El pontificado del papa Ratti

Mirada de conjunto

Después de haber respondido, en un artículo precedente, a las objeciones específicas presentadas contra Benedicto XV (1854-1922) y Pío XI (1857-1939) de ser “Papas liberales” y también “bolcheviques”, en este artículo intentamos estudiar, en general y a grandes rasgos, el no fácil Pontificado del papa Ratti (6 de febrero de 1922 – 10 de febrero de 1939).

En particular se puede introducir ya una breve respuesta a las objeciones enumeradas, que serán afrontadas en profundidad en la segunda y tercera partes del artículo: Pío XI no fue un Papa liberal ni modernista (ni mucho menos bolchevique). En común con León XIII tuvo: 1º) su profundidad doctrinal y magisterial con 30 magníficas Encíclicas, perfectamente ortodoxas  y antiliberales-modernistas-bolcheviques promulgadas en 17 años; 2º) su espíritu positivo (y no sólo negativo o de condena) de reconquista cristiana de la sociedad laicizada; 3º) su ataque a la modernidad gracias a la vuelta al tomismo, del que era un profundo conocedor; 4º) garantizar a los fieles y a la Iglesia, que había sido aislada políticamente por los gobiernos liberal-masónicos durante el Pontificado del papa Mastai-Ferretti (1846-1878), a través de Concordatos o pactos jurídicos con casi todos los gobiernos.

Pío XI no tuvo la misma intransigencia práctica de Pío X, pero mantuvo toda la plenitud doctrinal anti-moderna. Por tanto, no se le puede definir como “liberal”, sino que se le puede presentar como un Papa íntegramente católico en la doctrina y en la política, aunque por la situación histórica de su Pontificado y debido a la influencia no siempre positiva del card. Gasparri, alguna vez fue llevado a engaño en algunas decisiones prácticas que tuvo que tomar, que no dañan, sin embargo, la integridad doctrinal, sino sólo la prudencia de algunas decisiones al respecto de hechos históricos, en los que los principios doctrinales universales válidos e íntegramente católicos se aplicaron no siempre de manera feliz en la práctica: “errare humanum est”.

Yves Chiron escribe acertadamente: “Si el card. Gasparri, principal artífice de la disolución del Sodalitium Pianum, era uno de los mayores representantes de los conciliadores, Pío XI no pretendía romper las relaciones con los cardenales integristas (Rafael Merry del Val, Gaetano De Lai, Willelm Van Rossum) y compartía, al menos en materia doctrinal, sus puntos de vista, como puede constatarse en muchas cuestiones de su Pontificado”. Añadimos que se ha hablado a menudo e injustamente del liberalismo del card. Rampolla, mientras que se debería estudiar con profundidad la figura del card. Gasparri, que tenía realmente tendencias liberales, modernizadoras y que influenció no siempre positivamente la política de Benedicto XV y de Pío XI, el cual le hará dimitir de su cargo en 1930 y se servirá durante los últimos 9 años de su reinado del card. Pacelli.

El bolchevismo

El Pontificado de Pío XI comienza cuando en Rusia se implanta establemente el régimen comunista. Benedicto XV, en 1917, a la caída del régimen zarista, había querido establecer contactos con el nuevo “gobierno provisional” para recomponer el cisma de la ortodoxia rusa. En 1921 había hecho enviar ingentes ayudas humanitarias a Rusia, flagelada por la carestía. Parecía que para el catolicismo se abría la puerta de la evangelización de Rusia, cerrada por el sistema cesaropapista de los zares, del cual la confesión ortodoxa era fuertemente dependiente.

Pío XI prosigue en la misma política del papa Della Chiesa hacia Rusia. No advierte inmediatamente que el comunismo soviético, cercano ya al final victorioso de la guerra civil contra los militares que permanecieron fieles al zar, es un fenómeno estable y destinado a gobernar todavía durante setenta años. Piensa, como su predecesor, que el bolchevismo está destinado a pasar rápidamente y, por tanto, considera que la evangelización y la conversión de Rusia son realizables e inminentes. Sólo en 1923 constata la naturaleza radicalmente antirreligiosa del bolchevismo y el hecho de que su poder se ha implantado ya establemente en Rusia y, en consecuencia, rompe toda relación con él.

Esta inexacta valoración suya de un fenómeno todavía en desarrollo es humanamente posible, comprensible y excusable, pero le ha costado la acusación de “Papa bolchevique”, pero, como hemos visto, ella no se corresponde a la realidad. Pío XI es el primer Papa que escribe una Encíclica entera contra el comunismo, que ya había sido fulminado en passant por Pío IX (Qui pluribus, 1846) y por León XIII (Quod apostolici muneris, 1878): es la Divini Redemptoris misssio (19 de marzo de 1937).

El fascismo y el nacionalsocialismo

Además, en Italia y precisamente en Roma, el 28 de octubre de 1922, Musolini toma el poder. Pío XI, al inicio, lo valora muy positivamente como el hombre de orden y el liberador de Italia de la revolución socialcomunista, que iba a arrollar la Península después de la Gran Guerra. En  1929 estipula con Musolini un Concordato – cuyo camino había comenzado bajo Benedicto XV, pero que había sido rechazado netamente por la casa de Saboya –, Concordato que “devolvió a Dios a Italia y a Italia a Dios” (Pío XI) después del largo paréntesis liberal-masónico del Risorgimento.

Pío XI estima a Mussolini por haber devuelto el orden y la seguridad a Italia, por haber promovido una política socio-económica corporativista (aunque fuertemente estatalista, en detrimento de los cuerpos intermedios) de elevación de la clase obrera y campesina más pobre por la miseria en la que el liberalismo lo había hundido, pero – después de una primera crisis entre el Régimen y el Vaticano en 1931 – a partir de 1937, el Papa debe constatar que la reciente alianza de Italia con Alemania está llevando inevitablemente a Mussolini y al Régimen hacia nuevas posiciones, no vinculadas ya con la doctrina de la Iglesia.

Pío XI debe por ello afrontar, en los últimos años de su Pontificado, las concepciones ideológicas neopaganas del partido nacionalsocialista alemán. Hay quien le ha criticado también de connivencia con el nacionalsocialismo, pero, como veremos, no es así. El papa Ratti supo distinguir lo que había de naturalmente santo en el gobierno alemán del III Reich de las desviaciones neopaganas del partido nacionalsocialista y especialmente de algunos elementos suyos más extremistas.

La guerra civil española

En España, de 1936 a 1939, se desarrolla una sangrienta guerra civil urdida por la masonería judeo-comunista, que se lanza con odio satánico contra todo lo religioso que encuentra ante sí. Pío XI deberá intervenir también en esta tristísima y difícil coyuntura, que de española se había convertido en internacional y era la prueba general de una Segunda Guerra Mundial. En efecto, la URSS, junto a Francia y con el beneplácito de Inglaterra, había apoyado a la izquierda española e Italia con Alemania había apoyado a la derecha nacionalista capitaneada por el general Francisco Franco.

El martirio de los Cristeros mexicanos

En México, a partir de 1925, el gobierno masónico persigue a la religión católica y la reprime cruelmente. Pío XI apoya a los católicos, llamados “Cristeros” (a partir de su lema: “¡Viva Cristo Rey!”), que se rebelan contra el gobierno tiránico, pero finalmente el Pontífice se fía, aconsejado por algunos Obispos mejicanos, de las promesas del gobierno e invita a los Cristeros a deponer las armas, esperando llevar la paz al País, hundido en una sangrienta guerra civil muy similar a la española. El gobierno, sin embargo, no mantiene la palabra dada y masacra a los Cristeros. Algunos critican la decisión de Pío XI y le acusan de connivencia con la masonería y el liberalismo mexicano. Estudiaremos también esta cuestión. Sin embargo, en esta ocasión, Pío XI cambia al Secretario de Estado, despidiendo al card. Pietro Gasparri (†1934), que realmente era de tendencias filo-liberales y asume a su puesto al card. Eugenio Pacelli, el futuro Pío XII (1939-1958).

Como se ve, el Pontificado de Pío XI no fue para nada fácil y el papa Ratti lo afrontó y superó bien, aunque con algunos errores prácticos, los cuales son congénitos en el ser humano, que incluso el Papa tiene, aun siendo el Vicario de Cristo, sumo oficio, pero que no le quita la fragilidad de la naturaleza humana herida por el pecado original.

Sombras pasajeras sobre el joven Ratti

El 20 de diciembre de 1879, don Achille Ratti fue ordenado sacerdote en la basílica de San Juan de Letrán. En su juventud sacerdotal se encuentra una pequeña “sombra”, sin embargo inmediatamente disipada. En 1888, don Ratti, profesor de teología en el Seminario de Milán, daba clases sobre las Encíclicas papales. Estudió y expuso la Quanta cura y el Syllabus de Pío IX (1864) y estos temas demuestran el espíritu y la doctrina antiliberal e intransigente de don Ratti, pero escribió una carta llena de admiración por Antonio Rosmini (1797-1855), que había sido condenado ya el 30 de mayo de 1849 por algunas tesis políticas filorisorgimentales. Sin embargo, don Ratti deseaba su canonización como sacerdote ejemplar a continuación del Dimittantur de sus demás obras (“sean retiradas del examen o no prohibidas”) del 3 de julio de 1884. Sin embargo, exactamente 15 días después de la carta de don Ratti, el Santo Oficio promulgaba la condena datada el 14 de diciembre de 1887.

Don Ratti renunció, entonces, a visitar en Stresa la Casa madre de los Rosminianos, en donde yacía el cuerpo del fundador. Es un hecho cierto que la formación filosófico-teológica de don Ratti no fue contaminada de rosminianismo, sino enteramente tomista: aun de Papa, él leía cada día un artículo de la Suma Teológica del Aquinate para mantenerse bien entrenado en teología y en 1923 escribió una Encíclica entera sobre Santo Tomás como patrón de los estudios católicos titulada Studiorum Ducem. Es comprensible un entusiasmo juvenil, después del Dimittantur, por la figura espiritual de Rosmini, sin la aceptación de los errores filosóficos condenados en sus obras póstumas.

En Milán, siendo capellan de las “Hermanas del Cenáculo”, fundadas por Santa María Teresa Couderc, entró en contacto con muchas familias ilustres de la ciudad lombarda. Una debe ser señalada en particular: la familia Gallarati Scotti, que era de tendencia intransigente y seguía la línea integrista de don Davide Albertario, el fundador de L’Osservatore Cattolico. Sin embargo, uno de sus descendientes, Tommaso, con quien don Achille había entablado amistad, se hizo filo-modernista y después, con la publicación de la Vita di Fogazzaro, célebre líder del modernismo italiano condenado por San Pío X, don Ratti entró en contraste con él. En 1904 le escribió una larga carta después de que Tommaso hubiera pronunciado una conferencia favorable a Mazzini, reprochándole “haber ofendido a Dios en su Iglesia”, manteniendo, sin embargo, aún un cierto vínculo con él. Cuando este, en 1907, fundó la revista Il Rinnovamento, don Achille fue encargado por el Arzobispo de Milán, Mons. Ferrari, de convencerlo de interrumpir la publicación de su revista, pero cuando Tommaso Gallarati Scotti dio evasivas y fue excomulgado el 24 de diciembre, su amistad terminó definitivamente.

El joven don Ratti entró en 1889 en la biblioteca Ambrosiana de Milán y en 1907 fue nombrado su Prefecto, después vice-precepto en 1911 y prefecto de la Vaticana en 1914, finalmente, en 1919, fue consagrado Obispo y enviado como Nuncio Apostólico a Polonia. En 1921, a la muerte del Arzobispo de Milán, el card. Ferrari, Benedicto XV lo llamó de Polonia y el 13 de junio lo nombró Arzobispo de Milán y lo creó cardenal algunos días después. Cerca de un año y medio después (el 22 de enero de 1922) moría Benedicto XV y el card. Ratti fue elegido Papa el 6 de febrero de 1922.

El Cónclave comenzó el 2 de febrero: el card. Rafael Merry del Val, líder de los intransigentes, obtuvo 12 votos pero, cuando renunció a la carrera, los votos de los intransigentes cayeron sobre el card. Pietro La Fontaine, Arzobispo de Venecia, que llegó a los 23 votos, mientras que Achille Ratti comenzó a pasar de los 5 votos iniciales a 24 y 27; el 6 de febrero obtuvo 42 votos y quiso llamarse Pío XI en recuerdo de Pío IX y Pío X. Después eligió como Secretario de Estado al card. Pietro Gasparri, que había sido Secretario de Estado de Benedicto XV, porque había muchos Concordatos todavía que ultimar y Gasparri había sido su iniciador.

La confirmación de Gasparri fue juzgada negativamente por los cardenales intransigentes (Gaetano De Lai y Rafael Merry del Val) que le reprocharon un cierto nepotismo y la influencia no positiva que había ejercido sobre Benedicto XV. A posteriori la cuestión de los Cristeros mexicanos y la declaración de Gasparri contra la Beatificación de Pío X dan la razón a los dos cardenales, De Lai y Rafael Merry del Val. Además, en 1930, el mismo Pío XI dimitió a Gasparri y tomó en su lugar a Pacelli hasta 1939, año de su muerte.

El programa de Pío XI

El lema de Pío XI era “Pax Christi in Regno Christi”. Era el complemento del de San Pío X “Instaurare omnia in Christo”, o sea no es necesario solamente “restaurar todas las cosas en Cristo”, sino que es necesario “devolver la paz al mundo gracias a la Realeza social de Cristo”. Su lema nos hace comprender ya que sustancialmente el Pontificado de Pío XI no es distinto doctrinalmente al de Pío X, aunque accidentalmente y en cuanto al modo de actuar existen entre ellos diferencias debidas a sus diferentes personalidades. En efecto, el individuo es “indiviso en sí y distinto de todo otro individuo” (Aristóteles/Santo Tomás de Aquino). Por tanto, Achille Ratti es distinto y diferente a Giuseppe Sarto y aun teniendo la misma naturaleza humana, la misma fe, moral y doctrina, actúan política o socialmente de manera accidentalmente diferente, lo que es humano y signo de aquella sana unidad en la diversidad que forma la armonía, que es muy diferente de la plana uniformidad de las sectas. “En la Casa del Señor hay muchas estancias” (Jn., XIV, 2).

Su primera Encíclica es la Ubi arcano Dei del 23 de diciembre de 1922, alrededor de un año después de su elección canónica. En ella, el Papa ante todo expresa su proyecto positivo de restablecer el Reino social de Cristo en el individuo, en la familia y en el Estado y después denuncia los dos graves errores contemporáneos a su Pontificado: 1º) la lucha de clases fomentada por el odio de clase marxista; 2º) los conflictos de los “partidos” políticos y sociales, degeneración demagógica y sectaria o de “parte” fomentada por la democracia moderna.

El juicio del papa Ratti sobre el mundo contemporáneo a él es muy pesimista, no es “el profeta del optimismo” roncalliano, que condena a los “profetas de desgracias”, los cuales, enviados directamente por Dios desde el Antiguo Testamento frente a los males contemporáneos elevaron la voz para llamar a los pueblos a su deber hacia Dios y a abandonar los caminos del mal, causantes de castigos y desgracias.

Si con Juan XXIII asisitimos a la inversión de lo que fue el modo de actuar de Dios y de los profetas enviados por El, con Francisco I asistimos incluso al vuelco de los valores y de los Mandamientos enseñados por Dios, que son constantemente abrogados para ser remplazados por los vicios a ellos opuestos, presentados como virtudes (divorcio, eutanasia, homosexualidad, convivencia, presunción de salvarse sin mérito o incluso por demérito…).

Ciertamente Pío XI, aun no habiendo tenido la misma firmeza e intransigencia de Pío X en el actuar práctico y en toda ocasión, tuvo su misma fe y su misma moral, las enseñó claramente y tuvo que enfrentarse a otros graves peligros, que todavía no se habían asomado a la escena de este mundo durante el Pontificado del papa Sarto, el cual tuvo que combatir contra un único y gravísimo mal: el modernismo, y pudo emplear todas sus fuerzas contra esta prueba monstruosa de mil tentáculos.

Si se quiere buscarle las tres patas al gato (como hacen los que critican a León XIII, a Benedicto XV y en particular a Pío XI) sin tener en cuenta todos los males que se presentaron sobre todo a Pío XI, se podría decir que Pío X no combatió la masonería y el judaísmo talmúdico con la misma vehemencia de León XIII y de Pío IX y quitó prácticamente el non expedit del papa Mastai, pero esto no quiere decir que el papa Sarto haya sido un liberal respecto a Pío IX o incluso un modernista, aunque algún académico lo haya escrito.

Como se ve, la primera Encíclica de Pío XI, que contiene el programa del Pontificado de todo Papa, tiene en sí misma el concepto que será afrontado, enseñado y aplicado en la Liturgia (Fiesta litúrgica de Cristo Rey, 1926) de la Realeza social sobre el mundo entero, que es una criatura de Dios (Encíclica Quas primas, 11 de diciembre de 1925). Tres años más tarde, Pío XI publicará una Encíclica sobre el Sagrado Corazón (Miserentissimus Redemptor, 8 de mayo de 1928), que retoma el concepto del culto al Sagrado Corazón de Jesús como nuevo lábaro constantiniano para derrotar al neopaganismo liberal, laicista y separatista del Estado de la Iglesia y restaurar la Cristiandad, en la cual la filosofía del Evangelio informa el Estado, concepto expresado ya por León XIII en 1899 en su Encíclica Annum Sacrum.

Finalidad de los Concordatos

Ciertamente Pío XI fue el Papa de los Concordatos, pero esto no significa que fuera un puro político, que dio a la diplomacia el primado sobre la doctrina y la moral, como alguien ha intentado hacer creer. ¡No! El, aplicando su lema “La Paz de Cristo en el Reino de Cristo” en materia concordataria, quería proteger jurídicamente a la Iglesia dándole una base jurídica positiva como defensa para el futuro y sobre todo deseaba que los Estados modernos renunciaran al separatismo de la Iglesia, poniendo el derecho natural y cristiano a la base de su ordenamiento legislativo. Sólo en España, en Irlanda y en Portugal dicho fin último fue alcanzado plenamente, sin embargo, en los demás Países, el Concordato protegió al menos a los católicos y a la Iglesia de las prepotencias del poder político a través del acuerdo sobre los derechos y los deberes entre el Estado y la Iglesia. Es necesario, sin embargo, tener bien claro en el pensamiento que Pío XI, antes que nada, tenía en mente la defensa y, si era posible, el triunfo de los intereses espirituales de la Iglesia. El Concordato, en efecto, no es un acuerdo político o una especie de acomodación ideológica, en la que se sacrifican los principios en función de las comodidades temporales y jurídicas, sino el comienzo de una vuelta a la aplicación práctica del derecho público eclesiástico en las relaciones entre el Estado y la Iglesia, según el cual esta última tiene también un poder indirecto en las cuestiones temporales ratione peccati para no permitir que se impida al Evangelio penetrar en la vida pública.

La condena del falso ecumenismo

El card. Mercier, Arzobispo de Malinas en Bélgica, junto a su vicario Mons. Van Roey, patrocinaba “Conversaciones” privadas y discretas entre católicos y anglicanos, comenzadas en 1921 por iniciativa del religioso lazarista p. Portal y de lord Halifax.

Pío XI, en un primer momento, no desanimó dichos encuentros, pero quería que siguieran siendo privados y que no fueran transformados en “Conferencias oficiales”. El Arzobispo anglicano de Canterbury quedó muy defraudado por la frialdad de Roma. Sin embargo, en Malinas tuvieron lugar otras dos reuniones en 1923 y, después de la tercera “Conversación privada”, el Arzobispo anglicano de Carterbury hizo pública la noticia. También el card. Mercier, el 18 de enero de 1924, envió a su clero una carta pastoral dedicada a las “Conversaciones de Malinas”. Pío XI, el 30 de enero, hizo notificar al card. Mercier que no veía ni su necesidad ni su oportunidad porque los encuentros de Malinas debían ser “Conversaciones privadas” y no “Conversaciones oficiales”. En el Consistorio secreto del 24 de marzo de 1924, el papa Ratti precisó su opinión sobre las relaciones con los acatólicos: “Son almas que a Nos y a esta Santa Sede Apostólica vuelven de la herejía y del cisma como ovejas perdidas y privadas de pastores, que desean con nostalgia la vuelta al antiguo redil y Nosotros les abrimos los brazos y el corazón”.

La concepción de la unidad de la Iglesia de Pío XI es clarísima y es la enseñada siempre hasta el “pan-ecumenismo” del Concilio Vaticano II: los no católicos, cismáticos o también herejes, deben retornar a la única Iglesia de Cristo, que es la romana, fundada sobre Pedro, renunciando a todos sus errores. También aquí se ve la doctrina y la práctica íntegramente católicas y antimodernistas de Pío XI, mientras que el card. Mercier utilizaba métodos y tenía doctrinas irenistas que “irritaban la intransigencia de Pío XI”.

En 1926 murieron el card. Mercier y el p. Portal. Bajo el gobierno del card. Van Roey, sucesor de Mercier, al cual Pío XI escribió una carta para comunicarle que las Conversaciones con los anglicanos debían cesar, terminaron los encuentros de Malinas.

A partir de la experiencia de Malinas, Pío XI pasó a la condena explícita de toda forma de “ecumenismo” entonces naciente. En efecto, en Estocolmo tuvo lugar, del 19 al 29 de agosto de 1925, la primera “Conferencia ecuménica mundial”. La Santa Sede se negó a toda participación oficial, antes bien, La Civiltà Cattolica de febrero de 1926, en un artículo titulado “Confusioni da evitare” [Confusiones que deben ser evitadas, ndt], condenó, por orden del Papa, el falso ecumenismo con los acatólicos y propugnó, según la doctrina tradicional, la “vuelta de los disidentes a la Iglesia romana”, repudiando la expresión inexacta y teológicamente errónea “unión de las Iglesias”. También el entonces joven teólogo suizo y después cardenal Charles Journet, escribió tres largos artículos en la revista Nova et Vetera para condenar “esta subespecie de sindicato de las iglesias no católicas y su concesionismo ecumenista”.

Pío XI, no contento con tantas condenas, insistió en enero del año siguiente pidiendo formalmente que no se usara la expresión equívoca de “Iglesias separadas” para designar a las comunidades o confesiones acatólicas, que son “comunidades disidentes y separadas de la Iglesia de Cristo, mientras que la verdadera unidad significa la reunión o la vuelta de los grupos separados a la única verdadera Iglesia de Cristo” (Alocución del 8 de enero de 1927). Además, el Santo Oficio (8 de julio de 1927) prohibió a los católicos asistir o dar ninguna contribución a las asambleas que hablan indistintamente de “unión de todos los cristianos”. Finalmente, el papa escribió la Encíclica Mortalium animos (6 de enero de 1928) en la que define que “la única posible unión entre los cristianos es la vuelta de los disidentes a la única verdadera Iglesia de Cristo”. Según Pío XI, no existen “iglesias separadas”, sino sólo “Cristianos separados de la Iglesia” y, mientras que el ecumenismo liberal consiste en la abundancia del filantropismo en prejuicio de la doctrina, el catolicismo integral consiste en el rigor de la doctrina y en la abundancia de la caridad en la verdad.

La doctrina social

El papa Ratti, en una Alocución a la Acción Católica de Roma (19 de abril de 1931), enseña: “Hasta que la cuestión social y el problema del trabajo no sean una pura cuestión material, económica, o, como se dice también, de estómago y de digestión, sino una cuestión humana que conlleva la dignidad, la conciencia humana y la moral, una cuestión por tanto ante todo moral, la Iglesia no sólo no podrá negarse, sino que no podrá dispensarse de ir en auxilio de todos” (Discorsi di Pio XI, Città del Vaticano, LEV, 1985, vol. II, pp. 522 ss.).

También en 1931, con ocasión de los 40 años de la Encíclica Rerum novarum (15 de mayo de 1891) de León XIII, Pío XI promulga la Encíclica Quadragesimo anno (15 de mayo de 1931). El papa Ratti profundiza el tema social tratado por León XIII reafirmando (contra el socialismo) el derecho a la propiedad privada; los deberes del Estado de acudir a los necesitados según el principio de la subsidiariedad (contra el liberalismo) y el deber de los dadores de trabajo de dar un sueldo justo a los obreros; finalmente la necesidad de la vuelta a las corporaciones (entendidas como cuerpos intermedios entre el individuo y el Estado) para devolver la armonía y la unión de las clases, a través de la virtud sobrenatural de la caridad. Pío XI añade a los temas tratados por el papa León XIII la perspectiva de la instauración de la sociedad cristiana tras haber resuelto la cuestión del mundo del trabajo. El papa Ratti confuta la utopía marxista de una sociedad sin clases e intenta remediar las debilidades del individualismo liberal y super-capitalista. El Papa insiste mucho en el corporativismo como remedio al antagonismo de las clases producido por la revolución industrial liberal en el siglo XIX y por la revolución política comunista en el siglo XX. Retoma la idea fundamental de su primera Encíclica Ubi arcano de 1923 “La Paz de Cristo en el Reino de Cristo” y la desarrolla en el campo económicó-político a la luz de la Realeza social de Cristo (Encíclica Quas primas, 1925). Yves Chiron comenta: “El integrismo de Pío XI subordina, una vez más, la completa solución de los problemas sociales a la recristianización de la sociedad” (op. cit., p. 251). En Italia, el corporativismo era uno de las piedras angulares de la política del régimen fascista, pero estatalista, y esto, a los ojos del Papa, era un límite para el verdadero corporativismo, el cual debía ayudar al ciudadano a defenderse del colectivismo totalitarista marxista y del super-capitalismo individualista liberal, que elimina toda asistencia estatal en el campo económico-social. En cambio, en el Portugal de Antonio Salazar, en la España de Francisco Franco, en la Irlanda de Eamon De Valera y en la Austria de Dollfuss el corporativismo fue aplicado como el Papa había enseñado.

Leo

(fin de la primera parte)

[Traducido por Marianus el eremita.]

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Mateo 5,37: "Que vuestro modo de hablar sea sí sí no no, porque todo lo demás viene del maligno". Artículos del quincenal italiano sí sí no no, publicación pionera antimodernista italiana muy conocida en círculos vaticanos. Por política editorial no se permiten comentarios y los artículos van bajo pseudónimo: "No mires quién lo dice, sino atiende a lo que dice" (Kempis, imitación de Cristo)

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