En mi país, la Argentina, existía una famosa cantautora de canciones infantiles que cantaba “Me dijeron que en el reino del revés, nada el pájaro y vuela el pez…”[1]
Pareciera que hoy vivimos en el Reino del revés.
Cuando leo en el n. 243 de Amoris Laetitia:
“A las personas divorciadas que viven en nueva unión, es importante hacerles sentir que son parte de la Iglesia, que «no están excomulgadas» y no son tratadas como tales, porque siempre integran la comunión eclesial”.
En el n. 308:
“Comprendo a quienes prefieren una pastoral más rígida que no dé lugar a confusión alguna. Pero creo sinceramente que Jesucristo quiere una Iglesia atenta al bien que el Espíritu derrama en medio de la fragilidad: una Madre que, al mismo tiempo que expresa claramente su enseñanza objetiva, «no renuncia al bien posible, aunque corra el riesgo de mancharse con el barro del camino»”.
En n. 299:
“los bautizados que se han divorciado y se han vuelto a casar civilmente deben ser más integrados en la comunidad cristiana en las diversas formas posibles, evitando cualquier ocasión de escándalo. La lógica de la integración es la clave de su acompañamiento pastoral, para que no sólo sepan que pertenecen al Cuerpo de Cristo que es la Iglesia, sino que puedan tener una experiencia feliz y fecunda. Son bautizados, son hermanos y hermanas, el Espíritu Santo derrama en ellos dones y carismas para el bien de todos. Su participación puede expresarse en diferentes servicios eclesiales: es necesario, por ello, discernir cuáles de las diversas formas de exclusión actualmente practicadas en el ámbito litúrgico, pastoral, educativo e institucional pueden ser superadas. Ellos no sólo no tienen que sentirse excomulgados, sino que pueden vivir y madurar como miembros vivos de la Iglesia, sintiéndola como una madre que les acoge siempre, los cuida con afecto y los anima en el camino de la vida y del Evangelio”.
Más lo que se agrega en la cita al pie n. 351:
“En ciertos casos, podría ser también la ayuda de los sacramentos”.
Y en el n. 301:
“Por eso, ya no es posible decir que todos los que se encuentran en alguna situación así llamada «irregular» viven en una situación de pecado mortal, privados de la gracia santificante”.
Cuando leo todo esto tengo la viva impresión de vivir en el Reino del revés.
Excomulgados
La sensación de vivir en el Reino del revés se ve reforzada al leer en el n. 185:
“En esta línea es conveniente tomar muy en serio un texto bíblico que suele ser interpretado fuera de su contexto, o de una manera muy general, con lo cual se puede descuidar su sentido más inmediato y directo, que es marcadamente social. Se trata de 1 Co 11,17-34, donde san Pablo enfrenta una situación vergonzosa de la comunidad. Allí, algunas personas acomodadas tendían a discriminar a los pobres, y esto se producía incluso en el ágape que acompañaba a la celebración de la Eucaristía. Mientras los ricos gustaban sus manjares, los pobres se quedaban mirando y sin tener qué comer: Así, «uno pasa hambre, el otro está borracho. ¿No tenéis casas donde comer y beber? ¿O tenéis en tan poco a la Iglesia de Dios que humilláis a los pobres?»”.
Y en el n. 186:
“La Eucaristía reclama la integración en un único cuerpo eclesial. Quien se acerca al Cuerpo y a la Sangre de Cristo no puede al mismo tiempo ofender este mismo Cuerpo provocando escandalosas divisiones y discriminaciones entre sus miembros. Se trata, pues, de «discernir» el Cuerpo del Señor, de reconocerlo con fe y caridad, tanto en los signos sacramentales como en la comunidad, de otro modo, se come y se bebe la propia condenación (cf. v. 11, 29). Este texto bíblico es una seria advertencia para las familias que se encierran en su propia comodidad y se aíslan, pero más particularmente para las familias que permanecen indiferentes ante el sufrimiento de las familias pobres y más necesitadas. La celebración eucarística se convierte así en un constante llamado para «que cada cual se examine» (v. 28) en orden a abrir las puertas de la propia familia a una mayor comunión con los descartables de la sociedad, y, entonces sí, recibir el Sacramento del amor eucarístico que nos hace un sólo cuerpo. No hay que olvidar que «la “mística” del Sacramento tiene un carácter social». Cuando quienes comulgan se resisten a dejarse impulsar en un compromiso con los pobres y sufrientes, o consienten distintas formas de división, de desprecio y de inequidad, la Eucaristía es recibida indignamente”.
Se refuerza mi sensación de vivir en el Reino del revés porque percibo que la “misericordia” que inspira a no hacer sentir excomulgados a los que no están en comunión con los mandamientos, desaparece absolutamente y me hace pensar que es probable que sean “excomulgados” los que reciben “indignamente” al Señor o sea los que “consienten distintas formas de división, de desprecio y de inequidad” los que “provocan divisiones y discriminaciones”. Y me pregunto ¿quiénes son? ¿A quiénes se refiere el Santo Padre? Tal vez a los que sostengan que los mandamientos del Señor deben cumplirse, que las palabras de la Sagrada Escritura siguen vigentes y que, según aprendimos en el catecismo, el adulterio es un pecado mortal?:
“Todo el que repudia a su mujer y se casa con otra, comete adulterio; y el que se casa con la repudiada por su marido, comete adulterio” (Lc. 16, 18). No cometerás adulterio (Ex. 20, 14). Si uno comete adulterio tanto con la mujer de un hombre como con la mujer de su prójimo, el adúltero y la adúltera morirán si remedio (Lev. 20, 10). Quien adultera con una mujer carece de inteligencia, quien lo hace se pierde a sí mismo (Prov. 6, 32). Pues no adulterarás, no matarás, no robarás, no codiciarás… (Rom. 13, 9)
Cuando leo en n. 296:
“El Sínodo se ha referido a distintas situaciones de fragilidad o imperfección. Al respecto, quiero recordar aquí algo que he querido plantear con claridad a toda la Iglesia para que no equivoquemos el camino: «Dos lógicas recorren toda la historia de la Iglesia: marginar y reintegrar […] El camino de la Iglesia, desde el concilio de Jerusalén en adelante, es siempre el camino de Jesús, el de la misericordia y de la integración […] El camino de la Iglesia es el de no condenar a nadie para siempre y difundir la misericordia de Dios a todas las personas que la piden con corazón sincero […] Porque la caridad verdadera siempre es inmerecida, incondicional y gratuita». Entonces, «hay que evitar los juicios que no toman en cuenta la complejidad de las diversas situaciones, y hay que estar atentos al modo en que las personas viven y sufren a causa de su condición»”.
Y también el n. 297:
“Se trata de integrar a todos, se debe ayudar a cada uno a encontrar su propia manera de participar en la comunidad eclesial, para que se sienta objeto de una misericordia «inmerecida, incondicional y gratuita». Nadie puede ser condenado para siempre, porque esa no es la lógica del Evangelio. No me refiero sólo a los divorciados en nueva unión sino a todos, en cualquier situación en que se encuentren”.
Cuando leo estos párrafos de la Exhortación y el artículo comentario de la misma, hecho por el P. Antonio Spadaro, amigo y consejero de Francisco encuentro correlación directa:
“Con la humildad de su realismo, la Exhortación «Amoris lætitia» se sitúa dentro de la gran tradición de la Iglesia, remontándose de hecho a una antigua tradición romana de misericordia eclesial hacia los pecadores. La Iglesia de Roma, que desde el siglo II había inaugurado la práctica de la penitencia por los pecados cometidos después del bautismo, estuvo a punto de provocar, en el siglo III, un cisma por parte de la Iglesia del Norte de África, guiada por San Cipriano, porque ésta no aceptaba la reconciliación con los «lapsi», es decir, los apóstatas durante las persecuciones, que de hecho eran mucho más numerosos que los mártires. (…) la Iglesia de Roma siempre ha rechazado una «Iglesia de puros» prefiriendo el «reticulum mixtum», a saber: la «red compuesta» por justos y pecadores de la que habla San Agustín en el «Psalmus contra partem Donati». La pastoral del «todo o nada» les parece más segura a los teólogos «tucioristas»[2], pero lleva inevitablemente a una «Iglesia de puros». Valorando ante todo la perfección moral como un fin en sí misma, desgraciadamente se corre el riesgo de tapar de hecho muchos comportamientos hipócritas y farisaicos”[3].
Percibo entonces que en el Reino del revés no deben ser excomulgados los que contradigan los 10 mandamientos sino los que con caridad pero con verdad sigan proclamándolos.
Violencia verbal
Percibo violencia verbal cuando leo: mezquino, lanzan rocas sobre la vida de las personas, corazones cerrados, sentarse en la cátedra de Moisés para juzgar, superioridad y superficialidad, el confesionario no debe ser una sala de torturas, controladores de la gracia, fría moral de escritorio, ponemos condiciones a la misericordia, la peor manera de licuar el Evangelio, escrúpulo, exigen a los penitentes, la misericordia se esfuma.
En n. 304:
“Es mezquino detenerse sólo a considerar si el obrar de una persona responde o no a una ley o norma general, porque eso no basta para discernir y asegurar una plena fidelidad a Dios en la existencia concreta de un ser humano”.
En n. 305:
“Por ello, un pastor no puede sentirse satisfecho sólo aplicando leyes morales a quienes viven en situaciones «irregulares», como si fueran rocas que se lanzan sobre la vida de las personas. Es el caso de los corazones cerrados, que suelen esconderse aun detrás de las enseñanzas de la Iglesia «para sentarse en la cátedra de Moisés y juzgar, a veces con superioridad y superficialidad, los casos difíciles y las familias heridas»”.
En cita al pie 351:
“Por eso, «a los sacerdotes les recuerdo que el confesionario no debe ser una sala de torturas sino el lugar de la misericordia del Señor»”.
En n. 310:
“Es verdad que a veces «nos comportamos como controladores de la gracia y no como facilitadores. Pero la Iglesia no es una aduana, es la casa paterna donde hay lugar para cada uno con su vida a cuestas»”.
En n. 311:
“A veces nos cuesta mucho dar lugar en la pastoral al amor incondicional de Dios. Ponemos tantas condiciones a la misericordia que la vaciamos de sentido concreto y de significación real, y esa es la peor manera de licuar el Evangelio”. En nota al pie 364: “Quizás por escrúpulo, oculto detrás de un gran deseo de fidelidad a la verdad, algunos sacerdotes exigen a los penitentes un propósito de enmienda sin sombra alguna, con lo cual la misericordia se esfuma debajo de la búsqueda de una justicia supuestamente pura”.
En n. 312:
“Esto nos otorga un marco y un clima que nos impide desarrollar una fría moral de escritorio al hablar sobre los temas más delicados, y nos sitúa más bien en el contexto de un discernimiento pastoral cargado de amor misericordioso, que siempre se inclina a comprender, a perdonar, a acompañar, a esperar, y sobre todo a integrar”.
En el Reino del revés me parece que se está juzgando a la Palabra Viva de la Sagrada Escritura:
“Entonces dirá también a los de Su izquierda: Apártense de Mí, malditos, al fuego eterno que ha sido preparado para el diablo y sus ángeles” (Mateo 25, 41). “Y entonces les declararé: Jamás os conocí; apartaos de mí, los que practicáis la iniquidad” (Mateo 7, 23). “Y si tu mano te es ocasión de pecar, córtala; te es mejor entrar en la vida manco, que teniendo las dos manos ir al infierno, al fuego inextinguible” (Marcos 9, 43). “Todo el que se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio; y el que se casa con la que está divorciada del marido, comete adulterio” (Lucas 16, 18). “Habrá falsos maestros entre vosotros, los cuales encubiertamente introducirán herejías destructoras, negando incluso al Señor que los compró, trayendo sobre sí una destrucción repentina”. (2 Pedro 2, 1). “Porque los tales son falsos apóstoles, obreros fraudulentos, que se disfrazan como apóstoles de Cristo” (2 Corintios 11, 13). “El que no está conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama” (Mt 15, 30). “Oísteis que fue dicho: No cometerás adulterio. Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón. Por tanto, si tu ojo derecho te es ocasión de caer, sácalo, y échalo de ti; pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno” (Mt 5, 27-29). “No piensen que he venido a anular la ley o los profetas; no he venido a anularlos sino a darles cumplimiento. Les aseguro que mientras existan el cielo y la tierra, ni una letra ni una tilde de la ley desaparecerán hasta que todo se haya cumplido. Todo el que infrinja uno solo de estos mandamientos, por pequeño que sea, y enseñe a otros a hacer lo mismo, será considerado el más pequeño en el reino de los cielos; pero el que los practique y enseñe será considerado grande en el reino de los cielos. Porque les digo a ustedes, que no van a entrar en el reino de los cielos a menos que su justicia supere a la de los fariseos y de los maestros de la ley” (Mt 5, 17-20). “El hombre no separe lo que Dios ha unido” (Mt 19, 6). “Los cielos y la tierra pasarán, más mis palabras no pasarán” (Mt 24, 35).
¿Es que acaso estas Palabras del Señor han sido abolidas? ¿Quién puede contradecirlas? El Señor pronuncia estas Palabras de Vida no por mezquino interés, ni para lanzar rocas sobre la vida de las personas, mucho menos con corazón cerrado, ni juzgando con superioridad y superficialidad, ni porque haga de nuestra vida una sala de torturas, ni establezca una fría moral de escritorio, y sí que nos pone condiciones a su misericordia, lo que es la esencia del Evangelio, por eso nos exige a los penitentes nuestro arrepentimiento y esta es la misericordia de su corazón abierto que quiere llevarnos al premio eterno del Cielo.
¿Qué debemos hacer los cristianos?: imitar al Maestro, primero aplicando estas condiciones a nuestras propias vidas, pero también ayudando a otros a cumplirlas, no por “tuciorismo”, sino porque ese es el camino estrecho, la carga pesada, la puerta angosta.
Andrea Greco de Álvarez
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[1] La autora de dicha canción es la argentina María Elena Walsh, poeta, compositora y cantautora, especialmente de música infantil aunque no exclusivamente. Ligada a los movimientos políticos de izquierda y una de las personalidades famosas de la Argentina del siglo XX que públicamente vivió en uniones lésbicas con famosas mujeres (una folklorista, una directora de cine y una fotógrafa).
[2] Sistema moral según el cual en la duda de conciencia entre dos opiniones conflictivas hay que seguir siempre la opinión en favor de la ley, ya que éste es el camino más seguro, aunque las razones en favor de la propia libertad sean más fuertes e incluso probabilísimas.
[3] Antonio Spadaro S.I., «Amoris Laetitia» Struttura e significato dell’Esortazione apostolica post-sinodale di Papa Francesco, p. 126: Enlace