Rumores de guerra

[The Wanderer] Los ejércitos se están alistando. Ya podemos contemplar sus maniobras y escuchar  estrépito de armas. Algún tolkiniano diría que Saruman ya taló los bosques y se entretiene en Isengard preparando sus milicias de orcos. El Sínodo de octubre de aproxima.

Veamos el panorama: 
1. El año pasado, y a pesar de todos los golpes bajos y embarradas de cancha que lograron imponer en la reunión los progresistas encabezados por el Sumo Pontífice, se encontraron con una resistencia mayor a la esperada, sobre todo por parte de los episcopados periféricos. Esta resistencia, ayudada por los medios de comunicación muy a su pesar, concentró la posición progresista en los obispos alemanes y en la corte de teólogos que les responden. Esta polarización ha terminado favoreciendo la posición conservadora ya que muchos de los asistentes al sínodo podrán apoyarla movidos no sólo, o no tanto, por un posicionamiento doctrinal sino más bien por un espíritu de cuerpo, o un espíritu de revancha que impida el triunfo de los prelados del Norte, que no tienen buena prensa, y que están bastante sucios con los millones de euros que manejan al año.

2. El Jesuita Blanco, que no es ningún ingenuo, ha procurado durante todo el año quebrar esta situación polarizada propiciando el surgimiento de nuevos polos, es decir, despolarizándola. Como ejemplo de esta táctica, podemos mencionar la reunión que se hizo en Roma, a puertas cerradas, en el mes de mayo y que informamos en este post, en la que participaron teólogos progresistas de todos los pelajes dispuestos ha diseñar una hoja de ruta. En el mes de julio, según informaba La Repubblica, la Editorial Vaticana publicaba un grueso volumen sobre el tema de los divorciados vueltos a casar que reunía trabajos de numerosos teólogos de diversas tendencias y en el que destacaba una posición moderada aunque disparatada. Por ejemplo, el teólogo francés Xavier Lacroix, proponía que a las personas en esta situación se les permitiera recibir la comunión una sola vez al año, por Pascua de Resurrección, lo cual era una especie de Mardi gras al revés: así como el martes anterior al Miércoles de Ceniza es el día de los excesos y en el que, aparentemente, se levanta la obligación de los Diez Mandamientos, así, en este caso, un día al año, el adulterio dejaba de ser pecado, se recuperaba la gracia y, consecuentemente, se podía comulgar. 

La jugada más importante, sin embargo, podría ser la que tendrá lugar en septiembre cuando el impresentable cardenal Rodriguez Madariaga, mano derecha del Papa, sea el principal orador de otra tenida progresista, o sínodo en las sombras, en Roma. El propósito de este encuentro, como el de los anteriores, claramente es el de remover a los alemanes de la línea de fuego e impedir que se identifique a su arrogancia con la posición liberal. Si de este encuentro surgiera algún documento que se pronunciara por la posibilidad de admitir a la comunión a quienes viven en adulterio sería interpretado por muchos que no se trata solamente de un capricho de alemanes y europeos, preocupados por el vaciamiento de sus arcas, sino de toda la iglesia. Los teutones dejarían de ser el centro de resistencia y la propuesta liberal se universalizaría.

3. Resulta útil, por otro lado, detenerse a analizar el discurso de quienes abogan por estas posiciones. Hace pocos días, el arzobispo de Hamburgo, Mons. Stefan Hesse, hizo algunas declaraciones. Textualmente, expresó que “tenemos que considerar los variados modos de convivencia que tienen las personas hoy en día”, entre las que, por cierto, se encuentra la convivencia de parejas homosexuales “en las que la Iglesia aprecian valores tales como la fidelidad y la veracidad. A mis ojos, [el hecho de que la pareja sea homosexual] no minimiza el amor y la fidelidad entre ellos”. Y agregó: “Cuando estas personas buscan acercarse a nosotros, nosotros como Iglesia debemos estar allí para ellos”. No cabe duda que la Iglesia debe estar dispuesta a recibir al pecador que se ha arrepentido, y “estar allí” para él. Pero el problema es que para Mons. Hesse, el arrepentimiento y cambio de vida no es condición necesaria para ser recibidos por la Iglesia. Las tierras de este obispo fueron evangelizadas en el siglo VIII por San Bonifacio quien, como misionero y obispo de Maguncia, se habrá encontrado con muchos casos en los que personas de las tribus sajonas se le acercaban buscando el refugio de nuestra religión. Y él los recibía y bautizaba, pero antes debían dejar a sus dioses, quedarse con una sola mujer y enmendar sus vidas. Para el actual arzobispo de Hamburgo, en cambio, pareciera que es suficiente con la buena intención, pues la Iglesia debe responder al hombre de hoy tal como el hombre de hoy es. ¿Y cómo es y qué es lo quiere el hombre de hoy? Seamos claros, aunque un poco procaces: el hombre de hoy quiere la proclamación del derecho universal al orgasmo, y quiere que lo dejen copular como sea y con quien sea. Y el los obispos alemanes, y Su Santidad, son favorables a la proclamación de este nuevo derecho humano.

4. Dejamos para el final las altas especulaciones teológicas que en la última semana ha pontificado el Papa Francisco desde Roma sobre el tema. En lacatequesis del último miércoles comenzó afirmando que los católicos divorciados y vueltos a casar no están excomulgados. ¡Chocolate por la noticia! Cualquier persona medianamente instruida lo sabe. Y, para abundar más, un documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe de 1994, lo dice con claridad. Lo que hizo Bergoglio, con su astucia jesuita, fue largarle un titular a los medios de comunicación, que lo replicaron por todo el orbe, a fin cosechar aplausos, instalar nuevamente el tema y bajar línea sobre cuál es su posición. Sin embargo, para el núcleo de su discurso se reservó un argumento que apela a la sensibilidad: el bien de los hijos. “¿Cómo podríamos aconsejar a estos padres hacer de todo para educar a los hijos a la vida cristiana, dando ellos el ejemplo de una fe convencida y practicada, si los tenemos alejados de la vida de la comunidad como si fueran excomulgados?”, dijo. Es decir, si no es por la pareja adúltera, al menos por los hijos permitámosle acceder a la comunión. Es esa la traducción del mensaje francisquista. 

En el fondo, no es más que afirmar que el fin justifica los medios. Sabemos que la Compañía, tradicionalmente, hizo uso de esta máxima, y sabemos también que fue el principio que aplicó Caifás: “Es preciso que uno muera por el bien del pueblo”. Y, sobre todo, sabemos que la moral católica siempre condena esta posibilidad. “Los actos se especifican -es decir, reciben su carga moral- por su objeto”, dice el principio católico, “y no por su fin”. Más allá que, sin duda alguna, el fin de que los niños y jóvenes sean educados en una familia en la que vean la ejemplaridad de sus padres, es bueno, no puede ser alcanzado a costa de un mal, en este caso, el pecado de adulterio.

La discusión, en el fondo, no es si los que viven en adulterio pueden comulgar o si la Iglesia debe acoger a los homosexuales que viven en pecado. Lo que estamos discutiendo, y lo que se discutirá en el sínodo de octubre es, sin más, la fe católica. Aceptar lo anterior, es decir, oficializar la posición liberal implica negar el pecado, o redefinirlo; negar la gracia de Dios, o redefinirla; negar el carácter magisterial de la Iglesia, o redefinirlo; negar la Revelación, o redefinirla y, en última instancia, negar a Dios o redefinirlo.
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Artículos de opinión y análisis recogidos de otros medios. Adelante la Fe no concuerda necesariamente con todas las opiniones y/o expresiones de los mismos, pero los considera elementos interesantes para el debate y la reflexión.

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