Noviembre, mes de los difuntos, nos motiva a hacer algunas reflexiones. Dice San Gregorio Magno que los predestinados tienen el pensamiento fijo en la eternidad. Aunque sean felices en esta vida, o no estén en peligro de muerte, siempre tienen presente la muerte (Lib. Mor. VIII, cap. 12). La muerte es la puerta a la eternidad, el momento en que concluye todo lo temporal y pasajero y principia lo eterno, lo que no tendrá fin. Nuestra vida es una vertiginosa carrera hacia ese momento, de la cual dependerá nuestra dicha o nuestra infelicidad eterna.
Si bien la muerte es un misterio, hay quienes pretenden saber qué ocurre en el momento de expirar y contarlo. En 1975 apareció un libro del médico estadounidense Raymond Moody, Vida después de la vida, que ha tenido millones de lectores por todo el mundo. En él el autor recoge una serie de testimonios de personas que han superado un estado de muerte clínica y contado después con sus propias palabras qué hay más allá de la muerte. El tema dominante consiste en que se pasa por un oscuro túnel al final del cual hay una luz deslumbrante y se experimenta seguidamente una inefable sensación de paz y amor y desaparecen todo miedo y dolor. Pero aunque todo esto puede tener que ver con la llamada muerte cerebral, tiene poco que ver con la auténtica muerte, que no consiste en el cese de toda actividad cerebral, sino en la separación del alma y el cuerpo que sigue al cese de la actividad cardiorrespiratoria.
El portal Actualités, de la Fraternidad San Pío X, ha recomendado un interesante artículo científico publicado en Proceedings of the National Academy of Sciences (Surge of neurophysiological coupling and connectivity of gamma oscillations in the dying human brain, 1 de mayo de 2023), que describe esa clase de experiencia. El semanario científico estadounidense da cuenta de los resultados de un estudio realizado por la Universidad de Michigan, que monitoreó en todas las fases el cerebro de cuatro personas conectadas a un sistema de soporte vital sin posibilidad alguna de supervivencia. A dichas personas se les habían aplicado en la cabeza electrodos que registraban la actividad eléctrica en las capas superiores del cerebro durante todo el proceso de fin de la vida. Lógicamente, ninguna de ellas despertó para relatar su experiencia, pero se identificó una actividad cerebral que se podría decir específica de las últimas fases vitales, y que explicaría los rasgos comunes de las experiencias en el umbral de la muerte.
El análisis de los electroencefalogramas de los cuatro pacientes al final de su vida arrojó los mismos resultados: tras la desconexión del sistema de respiración artificial, se registraron rápidas ondas gamma que daban constancia de una explosión sin precedentes de actividad cerebral previa a la muerte. En concreto, poco antes de que exhalaran el último suspiro, los médicos observaron una aceleración del ritmo cardiaco y un pico de ondas gamma procedente de una zona posterior del cerebro, que está asociada a la conciencia, los sueños, la meditación y la recuperación de la memoria.
«Si se estimula esa parte del cerebro, eso quiere decir que el paciente ve algo, puede sentir algo y hasta experimentar sensaciones fuera del propio cuerpo», explicó Jimo Borjigin, autor principal del estudio, y añadió que parecía que esa zona del cerebro «echara fuego».
«Es como una tempestad de actividad eléctrica que se da justo antes del encefalograma plano», explica Steven Laureys. Para este investigador, que dirige el centro de estudios del cerebro de la Universidad de Lieja, ese estallido cerebral es «de una intensidad insospechada, y parece haber sido confirmada».
La ciencia puede determinar las relaciones fisiológicas de nuestro cuerpo en el momento de expirar, pero ningún dato experimental nos permite conocer un hecho de naturaleza espiritual. Es decir, la ciencia no puede decirnos lo que realmente experimenta el alma en el momento de la muerte. Estas son experiencias en el umbral de la muerte; antes y no después. Los pacientes que han vivido experiencias semejantes no han estado muertas; son personas que han estado en el umbral de la muerte pero siguen vivas y han vuelto para contarnos qué hay después.
Hablando con propiedad, los pacientes que han regresado de una experiencia así no han experimentado la muerte, sino más bien la inminencia y proximidad de ella y, por una vez, se han librado. Y todo por una razón muy sencilla: la llamada muerte cerebral no es verdadera muerte.
La muerte es el momento misterioso de la separación del alma y el cuerpo, el instante terrible que pende entre el tiempo y la eternidad. No se vuelve de la muerte, salvo que Dios quiera hacer un milagro. Es cierto que hemos de morir, y además no sabemos cómo ni cuándo expiraremos. Sólo podemos prepararnos para la muerte, a fin de que estemos listos para la eternidad que nos aguarda. Noviembre, mes de los difuntos, es un buen momento para ello.
(Traducido por Bruno de la Inmaculada)