El pecado nos ata y nos destruye

Profundizando en la fe

Capítulo 6: El Pecado

Una vez que el hombre había roto los planes originales de Dios y el pecado y la concupiscencia entraron en el mundo, el corazón del hombre tuvo que luchar arduamente para rechazar la tentación y abrazar la virtud. Una de las tentaciones que el hombre siempre ha sufrido a lo largo de su historia ha sido el deseo de determinar por sí mismo, al margen de las leyes de Dios, lo que es bueno y malo. En la actualidad, como consecuencia del influjo de una moral bastante separada de los principios cristianos de siempre, pero que ha conseguido influir en muchas personas, el concepto de pecado y la gravedad del mismo se han oscurecido en la mente de muchos. Es por ello que se ve necesario recordar y precisar la doctrina de siempre acerca del pecado.

El pecado es principalmente una ofensa personal a Dios. Secundariamente, el pecado también puede afectar a los demás hombres. Es por ello que el pecado puede tener también una dimensión horizontal. En la actualidad se tiende a sobrevalorar esta afectación que nuestra mala conducta tiene sobre los demás hombres en detrimento de la ofensa a Dios. Este error es fruto de la pérdida de los valores sobrenaturales de nuestra sociedad; y al mismo tiempo, es el resultado del humanismo desprovisto de fe que viven muchos hombres.

La religión moderna postvaticana tiende a hablar más del pecado “social” que del pecado “personal”. Con ello pretende librar al hombre de toda culpa y conseguir que toda ella recaiga sobre una masa informe llamada “sociedad”. Frente a estas corrientes hemos de decir que el pecado es una acción eminentemente personal; y como tal, nos hace a cada uno de nosotros responsables, primero ante Dios, y después, ante los hombres.

La moralidad de los actos humanos

La moralidad de los actos humanos viene determinada por tres parámetros: el objeto, el fin y las circunstancias. El juicio moral de un acto debe tener en cuenta no sólo la conducta externa sino la intención oculta, así como el proceso misterioso que une a ambas.

1.- El objeto

Es la materia de un acto humano. Cualquier acto humano está siempre provisto de una moralidad intrínseca que le viene dada por la materia u objeto del acto. Hasta tal punto el objeto posee una moralidad intrínseca que a veces en virtud de ella el acto es de suyo malo cualesquiera que sean las intenciones. Hablamos entonces de actos intrínsecamente malos, por ejemplo el asesinato, la fornicación o el adulterio. Cabe por tanto realizar un juicio de un acto por la materia del mismo, aunque como es lógico sin conocer las intenciones de la persona este juicio nunca será perfecto.

Por consiguiente un acto moral es susceptible de dos juicios. El primero es sobre el objeto en sí mismo y el segundo, más completo, es sobre el objeto en sí mismo y sobre la totalidad del acto, incluyendo las intenciones.

2.- El fin o la intención

El fin, llamado también intención, es aquello a lo cual tiende el hombre al realizar una acción determinada.

El Catecismo de la Iglesia católica nos dice (n. 1752):

“Frente al objeto, la intención se sitúa del lado del sujeto que actúa. La intención, por estar ligada a la fuente voluntaria de la acción y por determinarla en razón del fin, es un elemento esencial en la calificación moral de la acción. El fin es el término primero de la intención y designa el objetivo buscado en la acción. La intención es un movimiento de la voluntad hacia un fin; mira al término del obrar. Apunta al bien esperado de la acción emprendida. No se limita a la dirección de cada una de nuestras acciones tomadas aisladamente, sino que puede también ordenar varias acciones hacia un mismo objetivo; puede orientar toda la vida hacia el fin último. Por ejemplo, un servicio que se hace a alguien tiene por fin ayudar al prójimo, pero puede estar inspirado al mismo tiempo por el amor de Dios como fin último de todas nuestras acciones. Una misma acción puede, pues, estar inspirada por varias intenciones como hacer un servicio para obtener un favor o para satisfacer la vanidad.”

Y continúa en el n. 1753 añadiendo:

“Una intención buena (por ejemplo: ayudar al prójimo) no hace ni bueno ni justo un comportamiento en sí mismo desordenado (como la mentira y la maledicencia). El fin no justifica los medios. Así no se puede justificar la condena de un inocente como un medio legítimo para salvar al pueblo. Por el contrario, una intención mala sobreañadida (como la vanagloria) convierte en malo un acto que, de suyo, puede ser bueno (como la limosna).”

Con frecuencia se invocan las “buenas intenciones” para justificar un acción objetivamente mala. Hay que notar que estas “intenciones” no sólo no vuelven bueno un acto intrínsecamente malo, sino que no son la verdadera intención que informa el acto”.

3.- Las circunstancias

Según nos dice el Catecismo de la Iglesia católica (n. 1754):

“Las circunstancias contribuyen a agravar o a disminuir la bondad o la malicia moral de los actos humanos (por ejemplo, la cantidad de dinero robado). Pueden también atenuar o aumentar la responsabilidad del que obra (como actuar por miedo a la muerte). Las circunstancias no pueden de suyo modificar la calidad moral de los actos; no pueden hacer ni buena ni justa una acción que de suyo es mala.

Las circunstancias son aquellas condiciones accidentales que pueden modificar la moralidad substancial que sin ellas tenía ya el acto humano. Responden a la pregunta: ¿dónde?, ¿quién?, ¿cuándo?, ¿cómo?, ¿con qué medios?

Definición de pecado

El catecismo tradicional define pecado como toda desobediencia voluntaria a la ley de Dios.

  • Desobediencia a ley de Dios: Dios nos ha dado una serie de mandamientos; saltarse esas normas es contrario a las leyes de Dios y como consecuencia, puede ser objeto de pecado si cumple con otras condiciones más. Saltarse las leyes de los hombres puede ser pecado o no dependiendo si conlleva asociado un acto de injusticia, imprudencia… Ejemplo: saltarse un semáforo en un lugar de mucho tráfico es pecado pues puede poner en peligro la vida nuestra o de otra persona. Fumar un cigarrillo en un bar es desobediencia contra una ley civil pero no es pecado moralmente hablando. En cambio cometer un aborto, puede estar permitido por las leyes civiles, y en cambio es un gravísimo pecado.
  • Voluntaria: Se dice que un acto de desobediencia a la ley de Dios es voluntario cuando uno es consciente de que la acción es mala, pero a pesar de ello la quiere y hace libremente.

A la hora de clasificar el pecado lo podemos hacer según tengamos en cuenta diferentes parámetros.

Clases de pecados

Los podemos clasificar según su gravedad, el tipo y el modo.

1.- Según la gravedad

  • El pecado de los ángeles: la ofensa cometida por los ángeles y que los transformó en demonios fue el pecado más grave cometido por criatura alguna. El rechazo de Dios fue tan grave por el entendimiento y la voluntad tan desarrollados de estas criaturas celestiales.
  • El pecado contra el Espíritu Santo: de todos los pecados del hombre es el más grave pues no tiene perdón. “Todo pecado y blasfemia les será perdonado a los hombres, pero la blasfemia contra el Espíritu no les será perdonada” (Mt 12:31). De hecho, la misericordia de Dios podría perdonar cualquier tipo de pecado; pero en este pecado en particular, el pecador se obstina en su maldad y rechaza directamente la gracia de Dios para conseguir el perdón. Esa es la razón por la que, mientras que no desaparezcan estas condiciones, el pecado no se puede perdonar. En realidad es un pecado de pura malicia. Se consideran pecados de pura malicia los siguientes: La desesperación de salvarse, la presunción de salvarse sin merecimiento, la impugnación de la verdad conocida, la envidio o pesar de la gracia ajena, la obstinación en los pecados y la impenitencia final.
  • El pecado original: su gravedad se debe a los dones tan especiales que tenían nuestros primeros padres, tanto en el orden natural, preternatural como sobrenatural. Fue un pecado tan grave que no sólo les afectó a ellos sino a toda la humanidad.
  • Pecado mortal es toda desobediencia voluntaria a la ley de Dios, en materia grave, con plena advertencia y perfecto consentimiento. Un solo pecado mortal lleva consigo la pérdida de la gracia santificante, de la filiación divina, de la amistad con Dios, de los méritos adquiridos, y al mismo tiempo quedamos sujetos al poder de los demonios y nos hace merecedores de las penas del infierno.[1]
  • Pecado venial es toda desobediencia voluntaria a la ley de Dios, en materia leve, o en materia grave, si no hay plena advertencia o perfecto consentimiento. No se pierde la gracia santificante, pero disminuye el fervor de la caridad, nos dispone al pecado mortal y nos hace merecedores de las penas del purgatorio.

2.- Según el tipo

  • De pensamiento: Es cuando uno piensa realizar un acto contrario a la ley de Dios y se goza en ese pensamiento malo. Con sólo consentir ese pensamiento ya sería pecado aunque luego no lo ejecutara. Ej.: “Yo os digo que todo el que mira a una mujer deseándola, ya adulteró con ella en su corazón” (Mt 5:28).
  • De palabra: Es cuando uno dice una palabra soez, blasfema.
  • De obra: Es el pecado más frecuente. Es cuando uno realiza un acto que es contrario a la ley de Dios.
  • De omisión: Es el pecado que se comete cuando uno debería hacer una obra que Dios nos manda y, por desidia, pereza u otra razón, no se hace. Por ejemplo: no ayudar a una persona que nos solicita razonablemente ayuda.

3.- Pecado habitual y pecado actual

  • Pecado actual es la ofensa cometida por cada uno de nosotros.
  • Pecado habitual es la mancha e indisposición dejadas en el alma por el pecado actual.

4.- Pecado material y pecado formal

  • Se dice que una persona comete un pecado material cuando hace algo malo pero no sabe que lo es. Por ejemplo: cuando una persona falta a Misa un día de precepto pero no sabía que era tal.
  • Se dice que una persona comete un pecado formal cuando hace una acción creyendo que es mala, aunque luego de suyo no lo sea. Por ejemplo: cuando una persona cree que hoy es día de precepto (y no lo es) pero no va a Misa porque prefiere irse con los amigos a un partido de futbol.

Condiciones para que haya pecado mortal

Decíamos que pecado mortal es toda desobediencia voluntaria a la ley de Dios en materia grave, con plena advertencia y perfecto consentimiento.

Materia grave: En caso de duda, es la misma Iglesia quien señala si una ofensa a Dios es materia grave. La materia grave es siempre necesaria para que un pecado sea mortal; al menos subjetivamente apreciada como tal.

Advertencia plena: Es la advertencia plena por parte de la inteligencia de que algo es pecado grave. Ejemplo: el que dispara un fusil y mata a una persona, creyendo que el fusil estaba descargado, no comete pecado. O el que come carne un viernes de cuaresma sin acordarse de que era viernes. A ella se opone la ignorancia culpable. La ignorancia culpable no es eximente. Por ejemplo el que no va a Misa en domingo porque dice que no sabía que había que hacerlo. Se supone que toda persona que ha hecho la primera comunión ha recibido la catequesis suficiente y ya tiene ese conocimiento.

Perfecto consentimiento: Es el perfecto consentimiento de la voluntad en hacer ese acto malo. Ese consentimiento puede ser por fría malicia o por flaqueza de la voluntad. Por ejemplo: los pecados contra la castidad suelen ser más por flaqueza de la voluntad que por pura malicia; lo cual no le quita gravedad al acto de suyo malo.

Efectos del pecado mortal

Los efectos del pecado mortal son los siguientes: apartamiento de Dios, pérdida de los méritos adquiridos, esclavitud del demonio, disminución de la inclinación al bien, efectos sobre el cuerpo, desorden interior y exterior, ausencia de la Santísima Trinidad en el alma del pecador.

1.- Apartamiento de Dios: Cuando el hombre  peca gravemente le ocurre como al sarmiento cuando se separa de la vid, muere y no da fruto (Jn 15: 1-7). Se pierden la gracia santificante, las virtudes infusas y los dones del Espíritu Santo.

2.- Se pierden los méritos adquiridos: Se pierden todos los méritos adquiridos por las buenas obras anteriores y al mismo tiempo uno queda incapacitado para adquirir nuevos méritos por las buenas obras que haga.

3.- Esclavitud del demonio: El hombre se hace esclavo del demonio, lo que le produce como consecuencia un aumento de las malas inclinaciones. Además se hace reo de la pena eterna del infierno.

4.- Disminución de la inclinación al bien: Conforme una persona se va separando más de Dios les es más difícil ser bueno. Es más, tiene una mayor inclinación a pensar y actuar con un corazón malo y torcido.

5.- Efectos sobre el cuerpo: El daño que el pecado causa no sólo afecta al alma sino a la persona completa, y como consecuencia, también al cuerpo. Esto se ve de un modo especial en el pecado original. En los pecados mortales también se produce aunque en mucha menor afectación. Del mismo modo que se ve la cara inocente de un niño que no ha cometido todavía un pecado mortal, también se ve la cara desencajada del que está en manos del pecado y del demonio.

6.- Desorden interior y exterior: El hombre que está en pecado grave y permanece en él, su carácter y conducta van paulatinamente cambiando para peor. Todo ello se debe a que cada vez está más atrapado por el demonio, y como consecuencia cada vez piensa más como el demonio. Por otro lado, ese cambio que afecta a su ser, también le afecta en su conducta y en sus relaciones con los demás.

7.- Deja de ser templo de la Santísima Trinidad: Como nos dice San Pablo, el cristiano es templo de Dios (1 Cor 6:19): “¿No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo?” Y el mismo Señor: “Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y en él haremos morada” (Jn 14:23). Pero perdemos la inhabitación de Dios en nosotros como consecuencia del pecado mortal.

El pecado venial y sus efectos

Pecado venial es toda desobediencia voluntaria a la ley de Dios en materia leve, o en materia grave si falta plena advertencia o perfecto consentimiento.

El pecado venial priva de gracias actuales, dispone al pecado mortal y nos merece muchas penas en esta vida y en la otra.

El pecado venial puede ser: deliberado (una mentira); semideliberado (aquel en el que caemos por precipitación, sorpresa o fragilidad); habitual (es el estado en el que permanece el alma después de haber cometido un pecado venial si no ha hecho un acto de arrepentimiento sincero).

La culpa y la pena que conllevan el pecado

Es importante distinguir entre culpa y pena: La culpa es la mancha que queda en el alma después de haber cometido un pecado. La pena es el castigo que se merece por el pecado cometido. La culpa, sea grave o leve, se perdona con el arrepentimiento del hombre y el sacramento de la Penitencia; al igual que la pena eterna que se produjo por el pecado mortal, y que nos priva de la comunión con Dios.

Si un pecado es mortal, la culpa del pecado es grave y la pena es eterna. Si un pecado es venial, la culpa es leve y la pena es temporal, de duración limitada. La pena eterna debida por los pecados mortales, se perdona junto con la culpa en el sacramento de la Penitencia, que hace desaparecer el estado de enemistad que había entre el pecador y su Creador; más no así la pena temporal.

Pongamos un caso práctico y sencillo para entender mejor estos conceptos:

Un niño está jugando a la pelota rompe un cristal de la ventana de un vecino. Cuando se da cuenta de eso, entiende las consecuencias (vendrá el vecino gritando, conmoción en la familia, castigos…).

Ese sentimiento le hace decir a su mamá lo que sucedió. Le dice que fue sin querer, y que está arrepentido por no haber tenido el suficiente cuidado; le pide perdón a su mamá, y promete que de ahora en adelante no volverá a suceder más.

La mamá, lo perdona, pero le impone un “castigo acorde” para que el niño sea más cuidadoso en el futuro. ¿Terminó todo ahí? ¿Falta algo? Hubo un hecho malo, hubo arrepentimiento sincero, hubo perdón, y hubo una sanción acorde ¿ya está todo arreglado? NO, falta reparar el vidrio. Es un deber de justicia reparar lo que se ha roto. Esa “pena temporal” la reparamos con la penitencia que el sacerdote nos impone, con las buenas obras, los sacrificios, las indulgencias. Si en esta vida no hubiéramos “reparado los vidrios rotos”, tendríamos luego que hacerlo en el purgatorio.

La pérdida del sentido del pecado

Del mismo modo que la persona que no se lava llega un momento en el que pierde el sentido de la higiene y si le preguntas, dice que no está tan sucio, la persona que vive habitualmente en situación de pecado grave pierde el sentido de su pecado, no es consciente del estado de su alma y como consecuencia no ve necesario arrepentirse.

La pérdida del sentido del pecado es una manifestación clara del estado de separación del alma con respecto a Dios. Es fruto del endurecimiento del corazón causado por el mismo pecado  y del demonio actuando en su alma.

La pérdida del sentido del pecado es siempre culpable pues es el resultado de una separación voluntaria de Dios. Hoy día, es uno de los problemas más graves a los que se enfrentan los fieles en la Iglesia; pues al no sentirse la persona pecadora no busca a Dios, no siente la necesidad de arrepentirse y como consecuencia, cada vez se separa más de Él; y no sólo su voluntad sino también su entendimiento.

Por la pérdida del sentido del pecado, la sociedad cada vez se separa más de las costumbres cristianas y adquiere costumbres paganas y pecaminosas. La depravación es tal, que llega un momento en el que actos o conductas que son gravemente pecaminosos se ven normales e incluso justificables y buenas. Ejemplo: divorcio, aborto, homosexualidad, anticoncepción.

El permisivismo actual de nuestra sociedad es el resultado de haber perdido el sentido del pecado.

La tentación y las ocasiones de pecado

La tentación se define como un llamado o invitación del demonio, otra persona o nosotros mismos, a hacer algo contrario a la voluntad de Dios.

La tentación no es de suyo pecado. Lo que es pecado es consentir o caer en la tentación. Dios permite que seamos tentados, pues a resultas de una tentación superada crecemos en virtud. Sabemos, además, pues tenemos la promesa de Dios, que nunca seremos tentados por encima de nuestras fuerzas:

“No os ha sobrevenido tentación que no fuera humana, y fiel es Dios, que no permitirá que seáis tentados sobre vuestras fuerzas, antes dispondrá con la tentación el éxito, dándoos el poder de resistirla” (1 Cor 10:13).

Lo que no podemos hacer es ponernos en ocasión de pecado si no hay una razón que lo justifique. Por ejemplo: un censor de películas tendrá que ver en ocasiones películas inmorales. Si el censor es buen cristiano, Dios le ayudará para no caer en la tentación. Ahora bien, nosotros, que no somos censores de películas, no podemos ponernos en ocasión de pecado viendo películas inmorales. Aunque luego no cometiéramos ningún pecado de pensamiento o en acto, por el mero hecho de habernos puesto voluntariamente en ocasión de pecado -sin haber justificación para ello- ya estaríamos cometiendo un pecado grave de imprudencia y por exceso de confianza en nuestras propias fuerzas.

El principio del doble efecto

Otra cosa diferente es cuando una acción tiene un doble efecto, uno bueno y otro malo[2]. La acción puede ser moralmente lícita si cumple una serie de condiciones. A saber:

  • Que la acción en sí misma sea buena o indiferente.
  • Que la consecuencia mala no se siga directamente de la acción que se realiza.
  • Que se actúe con buen fin.
  • Que exista proporción entre el efecto bueno y el malo.

Pongamos un ejemplo y así lo entenderemos mejor: Veamos el caso de una mujer que está embarazada y tiene un tumor intestinal que necesita operarse inmediatamente.

  1. Que la acción en sí misma –prescindiendo de sus efectos- sea buena o al menos indiferente. En el ejemplo tipo, la operación quirúrgica necesaria es en sí buena.
  2. Que el fin del agente sea obtener el efecto bueno y se limite a permitir el malo. La extirpación del tumor es el objeto de la operación; el riesgo del aborto se sigue como algo permitido o simplemente tolerado.
  3. Que el efecto primero e inmediato que se sigue sea el bueno. En nuestro caso, la curación.
  4. Que exista una causa proporcionalmente grave para actuar. La urgencia de la operación quirúrgica es causa proporcionada al efecto malo: el riesgo del aborto.

Las raíces del pecado

A la hora de luchar contra el pecado es muy conveniente conocer cuáles son las raíces del mismo. De igual modo que si queremos quitar una planta mala del jardín tenemos que quitar también sus raíces, si queremos crecer en virtud, no sólo tenemos que quitar los pecados sino también controlar y eliminar las raíces del mismo. Estas raíces son conocidas con el nombre de los pecados capitales. Los pecados capitales son siete:

  • Orgullo: buscar desordenadamente el propio honor.
  • Avaricia: deseo no controlado de los bienes materiales.
  • Lujuria: deseo desordenado de los placeres sexuales.
  • Ira: estado emocional en el que se pierde el control de uno mismo y se busca vengarse de aquél que nos ha hecho daño.
  • Gula: deseo desordenador por la comida o bebida.
  • Envidia: tristeza porque otra persona sea mejor o tenga cosas que nosotros no tenemos.
  • Pereza: dejarse llevar por la desgana por trabajar.

Para concluir este artículo, habría que hablar ahora de la conciencia, pero dado que ya hablamos de ella en un artículo anterior, y con el fin de no hacer más largo éste, me remito a él.[3]

Padre Lucas Prados

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[1] Concilio de Trento (DS 1544)

[2] Santo Tomás de Aquino, Summa Theologica, Iª-IIae, q. 18, aa. 2, 3 y 4. Ver también A. Fernández, El principio de la acción de doble efecto (tesis doctoral, Pamplona 1983).

[3] https://adelantelafe.com/no-se-puede-apelar-a-la-conciencia-para-eludir-la-norma/

Padre Lucas Prados
Padre Lucas Prados
Nacido en 1956. Ordenado sacerdote en 1984. Misionero durante bastantes años en las américas. Y ahora de vuelta en mi madre patria donde resido hasta que Dios y mi obispo quieran. Pueden escribirme a [email protected]

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