Psicología de lo difícil: es hora de emplear una nueva estrategia para captar a los jóvenes

En la XI Conferencia de la FOTA, que se celebró en Irlanda en julio pasado y tenía por tema el Oficio Divino, muchos participantes señalaron que en la práctica ha caído gravemente en desuso la Liturgia de las Horas con la recitación de la liturgia postconciliar. Muchos sacerdotes, que por lo visto no lo consideran una grave obligación, o no la rezan o lo omiten de buena gana. El problema es quizá menos grave entre los sacerdotes más jóvenes que entre las generaciones mayores, las cuales, en la confusión que siguió al Concilio se desentendieron de numerosas obligaciones (vestidura talar, Misa diaria, Oficio diario, etc.) viéndolas como limitaciones desfasadas que obstaculizaban su labor en el mundo; o al menos eso les parecía. En realidad, lo que acabó con su obra en el mundo fue la muerte de la vida espiritual, la pérdida de la primacía del culto a Dios sobre las necesidades, reales o imaginarias, del hombre. Es esta inversión y perversión lo que está acabando con la Iglesia en Occidente, dondequiera que ésta agoniza.

Es cierto que, como señaló Matthew Hazel en la ponencia que leyó en la FOTA, antes del Concilio hubo muchos prelados y superiores que solicitaron que se suavizara; a veces de modo considerable, como por ejemplo suprimiendo ciertas horas canónicas, o bien haciendo optativas las horas menores. Como sabemos, al final se suprimió sin más el antiguo oficio de Prima, y todo el breviario fue mermado y reorganizado convirtiéndose en lo que algunos críticos han llamado (y no les falta razón) la liturgia de los minutos.

Me pareció interesantísima una observación que hicieron en la Conferencia: si se facilita excesivamente algo que es obligatorio, es mucho más fácil perderle el respeto. Se queda uno con la impresión de que ni vale la pena tomarse la molestia. (Podemos ver un buen ejemplo de una obligación leve que se elude en el ayuno eucarístico, que ha sido reducido a una hora.) Una obligación más exigente, se toma por tanto más en serio, y uno siente una sensación incómoda cuando no la cumple. Si estás acostumbrado a cargar con un yugo y de pronto te lo quitan, puedes sentirse en desequilibrio, que te falta una ayuda; te sientes desnudo, vulnerable y desconcertado.

El oficio de antes tenía consistencia, solidez, y se daba mucha importancia al deber de rezar en el Derecho Canónico y en la formación de los sacerdotes. (Por lo que se refiere al tema de ascesis que estamos tratando, no hace mucha diferencia que nos refiramos al breviario anterior a San Pío X o al de Pío X, ya que ambos exigían bastante al clero). Era habitual ver a un sacerdote católico rezando el breviario presbiterio antes de la Misa, o en un banco después de ésta, o en el bus, o en el tren, prácticamente en cualquier momento que podía. Uno de los asistentes a la Conferencia de la FOTA contó la siguiente anécdota: antes del Concilio, un sacerdote acostumbraba detener su automóvil, bajarse y terminar la lectura del Breviario a la luz de los faros para no dejar de cumplir su deber.

Actualmente, he observado que por regla general sólo hay dos maneras de atraer a los jóvenes a discernir su llamada al sacerdocio, y lo mismo se podría decir de la vida religiosa. La primera es decir (ya sea con palabras, con música o imágenes) «Ni te imaginas lo duro que es. Exigirá todo tu empeño, y muchos no saldrán adelante. Pero con la ayuda de Dios quizás podrías. Eso sí, como podemos prescindir de ti, no vengas si no estás resuelto a ello». La segunda es: «¡La vida del sacerdote católico es emocionante! Puedes ayudar al prójimo todos los días. Está llena de alegría, y a veces hasta lo pasas bien. Te necesitamos. Te lo pondremos fácil para que no te cueste mucho.»

He estado pensando en esto con relación a un video vocacional de la Iglesia Ortodoxa Rusa que me puso mi hijo:

Esta secuencia  tomada de la versión más larga, que también vale la pena ver, ilustra de un modo patente y hermoso la primera forma de mensaje. Y aunque emplee un estilo casi obligado hoy en día de banda sonora, algo así como Gandalf matando al balrog, impresiona por su seriedad.

Compárese este viril mensaje con el flojo estilo de tantísimos videos vocacionales católicos en los que todo son sonrisas, apretones de manos, tertulias con café y cosas por el estilo. Por ejemplo, este de la archidiócesis de Washington D.C. comienza con una banda sonora que cuesta dilucidar si es jazz, música clásica, ligera o de película, y luego aparece un empalagoso cardenal haciendo su numerito, seguido por alegres alumnos de secundaria, comunes y corrientes como cualquier hijo de vecino.

Éste, de la misma diócesis, es todavía peor, sobre todo por la vida litúrgica  propia del salvaje oeste que deja vislumbrar. Cuesta imaginar que la mayoría de los jóvenes católicos serios lo pueda encontrar atractivo.

Otro terrible vídeo para fomentar las vocaciones sería éste de los legionarios de Cristo. En realidad, todos están atestados de ejemplos por el estilo.

¿Qué tal si comparamos el video de la archidiócesis de Washington con el vocacional de Fraternidad San Pío X? Basta con ver el primer minuto para darse cuenta de que es enteramente harina de otro costal.

Soy el primero en reconocer que el guión podría haber sido más interesante. Sigue el trillado modelo de un día en la vida de fulano. Con todo, ¿qué observamos aquí? La banda sonora es una polifonía renacentista. El narrador explica el simbolismo de las vestiduras litúrgicas y aparecen los seminaristas entrando en fila a la capilla para el oficio de Prima (que algunos creen abolido; ¡no les diga que sobrevivió a la expurgación!) Hermosas tomas del sacrificio de la Misa son seguidas de un barrido que recoge al Doctor Angélico, al que se alude constantemente. Profesores en sotana rezan arrodillados con los seminaristas antes de iniciar la clase. Las actividades deportivas hacen obligado acto de presencia, gracias a Dios brevemente. Aparece un hombre cosiendo una casulla, lo cual me parece muy previsor. En conjunto, el vídeo de la FSSPX es mucho más por estilo del ortodoxo, y sería igual de atractivo para el hombre que busca una causa noble a la que dedicar su vida.

Todo esto se ajusta bien al frecuentemente observado fenómeno de que lo capta espíritus intrépidos para que asuman grande compromisos son los desafíos y dificultades. Los marines de EE.UU. llevan años sirviéndose de esa estrategia. No sólo quieren captar personas vivas, sino candidatos talentosos que aspiren a lo mejor, dispuestos a aguantar dificultades en pos de la gloria. O sea, una élite. Es más, esa estrategia ya la utilizó Nuestro Señor, que dice algo así como: «a ver si sois capaces de aguantar esta doctrina» (cf. Mt. 19,12), igual que San Pablo, que compara a los cristianos con atletas que se entrenan para las Olimpiadas (cf. 1 Cor.1, 24-27). ¿Por qué nos asusta tanto entonces este concepto elitista?

Hoy en día nos presentan muchas veces a los apóstoles como una chusma despreciable, pero pensemos por un momento en la falsedad de esta idea. Varios de ellos eran fornidos y laboriosos pescadores que sabían faenar día y noche. No eran unos pusilánimes. Otro era un zelote judío, de los rebeldes que de buena gana habrían acechado a los soldados romanos para estrangularlos. Y otro era recaudador, es decir, alguien capaz de intimidar y dominar y de no perder de vista el dinero que entra y que sale. A dos se los apodó hijos del trueno, es de suponer que por su temperamento.

La psicología en acto –si quieres reclutar a gente que valga, ponles desafíos impresionantes y espoléalos para que los persigan con empeño–  es claramente cierta en el terreno de la milicia, el deporte y las actividades extremas al aire libre. Pero no es menos cierto en el terreno de las vocaciones al sacerdocio y a la vida contemplativa. El joven que desea entregar su vida al Señor, ¿no debería ser bastante serio, completo, exigirlo todo y al mismo tiempo prometerlo todo. Exige poner la mente, el corazón, el alma y todas las fuerzas que se tengan, cada momento del día que se pase despierto, la voz, los labios, los sentidos, la memoria… «Tomad, Señor, y recibid, todo es vuestro», como dice la oración de San Ignacio, pero promete la  deificación, la vida eterna y el ciento por uno ahora y para siempre.

Para que este admirable intercambio resulte creíble –es decir, para poder creer lo que cree la Iglesia de la realidad de tal intercambio–, la forma de vida que exige debe ser radical y absorbente. Desde la perspectiva de la naturaleza humana caída será una pesada carga, pero es un paso necesario hacia la anhelada «libertad de los hijos de Dios».

Con la liturgia latina tradicional pasa lo mismo: exige más y devuelve más. Exige una participación más plena de la totalidad del hombre, entregarse en cuerpo y alma. Se nos encomiendan más tareas, tanto físicas como espirituales. No nos facilita nada, excepto rezar, que es lo que tenemos que hacer ante todo. Todas las dificultades tienen por objeto abrirnos de par en par el corazón y la mente a la comunión con Dios, la cual no se adquiere a precio de saldo, para que no la tengamos en menos.

(Traducido por Bruno de la Inmaculada /Adelante la Fe. Artículo original)

Peter Kwasniewski
Peter Kwasniewskihttps://www.peterkwasniewski.com
El Dr. Peter Kwasniewski es teólogo tomista, especialista en liturgia y compositor de música coral, titulado por el Thomas Aquinas College de California y por la Catholic University of America de Washington, D.C. Ha impartrido clases en el International Theological Institute de Austria, los cursos de la Universidad Franciscana de Steubenville en Austria y el Wyoming Catholic College, en cuya fundación participó en 2006. Escribe habitualmente para New Liturgical Movement, OnePeterFive, Rorate Caeli y LifeSite News, y ha publicado ocho libros, el último de ellos, John Henry Newman on Worship, Reverence, and Ritual (Os Justi, 2019).

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