“Porque soy bueno”

I. El tiempo litúrgico de “Septuagésima” nace históricamente por el deseo de completar los días de ayuno cuaresmal y se estructura en torno a tres domingos, el primero de los cuales se llama propiamente “Dominica in Septuagésima” y los dos siguientes reciben el nombre de “Sexagésima” y “Quincuagésima”. Estos nombres expresan mera relación numérica con la palabra “Cuadragésima” de la que se deriva la palabra española “Cuaresma” y que designa la serie de cuarenta días que hay que recorrer para llegar a la solemnidad de la Pascua[1].

Lo más característico de las celebraciones litúrgicas es la supresión del “Aleluya”, tanto en las antífonas del oficio como en la Misa, donde es reemplazado por el “Tracto”[2], con salmos que expresan sentimientos de arrepentimiento, de súplica angustiosa, de humilde confianza, como es el caso de este Domingo (“De profundis”: Sal 129, 1-4). Tampoco se canta o reza el «Gloria in excelsis Deo» los domingos y el color ordinario de los ornamentos es el morado.

II. Tanto el Evangelio como la Epístola son especialmente adecuados para indicarnos el espíritu con el que hemos de vivir durante este tiempo litúrgico que nos prepara para la Cuaresma y que, inseparablemente unido a ella, nos dispone a celebrar la Pascua. La Pascua es «el gran asunto que empieza a considerar la Santa Madre Iglesia y que ésta propone a sus hijos como fin a que desde luego han de enderezar todos sus deseos y esfuerzos»[3].

El Evangelio (Mt 20, 1-16) compara el Reino de los Cielos con un propietario que contrató a obreros para trabajar en su viña y al final de la jornada pagó a todos el mismo salario que había acordado con ellos, con independencia del tiempo que hubieran trabajado. Esta parábola nos lleva a considerar que Dios actúa con la más completa libertad en el reparto de sus gracias.

«Al entregar a su Hijo por nuestros pecados, Dios manifiesta que su designio sobre nosotros es un designio de amor benevolente que precede a todo mérito por nuestra parte: «En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados» (1 Jn 4, 10; cf. 4, 19). «La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros» (Rm 5, 8)»[4].

Además de tener la iniciativa en este amor redentor universal, Dios manifiesta un amor de predilección por algunas almas que le lleva a usar de mayor bondad y misericordia con unos, sin dejar de usarla con otros. Él distribuye las predilecciones de su amor a quien quiere, como quiere y cuando quiere, sin que a nadie hagan agravio estas preferencias de su amor divino: «¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos?¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?» (v. 15).

Agradezcamos pues a Dios las preferencias que ha tenido por nosotros desde que nos eligió el día que recibimos el santo Bautismo y no olvidemos que en el Juicio tendremos que darle cuenta de los beneficios y gracias que nos ha concedido. Podemos meditar para este fin la parábola de los talentos (Mt 25, 14-30) y la de las minas (Lc 19, 11-27). Ambas acentúan la responsabilidad por los dones naturales y sobrenaturales que san Lucas sitúa explícitamente en la perspectiva de la segunda venida de Jesús para el juicio (v. 12) mientras que en el Evangelio de san Mateo se apunta a ese horizonte por el contexto de los capítulos 24 y 25.

«El hombre que va a otro país, es imagen de Jesucristo que sube al cielo, desde donde volverá a juzgar a los vivos y a los muertos (1 Pe. 4, 5 ss.). Los criados somos nosotros. Los talentos son los dones que Dios nos regala como Padre y Creador, como Hijo y Redentor, y como Espíritu Santo y Santificador. Pero los dones o cantidades son distintos, como los servicios que tenemos que prestar. Lo que Dios exige es solamente nuestra buena voluntad para explotar sus dones, de modo que la fe obre por la caridad (Ga. 5, 6)»[5]

III. Volviendo a la parábola de este Domingo, todos recibieron la misma paga, los primeros y los últimos. De la misma manera, todo cristiano que muere en gracia de Dios entra en el Cielo, lo mismo el que ha servido a Dios durante toda su vida que el pecador que se ha convertido poco antes de su muerte («Jesús le dijo: En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso»: Lc 23, 43). Pero no podemos sacar de esto la consecuencia de es indiferente cómo hayamos vivido: «Los bienes del Cielo para los bienaventurados y los males de infierno para los condenados serán iguales en la sustancia y en la duración eterna; más en la medida o en los grados serán mayores o menores, según los méritos o deméritos de cada cual»[6].

Por eso, al lado de la gracia hay que hablar del «mérito», es decir del derecho a un premio sobrenatural como resultado de una obra sobrenaturalmente buena, hecha libremente por amor de Dios, y de una promesa divina que es la garantía del mismo[7]. La parábola nos enseña que nuestro mérito no se funda en nuestras obras en sí, sino en la unión de esas obras con los méritos infinitos de Jesucristo y con la promesa divina de darnos por ellas un premio sobrenatural: lo que llamamos «el Cielo». Pero, en eso está la grandeza de la vida cristiana: ayudados de la divina gracia, somos capaces de practicar unas obras que, unidas a los méritos de Jesucristo, llevan unida la promesa de un gran premio que confiamos alcanzar. Ese es precisamente el objeto de la virtud teologal de la Esperanza.

En la Epístola (1Cor 9, 24-27. 10 1-5), San Pablo subraya lo que nosotros tenemos que aportar en la obra de nuestra salvación. Y lo compara con el esfuerzo, la lucha. El Apóstol describe al cristiano militante, valiéndose de las comparaciones con los famosos juegos de la antigüedad: carrera (v.24) y pugilismo (v.26), donde todos se lanzan, se controlan y renuncian a cuanto pueda apartarlos de su objetivo. Así hemos de empeñarnos nosotros, y con tanta mayor razón, por obtener el premio de la eternidad.

IV. Este mundo es la viña y el campo en el que estamos llamados a cumplir nuestra misión. Busquemos la protección de la Virgen María especialmente en esos momentos en que el trabajo de la vida se nos hace más difícil, como les ocurrió a los protagonistas de la parábola por el peso del día y el bochorno y seamos fieles a nuestra vocación de hijos de Dios que esperamos llegue a su plenitud un día en la gloria del Cielo.


[1] Cfr. Próspero GUERANGER, El Año Litúrgico, Burgos: Editorial Aldecoa, 1956, 5-6.

[2] Su característica originaria era la de ser ejecutado por un cantor sin ser interrumpido por antífonas o respuestas. Con la reforma gregoriana, al extenderse el verso aleluyático a todos los domingos del año, el tracto quedó solamente en los tiempos penitenciales. Cfr. Mario RIGHETTI. Historia de la liturgia, vol. 2, La eucaristía y los sacramentos, Madrid: BAC, 1956. Consultado on-line: <http://matematicas.unex.es/~navarro/gregoriano/righetti2.htm#_Toc23045083>.

[3] Próspero GUERANGER, ob. cit., 6.

[4] Catecismo de la Iglesia Católica, 604

[5] Juan STRAUBINGER, La Santa Biblia, in Mt 25, 14.

[6] Catecismo Mayor I, 13.

[7] Cfr. A. TANQUEREY, Compendio de teología ascética y mística, París: Desclée & Cía., 1930, 162.

Padre Ángel David Martín Rubio
Padre Ángel David Martín Rubiohttp://desdemicampanario.es/
Nacido en Castuera (1969). Ordenado sacerdote en Cáceres (1997). Además de los Estudios Eclesiásticos, es licenciado en Geografía e Historia, en Historia de la Iglesia y en Derecho Canónico y Doctor por la Universidad San Pablo-CEU. Ha sido profesor en la Universidad San Pablo-CEU y en la Universidad Pontificia de Salamanca. Actualmente es deán presidente del Cabildo Catedral de la Diócesis de Coria-Cáceres, vicario judicial, capellán y profesor en el Seminario Diocesano y en el Instituto Superior de Ciencias Religiosas Virgen de Guadalupe. Autor de varios libros y numerosos artículos, buena parte de ellos dedicados a la pérdida de vidas humanas como consecuencia de la Guerra Civil española y de la persecución religiosa. Interviene en jornadas de estudio y medios de comunicación. Coordina las actividades del "Foro Historia en Libertad" y el portal "Desde mi campanario"

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