecado original, los descendientes de Adán y Eva seguirían gozando de todos estos dones.

Santo Tomás apoya estas conclusiones con un razonamiento teológico muy propio suyo: Dice Santo Tomás que por la generación se transmite la naturaleza con sus accidentes, es así que la gracia es un accidente de la naturaleza, luego se habría transmitido también por la generación. Aunque no serían los padres los causantes de esa gracia, sino Dios, quien daría la gracia en el momento de crear cada alma particular [12].

Con esto concluimos este artículo, para pasar el próximo día a hablar del pecado original y las consecuencias que tuvo en nuestros primeros padres y en todos los hombres.

Padre Lucas Prados

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[1] Ludwig Ott, Manual de Teología Dogmática, Herder, Barcelona, 1969, pag. 360.

[2] L. F. Mateo-Seco, Conceptos básicos para el estudio de la teología, Cristiandad, Madrid, 2010.

[3] Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 374-379.

[4] Santo Tomás de Aquino, Summa Theologica, Iª, q. 95, a. 1.

[5] San Agustín, De Correptione et Gratia, 11, 29 en Patrología Latina, 44, 933. Véase también en De Civitate Dei, I, 14. C. 17, 21, 23 ss.

[6] Santo Tomás de Aquino, Summa Theologica, Iª, q. 97, a. 1.

[7] Véase “Notas y censuras teológicas” en el artículo https://adelantelafe.com/jesucristo-y-el-magisterio-de-la-iglesia/

[8] Santo Tomás de Aquino, Summa Theologica, Iª, q. 95, a. 2.

[9] San Agustín, De Civitate Dei, Iib. 14, 26 en Patrología Latina 41, 434.

[10] Santo Tomás de Aquino, Summa Theologica, Iª, q. 96, a. 1.

[11] San Ireneo, Adversus Haereses, 3, 18, 1; 3, 20, 1; 4, 20, 1.

[12] Santo Tomás de Aquino, Summa Theologica, Iª, q. 100, a. 1.

Padre Lucas Prados
Padre Lucas Prados
Nacido en 1956. Ordenado sacerdote en 1984. Misionero durante bastantes años en las américas. Y ahora de vuelta en mi madre patria donde resido hasta que Dios y mi obispo quieran. Pueden escribirme a [email protected]

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