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El poder y la ciencia de Cristo

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El poder y la ciencia de Cristo
Profundizando en nuestra fe – Capítulo 7
(VI) El Poder y la Ciencia de Cristo

En el artículo anterior decíamos que Cristo era en único Mediador entre Dios y los hombres. Estudiábamos la naturaleza y el sentido de esta función mediadora; y al mismo tiempo hablábamos de la función mediadora secundaria, siempre junto a Cristo, de María, los santos y la Iglesia.

En este artículo y en el siguiente estudiaremos que esta función mediadora se concreta en tres apartados: Cristo como Rey, como Profeta y como Sacerdote.

Por la longitud e importancia del tema, nos ocuparemos hoy de la función mediadora de Cristo como Rey y como Profeta. En otras palabras, hablaremos del poder de Cristo (Rey) y de la ciencia de Cristo (profeta). Terminaremos esta serie cristológica hablando en el siguiente artículo de Cristo Sacerdote

Aunque he resumido al máximo los contenidos que se aportan, son temas muy densos. Espero que a pesar de ello, no pierdan en precisión y claridad.

Cristo, Rey: el poder de Cristo

Jesucristo manifiesta su poder a través de su realeza. Como nos dice Pio XI1, Jesucristo es verdaderamente Rey:

  • Por su unión hipostática es constituido en Cabeza de la humanidad. Como Dios ha de ser adorado por los ángeles y por los hombres; y además, como hombre, los unos y los otros están sujetos a su imperio.
  • Por habernos redimido y salvado a todos. Cristo nos ha comprado a gran precio (1 Cor 6:20).
  • Por su gracia capital, que le hace ser Cabeza de la Iglesia.
  • Por la plenitud de su gracia habitual2.
  • Por derecho de herencia: Como nos dice la Carta a los Hebreos, Jesucristo “fue constituido heredero de todas las cosas” (Heb 1:2).

Los tres poderes del rey (legislar, ejecutar y juzgar) se manifiestan en Cristo, y a su vez Él los transmite a sus Apóstoles: legislar (Mt 5), ejecutar (Mt 16:18; 28:19) y juzgar (Jn 5: 22.27, 1 Jn 4:5; 2 Tim 4:1).

  • El reinado de Cristo no es terrero o social sino eminentemente interno (Lc 17:21) y sobrenatural (Mt 5:20). Es por ello que Cristo se niega a ser reconocido como rey temporal: “mi reino no es de este mundo” (Jn 18:36).
  • A este reino se entra a pertenecer por la fe y el bautismo, previa preparación por la penitencia.
  • Se opone al reino de Satanás (príncipe de este mundo).
  • Y pide a sus seguidores la santidad y la pobreza de espíritu: “Bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos es el reino de los cielos” (Mt 5:3).
  • Aunque el poder de Cristo es universal y alcanza a todas las cosas creadas, el mismo Jesucristo se abstuvo de ejercer tal dominio, dejándoselo a sus poseedores (Ef 1: 22-23).
  • Este reinado de Cristo comienza en la Encarnación y se extiende hasta su Segunda Venida (Jn 12:32).
  • La realeza de Cristo se manifiesta también en cuanto que Él es el Buen Pastor que da la vida por sus ovejas (Jn 10).
¿Cómo se ha de entender el reinado de Cristo?

El reino de Cristo tiene poco que ver con los parámetros de la idea humana de reino:

  • Los reyes de la tierra las dominan… no ha de ser así entre vosotros” (Lc 22: 25-26).
  • Mi reino no es de este mundo” (Jn 16:36).
  • El reino de Dios está dentro de vosotros” (Lc 17:21).
  • “… no es comida ni bebida, sino justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo” (Rom 14:17).
  • Pertenece a los niños (Mt 19:14) y a los pobres (Mt 5:3).
  • En tal reino, el Rey de todos ellos será seguramente el más Niño y el más Pobre de todos. Pero la infancia espiritual y la pobreza de espíritu están íntimamente ligadas a la realidad del Amor verdadero; por lo que ésta es la característica principal del reino de Cristo. De este modo, desaparecen las categorías de sumisión, obediencia, distancia, superioridad o inferioridad: “Ya no os llamo siervos,… sino amigos” (Jn 15:15).
El poder de Cristo

Hemos de distinguir en Cristo tres clases de poderes:

  • El poder propio debido a su naturaleza divina (es un poder infinito).
  • El poder propio de su naturaleza humana (similar al de los demás hombres: comer, andar, trabajar, pensar…).
  • El poder instrumental, que es el que le corresponde a su naturaleza humana hipostasiada por el Verbo, donde la humanidad de Cristo es instrumento de la Divinidad (milagros, resucitar muertos, perdonar pecados). Estas últimas obras reciben el nombre de “teándricas”; pero no hemos de ver en ellas una mezcla o confusión de naturalezas en sentido monofisita.3 De estas obras teándricas, y de la explicación que demos a las mismas dependen cuestiones teológicas muy importantes, tales como: El influjo de la humanidad de Cristo en la realización del misterio de nuestra Redención; la producción de la gracia por aquélla; el influjo de Cristo en el Cuerpo místico por ser cabeza del mismo, y la causalidad de la gracia por los sacramentos. El Verbo de Dios se encarnó para conseguir a través de su humanidad nuestra salvación. Es por ello que podemos decir que la humanidad de Cristo es causa eficiente instrumental de nuestra justificación, de la gracia y de los milagros. Esta doctrina la vemos claramente manifiesta en la Sagrada Escritura: Rom 7:25; Jn 1:17; Lc 5: 20.24; Lc 8: 43-46, los Santos Padres4 y el Magisterio de la Iglesia5. El poder instrumental de la naturaleza humana de Cristo podía hacer todos los efectos sobrenaturales menos la creación o la aniquilación de lo creado.

Recordando los tres estados posibles del ser humano (antes del pecado original, después del pecado original y en el cielo), Santo Tomás señala que Cristo asumió diferentes poderes y potencias de cada uno de ellos. Del estado de gloria asumió la visión beatífica; del estado anterior al pecado original, la exención del pecado, y del estado después del pecado original, la necesidad de sujetarse a las penalidades de esta vida. Todo ello se explica en razón de su finalidad salvadora.

Errores modernos sobre la doctrina del “reinado de Cristo”

Para algunos, el reinado de Cristo es puramente espiritual por lo que no tiene nada que decir sobre las cosas de este mundo. Los que piensan así defienden que la sociedad y el poder civil son absolutamente independientes, no teniendo que dar “cuentas a Dios” y se rigen por sus propias leyes que no tienen relación alguna con las leyes de Dios. Para ellos, el reinado de Cristo quedaría reducido a lo individual e interior de las personas. Consecuencia de ello son las leyes modernas dadas por los Estados en contra de las leyes de Dios: divorcio, aborto, eutanasia, matrimonio homosexual, manipulación genética, etc…

Hay otros que leen el reinado de Cristo en clave marxista. Este reino sería principalmente temporal y su misión sería la liberación de las clases oprimidas. Así piensa la Teología de la liberación. Hace una interpretación de la fe y de las virtudes cristianas siguiendo unos principios que tienen su origen en el marxismo y la lucha de clases.

Para otros incluso, el reino de Dios ha de ser reinterpretado en clave democrática, por lo que había que eliminar la estructura jerárquica de la Iglesia. Este error ha tomado gran fuerza en los últimos 50 años como consecuencia de ciertas interpretaciones erróneas que tienen su origen en la falta de claridad de algunos documentos del concilio Vaticano II, y que posteriormente fueron malinterpretados por teólogos contrarios al Magisterio de la Iglesia de siempre.

Cristo, Profeta y Maestro: La ciencia de Cristo

Como nos dice la Carta a los Hebreos (Heb 1: 1-2), Jesucristo es el Profeta que había de venir, la plenitud de la Revelación de Dios. Cristo es el Verbo hecho hombre, por lo que es la Revelación por excelencia.

Cristo, por su naturaleza divina, tiene la ciencia divina; y como hombre, es el Mediador entre Dios y nosotros. Pero ¿cómo fue esa ciencia humana de Jesucristo?

Jesucristo no sólo era el Profeta que había de venir (Is 61: 1-2; Deut 18:18; Lc 4: 18-21) sino también el Maestro (Jn 13:13) y el “Revelador perfecto” de Dios (Jn 1:18; Mt 11:27). Jesús es pues, la Palabra definitiva del Padre, por lo que no hay que esperar otro revelador.6

El conocimiento divino de Jesucristo

El Verbo, en su naturaleza divina, conoce con el único conocimiento de Dios. Este conocimiento es infinito, perfecto, simple, comprehensivo, subsistente e independiente de los objetos extra-divinos7.

El conocimiento humano de Jesucristo

Cuando hablamos del conocimiento de Jesucristo actuando como “Mediador” nos referimos a su conocimiento humano. Dado que Jesucristo tuvo una verdadera y perfecta naturaleza humana, ésta estaba dotada de sus operaciones propias: voluntad e inteligencia. Sólo si Cristo tuvo estas potencias y las ejerció, fue capaz de merecer nuestra salvación; ya que el mérito supone la existencia de una voluntad libre, y ésta necesita de una inteligencia humana proporcionada a tal voluntad.

1.- El ser humano puede tener tres tipos de conocimientos:

  • El adquirido por sus medios naturales: se da en el entendimiento unido al cuerpo.
  • El infuso por gracia carismática de Dios.
  • El de visión: que se obtiene en el cielo mediante el “lumen gloriae”

2.- ¿Tuvo Jesús estos tres tipos de conocimiento?

El conocimiento adquirido es el que el hombre obtiene por sus propias fuerzas empezando por los sentidos. Es un conocimiento experimental que progresa con los años, la experiencia y el esfuerzo. Este tipo de conocimiento existía en Jesucristo: “… el niño crecía en edad, sabiduría y gracia…” (Lc 2:52). Sólo con un conocimiento verdaderamente humano, requisito para la existencia de una libertad real, puede Cristo verdaderamente merecer nuestra salvación.

El conocimiento infuso es aquel que es proporcionado directamente por Dios en la inteligencia humana. Ejemplo: nuestros primeros padres, los profetas, el conocimiento que Jesús tenía de la vida de la samaritana sin que nadie le informara (Jn 4: 17-18); o conocimiento de la muerte de Lázaro (Jn 11:14), y muchos otros casos. Lo cual habla a favor de que tuviera un conocimiento “profético”. Según Santo Tomás la ciencia infusa de Jesucristo abarcaría todas las verdades naturales y sobrenaturales y todos los misterios de la gracia. Esta ciencia sería connatural a Él; y además era mucho más extensa que la de los ángeles8. Aunque esta ciencia estaba de modo habitual en Él, sólo la usaría cuando su voluntad así lo determinara.

La visión beatífica es la ciencia propia de los bienaventurados en el cielo, donde se les concede a través del lumen gloriae una visión intuitiva e inmediata de la divinidad. En el caso de Cristo, Él la tendría desde el primer instante de su concepción:

  • Como nos dice la Sagrada Escritura:

Jn 3: 11-13: “En verdad, en verdad te digo que hablamos de lo que sabemos, y damos testimonio de lo que hemos visto, pero no recibís nuestro testimonio. Si os he hablado de cosas terrenas y no creéis, ¿cómo ibais a creer si os hablara de cosas celestiales? Pues nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del Hombre”.

Jn 6:46: “No es que alguien haya visto al Padre, sino que aquel que procede de Dios, ése ha visto al Padre”.

Mt 11:27: “Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, ni nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quiera revelarlo”.

  • Los Santos Padres insisten en el conocimiento pleno e infalible de Cristo, atribuyéndole la plenitud de la ciencia como consecuencia de la unión hipostática. San Jerónimo dice que “ningún hombre ha tenido la plena ciencia y la plena certeza de la verdad, salvo el que por nuestra salvación se dignó tomar nuestra carne”.9
  • El Magisterio de la Iglesia no ha hecho ninguna definición dogmática sobre la ciencia de visión de Cristo, pero su enseñanza es continua y clara (DS 149; DS 294; DS 556). Pio XII en su encíclica Mystici Corporis (DS 3812) afirmará la existencia de la ciencia de visión en Cristo antes de su resurrección.
  • Desde el punto de vista teológico, la visión beatífica en Jesús no es sino expresión de la armonía que existía en Él entre el orden del ser y el del conocer. De la unión hipostática surge la unión de visión en Cristo. Podríamos decir que la visión es la traducción a nivel de conciencia de la unión hipostática.10 Es decir, la humanidad de Cristo era subjetivamente consciente de su divinidad.

La teología clásica basaba sus razonamientos para afirmar la ciencia de visión en Jesucristo partiendo de los siguientes presupuestos:

    • Cristo posee la plenitud absoluta de la gracia y de la santidad: La visión beatífica es esencialmente la consumación de la gracia santificante, la cual es a su vez participación de la naturaleza divina (1 Pe 1:4). En los bienaventurados, la visión es efecto de la unión con Dios por medio de la gracia y de la gloria. Este tipo de unión es “accidental”. Por lo que parece lógico que en el caso de Jesucristo, en el que la unión de su alma con la divinidad es sustancial, hipostática, se diera también la visión que se da, por una unión de menor intensidad, como es la de los bienaventurados.11
    • Cristo como causa de la salvación de los hombres: La salvación consiste en la visión inmediata de Dios; como la causa ha de ser más excelente que el efecto, es lógico que Cristo poseyera de un modo más excelente todo aquello que iba a proporcionar a nosotros.12
    • La mediación de Cristo también parece exigir la visión beatífica: Si Cristo es el Mediador que une a los hombres con Dios, y la visión beatífica es el culmen de esta unión, no se puede admitir que Él haya tenido necesidad de ser unido a Dios en cuanto a hombre, porque sería lo mismo que decir el Mediador ha tenido necesidad de “mediación”; lo cual no tendría sentido. Cristo es el primero y único Mediador.
    • La visión beatífica como fundamento de la misión reveladora y redentora de Jesús: La visión beatífica es también fundamento de la misión de Jesús, ya que su conciencia de Hijo y de Mesías surge de su visión del Padre que ilumina y vivifica toda su existencia humana y sobre todo su Pasión.
    • Cristo, como Cabeza de los ángeles y de los hombres: Parece incompatible con la preeminencia de la Cabeza que no poseyera una excelencia que disfrutaban parte de sus miembros.
    • Cristo como autor y consumador de la fe: No parece lógico que Cristo no caminara en el claro-oscuro de la fe. La perfección del conocimiento que Cristo tenía de sí mismo, de la vida íntima de Dios y de su misión, no se puede explicar sino por la visión inmediata de la divinidad con la que Cristo estaba hipostáticamente unido. Santo Tomás hablaba de la ausencia de la fe en Cristo, lo cual es lógico pues tenía la visión beatífica (1 Cor 13: 12-13).13
    • La visión beatífica en Cristo sería una consecuencia de su unión hipostática: La visión beatífica es una consecuencia de la armonía que existe entre el orden del ser y el orden del conocer. De la unión de la naturaleza humana en la Persona del Verbo, brota también la unión en la visión.

3.- La compatibilidad de esas tres ciencias en Cristo

La existencia de tres ciencias humanas en Cristo supone enfrentar el desafío de compatibilizarlas entre sí, de modo que se vea la especificidad de cada una. La teología clásica enfrentó este problema con muy buen criterio.

La ciencia de visión tiene un carácter puramente trascendente, y es, por tanto, extraña al lenguaje humano y constituida sin él; no se realiza a través de signos sensibles y es inefable por su misma naturaleza. Pero Cristo en su vida terrena tenía que comunicar el mensaje de salvación a los hombres y necesitaba para ello, el uso de sus facultades intelectuales a la manera humana. Para poder hacer ello, era conveniente la ciencia infusa y la ciencia adquirida.

La ciencia infusa mostraba a Jesús el plan de salvación de Dios. De este modo el Salvador poseía una luz sobrenatural infalible y perfecta, adecuada a la misión que tenía que realizar.

La ciencia adquirida era necesaria para poder comunicar ese mensaje de salvación en el lenguaje propio de los hombres. Cristo adquiere como todo hombre la ciencia experimental proporcionada a las necesidades de la vida sobre la tierra.

Resumiendo pues, la ciencia de visión no hace inútil la ciencia infusa, sino que la exige. Por otro lado, Cristo no podía expresar la revelación sin hacer uso del lenguaje humano.

4.- Corolarios teológicos

La existencia de las tres ciencias humanas de Cristo, no sólo plantea el desafío de entender la relación entre las mismas y la especificidad de cada una de ellas, sino que también exigen integrarlas con todas las otras verdades del misterio cristológico. A saber:

  • Compatibilidad entre la ciencia de visión y el mérito de Cristo.
  • La aporía entre el sufrimiento redentor de Cristo y la bienaventuranza de la visión beatífica.
  • La existencia o carencia en Cristo de las virtudes de la fe y de la esperanza si ya estaba en estado de comprehensor. Si la fe es el “medio de conocer las cosas que no se ven”, si Cristo tenía el conocimiento de visión, como hombre no podemos decir que Cristo tuviera fe.14
  • Explicación del “desconocimiento” de Jesucristo hombre respecto al fin del mundo: “Pero nadie sabe de ese día y de esa hora: ni los ángeles de los cielos, ni el Hijo, sino sólo el Padre” (Mt 24:36).
  • La utilidad de la ciencia adquirida de Jesucristo.
  • La ignorancia y la infalibilidad de la ciencia humana de Cristo15.

Desgraciadamente, estos temas se salen del propósito de este artículo. Sólo decirles que ya Santo Tomás los solucionó. Si se los he enumerado aquí es para que vean hasta qué profundidad y seriedad llega la teología a la hora de explicar el Misterio de Jesucristo.

Padre Lucas Prados

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1 Pío XI, Encíclica Quas Primas (DS 3676)

2 Santo Tomás de Aquino, Summa Theologica, IIIa, q. 59, a. 3, ad 3.

3 Santo Tomás de Aquino, Summa Theologica, III, q. 13; Sínodo de Letrán (DS 512-517).

4 San Atanasio, Adversus Arianos, PG., 26, 389; San Juan Damasceno, De Fide Ortodoxa, PG 94, 1080.

5 Concilio de Éfeso (DS 262); Sínodo I de Letrán (DS 515).

6 Catecismo de la Iglesia Católica, n. 73.

7 Santo Tomás de Aquino, Summa Theologica, Ia, q. 14, a. 14; q. 14, a. 7; q. 18, a. 3, ad 2; q. 14, a. 3; q. 14, a. 4.

8 Santo Tomás de Aquino, Summa Theologica, IIIa, q. 11-12.

9 San Jerónimo, Epistolario XXXVI, n. 15 (PL 22,459)

10 A. Amato, Jesús el Señor, BAC, Madrid, 2009, págs. 557-558, C. Nigro, Il Misterio della Cognoscenza Umana de Cristo nella Teologia Comtemporanea, IPAG, Rovigno, 1971, págs. 32 ss.

11 Santo Tomás de Aquino, Summa Theologica, IIIa, q. 10, a. 4.

12 Santo Tomás de Aquino, Summa Theologica, IIIa, q. 9, a. 2.

13 Santo Tomás de Aquino, Summa Theologica, IIIa, q. 7, a. 3.

14 Santo Tomás de Aquino, Summa Theologica, IIIa, q. 7, a. 3.

15 Santo Tomás de Aquino, Summa Theologica, IIIa, q. 10, a. 2.