Pensamientos litúrgicos

Queremos ofrecer aquí unas reflexiones que hemos encontrado en una página de facebook, pero que nos parecen tan bellas y acertadas que queremos que todos nuestros lectores las puedan leer

Quienes gozan de una particular sensibilidad litúrgica habrán pasado por ocasiones en las cuales se acusa a la disciplina litúrgica de ser demasiado “rubricista” o “cuadrada”, es decir, poco flexible y con demasiada preocupación por las formas. Esta acusación ha sido validada en muchos casos debido a la incapacidad en los Liturgistas de “traducir” algunos aspectos relativos a las rúbricas y a la liturgia como disciplina teológica, a un lenguaje accesible para la gente sencilla.

El desafío para los liturgos de hoy, profesionales o aficionados, es tratar de explicar algunos conceptos delicados y muy profundos, en términos entendibles para la gente sencilla, pero sin perder por ello relevancia o profundidad.

Quisiera hoy enunciar tres pensamientos litúrgicos en un lenguaje relativamente sencillo, y que atañen a dos temáticas fundamentales para la liturgia: Oración y Acción. Bien podrían ser el punto de partida para una homilía o sermón, para una breve conferencia, o bien, para una buena conversación.

PRIMER PENSAMIENTO: SOBRE LA ORACIÓN.

En múltiples ocasiones los católicos se han preguntado cuáles son las condiciones para que la oración sea más eficaz. Pues bien, la Liturgia nos da la respuesta definitiva: La oración más perfecta no puede ser otra que la oración que hace el mismo Jesucristo, al Padre en el Espíritu Santo. Y esa oración es la oración de la Iglesia, es decir, la oración litúrgica propiamente tal: el Oficio Divino, los Sacramentos y la Santa Misa.

Para lograr una oración más perfecta, se debe asociar siempre la oración personal a la oración del Cuerpo Místico de Cristo: La Iglesia.

Por tanto, la piadosa y recomendable práctica de participar de la Misa Diaria y del Oficio Divino (“en la medida de lo posible”, para el caso de los Laicos) toma un sentido más pleno y menos “preceptivo”. De tal modo, podemos decir que:

“la participación diaria en la oración de la Iglesia (la Santa Misa y el Oficio Divino principalmente) permite al cristiano el adentrarse en la profundidad del Misterio de Dios (el “Mysterium tremens et facinans”), de modo de contemplar cada vez más perfectamente a Dios”.

Lo que en palabras sencillas implica que:

“La oración personal de cada cristiano, recogida por la Oración de la Iglesia, se vuelve más agradable a Dios, pues es ofrecida mediante el Sacrificio más Puro, Inmaculado y Santo, que es el Sacrificio de Cristo en el Altar, único sacrificio agradable a Dios.”

SEGUNDO PENAMIENTO: SOBRE EL AXIOMA DE LA LITURGIA .

Lex Credendi – Lex Orandi – (Lex Vivendi)

El axioma litúrgico “Lex orandi, Lex credendi”, atribuido a Próspero de Aquitania en el siglo V, nos muestra un vínculo estrecho y, por ello mismo, indisoluble entre “lo que se reza” y “lo que se cree”.

La enseñanza de la Iglesia, que en definitiva corresponde a la Fe, repercute necesariamente en toda acción, rito, gesto y palabra en la Liturgia de la Iglesia (Lex Orandi), la cual corresponde a la articulación y expresión de la Fe por antonomasia.

Existen dos consecuencias prácticas:

Se pueden conocer los matices de la expresión de la Fe a través de los siglos (y, por ende, el grado de entendimiento y de desarrollo teológico) a través del conocimiento de la Liturgia característica de aquel tiempo.

Los abusos litúrgicos son, principalmente, expresiones de la ignorancia respecto a la fe, pues deforman la praxis litúrgica. Aún más: Si los abusos litúrgicos son realizados deliberadamente, se podría expresar fácilmente una herejía u otro ataque contra la Fe.

Algunos autores han agregado una tercera frase al axioma de la Liturgia: “Lex Vivendi”, es decir, lo relativo a la forma en que se vive. Este aspecto es fundamental, ya que no solo basta con una liturgia conforme a la doctrina que hemos recibido, sino que hemos de ser capaces de que nuestras vidas concreten nuestra Fe, y por ende, que concrete lo que celebramos en los Santos Misterios.

Este triple axioma debería ser la brújula para la vida cotidiana de los cristianos, donde la liturgia tiene su centro y culmen.

Finalmente, una breve reflexión:

“La liturgia está saturada de dogma y vivificada por él. La lex orandi es norma de fe, pues se corresponde con la lex credendi.”

TERCER PENSAMIENTO: SOBRE A DIGNIDAD DEL CULTO.

Es frecuente encontrarse hoy en día con la siguiente crítica (proveniente de personas ajenas a la Iglesia, pero también, de muchos laicos y sacerdotes con un bajo nivel de reflexión sobre la Liturgia):

La liturgia debería ser “sobria” y sencilla.
La liturgia debería no tener tanta parsimonia.
La liturgia debería ser más cercana, para llegar más a la gente.
En la liturgia no deberían haber cálices de oro y otros elementos caros. El Señor no necesita de esas cosas.
El sacerdote es solo uno más en la Misa.

Ante tales críticas, se deben realizar las siguientes puntualizaciones:

Los términos ‘sobriedad’, ‘humildad’ y ‘pobreza’ (que a menudo son utilizados como sinónimos entre quienes abogan por el principio de sobriedad dentro de la Iglesia) no deben ser confundidos con Miseria. Y en ese sentido, en muchas ocasiones, la Liturgia de la Iglesia pasa a ser desmerecida, abajada, apartada de su ambiente sagrado, despojada de su sacralidad y su sobrenaturalidad, para ser abajada a una miseria tanto en lo material como en lo espiritual.

La Liturgia no es un instrumento manipulable para atraer masas de personas. En muchos lugares, existe la creciente tendencia a una infantilización de la Liturgia, donde el sacerdote hace las veces de “coordinador” o “animador” para los feligreses, quienes se ven interpelados por el mismo sacerdote y por un séquito de ayudantes que indican cuando pararse, cuando sentarse, cuando moverse, y explicando cada minúsculo gesto del sacerdote hasta extremos ridículos. Cuando esto pasa, es síntoma inequívoco del vaciamiento del carácter sagrado de la Liturgia.

La solución a la problemática del desconocimiento y poca participación de los fieles respecto a los Santos Misterios no pasa por un despojo sistemático de la sobrenaturalidad de la Liturgia de la Iglesia. Muy por el contrario, la solución pasa por elevar a los fieles hacia la esfera de las cosas divinas, por medio de la enseñanza. En palabras más simples:

“No se debe rebajar el altar hacia los fieles, sino que elevar a los fieles hacia el altar.”

Es absolutamente indispensable recuperar la noción litúrgica verdaderamente católica: El sacerdote actúa “In Persona Christi” en el altar, y por ende, es el mismo Cristo quien nos conduce hacia el Padre. Recuperar esta mirada tradicional implica, no solo un cambio radical en el paradigma actual de las celebraciones litúrgicas (con la consabida tendencia a la infantilización, la “comunitarización” y la “Guionitis”), sino que implica además una conversión del corazón hacia lo verdaderamente trascendental de la oración litúrgica:

“Jesucristo, como sacerdote, se ofrece a sí mismo como Víctima agradable a Dios Padre, por obra del Espíritu Santo, en el Santo Sacrificio del Altar. Por ende, la Santa Misa no es una reunión más de un grupo congregado por un animador y sus ayudantes, sino que el Verdadero Sacrificio de Cristo, en el cual su Cuerpo y Sangre, patentes muestras del Amor de Dios, son entregadas como alimento de Vida Eterna: Dones infinitamente puros, infinitamente inmaculados, infinitamente Santos.”

Finalmente, la explicación para la gente sencilla es muy simple: Para las grandes fiestas y ocasiones que se viven en una familia, como una graduación o un matrimonio, siempre se procura tener lo mejor para recibir a los invitados, y lo mejor para quienes celebran dichos episodios tan importantes en la vida.

Pues bien, para recibir al Señor, con mayor razón aún, se debe procurar tener Lo Mejor, dentro de las posibilidades.

“El Criterio Litúrgico respecto a la dignidad del Culto es muy sencillo: Para el Señor, Lo mejor.”

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