¿Religión revelada o “religión dialogada”?

El demoledor plan lúcidamente proyectado por el neomodernismo desde los inicios del concilio Vaticano II ha llegado a su completa maduración: su decisivo instalación en los vértices de la Catolicidad ha reforzado su devastador influjo, concurriendo a descalificar como intolerable desobediencia a la Jerarquía y a sus decretos la debida negación de una “pastoral” fundada en falsos principios teológicos, que implican la innatural reducción de las verdades del Depositum Fidei a las variadas inclinaciones psicológicas de unos fieles cada vez más desorientados por la desenvuelta praxis innovadora difundida en la supuesta “iglesia conciliar”.

Creemos inoportuno insistir en la necesidad de desentrañar las insidias implícitas en las reiteradas referencias neomodernistas a la tranquilizadora predisposición conciliadora del diálogo, que contribuye a enraizar a los interlocutores en la persuasión injustificada de la imposibilidad de deducir valoraciones y creencias de fuentes superiores al pretendido e indiscutido valor del conocimiento individual.

El arma psicológica empleada con altiva falta de escrúpulos por los fautores del falso presupuesto de la relatividad de toda afirmación y de la consiguiente prohibición de violar su afirmada respetabilidad es dada por la envilecedora repetición del sofisma agnóstico que considera la aspiración al conocimiento y a la posesión de la verdad como residuo de un dogmatismo contrario a la razón; a este respecto, no se puede no advertir la curiosa paradoja por la cual el pensamiento laicista, por un lado reivindica la presuntuosa autosuficiencia de la razón, y por otro se apresura para liberarla del deber de reconocer la ley natural y la Verdad revelada en Cristo y en Su Iglesia.

* * *

En el “diálogo” celebrado por quienes afirman el “aggiornamento” conciliar, la verdad religiosa sufre distorsiones que derivan de la forzada relativización a la que la racionalidad moderna somete toda proposición de tipo dogmático; si la philosophia perennis reconocía en el diálogo un posible acercamiento a la persecución de un conocimiento más alto y más libre de preocupaciones subjetivistas, la cultura negadora de la noción misma de verdad ha ambicionado crear a su vez un cómodo sucedáneo oportunamente predispuesto para afirmar la tan trompeteada tolerancia que se materializa en la más amplia apertura al error y el más rigoroso ostracismo a la Verdad.

La confrontación, concebida en base a los términos apenas descritos, determina la regresión de la razón a bajo instrumento capaz de convalidar las turbias pulsiones que alimentan la opinión pública, persuadida de remplazar la culpable deserción de la Fe con las pequeñas o grandes mentiras sancionadas por el aplauso democrático de la mayoría.

Estas consideraciones permiten entender la dirección fundamental del pontificado bergogliano, que, no obstante los juicios que tienden a situarlo en el prosaico marco de los tonos modestos e improvisados de numerosas intervenciones papales, se revela caracterizado por una decidida y precisa voluntad de superar las barreras y las incomprensiones entre las religiones, facilitando así la constitución de aquella “super-Iglesia” firmemente deseada por los seculares enemigos del catolicismo.

En una conversación que se remonta al pasado junio, el Papa, comentando el pasaje bíblico relativo al mandamiento dado por Dios a los padres de abstenerse de comer el fruto del árbol del conocimiento en el Paraíso terrenal, afirmó que la Palabra divina no tiene ninguna connotación autoritativa, que la salvaría del riesgo de caer en la trampa de una perspectiva agradable a quien persevera deshonesta y contradictoriamente en el señalar al relativismo como la única verdad incontrovertible.

Resulta claro que, cediendo a los condicionamientos de la perdurante mentalidad iluminista, las instancias vinculantes e inderogables de la Fe y del Decálogo se desvanecen en las interpretaciones relativizantes de un renovado como infructuoso ejercicio hermenéutico.

La preparada y humillante subyacencia del Dogma y de la moral a los dictámenes del saber profano obliga a hablar de un cumplimiento de los auspicios previos a la convocación y a los desarrollos del concilio Vaticano II.

Durante una alocución, al término de aquella histórica reunión y dirigida a exponer un global reconocimiento de su desarrollo y de sus resultados, el papa Pablo VI delineaba el espeluznante cumplirse de la deseada convergencia entre la religión del Dios que se ha hecho hombre y la contra-religión del hombre que se hace Dios; al citado y funesto acuerdo son reconducibles las desconsideradas “aperturas” y las desoladoras capitulaciones que han preparado la catastrófica situación en acto en la Iglesia.

Igualmente distante de la congelante avidez de malos humores pesimistas y de las pueriles aventadas euforias, el realismo cristiano nos exhorta a vivir los presentes y dolorosos acontecimientos en la certeza de que – como amonestaban incluso los grandes pensadores anteriores a la Revelación Divina – la verdad, en cuanto eterna y absoluta, no puede adecuarse al variar de los tiempos.

Cruce signatus

(Traducido por Marianus el eremita /Adelante la Fe)

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Mateo 5,37: "Que vuestro modo de hablar sea sí sí no no, porque todo lo demás viene del maligno". Artículos del quincenal italiano sí sí no no, publicación pionera antimodernista italiana muy conocida en círculos vaticanos. Por política editorial no se permiten comentarios y los artículos van bajo pseudónimo: "No mires quién lo dice, sino atiende a lo que dice" (Kempis, imitación de Cristo)

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