Sin embargo, ¿no está escrito: ―Mi reino no es de este mundo?
Objeción a la cual basta oponer una sola frase del Cardenal Pie:
―Su reino, ciertamente, comenta el obispo de Poitiers, no es de este mundo, es decir, no proviene de este mundo: non est de hoc mundo, non est hoc mundo; y porque viene de arriba y no de abajo: regnum deum non est hinc, ninguna mano terrestre podrá arrancárselo.
Dicho de otro modo, la fórmula ―de este mundo no significa en modo alguno que Jesús se niegue a reconocer el carácter de realeza social de su Soberanía. La frase ―de este mundo, ―de hoc mundo expresa aquí el origen y ningún latinista lo ha negado nunca1.
Mi reino no es de este mundo; es decir, mi realeza no es una realeza según este mundo, no es mi reino como los reinos de la tierra, que están limitados, sujetos a mil contratiempos… Mi realeza es mucho más que esto. Mi reino no reconoce fronteras; no depende de un plebiscito ni del sufragio universal. La buena o la mala voluntad de los hombres no puede nada contra él.
Mi realeza no es una realeza que pasa. Mi trono no es un trono que tenga necesidad de soldados para conservarse, ni que una revolución pueda derrocar.
No soy un rey de este mundo, porque los reyes de este mundo pueden engañar y ser engañados; se puede uno librar de ellos; se puede huir de su justicia… Nada de esto es posible a mi respecto.
Tal es el sentido de la fórmula evangélica.
Nada que signifique que Su reino no sea o esté en este mundo o sobre este mundo. ―De ningún modo resulta de estas palabras, ha podido escribir el P. Théotime de Saint-Just, que Jesucristo no deba reinar socialmente, es decir, imponer sus leyes a los soberanos y a las naciones.
No es, pues, sin manifiesto abuso que esta respuesta de Nuestro Señor a Pilato es interpretada casi siempre en un sentido restrictivo para hacer creer en una realeza exclusivamente espiritual, realeza sobre las almas y no una realeza sobre los pueblos, las naciones y los gobernantes.
Si ―mi reino no es de este mundo significara que la realeza de Nuestro Señor no sobrepasa el orden de la vida interior de las almas, sería necesario admitir que aquella otra frase de Jesús ―todo poder me ha sido dado en el cielo y en la tierra no es nada más que una amable jactancia. Sería preciso decir que otros muchos pasajes del Antiguo y del Nuevo Testamento son fórmulas huecas y sin valor. Habría que decir, sobre todo, que la Iglesia no ha cesado, desde hace veinte siglos, de equivocarse en este punto.
EL DIOS-HOMBRE: REY DE REYES
Además de esto, volvamos a la sinopsis de los cuatro evangelios en el capítulo del interrogatorio de Pilato…
Una simple ojeada nos permite comprobar la unanimidad de los cuatro textos.
A la pregunta: ―¿Eres tú el rey de los judíos? del gobernador, Cristo respondió inmediatamente con la afirmación: ―Tú lo has dicho.
Extremadamente breve en San Lucas, San Marcos y San Mateo, el relato es más largo en San Juan. A una primera pregunta de Pilato: ―¿Eres tú el rey de los judíos?, nos informa que Jesús respondió primeramente: ―¿Por tu cuenta dices eso o te lo han dicho otros de mí?, y Pilato exclama, como romano orgulloso que afecta ignorar las disputas intestinas de ese pueblo al que menosprecia: ―¿Soy yo acaso judío? Tu nación y los pontífices Te han entregado a mí. ¿Qué has hecho?
Pilato con esta pregunta demuestra claramente que no piensa más que en un posible complot, en una simple agitación del tipo político más sórdido. Y es para tranquilizarlo por lo que Jesús responde entonces: ―Mi reino no es de este mundo. Y para dar de ello un argumento particularmente claro: ―Si mi reino fuese de este mundo, mis gentes habrían combatido para que no cayese en manos de los judíos… ―Nunc autem regnum deum non est hinc… ―Nunc autem… Dicho de otra manera, lo estás viendo ahora claramente, tras lo que acabo de decir y por el mismo hecho de no haya habido motín, maquinación ni revueltas políticas… ―Nunc autem… Mi reino no es de los que se ven aquí abajo.
Pero la sorpresa de Pilato aumenta[2]. En su pobre cerebro de romano pragmático no alcanza a comprender que en tales condiciones se pueda persistir en declararse rey. E insiste en la pregunta: ―Ergo rex es tu… ―Ergo, es decir: Luego no obstante, a pesar de todo… ¿tú eres rey…? ¿tú te llamas rey?
Entonces Jesús, ante esta alma que se interesa y que busca, responderá yendo directamente a lo esencial con soberana dignidad: ―Tú lo has dicho, yo soy rey. Ego in hoc natus sum et ad hoc veni in mundum, ut testimonium perhibeam veritati: Omnis qui est ex veritate, audit vocem meam. Dicit ei Pilatos: Quid est veritas? Et cum hoc dixisset, iterum exivit…
―Tú lo has dicho, yo soy rey. Jesús rehúsa servirse de otro término. ―He nacido para esto y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad. Todo aquel que es de la verdad escucha mi voz
―He nacido para esto… ¡Ha nacido para esto!… Lo que Jesús reclama aquí ya no es tanto el derecho de soberanía divina de la segunda persona de la Santísima Trinidad; es más bien el derecho soberano que Daniel, en su visión, vio entregar a este Hijo del hombre por el Anciano misterioso.
―Natus sum… Para esto he nacido. Y lejos de hallarnos en contradicción con el menor pasaje de la Escritura o de la Enseñanza de la Iglesia, ésta es la enseñanza unánime de los Santos Padres, admirablemente condensada por los dos grandes doctores eclesiásticos. ―Natus sum… ―En cuanto hombre, escribe San Buenaventura, el Salvador ha sido magnificado por encima de todos los reyes de la tierra a causa de la asunción de su Humanidad en la unidad de una persona divina…[3]. Y Santo Tomás de Aquino: ―El alma de Cristo es un alma de rey, la cual rige todos los seres, porque la unión hipostática la coloca por encima de toda criatura[4].
REINO DE LA VERDAD
¿Pero qué significa, pues, ―dar testimonio de la verdad, sino restablecerla? ¿Acaso no se dice del testigo veraz, en un proceso, que por su declaración ha restablecido la verdad?
Jesús, pues, ha nacido para esto. Y Su realeza consiste esencialmente en eso mismo: el restablecimiento de la Verdad. Restablecimiento tanto en el orden natural como en el orden sobrenatural. Su realeza es, por esencia, la realeza de la Verdad… Realeza universal de una enseñanza. Realeza universal de la doctrina católica.
Doctrina y enseñanza que tienen repercusiones sociales y políticas.
Todo esto está incluido en la explicación de Jesús a Pilato.
―Mi reino no es de este mundo. Y con ello Jesús se ha esforzado en tranquilizar al funcionario que tenía ante Sí. Conoce el miedo que invadió a Herodes cuando los Magos vinieron a preguntarle dónde había nacido el
―rey de los judíos. Herodes dedujo que muy pronto daría al traste con su corona. Y ello porque Herodes pensaba que la realeza de este ―rey de los judíos no podría ser sino una realeza como la suya, una realeza ―de este mundo.
―Crudelis Herodes, Cruel Herodes, canta la Iglesia en la fiesta de la Epifanía, ―¿por qué temes el advenimiento de un Dios Rey? No arrebata los tronos mortales Quien da el reino celestial.
Un temor semejante al de Herodes es el que Jesús ha expresado ante Pilato. No pudo, sin embargo, ocultarle Su realeza.
Así es en verdad: Porque es esto lo que Jesús ha expresado ante Pilato. No pudo, sin embargo, ocultarle Su realeza.
Y todo el que está con la Verdad, como Él mismo añadió, escucha Su voz.
Como si dijéramos: quien ame la verdad, quien la busque realmente con generoso arrojo, con abandono de sí mismo, con una sumisión total del ―sujeto al ―objeto, quien ―quiera la verdad con violencia, como decía Psichari, escucha la voz de Jesucristo o no tarda en oírla.
EL ENEMIGO IRREDUCTIBLE: EL LIBERALISMO
Por tanto, es harto evidente que en las perspectivas de este reino doctrinal, de este reino de verdad, de este reino de la enseñanza de la Iglesia, el grande, el irreductible enemigo, es el liberalismo, puesto que es un error que ataca la noción misma de la verdad y en cierta manera la disuelve…
¿Qué es la verdad para un liberal? ―Quid est Veritas? Se ve que la misma fórmula de Pilato surge espontáneamente en los labios desde que se evoca al liberal.
Y con el conocido orgullo de la ignorancia que toma por certidumbre, Pilato no espera siquiera la respuesta de Jesús.
―Dicit ei Pilatos: Quid est veritas? Et cum hoc dixisset iterum exivit ad Judazos. ―Y Pilatos exclama:
¿Qué es la verdad? Y, diciendo esto, salió de nuevo hacia los judíos…
Jesús desde entonces guardará silencio. La verdad, en efecto, no se manifiesta a los que, por principio, rehúsan creer incluso en su posibilidad. Exige ese mínimum de humildad que debiera implicar la consciencia de la ignorancia.
Y así, cuando más tarde Pilato vuelve a Jesús, San Juan nos dice que no le será dada ninguna respuesta. ―Quid est veritas?… Lo que significa: ¡Todavía otro que cree en ella! ¡Otro iluminado, otro pobre loco!
Un pobre loco. En efecto, Herodes mandará poner a Jesús la túnica blanca de los locos. Y así se sellará la reconciliación de Herodes y Pilato… Ambos son liberales.
Herodes representa el liberalismo crapuloso del libertinaje; Pilato, el liberalismo de la gente correcta, amiga de ―lavarse las manos, respetar las formas. Pilato es el liberalismo de la gente tenida por honorable. Pilato es el cristiano liberal que, en el fondo, trata de salvar a Jesús, pero que empieza por hacerle flagelar, para enviarlo luego a la muerte, ante el creciente tumulto que tanto su demagogia como su falta de carácter fueron incapaces de contener.
De hecho, y hasta el fin de los tiempos, Jesús continúa siendo torturado, ridiculizado, enviado a la muerte, de Pilato a Herodes y de Herodes a Pilato.
―Quid est veritas?… ¡Otro iluminado! ¡Otro de esos maniáticos que acuden a la ―tesis, a la doctrina, en los momentos más inoportunos!
―Y, diciendo esto, Pilato salió de nuevo hacia los judíos. Iterum exivit ad Judaeos. Se concibe, ¡Pilato es un hombre ―comprometido! Entregado a la acción. ¡Tiene cosas más importantes que hacer que escuchar a un doctrinario!
―Iterum exivit… ―Iterum: de nuevo. Puesto que estaba perfectamente seguro de ello. Hacía tiempo que estaba ya decidido. Antes de actuar, no ha perdido su tiempo en reflexionar acerca de las terribles responsabilidades de su cargo. ¡Naturalmente! ¡Cómo iba a eludir semejante situación!
―Iterum exivit ad Judaeos. Que es tanto como decir: Pilato se vuelve de nuevo, ―iterum, hacia el problema concreto del momento, ―ad Judaeos. Hacia esos judíos que están ahí, bajo el balcón, que gritan… Y esto sí que es más importante que las respuestas de ese Jesús.
―Exivit ad Judaeos. Pilato se volvió hacia los judíos. Pero –y éste es su pecado— sin haberse tomado la molestia de esperar y de oír la respuesta del Señor.
Dicho de otra manera, Pilato vuelve a sumergirse en la ―hipótesis, lo único que le interesa. Pero sin esperar la respuesta de la doctrina, las luces de la ―tesis y de la verdad.
***
Dios hará, sin embargo, que esta verdad sea dicha en toda su integridad.
Un poco más tarde, cuando en su delirio la multitud exija la muerte de Jesús, lanzará a Pilato el último argumento, que es también la explicación suprema: ―quia Filium Dei se fecit…, porque se ha hecho Hijo de Dios….
¡Hijo de Dios! He aquí la clave de todos los enigmas contra los cuales Pilato no cesa de tropezar.
¡Hijo de Dios! He aquí lo que explica todo y lo que, en Su misericordia, Nuestro Señor ha querido que Pilato oiga, por lo menos una vez.
Se concibe el enloquecimiento del romano. Desde que tiene ante sí a este ―rey de los judíos, va de asombro en asombro. Todas sus concepciones de pragmático tortuoso quedan atropelladas, derribadas…
Jesús llama desesperadamente a la puerta de esta alma por todos los medios posibles…, hasta los sueños de su mujer… ¿Comprenderá al fin este liberal? ¡No! Solamente está asustado…, preso de pánico.
―Cum ergo audisset Pilatos hunc sermonem, magis timuit. ―Cuando Pilato oyó estas palabras, temió más.
Esta vez, quiere saber: ―¿De dónde eres tú?… Dicho de otro modo: ¿Quién eres? Pero…, ¿de dónde vienes, hombre extraordinario? Dime cuál es tu misterio para que yo comprenda de una vez.
Jesús guarda silencio. Después de todo lo que ha dicho, tras esa flagelación que Pilato acababa de ordenar, la verdad no tiene por qué responder a tales intimaciones.
Ante el silencio de este singular prisionero, el temor de Pilato se acrece. Tiene miedo como todos los débiles. Y como todos los débiles que tienen miedo, ¿mostrará su fuerza a esta turba ululante dando orden a los soldados de dispersarla? ¡No! Hará alarde de su fuerza ante este hombre encadenado y al parecer impotente. Amenazará al Justo en nombre de lo que él cree ―su autoridad[4].
―¿No me respondes? ¿No sabes que tengo poder para soltarte y para crucificarte?, y Jesús responde: ―No tendrías ningún poder sobre mí, si no te hubiera sido dado de lo Alto.
―No tendrías… tú…, Pilato… Es decir: tú, hombre político cualquiera investido de una parcela de autoridad…, quienquiera que seas: simple funcionario, juez, diputado, ministro, gobernador, príncipe o rey…, no tendrías ningún poder si no lo hubieres recibido de lo Alto, es decir: de Dios, es decir, de Mí.
Y puesto que tu poder es un poder político, jurídico, social, el solo hecho de que acaba de afirmar que este poder viene de Mí, prueba, sin posible discusión, que la realeza que yo reivindico, aunque no es de este mundo, se ejerce sobre él, sobre los individuos como sobre las naciones. Y esto porque yo me llamo ―Hijo de Dios.
***
Para lo sucesivo, y a través de Pilato, Jesús ha querido dar la lección completa a los políticos de todos los tiempos. Explicación suprema que corona y confirma todo lo que se ha dicho.
Observemos cuidadosamente la admirable progresión de esta lección divina.
En primer lugar, y por caridad, Jesús se esfuerza en disipar el equívoco fundamental que podría asustar y, por esto mismo, cerrar el corazón al mismo tiempo que entenebrecer el espíritu: ―Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mis gentes habría combatido…, etc.
Esto como preámbulo es un poco negativo… La explicación positiva viene en segundo lugar: ―Tú lo dices, yo soy rey. Yo para esto he nacido, para dar testimonio de la verdad.
Por esta segunda respuesta Jesús explica cuál es la naturaleza de esa realeza. Realeza, no como las otras, sino reinado espiritual, reinado doctrinal, reinado de la verdad en todos los órdenes.
Y esto lo precisa la tercera parte, que da la clave del enigma. Porque es Hijo de Dios, porque es Principio del orden universal, Su reino es algo humanamente inaudito: el reino de la verdad…, el restablecimiento del orden fundamental.
En cuarto lugar, la última respuesta de Jesús nos da la confirmación concreta: ―No tendrías ningún poder sobre mí, si no te hubiera sido dado de lo Alto.
En adelante, ya no es posible la duda; la realeza del Hijo de Dios es sólo una realeza sobre las almas; es también una realeza social; puesto que está en el origen mismo del poder de Pilato. Prueba cierta, pues, de que el poder civil no escapa de ningún modo a su imperio.
Por propia confesión Jesús es, pues, rey en este dominio, como en todos los demás. Su reino no conoce límites. Llena el universo. Tal es la lección del Evangelio.
Jean Ousset
(Fragmento de su libro «Para que Él reine«)
[1]¿Y cómo asombrarse de ello? Los mismos judíos, ¿no esperaban un reino mesiánico de forma temporal, unido a una dominación mundial de su nación?
[2] Serm. I in dom. Palm. IX, 243 a.
[3]Hipostática: se dice de la unión del Hombre y del Verbo formando una sola persona.
[4]Esta vez, Jesús va a responder, precisamente, por respeto a esa ―autoridad de Pilato, que es la autoridad misma del poder civil. Jesús va a responder como respondió al Sumo Sacerdote invocando el nombre de Dios vivo. Poder espiritual y poder temporal: Nuestro Señor ha querido dejarnos este ejemplo de perfecta sumisión a los dos poderes instituidos por Dios.