El Pecado en la Sagrada Escritura

Introducción*

El pecado ha ocupado siempre un lugar destacado en la reflexión moral. Pero el interés por el pecado puede cambiar de signo. La historia testifica que la actitud y la sensibilidad frente al pecado ha variado en las distintas épocas. En algunos momentos de la historia, los cristianos vivieron su fe centrada en el pecado y en la posibilidad de condenación. En otros períodos, por el contrario, se despreocuparon de estas verdades. El peligro no es hoy el rigorismo de la casuística y el temor a una posible condenación eterna, sino la negación tanto del pecado como del castigo eterno.

Es un hecho generalizado la poca estima que merecen las faltas morales, pues se diluyen en el llamado «pecado colectivo», en la sobrevaloración de las «actitudes» y en la ponderación excesiva de «opciones más o menos fundamentales», así como en distinciones sutiles del pecado grave que equivalen prácticamente a negar la posibilidad de que el hombre pueda pecar mortalmente. Y como resultado —no se sabe si es causa o efecto—, la crisis de la confesión sacramental, tan poco frecuentada por los fieles y no siempre estimada por los sacerdotes. Es, pues, cierto que en amplios sectores de la sociedad está en crisis el concepto mismo de pecado.

En resumen, todos los vaivenes a los que está sometido el estudio de la moral confluyen en el tema del pecado. Es como el punto neurálgico que acusa los distintos avatares por los que pasa la ciencia moral. Esto explica que de una «moral del pecado», como se caracteriza a la antigua moral, se haya pasado a una «moral sin pecado», tal como ha sido proclamada por algunos en esta nueva época.

Los confesonarios han contribuido más a traer la paz a las conciencias que a complicarlas, y los ejemplos que puedan aducir algunos psicólogos obedecen más a situaciones patológicas que a personas psíquicamente normales.

Se constata un hecho en el que se da unanimidad: la pérdida del sentido del pecado en la cultura actual alcanza niveles generalizados. Así, la gente alejada de la práctica religiosa asume, posturas morales que muestran una falta de sensibilidad hacia los valores éticos que representan la concepción cristiana de la existencia. Pero  también vastos ambientes cristianos carecen del sentido del pecado. No sólo porque se constata el deterioro moral de sus vidas, sino también porque no tiene otra explicación el hecho de que los católicos cada día frecuenten menos el Sacramento de la Penitencia y sin embargo se acerquen masivamente a recibir la Comunión. Este hecho, no obedece a una mayor formación de la conciencia, ni se corresponde con una sensibilidad más adecuada del pecado, sino que manifiesta más bien que no se valora su gravedad.

El Pecado en la Sagrada Escritura

Parece lógico que la Teología moral asuma la noción de pecado tal como se manifiesta en la Biblia. Dada la importancia del tema, abundaremos en el estudio que la Sagrada Escritura hace del pecado.

1.- En el Antiguo Testamento

a.- Terminología

El término más usado es el de “hatta’t”. Hatta’t significa «desviarse», «caer» y, en sentido moral, adquiere la acepción de «separarse del camino» o «alejarse de la norma moral» que indica el camino. Así por ejemplo vemos que el faraón confiesa su pecado a Moisés (Ex 9:27).

Otro término usado con frecuencia es “pesa”, que significa «rebelarse» o «sublevarse» contra alguien. Expresa la idea de «rebelión», pero designa, a su vez, un acto que es «delito» o «acción mala», en relación a la «transgresión» de una norma, y por ello «ser infiel». Así, por ejemplo, Jacob reconoce sus pecados (Gén 31:36).

También es frecuente el uso de “awon” con el significado de «iniquidad», «delito», «culpa». Así, Caín confiesa su culpa ante Yahveh, por la muerte de su hermano Abel (Gén 4,13)..

El «pecado» es una acción mala por la que el hombre se separa de alguien y conculca unos preceptos que debiera cumplir. Con el pecado el hombre se subleva contra alguien y por ello comete un delito, adquiere una culpa, es reo de impiedad, está equivocado, se engaña, ha errado el camino, es víctima de la necedad.

Es de notar que estas variadas significaciones son esencialmente religiosas. El pecado hay que situarlo en relación al tipo de conducta que el hombre asume frente a Dios y no sólo en las repercusiones personales o sociales que conlleva.

La moral bíblica, teocéntrica, busca la rectitud del hombre en su conformidad con Dios y concibe la virtud esencialmente como justicia. Sin duda la justicia es la perfecta corrección moral, la honradez, o, mejor aún, la práctica de la sabiduría; pero, como su nombre sugiere, implica relación a Dios y obediencia a su voluntad; el justo es un santo o, si se quiere, un hombre religioso fiel al cumplimiento de sus deberes.

b.- Actitudes ante el pecado

Los once primeros capítulos del Génesis narran la prehistoria de la humanidad desde la creación hasta Abraham. En ellos se destacan los pecados del hombre y los correspondientes castigos por parte de Dios. Después de los dos primeros capítulos del Génesis, llenos de aliento y optimismo en los relatos de la creación, el capítulo III narra el pecado de Adán y Eva; el IV el fratricidio de Caín. La historia del patriarca Noé inicia el capítulo VI. Los capítulos IX al XI relatan el segundo desarrollo y expansión de la humanidad después de la catástrofe del diluvio. La crónica de ese amplio espacio de la historia humana se cierra con el capítulo XI, en que de nuevo hace de protagonista el pecado del hombre en las pretensiones significadas por la Torre de Babel y el castigo de la confusión de lenguas impuesto al hombre por Dios.

El comienzo de la historia bíblica con Abraham no es ajeno al pecado. La fidelidad y la fe de Abraham discurren en paralelo frente a la narración de los pecados del resto de la humanidad: la destrucción por el fuego de Sodoma y Gomorra se debe a que «sus pecados se habían multiplicado muchísimo» (Gen 18:22; 23: 28-29).

La constitución del pueblo de Israel y la alianza sellada por medio de Moisés (Ex 19-21) inicia un periodo en el que la historia bíblica discurre entre las infidelidades del pueblo y la fidelidad de Dios. El punto central para la vida moral de ese periodo de «éxodo» es la promulgación de los Diez Mandamientos (Ex 21-22). El Decálogo contiene el «código de conducta» que los israelitas han de observar en relación a Dios y con los demás miembros del pueblo.

Desde este momento, religión y moral se implican mutuamente y el centro de ese nudo de relaciones será el monoteísmo y la vocación de destino del pueblo.

La historia de Israel instalado en Palestina es asimismo la crónica detallada de sus infidelidades: el libro de los Jueces narra minuciosamente los anales de esos pecados y de los castigos subsiguientes. Dios reafirma su fidelidad que contrasta con la deslealtad de su pueblo: «¿Por qué habéis abandonado al Señor, Dios de Israel y habéis edificado un altar sacrílego?» (Jos 22:16).

La aparición de los Profetas obedece a la pérdida progresiva del sentido religioso del pueblo y la reivindicación de los derechos de Yahveh. Los Profetas tienen la misión de recordar al pueblo las exigencias de la Alianza, de fustigar sus desvíos y anunciar los inminentes castigos de que serán víctimas por sus pecados. Esos castigos se cumplirán inexorablemente si no se arrepienten.

No es posible seguir paso a paso esa colosal historia sintetizada entre pecado-gracia, infidelidad-fidelidad, desobediencia-llamada, que constituye el nervio del Antiguo Testamento y que vertebra la Historia de la Salvación.

c.- Enseñanzas sobre el pecado

El pecado supone una transgresión de un precepto de Yahveh, bien sea contra el Decálogo o de algunos de los diversos códigos rituales y de convivencia social.

Los pecados provocan siempre el celo de Yahveh. Sorprende cómo reacciona Dios ante el pecado del pueblo: «Dios es un fuego devorador, es un Dios celoso» (Deut 4:24). De aquí la razón del castigo: «Yo soy tu Dios, un Dios fuerte y celoso, que castigaré la iniquidad de los padres en los hijos hasta la tercera y cuarta generación» (Ex 20:5).

Los pecados que se mencionan y condenan son variadísimos. A este respecto, son conocidos los 14 pecados que se enumeran en el capítulo 31 del libro de Job.

En un intento de síntesis, el catálogo de pecados condenados con mayor insistencia se reparte en cuatro apartados: la idolatría y el alejamiento de Yahveh; posponer a Dios por fines políticos o de prosperidad temporal; los desórdenes sexuales, entre los que sobresale el adulterio; los pecados contra el pobre y desamparado.

Yahveh demanda siempre la expiación y la penitencia por los pecados cometidos. La primera advertencia de los profetas es la llamada a la conversión. A este respecto, destacan algunos salmos, que son un cántico de perdón y penitencia (Sal 50).

Pero Dios está siempre dispuesto al perdón. Para expresar la idea de perdón el Antiguo Testamento usa una notable variedad de expresiones y de imágenes: perdonar, quitar (la culpa), pagar, curar. Cuando Yahveh renuncia al castigo del culpable, se dice que se arrepiente del mal que había decidido infligir  (2 Sam 21:14; Jer 18:8; Os 2:7).

El perdón de Dios es un perdón para siempre, pues se olvida del pecado cometido y no le pasa factura después de que se haya arrepentido de él: «Yahveh perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado” (Ex 34:6).

En el Antiguo Testamento se contempla también, frecuentemente, el pecado colectivo, pecados que han sido cometidos por todo el pueblo: existía una culpa colectiva, que requería un castigo general. Los testimonios que afirman que «ha pecado el pueblo» son muy frecuentes. No debe olvidarse el sentido comunitario que caracteriza a Israel como pueblo de Dios. De aquí que en ocasiones el pueblo como tal se desvíe de su misión, por lo que el castigo afectaba al pueblo como colectividad.

En toda ocasión se confirma que el pecado en el Antiguo Testamento tiene siempre una connotación religiosa. De aquí la expresión frecuentemente repetida «pecar contra Dios»: «¿Cómo podría hacer yo ese gran mal y pecar contra Dios?» (Gen 39:9), es la expresión de José cuando se le incita a pecar (Ex 10:16; Jos 7:20). Pero también los pecados contra los hombres, aquellos que causan un mal, son considerados como ofensa hecha a Yahveh (Prov 14:21).

2.- El pecado en el Nuevo Testamento

2.1.- Los Sinópticos (S. Mateo, S. Marcos y S. Lucas)

En los Sinópticos Jesús es anunciado por el Bautista como el que hará justicia y separará el bien del mal (Lc 3:16-17). Y Jesús hace su presentación pública al anuncio de que se arrepientan y se conviertan para que crean en el Evangelio (Mc 1:15). A partir de este momento, la misión fundamental de Jesucristo es buscar a los pecadores y dejarse acompañar por ellos (Lc 5:30). Y, ante las acusaciones de que come con los publicanos y pecadores, Jesús no cambia de conducta (Mc 2: 15-17).

La acogida al pecador, con el consiguiente perdón, es tema de diversas predicaciones, pero en ninguna es tan plástica como en las tres parábolas de la misericordia que relata San Lucas y que constituyen el tema del capítulo 15: la oveja descarriada, el dracma perdido y el hijo pródigo.

Una muestra de su mesianidad la sitúa Jesús en el poder de perdonar los pecados, que lleva a cabo en la persona del paralítico (Mt 9: 2-7. Y concluirá su vida perdonando al ladrón arrepentido (Lc 23:43), porque Él ha ofrecido su sangre que será «derramada por muchos» (Mc 14:24). Finalmente, San Lucas recoge el encargo de Jesús a los Apóstoles de que prediquen «en su nombre la penitencia y el perdón de los pecados en todas las naciones» (Lc 24:47).

Resumimos a continuación algunos puntos más característicos de la doctrina sobre el pecado en los Evangelios Sinópticos:

a.- Terminología

El término usado con más frecuencia es “amartía” (desviarse, caer, separarse del camino), que sería la traducción al griego del hattat’t hebreo (Mt 3:6), pero también se emplea «iniquidad”: se condenan los que «hacen la iniquidad» (Mt 13:41); injusticia (Lc 16:8), impiedad.

b.- Todos los hombres son pecadores

La predicación de Jesús denuncia que todos los hombres necesitan del perdón: su sangre será derramada por todos (Mt 26:28). El hombre actúa con principio de maldad: no descubre la viga en su ojo, mientras hace notar la mota en el prójimo (Mt 7:5). Y Jesús universaliza, «si vosotros siendo malos…..” (Mt 7:11). Esta doctrina es afirmada más tarde por San Pablo: «No hay nadie que sea justo, ni siquiera uno solo… No hay nadie que haga el bien, ni siquiera uno solo» (Rom 3:10-12). San Juan recoge la sentencia de Jesús: «El que esté sin pecado que lance la primera piedra» (Jn 8:7). Y el apóstol Santiago dirá con frase lapidaria: «¿Quién hay que no haya pecado con la lengua?» (Sant 3:2).

c.-  Catálogos de pecados

Los Sinópticos no hacen una lista detallada de los pecados. San Marcos enumera algunos de ellos: malos pensamientos, hurtos, fornicaciones, homicidios, adulterios, codicias, maldades, fraude, impureza, envidia, blasfemias, altivez e insensatez (Mc 7: 21-22). San Mateo, en pasaje paralelo, enumera sólo siete pecados, coincidentes con los de Marcos (Mt 15: 19-20).

Algunos de estos pecados cabe descubrirlos en las amenazas y críticas que hace a los fariseos (Mt 23: 1-53). Otros se personifican en las parábolas de la cizaña (Mt 13: 24-30), del rico Epulón y del pobre Lázaro (Lc 16: 19-31),  del siervo inicuo (Mt 18: 21- 34), del juicio final de la historia (Mt 25: 31-46), en la del buen samaritano (Lc 10: 30-37), etc.

d.- Condena de algunas actitudes

Además de esas acciones concretas, Jesús condena ciertas disposiciones y actitudes que se oponen a su mensaje de salvación. Tales como la soberbia (Mt 23: 4-12); la avaricia y el amor a las riquezas (Mt 6: 19-29); los juicios temerarios contra el prójimo (Lc 7: 36-50); las calumnias (Mc 3: 22-27); la mentira y la hipocresía (Lc 12:1), etc. Estas y otras actitudes merecen críticas muy duras por parte de Jesús.

e.- Importancia de los pecados internos

Jesús habla sobre la necesidad de cuidar el interior: «¿También vosotros estáis faltos de sentido? ¿No comprendéis — añadió declarando puros todos los alimentos— que todo lo que de fuera entra en el hombre no puede contaminarle, porque no entra en el corazón, sino en el vientre, y es expelido a la letrina? Lo que del hombre sale, eso es lo que mancha al hombre, porque de dentro del corazón del hombre proceden…» (Mc 7: 18-21).

En el Sermón de la Montaña, Jesús afirma que el adulterio se fragua en el corazón (Mt 5: 17- 18). Y las disposiciones morales para la limosna, la oración y el ayuno deben corresponder a las intenciones internas del espíritu. Precisamente en esto se distinguirá la nueva actitud de los oyentes frente a las prácticas morales de los fariseos (Mt 6: 1-18).

La pureza moral interior del corazón es una de las características de la ética cristiana, frente a la moral del Antiguo Testamento que parece poner más énfasis en la pureza externa; frente a ello Jesucristo dice: «Bienaventurados los limpios de corazón…» (Mt 5:8).

f.- Pecados de omisión

Los Sinópticos destacan la condena de las vidas que no han sido fieles a la respuesta porque no cumplen con su cometido. Como gesto simbólico Jesús subraya la reprobación de Israel, representado en la condena de la higuera infructuosa (Mc 11: 12-21), o la condena del que no empleó su talento (Mt 25: 27-29), y el juicio final, donde se condena no el mal que se hace, sino el bien que se ha dejado de hacer (Mt 25: 41-46).

g.- Jesús condena acciones concretas y singulares que no cabe reducir a la «opción fundamental»

Los Sinópticos destacan la individualidad del pecado. No contemplan opciones fundamentales, sino más bien actos singulares: «Todo el que mira a una mujer deseándola, ya adulteró en su corazón» (Mt 5:22). En el sentido de sanción de acciones singulares se debe entender la condena de las cinco vírgenes necias, que habían aceptado la invitación y sólo descuidaron el encargo de cumplir su cometido (Mt 25: 1-12). Esta doctrina corresponde a la importancia que Jesús da a las acciones particulares de cada persona.

En otros textos, por el contrario, Jesús postula opciones radicales, tales como las exigencias para ser discípulo y seguirle (Mt 8: 18-22) o la alternativa entre «servir a Dios o a las riquezas» (Mt 6:24).

h.- El pecado de escándalo

Entre las acciones singulares condenadas por Jesús se destacan los pecados de escándalo, tan subrayados por San Mateo (Mt 18:1-7), que concluye con aquellas advertencias: «Ay de aquel por quien venga el escándalo».

i.- El pecado como deuda con Dios

Todo pecado es pecado contra Dios: «He pecado contra el cielo y contra ti» (Lc 15:18.21). Quien peca tiene una deuda ante Dios. Y así se entiende en los Sinópticos en la oración del Padrenuestro:

En la fórmula del Padrenuestro de San Lucas, el término «deuda» es sustituido «pecado», porque los destinatarios de lengua griega no habrían entendido fácilmente la terminología hebrea, pero la idea de deuda subsiste en la segunda parte de la petición: …como nosotros perdonamos a nuestros deudores».

El mismo sentido de deuda se expresa en la parábola del siervo despiadado (Mt 18: 21-35), y también se repite en la pecadora a quien se le perdona mucho porque amó mucho, pues el amor rebasa y condona la deuda (Lc 7: 41-49).

j.- Los pecados contra el prójimo

A este respecto sobresale la plasticidad de la parábola del buen samaritano (Lc 10: 29-37). Es de destacar la comparación que hace Jesús entre el primero y el segundo mandamiento (Mt 22: 34-40).

k.- Invitación a la conversión y concesión del perdón

La invitación a la conversión, con la que se inicia la vida pública, coincide con la promesa del perdón. Así se explica el perdón concedido a Zaqueo (Lc 19: 1-10), a la pecadora arrepentida (Lc 7: 48-49), al buen ladrón (Lc 23:43).

Para obtener el perdón de los propios pecados, Jesús pone la condición de perdonar cada uno a su prójimo. Así está expresado en el Padrenuestro (Lc 11:4) y Jesús lo explicita en la siguiente enseñanza de San Marcos: «Cuando os pusierais en pie a orar, si tenéis alguna cosa contra alguien, perdonadlo primero, para que vuestro Padre que está en los cielos, os perdone a vosotros vuestros pecados. Porque si vosotros no perdonáis, tampoco nuestro Padre que está en los cielos, os perdonará vuestras ofensas» (Mc 11:25-26).

Una excepción al perdón lo constituye el llamado «pecado contra el Espíritu Santo». San Mateo lo sitúa en disputa con los fariseos que atribuyen los milagros de Jesús a una intervención del diablo (Mt 12:31-32). San Marcos matiza que «quien blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás” (Mc 3:28-30).

2.2.- El pecado en San Juan

San Juan emplea con más frecuencia la palabra «amartía” (desviarse, caer, separarse del camino) a la hora de referirse al pecado.

Considera el estado de pecado en que está la humanidad por la acción del demonio. Por lo que el pecado es la «iniquidad» del espíritu malo. Como San Mateo, también San Juan entiende el pecado como «iniquidad» (1 Jn 1:9) y «maldad» (1 Jn 3:4). He aquí algunas afirmaciones fundamentales:

a.- Todos somos pecadores

San Juan resalta la condición pecadora de todos; reconocerla es requisito para ser perdonados: «Si dijéramos que no tenemos pecado, nos engañaríamos a nosotros mismos y la verdad no estaría con nosotros. Si confesamos nuestros pecados, fiel y justo es El para perdonamos y limpiarnos de toda iniquidad. Si decimos que no hemos pecado, nos hacemos mentirosos y su palabra no está en nosotros» (1 Jn 1: 8-10).

Pero el cristiano no debe pecar en razón de estar ungido por el Espíritu y en su condición de regenerado (1 Jn 2: 26-27). Por eso debe estar unido a Cristo: «Todo el que permanece en El no peca, y todo el que peca no le ha visto ni le ha conocido» (1 Jn 3,6).

b.- Jesús «quita el pecado del mundo»

Así fue presentado por Juan el Bautista (Jn 1:29) y esta misión es recordada por San Juan a los cristianos: «Sabéis que apareció para quitar el pecado» (1 Jn 3:5), por eso «Él nos purifica de todo pecado» (1 Jn 1,7).  Y en su nombre, «se nos han sido perdonados todos los pecados» (1 Jn 2:12). De aquí el encargo dado a los Apóstoles de «perdonar los pecados» (Jn 20:23).

c.- El pecado se comete a instancias del diablo

La relación pecado-demonio es subrayada por San Juan: «el que comete pecado, ése es del diablo» (1 Jn 3:8). El pecado es siempre fruto de una mentira sediciosa del diablo (Jn 8:44). Pero, «si bien todo el mundo está bajo el maligno», sin embargo el «que ha nacido de Dios no peca» y el «maligno no le toca» (1 Jn 5:19).

d.- Las actitudes del hombre pecador

El cristiano peca a instancias del «padre de la mentira», pero luego crea en él una actitud que le convierte en hombre pecador: «Rehuye la luz para que sus obras no sean reprendidas» (Jn 3:20). El pecado produce una situación de autosuficiencia, que lleva al hombre a no considerarse pecador (Jn 5:44). Toda actitud de mal espíritu conduce a «aborrecer la luz» (Jn 3:20). El final del pecador es ser «esclavo del pecado» (Jn 8:34).

e.- El pecado es no cumplir los mandamientos

San Juan define el pecado como «transgresión de la ley». Y así «el que peca, traspasa la ley» (1 Jn 3:4). Por el contrario, quien le ama, cumple sus mandamientos (1 Jn 2: 3-6). La guarda de los mandamientos es recomendación de Jesús (Jn 15: 10-14).

f.- El pecado contra la caridad

El pecado por excelencia es no guardar el mandamiento del amor (Jn 13:34). Los ejemplos que emplea son de una gran plasticidad: «el que aborrece a su hermano está en tinieblas» (1 Jn 2:9); «es homicida» (1 Jn 3:15); «si alguno dice que ama a Dios, pero aborrece a su hermano, miente» (1 Jn 4:20).

g.- Origen del pecado

En 1 Jn 2: 16-17, hace un a modo de esquema que cataloga las vías por donde se introduce el pecado en el hombre: «la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y el orgullo de la vida», que Santo Tomás comentaría como pecados de sexualidad, pecados contra la justicia y pecados de soberbia.

Frente a la conducta irregular del pecador, San Juan propone el ejemplo de la vida de Jesús, por eso el ideal de la existencia cristiana es «andar como El anduvo» (1 Jn 2:6).

2.3.- El pecado en San Pablo

San Pablo coincide con las enseñanzas del Evangelio. En relación a la moral nos interesa subrayar exclusivamente los puntos siguientes:

a.- El pecado y su origen

La teología recurre continuamente al texto de la Carta a los Romanos para descubrir el origen del pecado en la acción de Adán a intrigas del diablo: «Así, pues, como por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos habían pecado…» (Rom 5:12). A partir de esta premisa, San Pablo desarrolla dos pensamientos:

  • La influencia del demonio en el pecado del hombre. Así, por ejemplo, los cristianos deben estar precavidos, pues, como la serpiente engañó a Eva, así con «su astucia puede corromper nuestros pensamientos» (2 Cor 11:3). La influencia del demonio es uno de los elementos que San Pablo destaca como factores del mal (cfr. 1 Tes 2:3).
  • La verdad de que todos los hombres son pecadores: «Todos, judíos y griegos, están bajo el pecado» (Rom 3:10), pues también los bautizados fueron «por naturaleza hijos de ira como los demás» (Ef 2:3). Más aún, aunque redimidos, estamos bajo la tiranía de la concupiscencia que arrastra al pecado (Rom 7: 13-25).

b.- Cristo salvador

La situación pecadora en que se encuentra el hombre es superable, dado que el hombre está salvado: «Porque como por un hombre vino la muerte, también por un hombre vino la resurrección de los muertos. Y como en Adán hemos pecado todos, así también en Cristo somos todos vivificados» (1 Cor 15: 21-22). Pues, a pesar de que «todos pecaron y todos están privados de la gloria de Dios, ahora son justificados gratuitamente por su gracia, por la redención de Cristo» (Rom 3: 23-24).

c.- Las listas de pecados y virtudes

San Pablo menciona frecuentemente un elenco de vicios que los seguidores de Cristo han de evitar y que, en ocasiones, contrapone a las virtudes que han de practicar.

Se pueden contar hasta 15 catálogos de pecados y de virtudes. De estas 15 listas, dos recogen, al mismo tiempo, las virtudes contrarias (Gál 5: 19-22; Ef 4: 31-32). La más amplia es la enumeración que hace de los vicios de los paganos en Rom 1: 29-31. Estos catálogos son indicativos de los males morales de la humanidad de todos los tiempos.

La lista, por ejemplo, de la Carta a los Gálatas es de excepcional importancia, porque responde a una catequesis dirigida al creyente y muestra los vicios que produce el hombre camal, frente a las virtudes que se siguen a una conducta espiritual: «Las obras de la carne son manifiestas, a saber: fornicación, impureza, lascivia, idolatría, hechicería, odios, discordias, celos, iras, rencillas, disensiones, divisiones, envidias, homicidios, embriagueces, orgías y otras como éstas, de las cuales os prevengo, como antes lo dije, de que quienes tales cosas hacen no heredarán el reino de Dios. Los frutos del espíritu son: caridad, gozo, paz, longanimidad, bondad, mansedumbre, templanza» (Gál 5: 19-22).

d.- Renuncia absoluta al pecado

El cristiano es un «resucitado» que no debe volver a morir. De aquí que Pablo ofrezca la alternativa dual «muerte- vida», «esclavitud-liberación». Rom 6 es un ejemplo de cómo al cristiano se le ofrece una vida nueva para luego exigirle la renuncia al pecado.

e.- Distinta gravedad de los pecados

En el Nuevo Testamento, pero especialmente en San Pablo, se descubre que los pecados difieren por su gravedad: unos excluyen del Reino de los cielos (Rom 13: 13; 1 Cor 5:9.11; Gál 5: 11-21; Ef 5:5). Esta gravedad destaca cuando  describe  la corrupción de los paganos (cfr. Rom 1: 24-31).

El Nuevo Testamento recoge las distinciones de la Antigua Alianza entre pecados graves y pecados leves y, aun sin disponer de un vocabulario mejor, aporta precisiones muy valiosas (1 Cor 8:11; Rom 14:23; Mt 12:36).

Conclusión

La razón de todos los pecados tiene una raíz común: el primer pecado narrado en la Biblia (Gen 2:17; 3:5), y, si bien los escritos bíblicos no estructuran una teología del pecado de origen, la suponen. Ellos tienen en la memoria la primera rebeldía del hombre contra Dios y contra sus proyectos: «Por la envidia del diablo, la muerte entró en el mundo» (Sab 2:24).

Es la teología posterior, a partir de los datos paulinos (Rom 5: 12-20), la que se ocupó de este tema capital: ¿de dónde derivan los pecados? Santo Tomás de Aquino afirma que el primer pecado tuvo origen en que el hombre quiso hacerse semejante a Dios, al querer constituirse en árbitro del bien y del mal:

El primer hombre pecó principalmente apeteciendo asemejarse a Dios en relación al conocimiento del bien y del mal, o sea, quiso determinar lo que es bueno y malo. Fijar el criterio ético y señalar qué es el bien y qué es el mal, en efecto, es privilegio divino. La conducta humana no queda al arbitrio del hombre, sino que depende del proyecto divino que, en referencia a su ser y a la verdad, señala los límites de la conducta moral.

Pero el creyente acepta las leyes dadas por Dios. De aquí que todo pecado suponga, en primer lugar, una ofensa a Dios, ante la pretensión del hombre de autoafirmarse frente a Él.

La facultad de decidir por sí lo que está mal y de actuar conforme a esta decisión está prohibida al hombre. Este poder está reservado a Dios. Los primeros padres quisieron substraerse a un estado de criatura dependiente y conseguir la autonomía moral respecto a Dios. Al tomarse a sí mismos como norma y medida, cometieron un atentado contra el poder absoluto de Dios.

De aquí que el pecado en la Biblia esté siempre referido a una autosuficiencia pretenciosa del hombre en relación a Dios, pues se trata de hacer su propio proyecto en contra de la Alianza que Dios ha sellado con él.

El hombre bíblico —como el hombre de todos los tiempos— siente continuamente la insinuación de las palabras del demonio: «si coméis del fruto del árbol, se abrirán vuestros ojos y seréis como dioses» (Gen 3:5), y el hombre sigue creyendo que, si hace tal cosa o consigue tales proyectos, se acrecentará su poder y su autonomía. Pero es tentación que debe vencer si no quiere caer bajo el castigo divino y arrastrar la esclavitud de su propia pretensión.

Padre Lucas Prados


* Nota: El presente artículo está tomado principalmente del libro de A. Fernández, Teología Moral, 2 tomos, Burgos 1996.

Padre Lucas Prados
Padre Lucas Prados
Nacido en 1956. Ordenado sacerdote en 1984. Misionero durante bastantes años en las américas. Y ahora de vuelta en mi madre patria donde resido hasta que Dios y mi obispo quieran. Pueden escribirme a [email protected]

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