I.- El pasado Miércoles, con la ceremonia de imposición de la ceniza, comenzaba la “Cuaresma”. Un tiempo litúrgico instituido en la Iglesia por tradición apostólica para recordarnos la necesidad que tenemos de hacer penitencia todo el tiempo de nuestra vida y prepararnos, por este medio, a celebrar santamente la Pascua[1].
La duración del tiempo de Cuaresma evoca el ayuno de cuarenta días que Jesucristo practicó en el desierto y del que nos habla el Evangelio de este primer Domingo (Mt 4, 1-11): «Entonces Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo. Y después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, al fin sintió hambre. El tentador se le acercó y le dijo…», los evangelistas san Mateo y san Lucas recogen tres tentaciones que Jesús rechaza y, finalmente, «entonces lo dejó el diablo, y he aquí que se acercaron los ángeles y lo servían»
1. Se trata de una victoria «ejemplar» y «eficiente» de Cristo sobre las tentaciones y pecados genéricos de los hombres. Cristo fue tentado y venció la triple tentación de gula, vanagloria y soberbia. Se trata de una victoria ejemplar fundamental contra el mundo, porque, como dice san Juan, «porque lo que hay en el mundo —la concupiscencia de la carne, y la concupiscencia de los ojos, y la arrogancia del dinero—, eso no procede del Padre, sino que procede del mundo» (1Jn 2, 16). Con ello Cristo podría hacer especialmente dos cosas:
a) habiendo sido tentado en todo, compadecerse de nosotros: «Pues, por el hecho de haber padecido sufriendo la tentación, puede auxiliar a los que son tentados» (Hb 2, 18). Para que nuestra confianza en Él no tuviera límites, Jesús quiso ponerse a nuestro nivel experimentando todas nuestras miserias menos el pecado (Hb 4, 15).
b) animarnos a la victoria con el vigor de la suya, conforme a lo que dijo Él mismo: «En el mundo tendréis luchas; pero tened valor: yo he vencido al mundo» (Jn 16, 33)[2].
2. Además, estas tentaciones tienen un valor mesiánico: Cristo es tentado en cuanto Mesías, para apartarle, si fuera posible de su mesianismo.
Ya la cifra de cuarenta días es evocadora de los cuarenta años que anduvo errante el pueblo Israel por el desierto (Nm 14, 33-34). Y esto parece confirmarse aún más al ver las respuestas de Cristo a las diversas propuestas de Satanás. En las tres, Cristo cita pasajes del Deuteronomio que son alusivos a la estancia de Israel en el desierto[3].
- «Está escrito: No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios». En la primera responde con las palabras que se refieren al «maná» (Dt 8, 3).
- «También está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios», En la segunda responde con unas palabras que aluden a la desconfianza de Israel en el desierto. «No tentaréis al Señor, vuestro Dios, como lo habéis tentado en Masá» (Dt 6, 16).
- «Vete, Satanás, porque está escrito: Al Señor, tu Dios, adorarás y a Él solo darás culto”». En la tercera respuesta utiliza unas palabras con las que se alude al acto idolátrico de Israel en el desierto con el «becerro de oro» (Dt 6, 13)
Podemos por tanto decir que Jesucristo quiere repetir las experiencias de los cuarenta años de desierto y oponer a los pecados del pueblo de Israel durante aquel tiempo sus tres rotundas victorias. Y, con esta actitud, proclamar también su obra de Mesías. La victoria de Jesús en el desierto sobre el tentador es un anticipo de la victoria de la Pasión, suprema obediencia de su amor filial al Padre, consumación de su obra mesiánica[4].
II. Como Dios que es, Jesús no podía sentir ninguna inclinación al pecado, por eso la tentación no tiene ningún efecto y la resistió fácilmente. En el Padrenuestro, el mismo Jesucristo nos enseñó a pedir: «No nos dejes caer en la tentación». Lo que se pide a Dios es que no consintamos en las tentaciones, y que su gracia esté siempre dispuesta para ayudarnos cuando a nosotros nos falten las fuerzas para resistir al mal. Contamos siempre con la gracia de Dios para superar cualquier tentación. Pero necesitamos armas para vencer en esta batalla espiritual:
- La oración: «Velad y orad para no caer en la tentación» (Mt 26, 41) dice Jesús a sus Apóstoles. «En comunión con su Maestro, la oración de los discípulos es un combate, y velando en la oración es como no se cae en la tentación»[5].
- La mortificación en el trabajo, al vivir la caridad con los demás, evitando las ocasiones de pecar y teniendo el tiempo bien ocupado, principalmente cumpliendo bien nuestros deberes profesionales, familiares y sociales.
- Particular atención y amor pondremos en recibir la gracia del sacramento de la Confesión, acercándonos a él bien dispuestos, arrepentidos sinceramente de las faltas y pecados para recibir el perdón y los auxilios oportunos para no recaer en la culpa.
III. Este será nuestro particular combate cuaresmal: asociarnos a Cristo en el misterio de su ayuno y tentaciones en el desierto, para así prepararnos a compartir con Él los frutos de su muerte y resurrección. En unión con la Virgen María, vamos a retirarnos con frecuencia al “desierto” de la oración y la penitencia y así recibiremos la luz y gracia de la salvación.
[1] Cfr. Catecismo Mayor, Instrucción sobre las fiestas…, VI:
[2] Cfr. Manuel de TUYA, Biblia comentada, vol. 5, Evangelios, Madrid: BAC, 1964, 73-74.
[3] Ibíd. 76.
[4] Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, 538-540.
[5] Ibíd., 2612.