Hoy me gustaría hablar de una importante costumbre cristiana: la adoración del Santísimo Sacramento. En el Santísimo Sacramento está presente Jesucristo en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. Lo adoramos en la Santa Misa, cuyo momento central es el de la transustanciación, en la que el sacerdote pronuncia las palabras que transforman el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Jesús. En el sacramento de la Eucaristía el Cuerpo y la Sangre de Jesús están verdaderamente presentes, de forma real y sustancial.
La devoción al Santísimo Sacramento es impuesta a todos los fieles en la Sagrada Comunión que se recibe durante la Misa. Se entiende por Santísimo Sacramento las especies eucarísticas que se conservan en el tabernáculo después de la celebración del Sacrificio de la Misa. La Santísima Eucaristía también puede exponerse fuera del Sagrario después de la Misa, por ejemplo en las Cuarenta Horas, que consisten en la exposición del Santísimo Sacramento a los fieles durante dicha cantidad de horas consecutivas. Generalmente se suele hacer al principio de la Cuaresma.
Pero la adoración eucarística se puede hacer igualmente en cualquier momento del año, incluso todos los días. Los párrocos más devotos y fervorosos tienen por costumbre celebrar por la tarde en sus parroquias la adoración al Santísimo, que en muchas casos dura una hora y termina con una bendición solemne. Las órdenes y congregaciones religiosas dedicadas a la adoración del Santísimo son innumerables. Sin ir más lejos, en el centro de Roma hay una iglesia de los sacramentinos, instituto religioso fundado en 1856 por San Julián Eymard, cuya sepultura se encuentra en dicho templo. En esa iglesia hay adoración perpetua del Santísimo Sacramento.
A Jesús se lo puede adorar en la exposición solemne del Santísimo, pero también lo podemos adorar en silencio todos los días, en cualquier iglesia, ante los frecuentemente abandonados tabernáculos que contienen las especies eucarísticas. Y podemos adorarlo también en nuestro corazón, en cualquier momento del día, en lo que sería una adoración perpetua al Santísimo Sacramento. Al adorar al Santísimo adoramos a Jesucristo en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, pero también adoramos al propio Dios. Es más, la Hostia, como afirma el padre Faber, «es también imagen de la inmensidad de Dios. Por su inmensidad, Dios está presente en todo el mundo: Jesús está en toda Hostia, Dios está entero en todo rincón del mundo, Jesús en cada fragmento de Hostia» (Il Santo Sacramento, Marietti, Turín-Roma 1922, p. 36).
El mensaje de Fátima nos evoca la necesidad de adorar para reparar los pecados del mundo.
En 1916, antes de las apariciones de la Virgen, a los tres pastorcitos de Fátima, Lucía, Francisco y Jacinta, se les apareció tres veces el Ángel de Portugal o Ángel de la Paz. En la tercera aparición, que tuvo lugar en una localidad llamada Cabeço, junto a la casa de los padres de Lucía. Los tres pastorcillos vieron al ángel con un cáliz en la mano izquierda sobre el que estaba suspendida una Hostia de la caían algunas gotas de sangre sobre el cáliz. El ángel dejó el cáliz y la Hostia suspendidos en el aire, se postró en tierra junto a los niños y repitió por tres veces la siguiente oración: «Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo te adoro profundamente y te ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los Sagrarios del mundo, en reparación de los ultrajes con los que Él es ofendido. Por los méritos infinitos del Sagrado Corazón de Jesús y del Inmaculado Corazón de María, te pido la conversión de los pobres pecadores».
Luego, se puso de pie, y retomando el cáliz y la Hostia, dio de comulgar a Lucía, Jacinta y Francisco mientras les decía: «Tomad y bebed el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, terriblemente ultrajado por los hombres ingratos. Reparad sus faltas y consolad a vuestro Dios».
De esta milagrosa manera celebraron los niños su primera comunión.
Seguidamente, el ángel se postró en tierra y repitió junto con los tres zagales la misma oración a la Santísima Trinidad, y desapareció. La hermana Lucía comenta al respecto: «Arrastrados por la fuerza sobrenatural que nos envolvía, imitábamos al ángel en todo: nos arrodillamos también y rezamos la misma oración. La fuerza de la presencia de Dios era tan intensa que nos absorbía y embargaba casi por completo».
En las apariciones del ángel no se da la ternura que caracteriza a las de la Virgen; domina la seriedad y casi diríamos severidad. Al postrarse en tierra el ángel nos recuerda que la criatura es nada y Dios es todo, el único Dios verdadero, el Dios en tres Personas. El misterio de la Trinidad es el primero y más grande de la religión cristiana, y no es posible acercarse a él sin postrarse en tierra. El ángel recuerda igualmente que Jesucristo está presente y debe ser adorado en todos los sagrarios del mundo en reparación por los pecados de la humanidad. Explica que los sacratísimos corazones de Jesús y María están inseparablemente unidos y han de triunfar sobre el pecado. La gloria de Dios es ofendida, se pierden las almas, y es necesario que reparemos mediante oraciones y sacrificios. El eje de nuestras oraciones deben ser la salvación de las almas y la gloria de Dios.
La oración del ángel es más que un compendio de teología; presenta un amplio panorama teológico de la historia, porque nos dice que vivimos en una época –y mucho más hoy que en 1917– en la que Dios es ofendido, su ley es vulnerada y sus fieles perseguidos, pero que con la ayuda de Dios y de su santísima Madre (las columnas de la Eucaristía en el célebre sueño de San Juan Bosco) la Iglesia triunfará. La oración del ángel a la Trinidad hay que repetirla a diario, pero lo más importante es participar de su espíritu de adoración. ¿Y qué mejor manera de hacerlo que de rodillas, a los pies del Sagrario?
(Traducido por Bruno de la Inmaculada)