El pontificado del papa Ratti (III)

En enero de 1922, tras la muerte de Benedicto XV, el gobierno italiano hizo que se expusiera por primera vez, después de 1870, en todos los edificios públicos la bandera a media asta como signo de luto nacional.

En febrero de 1922, Pío XI fue elegido Papa y el 28 de octubre siguiente Mussolini tomó el poder. Se encontraron así cara a cara en Italia y en Roma dos fuertes personalidades con la intención una de defender los derechos de la Iglesia (Pío XI) y la otra a fascistizar la sociedad civil italiana, quitando espacio a la acción socio-política de la Iglesia (Mussolini).

El Mussolini del ‘22 no era ya el ateo socialista e intervencionista de antes de la Primera Guerra mundial, sino que había madurado un sentido realista de la política por lo que no podía pensar ni de lejos destruir la Iglesia en Italia y, por tanto, debía convivir con ella, pero, dada su concepción absolutista del Estado, no podía tampoco permitir que la Iglesia le sustrajera la educación de la juventud y la formación socio-política de los universitarios. De aquí una relación hecha de simpatías y de conflictualidades recíprocas entre Estado fascista e Iglesia católica.

Diferencia entre bolchevismo, nacionalsocialismo y fascismo

El comunismo bolchevique era ateo, materialista y antirreligioso, negaba el derecho de propiedad privada y la libertad del culto católico. El nacionalsocialismo no era materialista y ateo como el bolchevismo, aunque su fuerte vena neopagana lo inclinaba al racismo biológico, al panteísmo, al culto de la raza alemana y del hombre ario. Sin embargo, no negaba el derecho de propiedad privada, no impedía la libertad del culto cristiano aun intentando limitar al máximo el influjo social de la Iglesia siendo totalitarista. También el fascismo italiano tenía una concepción del Estado absolutista, de derivación hegeliana y, aun no siendo ateo, antes bien, viendo en la religión una ayuda para el Estado, no podía conceder el espacio político-social en las cuestiones temporales indirectamente conectadas y ordenadas a las espirituales como reclamaba la doctrina de la Iglesia.

Mussolini, sin embargo, no tenía en Italia el mismo poder absoluto que tenían en Rusia Stalin y en Alemania Hitler porque la monarquía de los Saboya mantenía una fuerte influencia en la sociedad, sobre todo a través del ejército y la magistratura. Además, la Iglesia en Roma y en Italia tenía entonces un peso de poder (también temporal, cultural, social y político) enorme. Por tanto, Mussolini no podía realizar su plan de total estatalización fascista de Italia como habría deseado, estando su poder limitado por la Iglesia y por la monarquía. Este conjunto de circunstancias llevará a Pío XI y a Mussolini a estimarse, a combatirse y a intentar llegar a un entendimiento que dejase “al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”.

La situación política italiana en la primera posguerra

El “Partido Popular Italiano”, fundado en 1919 por don Luigi Sturza, era el hijo moderado de la “Democracia Cristiana” de don Romolo Murri (excomulgado por Pío X). Por tanto, era un parido aconfesional, de tendencia vágamente cristiana, que intentaba no caer en las censuras que habían golpeado a la “Democracia Cristiana” murriana, pero estaba cada vez más afectado por fuertes tendencias laicistas impregnadas de modernismo político, que ya habían sido condenadas por León XIII (Graves de communi re, 1901). Pío XI, cuyo lema era “Pax Christi in Regno Christi”, o sea, la continuación del de San Pío X “Instaurare omnia in Christo”, con la Encíclica sobre la Realeza social de Cristo Quas primas de 1925, había condenado el laicismo como “la peste de la edad moderna” y no admitía en absoluto una concepción de modernismo social, totalmente contraria a su programa de plena cristianización de la sociedad civil. Ya en 1921, en el Congreso de Venecia, el “Partido Popular Italiano” de don Sturzo había disgustado a Benedicto XV ya que, además del laicismo aconfesional y al separatismo entre Estado e Iglesia, entre política y religión, había propugnado una alianza con los socialistas. Tal tendencia laicista y filosocialista permaneció en la nueva “Democracia Cristiana” fundada en 1945 por Alcide De Gasperi, el cual solía decir que “la Democracia Cristiana es un partido de centro que mira a la izquierda”.

Pío XI se opuso todavía más que Benedicto XV a la política colaboracionista entre “populares” sturzianos y socialistas. Así, el 28 de octubre de 1922, era natural que Pío XI mirase con simpatía al movimiento fascista, que no tenía los prejuicios de la escuela liberal y separatista del Risorgimento, no era una rama del modernismo político, sino que se presentaba como un partido de orden capaz de salvar a Italia de la revolución comunista, que la amenazaba desde 1918. La Santa Sede acogió con benevolencia al nuevo poder que se había instaurado en Italia, aunque no conocía todas los matices de su doctrina política, que serán elaboradas por Mussolini junto al filósofo hegeliano Giovanni Gentile, el futuro Ministro de Cultura del régimen fascista.

Entre las primeras decisiones del gobierno fascista, que llevarán a la estipulación del Concordato del 11 de febrero de 1929 con la Santa Sede, se cita la recolocación del crucifijo en los locales públicos estatales, que había sido hecho retirar después de 1870, y la repristinación de la clase de religión en las escuelas.

Sin embargo, ya inmediatamente después de la estipulación del Concordato, surgieron los primeros problemas vinculados a la concepción absoluta del Estado por parte de Mussolini. En efecto, el 13 de mayo de 1929, en un discurso en la Cámara de los diputados, Mussolini declaró que por lo que se refería a la educación académica de la juventud habría sido “intratable”, afirmando que “la enseñanza debe ser nuestra”. Pío XI replicó inmediatamente, el día después, en una Audiencia pública, recordando que “la misión de la educación le correspondía ante todo, sobre todo, en primer lugar a la Iglesia y a la familia por derecho natural y divino y por ello de manera inderogable. El Estado no puede, ciertamente, desinteresarse de la educación de los ciudadanos, pero solamente para prestar una ayuda en todo lo que un individuo y la familia no podrían hacer por sí mismos. El Estado no está hecho para tragarse a la familia, ya que la familia es anterior a la sociedad y al Estado”. Mussolini respondió reafirmando su intransigencia en el tema de la educación.

La confrontación había comenzado y se estaba convirtiendo en un desencuentro. “Pío XI lo afrontaba todavía con confianza, persuadido todavía de la buena fe y de las buenas disposiciones de Mussolini. Y segirá estándolo por mucho tiempo, hasta los años 1937-1938, cuando el disenso será manifiesto por ambas partes. En 1929 Pío XI cree que es todavía posible cristianizar el régimen fascista” (Y. Chiron, Pio XI. Il Papa dei Patti Lateranensi e della lotta contro i totalitarismi, Cinisello Balsamo, San Paolo, 2006, p. 273).

Mussolini, el 29 de mayo, en un discurso pronunciado en el Senado, reivindicó firmemente los derechos del Estado en materia de educación afirmando que los reivindicaba “de manera totalitaria”. Pío XI respondió con la Encíclia Divini illius Magistri (1929) sobre la educación en la que reafirmaba la doctrina tradicional católica según la cual “la educación es obra conjunta de tres sociedades: la familia, la sociedad civil y la Iglesia. La Iglesia posee una parte eminente por su misión de maternidad espiritual, que engendra, nutre y educa a las almas”.

En 1931 tuvo lugar la primera contraposición seria entre fascismo e Iglesia por la cuestión de la Acción Católica. Mussolini, que había concebido la operación Conciliación en términos sobre todo políticos y en la convicción de poder vincular a él la Iglesia y hacer de ella un eje de su poder, soportaba mal tener que constatar cuánto la Santa Sede no estaba, por el contrario, dispuesta a compartir y sostener incondicionalmente su política.

La causa primera de la crisis consistió en la voluntad de Mussolini de no permitir en absoluto que fuese sustraída al régimen la educación de la juventud. Pío XI, con el Concordato, había obligado a Mussolini a reconocer explícitamente la existencia de la Acción Católica y de la Juventud Católica Italiana, y las veía como la pupila de sus ojos, porque eran para él el instrumento más eficaz para contrastar los propósitos mussolinianos de fascistizar toda la sociedad italiana y de confinar al catolicismo en el campo cada vez más restringido de la mera educación religiosa. Había descontento también entre las filas fascistas, en las que se pensaba que Mussolini, en el ‘29, había hecho demasiadas concesiones a la Iglesia, perjudicando así el desarrollo de la revolución fascista: el fascismo no debía permitir la formación de una creciente especie de oposición católica. Por tanto, se pasó al ataque, primero periodísticamente, después poco a poco la polémica se exacerbó y Pío XI entró directamente en el campo de batalla. Su primera intervención tuvo lugar el 19 de abril de 1931 en el curso de una audiencia a las organizaciones católicas romanas, que fue toda una defensa de la legitimidad de la Acción Católica y una reafirmación de su derecho de intervenir en las cuestiones de moral individual, familiar y social.

La reacción fascista fue inicialmente muy violenta por parte de muchos anticlericales que eran seguidores del “fascismo movimiento”, pero hubo dos artículos, uno anónimo en el Tevere del 29 de abril de 1931, titulado Soprannaturale e naturale y otro de Arnaldo Mussolini en Il Popolo d’Italia del 2 de mayo, titulado Il divino e il profano. Ambos eran expresión del “fascismo régimen” y estaban atentos más a cuanto había, en las palabras del Papa, de conciliador que de intransigente. El meollo de los artículos era que el Papa reconocía que el Estado actuaba en el orden natural y civil, mientras que la Acción Católica actuaba en el terreno espiritual y sobrenatural. Un acuerdo era por ello posible. Esto demuestra cómo el “fascismo régimen” no había conseguido convertirse en una concepción política totalitaria y tendente a remplazar al cristianismo, sino que se había quedado en una forma política autoritaria que intentaba convivir junto a la Iglesia. Además, es necesario añadir que Mussolini no quería que las cosas degenerasen, ya que un conflicto abierto no hubiera beneficiado al fascismo. L’Osservatore Romano, el 6 de mayo, escribía que estaba de acuerdo con que las supremas autoridades trataran la cuestión de la manera que consideraran más oportuna. La polémica volvió a explotar todavía más violentamente el 21 de mayo y en varias localidades de Italia y en la misma Roma se produjeron numerosos casos de violencia contra sedes y jóvenes católicos. El 29 de mayo, Mussolini comunicaba a todos los prefectos la decisión de disolver las asociaciones juveniles no adscritas al Partido Nacional Fascista o a la Organización Nacional Balilla. Muchos obispos protestaron y el papa se unió a ellos. Otras violencias tuvieron lugar alrededor del 3 de junio. Hubo una especie de encontronazo entre el Nuncio Apostólico y De Vecchi-Grandi. A parte del aspecto formal, de prestigio, Mussolini estaba sin embargo dispuesto a tratar de alcanzar un acuerdo, sustancialmente sin pretender de la Santa Sede cosas que ella no habría podido conceder.

Si se mira bien, más intransigente demostró ser la Santa Sede con el anuncio de la inminente publicación de la Encíclica Non abbiamo bisogno, en la cual el Papa escribía que la Iglesia no podía aceptar “el propósito de monopolizar completamente a la juventud […] en favor totalmente de un partido, de un régimen, sobre la base de una ideología que se resuelve en una auténtica estatolatría pagana, no menos en contraste con los derechos de la familia que con los derechos sobrenaturales de la Iglesia […] una concepción del Estado que […] no es conciliable para un católico con el derecho natural de la familia. No es conciliable con la doctrina católica pretender que la Iglesia, el Papa, deban limitarse a las prácticas externas de religión y que el resto de la educación pertenezca totalmente al Estado”. La Encíclica concluía así: “Nos no hemos querido condenar al partido ni al régimen como tales. Hemos pretendido señalar cuanto, en su programa y en su acción, hemos visto y constatado contrario a la doctrina y a la práctica católica”.

A principios de septiembre se llegó a un acuerdo. Por ello me parece justo distinguir el fascismo régimen y el partido fascista, que en sí no fueron condenados por la Iglesia, de la doctrina fascista sobre la educación de la juventud (reprobada por Pío XI en la Encíclica Divini illius Magistri de 1929), inconciliable con el Derecho natural, según el cual la educación moral de la prole corresponde a la familia y por lo que se refiere a la instrucción intelectual a donde no alcanza la familia corresponde al Estado y, para las cosas espirituales, a la Iglesia, y también de la doctrina fascista sobre las relaciones entre Estado e Iglesia (Encíclica Non abbiamo bisogno de 1931), que no es conciliable con el Derecho Público Eclesiástico, el cual enseña la subordinación del Estado a la Iglesia. Con la crisis del ‘31 se oscurecieron las esperanzas de poder catolizar el fascismo y de servirse de él para la restauración del Estado y de la sociedad en sentido católico.

Hubo una segunda y mucho más grave crisis en 1938. Renzo De Felice escribe que Pío XI “sobre la verdadera causa de la crisis del ‘38, la Acción Católica, mantenía una actitud mucho más intransigente, llegando incluso a dejar entrever a Mussolini la posibilidad de que el fascismo pudiera ser excomulgado. En efecto, el 5 de enero de 1938, Pío XI dio – a través del padre Tacchi Venturi – “un paso extremadamente enérgico contra Mussolini […] al final [de la nota] el discurso se hacía no sólo intransigente, sino claramente amenazante, hasta insinuar […] el arma extrema que le quedaba a la Iglesia si el régimen no cambiaba de rumbo, la excomunión. Mientras que el 28 de julio de 1938, en un discurso dirigido a los alumnos de Propaganda fide, el Papa repitió públicamente la amenaza de excomunión, hecha ya en una nota reservada, el 5 de enero, amonestó diciendo que “había que arremeter contra la Iglesia, no contra la Acción Católica: de otro modo se trata de una hipocresía que quizá cubre la insidia de quien querría atacar a la Acción Católica sin atacar a la Iglesia. ¡No! No es posible: ¡quien hiere a la Acción Católica hiere a la Iglesia […] hiere al Papa […] y quien hiere al Papa muere!”.

De Felice explica: “Si después del paso del 5 de enero Mussolini podía haber alimentado alguna duda sobre la efectiva determinación del Papa de llegar […] a las consecuencias extremas, después de estas palabras ya no podía tener dudas […]. Dos semanas más tarde, el 20 de agosto, Achille Starace, secretario del PNF y Lamberto Vignoli, presidente de la Acción Católica, llegaban al acuerdo.

Conclusión

Después de haber estudiado, a grandes rasgos, el difícil Pontificado del papa Ratti, podemos intentar dar una respuesta a la pregunta inicial: ¿Fue Pío XI un “Papa liberal”?

Ciertamente Pío XI no tuvo la misma intransigencia práctica de Pío X, pero tuvo toda su plenitud doctrinal anti-moderna y anti-modernista. Por tanto, no puede ser definido como “liberal”, sino que se le puede presentar como un Papa íntegramente católico en la doctrina y en los principios de la filosofía política, aunque – dada la situación histórica excepcionalmente difícil de su complejo Pontificado – en alguna ocasión tuvo que ser quizá, especialmente con retrospectiva, demasiado prudente y cauteloso en algunas decisiones concretas que tuvo que tomar (sobre todo en México).

México

Es necesario, sin embargo, tener presente que México es un país muy distante del Vaticano y de no fácil comunicación especialmente en los años veinte. Por tanto, el Papa no podía solo conocer los problemas directa y concretamente y tuvo, por tanto, que dejarse aconsejar por el Episcopado local, una parte del cual (apoyada por el card. Gasparri) era partidaria de un acuerdo con el poder gubernamental y excluía toda forma de resistencia, especialmente armada, contra él. En 1929 hubo acuerdo (violado pronto) entre el gobierno y los cristeros, cuyos jefes, inmediatamente después, fueron masacrados por las tropas gubernamentales. En 1930 el Papa dimitió al card. Gasparri como Secretario de Estado y eligió en su lugar al card. Eugenio Pacelli. El Vaticano protestó y cambió de política, aunque la masacre ya había sucedido. Me parece que esta es la sombra más grande de su Pontificado, aunque no se deba adscribir completamente a su persona.

El 29 de septiembre de 1932, Pío XI publicó la Encíclica Acerba animi para condenar la violación del acuerdo por parte del gobierno mexicano. Como respuesta, el gobierno mexicano pedía, el 4 de octubre, la expulsión del delegado apostólico y Pío XI, dada la pertinacia persecutoria gubernamental, escribió una tercera Encíclica sobre México, la Nos es muy conocida, del 28 de marzo de 1937, en la que hablaba de la licitud de la resistencia armada contra la tiranía y de la licitud del tiranicidio.

El gobierno mexicano, durante 1937, comenzó a modificar su política. Poco a poco se volverán a abrir todas las iglesias y el número de sacerdotes autorizados no sufrirá ya limitaciones. “Esta victoria se debió por una parte a la firmeza demostrada por Pío XI en sus tres Encíclicas, pero también a la resistencia armada y espiritual de los católicos mexicanos, resistencia armada que fue reconocida públicamente por la Iglesia con demasiado retraso” (Y. Chiron, cit. p. 438).

Pío XI promulgó cerca de 30 magníficas Encíclicas, perfectamente ortodoxas y anti-modernistas; tuvo y puso en práctica un espíritu positivo (y no sólo negativo o de condena) de reconquista cristiana activa de la sociedad laicizada entonces, a través de la Realeza social de Cristo; luchó contra la modernidad proponiendo la vuelta al tomismo; protegió a los fieles y a la Iglesia por medio de los Concordatos o pactos jurídicos con casi todos los gobiernos del mundo.

Pío XI no intentó nunca, a diferencia de su Secretario de Estado, el card. Gasparri, romper las relaciones con los cardenales integristas (Rafael Merry del Val, Gaetano De Lai, Willelm Van Rossum) y compartió, al menos en materia doctrinal y a menudo también práctica, sus puntos de vista, como puede constatarse en muchas cuestiones de su Pontificado.

Rusia

Por lo que respecta a su diseño (que era la continuación del de Benedicto XV de 1917), a partir de su elección en 1922, de catolizar Rusia después de la caída del zarismo y de contemplar la posibilidad de llevar a cabo este plan concretamente también con el régimen comunista, que se estaba implantando todavía en Rusia y era contrastado por reductos de resistencia filo-monárquicos, es necesario advertir que apenas un año más tarde, en 1923, Pío XI constató la naturaleza radicalmente antirreligiosa del bolchevismo y del hecho de que su poder se había implantado ya establemente en Rusia, tras haber borrado toda resistencia y, por tanto, rompió toda relación con él.

Italia

En cuanto a las relaciones con Mussolini, Pío XI lo valoró muy positiva y realistamente al principio como el hombre de orden y el liberador de Italia de la revolución socialcomunista. En 1929 estipuló con Mussolini, “al que la Providencia le había hecho encontrar”, un Concordato que “devolvió Dios a Italia e Italia a Dios”, después del largo paréntesis liberal-masónico del Risorgimento. Pío XI estimó (acertadamente) a Mussolini por haber devuelto el orden y la seguridad a Italia, por haber promovido una política socio-económica corporativista (aunque fuertemente estatalista) de elevación de la clase obrera y campesina de la miseria en la que el liberalismo la había hundido, pero – tras una primera crisis en 1931 – a partir de 1937 el Papa tuvo que constatar que la reciente alianza de Italia con Alemania estaba llevando inevitablemente a Mussolini y al Régimen fascista hacia posiciones nuevas tendencialmente paganizantes y estatolátricas y que ya no estaban de acuerdo con la doctrina de la Iglesia.

Alemania

En cuanto al Reich alemán, tras la estipulación del Concordato de 1933, la valoración positiva del anticomunismo alemán y de la reorganización de la Nación alemana semidestruida por la Gran Guerra y por el “Tratado de Versalles”, ya a partir de 1935, Pío XI notó que el neopaganismo de gran parte del partido nacionalsocialista estaba en total contraste con la doctrina católica y fue muy enérgico y tempestivo al condenar estas desviaciones, sin querer condenar a todo el III Reich como el “Mal absoluto”. Por tanto, se llegó al a contraposición radical en 1937 con la promulgación de la Encíclia Mit brennender Sorge y en mayo de 1938 con el retirarse del Papa a Castel Gandolfo con ocasión de la visita de Hitler a Roma: se llegó a la ruptura práctica de las relaciones con el Reich.

Se debe advertir que en 1938 el poder de Hitler en Europa era enorme y que en ese momento Italia era aliada de Alemania. Por ello la conducta de Pío XI fue muy firme y valiente no sólo desde el punto de vista de los principios, sino también desde el punto de vista práctico a diferencia de cómo se había comportado en México, un País muy distante del Vaticano que no podía ser conocido directamente por el Papa especialmente en aquellos tiempos.

España

En España, Pío XI, aun apoyando al Episcopado ibérico, que desde 1936 había tomado partido por el general Franco y había condenado a las milicias republicanas por las masacres del clero, el Papa esperó hasta el principio de 1939 para aprobar oficialmente a Franco, alrededor de 10 meses antes de su victoria. Quizá también aquí hubo un exceso de prudencia en cuanto al campo por el cual tomar partido y no en cuanto a la condena (que fue inmediata) del horror comunista, el cual sembró “con satánica preparación” el terror en España.

La Acción Católica

Además, Pío XI es llamado el Papa de la Acción Católica. Algunos reputan, equivocadamente y sin conocimiento de causa, a la Acción Católica en sí misma intrínsecamente liberal y modernista. En cambio, es necesario especificar que la Acción Católica no nació con Pío XI, sino que es la «denominación moderna del apostolado de los laicos, que es tan antiguo como el Cristianismo. Como apostolado organizado y subordinado a la Jerarquía Eclesiástica, la Acción Católica surgió en varias naciones de Europa durante el siglo XIX y tuvo su primer gran afirmación oficial en 1863, bajo Pío IX. […] A través de desarrollos y crisis la organización llega al pontificado de Pío XI y bajo él la Acción Católica alcanza una estructura organizativa compacta en Italia y fuera de ella. […] El aspecto teológico de la Acción Católica es definido como la ‘participación’  de los laicos al apostolado jerárquico de la Iglesia. […] La relación de la Acción Católica con la Jerarquía es de subordinación, semejante a la relación de causa instrumental libre, a la causa principal (Jerarquía); o a una relación de analogía, por la cual el apostolado en sentido auténtico y propio reside en la Jerarquía, mientras que en la Acción Católica existiría sólo por analogía de atribución.

La Realeza social de Cristo

Para concluir, el Pontificado de Pío XI debe ser leído a la luz de su lema “Pax Christi in Regno Christi”, que es el complemento del de San Pío X “Instaurare omnia in Christo”, o sea, no es necesario sólo “restaurar todas las cosas en Cristo” sino que es necesario “devolver la paz al mundo gracias a la Realeza social de Cristo”. Su lema nos hace ya comprender que sustancialmente el Pontificado de Pío XI no es diferente doctrinalmente al de Pío X, aunque en cuanto a la manera de actuar existen entre ellos diferencias debidas a sus distinta personalidades.

Ciertamente Pío XI, aun no habiendo tenido la misma intransigencia de Pío X en toda ocasión en el actuar práctico, tuvo su misma fe y su misma moral, las enseñó claramente y tuvo que afrontar otros graves peligros, que no se habían asomado todavía a la escena de este mundo durante el Pontificado del papa Sarto, el cual tuvo que combatir contra un único y gravísimo mal: el modernismo, y pudo hacerlo empleando todas sus fuerzas contra este pulpo monstruoso de mil tentáculos.

La primera Encíclica del papa Ratti tiene ya en sí la idea que será afrontada, enseñada y aplicada en la Liturgia (Fiesta litúrgica de Cristo Rey, 1926) de la Realeza social no sólo individual y espiritual, sino también política y temporal de Cristo y de Su Iglesia sobre el mundo entero, que es una criatura de Dios (Encíclica Quas primas, 11 de diciembre de 1925).

Los Concordatos

Ciertamente Pío XI fue el Papa de los Concordatos, pero esto no significa que fuera un político, que da a la diplomacia el primado sobre la doctrina y la moral. El, aplicando su lema “La Paz de Cristo en el Reino de Cristo” en materia concordataria, quería garantizar a la Iglesia una positiva base jurídica como defensa para el futuro y sobre todo deseaba que los Estados modernos renunciaran al separatismo liberal y laicista de la Iglesia, poniendo el derecho natural y cristiano como base de su ordenamiento legislativo. Es necesario, por tanto, tener muy claro que, ante todo, Pío XI tenía en mente la defensa y si era posible el triunfo de los intereses espirituales de la Iglesia. El Concordato, en efecto, no es un acuerdo político o una especie de acomodamiento ideológico, en el que se sacrifican los principios a las comodidades temporales y jurídicas, sino que es el comienzo hacia un retorno a la aplicación práctica del Derecho Público Eclesiástico acerca de las relaciones entre Estado e Iglesia, según el cual esta última tiene un poder indirecto también en las cuestiones temporales rationi peccati para no permitir que se impida al Evangelio penetrar en la vida pública.

Leo

SÍ SÍ NO NO
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Mateo 5,37: "Que vuestro modo de hablar sea sí sí no no, porque todo lo demás viene del maligno". Artículos del quincenal italiano sí sí no no, publicación pionera antimodernista italiana muy conocida en círculos vaticanos. Por política editorial no se permiten comentarios y los artículos van bajo pseudónimo: "No mires quién lo dice, sino atiende a lo que dice" (Kempis, imitación de Cristo)

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