Para el Papa, quien disfruta hablando del “Dios de las sorpresas”, la reciente y extraordinaria aparición de carteles poco halagadores tanto por su imagen como por sus palabras, pegados por toda Roma, le habrá parecido una gran sorpresa. Debajo de la imagen poco feliz del Papa, estaba escrito en dialecto romano: “Ah, Pancho, has comisariado congregaciones, removido sacerdotes, decapitado la Orden de Malta y los Franciscanos de la Inmaculada, ignorado cardenales….¿dónde está tu misericordia?” (Traducción mía). Los bien informados de Roma dicen que el Vaticano dio a la policía secreta italiana el mandato de encontrar a los responsables de este insulto al Papa. Con este tipo de personajes, es difícil predecir la probabilidad de que los autores del hecho resulten capturados. Hasta ahora no han nombrado a los culpables.
Poco después de la elección del papa Francisco, yo estaba en Roma. En camino del aeropuerto a la ciudad me gusta hablar con los conductores de taxis para tener una idea de lo que está sucediendo. Le pregunté al conductor qué pensaba sobre el nuevo Papa. Titubeó por unos segundos y luego dijo: E furbo. El adjetivo que utilizó para describir al papa Francesco me tomó por sorpresa. Furbo no es fácil de traducir, pero significa astuto, furtivo, ladino, engañoso. Su etimología incluye la palabra en latín fur, que significa ladrón. Intenté extraer más del conductor del taxi, pero eso era todo lo que iba a decir sobre el asunto, así que pasamos a la interminable opera buffa del gobierno italiano.
El análisis del conductor del taxi resulta creíble, sin dudas, considerando el modus operandi del papa Francesco desde su elección. Él estableció su imagen como el humilde hombre del pueblo que, tras su elección, rompió las costumbres católicas con su “buona sera” desde el balcón hacia la muchedumbre, con su abrupta negativa a la estola apostólica, pagando su cuenta personalmente en la residencia clerical en la que se había estado alojando, rehusándose a vivir en el Palacio Apostólico, y tomando residencia en un hotel para huéspedes en terreno Vaticano. Como era de esperarse, la prensa liberal, en especial la de este país, vio inmediatamente en este hombre la esperanza de que él transforme la Iglesia Católica en algo que encaje mejor con su visión del mundo y la agenda que consideran que está del lado bueno de la historia. Su famosa entrevista “¿quién soy yo para juzgar?” en el vuelo de Brasil a Roma, lo convirtió en el favorito de todos los que ven a la Iglesia Católica como la última resistencia frente a esa jugada inevitable de la historia, conducida por el puño de hierro del paternalismo que invocó los derechos de las personas a ser lo que ellas piensan que deben ser. Al obispo de Roma se le empezó a conocer como el obispo de la misericordia, invocando la misericordia en numerosas homilías y discursos e incluso documentos papales. Su descripción de la Iglesia Católica es la de un hospital de campaña, con imágenes del Buen Samaritano y la Madre Teresa brillando bajo palabras de misericordia, pero sin embargo totalmente exenta de cualquier palabra relacionada con la necesidad de conversión y los efectos mortales del pecado—otra movida brillante para establecer su imagen en el “mundo” así como en la Iglesia que le permitiría llevar a cabo el programa que cree cambiará a la Iglesia en algo que encaja con su visión.
¿Cuál es su visión? Cuando Francisco resultó electo, les dije a mis amigos: “Es volver al futuro”. Es volver a la década de 1960 y al fervor revolucionario de la liberación de las restricciones del pasado en todos los ámbitos de la vida: político, moral, social, eclesial. No es un accidente que los sacerdotes que apoyaron el progresismo revolucionario hayan pasado a la clandestinidad durante los papados de Juan Pablo II y Benedicto XVI. Esos dos Papas intentaron reafirmar a la Iglesia en el mandato encomendado por su Fundador, Jesucristo, mirando a la tradición de la Iglesia como el medio por el cual las ilusiones de los progresistas de 1960 pasarían al basurero de la historia. Pero después vino Francisco. Y reaparecieron todos: un poco más viejos, un poco más canosos, pero igual de llenos de esa teología hippie que confundía la justicia de Dios con la justicia humana, y convertía a Jesús en un revolucionario luchador por los pobres, los pobres definidos según sus propios términos. Volvieron como los personajes del musical “Hair” en un espantoso revival de Broadway, sacaron sus cintas con 8 temas de “Jesucristo Superstar” y comenzaron a mostrar el trasero a María Magdalena mientras cantaba: “Yo no sé cómo amarlo ni qué hacer, cómo hablarle, él cambió algo en mí, ya no soy la misma. “
Una vez que la imagen estaba establecida y aplaudida por muchos del mundo secular, entonces el programa podía comenzar y llevarse a cabo. La primera señal: nombrar al cardenal Walter Kasper para dar el discurso de apertura del Sínodo de la Familia. Kasper fue y es el gran anciano del “reflorecimiento” de la Iglesia de los 60s. Con esto quedó bien claro que el propósito del sínodo era cambiar la enseñanza de la Iglesia sobre el matrimonio y la familia, urgiendo una praxis que no cambie la enseñanza oficial enclavada en la tradición de la Iglesia pero que pueda socavarla tan profundamente que la doctrina sería solo palabras vacías en un trozo de papel.
La historia del sínodo y sus consecuencias son bien conocidas. Francisco dio la imagen de estar apartado del disenso evidente entre obispos sobre los temas morales implicados en la idea de matrimonio, pero él se permitió algunas alusiones a la “hermenéutica de la conspiración” para menospreciar a los que se oponían a su programa. Cuando se publicó el documento final, era evidente que la doctrina no había cambiado y eso fue considerado un fracaso para el Papa. Pero el furbista sabe que al final, las palabras de un papel no significan nada en este mundo de comunicaciones virtuales. El furbista también sabe que jamás podrá dejarse ver con sus propias manos sucias.
Por lo tanto el Papa escribió una exhortación apostólica llamada Amoris Laetitia, un tratado extenso sobre la alegría del amor bajo la interpretación cristiana. Su longitud dio una pausa incluso a los fanáticos más ardientes del Papa, y hoy todavía se duda si partes de ella no fueron escritas por un escritor fantasma. Pero el infame capítulo 8 sobre la cuestión de la comunión para los divorciados vueltos a casar es el corazón del asunto. Y ese corazón no es un corazón puro y puede ser interpretado, intencionalmente, tanto de maneras tradicionales como de maneras que parecen romper con la tradición. Cuatro cardenales, ahora famosos, solicitaron al Papa una clarificación de los puntos del capítulo 8 que podían ser entendidos como negando la enseñanza de la Iglesia sobre los sacramentos y el significado del matrimonio. El Papa guardó silencio desde entonces. Se niega a responder y clarificar. Y últimamente, utiliza sus homilías en Santa Marta como su fuera una cuenta de Twitter, quitando el foco de la atención al asunto del matrimonio y colocándolo en otro de sus objetivos de reforma: los católicos tradicionalistas. En sus homilías diarias él fulmina a los religiosos tradicionales y los acusa de rígidos y de refugiarse en una falsa seguridad, de tener todas las respuestas.
Sobre la cuestión del matrimonio: callejón sin salida—hasta que unas semanas atrás el cardenal Coccopalmerio debía dar una conferencia de prensa sobre la publicación de su último libro en el que comenta sobre Amoris Laetitia. En una sección del libro, el cardinal es muy claro respecto la que sería la correcta interpretación del capítulo 8 de AL. Y, definitivamente, es que la praxis puede ir completamente en contra de la enseñanza tradicional sobre el matrimonio, sin que esta enseñanza cambie oficialmente. Pero el cardenal nunca apareció en la conferencia de prensa, acusando un problema de agenda. Esto demuestra que el furbismo se está diseminando. Para despegarse de lo que escribió en un libro publicado recientemente, faltando a la conferencia de prensa pero prometiendo en algún momento dar una para aclarar lo que quiso decir, es bastante furbo. Y esto pone al papa Francisco en otro nivel de separación de toda esta situación. Y cuando el Vaticano sale a decir que lo que Coppopalmerio dijo en su libro es su propia opinión privada y no la oficial, el furbismo alcanza un nivel superior.
Se dice que el cardenal Ouellet dijo que los carteles dirigidos al Papa en Roma eran obras del demonio. Eso es una estupidez piadosa. El suceso de los carteles es muy romano y se retrotrae a la Antigua Roma. Los romanos son expertos en furbo. Lo único que quieren es algo de honestidad sobre lo que está pasando. Si yo pudiera, pegaría un cartel y esto es lo que diría:
‘MMbeh, France’. Purchè stai facenno ‘este cose? Noi Romani stanno esperti ar furbismo. Nun pói compéte con noi. Volémo amáte. Tu lo fai così difficcile!
(Traducción: Vamos, Pancho. ¿Por qué haces estas cosas? Los romanos somos expertos en furbismo. No puedes competir con nosotros. Queremos amarte. ¡Pero lo haces tan difícil!).
Richard Cipola
[Traducido por Marilina Manteiga. Artículo original.]