San Dimas, el Buen Ladrón

La liturgia latina de la Iglesia conmemora el 25 de marzo a San Dimas, el Buen Ladrón, al que Jesús prometió en el Calvario: «Hoy estarás conmigo en el Paraíso». No es casual que se escogiera la fecha del 25 de marzo. Esta fecha no sólo conmemora solamente la Anunciación y la Encarnación del Verbo, sino que según una antigua tradición fue también el día en el que el Salvador de la humanidad consumó su supremo sacrificio. Relata el Evangelio que había en el Calvario dos ladrones crucificados con Jesús, uno a su derecha y otro a su izquierda (Lc. 23, 39-42). Conocemos sus nombres por evangelios apócrifos: Dimas, el Buen Ladrón, y Gestas, el Mal Ladrón.

La palabra ladrón no debe llamarnos a engaño. El término latrones se aplicaba a los salteadores de caminos, y también a los asesinos y los asaltantes, a los que todos los pueblos de la antigüedad castigaban con la pena de muerte. A fin de humillar a Jesús, eligieron a los más infames inquilinos de las cárceles de Pilatos. Dimas era cabecilla de una banda, probablemente egipcio. Había vivido hasta la vejez cometiendo los más graves delitos, entre ellos el fratricidio. El títulus de su cruz rezaba: Hic est Dismas latronum Dux (éste es Dimas, jefe de ladrones).

La muerte de cruz era de las más dolorosas, y el reo experimentaba un sufrimiento atroz suspendido por cuatro clavos. Ambos malhechores increpaban entre espasmos mientras Jesus soportaba los tormentos con una paciencia inagotable. Sus primeras palabras fueron de misericordia para implorar misericordia por sus verdugos: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lc. 23, 24)

Los dos malhechores oyeron estas palabras, y los dos recibieron la gracia suficiente para reconocer la inocencia de Cristo, pero uno se convirtió y el otro siguió blasfemando. Cuenta San Lucas que uno de los ladrones crucificados junto a Cristo se burlaba de Él diciéndole: «Uno de los malhechores suspendidos blasfemaba de Él, diciendo: “¿No eres acaso Tú el Cristo? Sálvate a

Ti mismo, y a nosotros”. Contestando el otro lo reprendía y decía: “¿Ni aun temes tú a Dios, estando en pleno suplicio? Y nosotros, con justicia; porque recibimos lo merecido por lo que

hemos hecho; pero Éste no hizo nada malo”. Y dijo: “Jesús, acuérdate de mí, cuando vengas en tu reino”. Le respondió: “En verdad te digo, hoy estarás conmigo en el Paraíso”» (Lc. 23, 39-43)

Ante las palabras de ultraje a Jesús de su compañero de fechorías, Dimas reacciona y lo corrige abiertamente con severidad acusándolo de no entender que Jesús es inocente, en tanto que ellos son culpable y se han merecido la condena. El suyo es un acto de arrepentimiento, pero no se limita a reconocer la propia culpa, sino que proclama la inocencia de Cristo afirmando que no ha hecho nada malo. La proclama mientras el mundo entero condena a Jesús y los Apóstoles callan. Dimas rompe el silencio para declarar públicamente la verdad.

Para afirmar la inocencia de Jesús bastaba la luz de la razón iluminada por la gracia; para proclamarlo Dios, era necesaria la gracia deslumbrante de la fe. Tras haber defendido a Jesús ante el Mal Ladrón, Dimas recibe la gracia de la fe sobrenatural, la cual expresa en estas palabras: «Señor, acuérdate de mí cuando vayas a tu reino» (Lc. 23, 42). No se contaban entre los que habían seguido a Jesús en su predicación; ningún ángel se lo había sugerido. Lo que veía no era la divinidad de Cristo, sino una humanidad desfigurada por el sufrimiento. Aun así, al verlo crucificado, no dudó que fuese Dios. Dice San Roberto Bellarmino: «Llama Señor a uno que está desnudo, herido y sufriente y es objeto de público escarnio, crucificado junto con él, y afirma que después de morir irá a su reino. Esto da a entender que no aspiraba a un reinado temporal de Cristo en la Tierra como los judíos, sino a un reino eterno después de la muerte en el Cielo. ¿Quién le había enseñado tan sublimes misterios? Ciertamente nadie, sino el Espíritu de Verdad» (Le Sette parole di Cristo, in Scritti spirituali, Morcelliana, Brescia 1997, pp. 556-557)

Jesús había dicho: «Al que me confiese delante de los hombres, Yo también le confesaré delante de mi Padre y sus ángeles» (Mt. 10, 32).Y cumple su promesa. Dimas obtendrá la más valiosa de las recompensas.

Las palabras de Dimas Domine, memento mei, cum veneris in Regnum tuum son una oración que hay que repetir con corazón humilde y confiado. A esta plegaria, Jesús responde: Amen dico tibi: hodie mecum eris in Paradiso. En verdad te digo que hoy estarás conmigo en el Paraíso. Es la segunda de las Siete Palabras de Jesús en la Cruz. La palabra amén viene a ser el juramento de Cristo, que no le dice a Dimas que estará con Él en el Paraíso el Día del Juicio, ni siquiera al cabo de unos años, meses o días; le promete que ese mismo día se le abrirían las puertas del Cielo.

«Hoy estarás conmigo en el Paraíso» son las palabras más angélicas y armoniosas que puedan resonar en oídos humanos. Por eso tantos compositores, desde Franz Joseph Haydn a Charles Gounod y Théodor Dubois les han puesto música con conmovedoras melodías que cantan la esperanza de la salvación eterna ().

El motivo de la conversión de Dimas fue la gracia divina que le inundó el alma. Los Padres de la Iglesia atribuyen la causa instrumental de dicha conversión a la sombra que proyectaba Cristo sobre el Buen Ladrón mientras decía sus primeras palabras en la Cruz. Escribe monseñor Jean-Joseph Gaume (1802-1879) que el rostro de Cristo miraba a Occidente, el sol estaba al mediodía y la sombra del Redentor se extendía a su diestra sobre Dimas llamando al Buen Ladrón a pasar de la nada del pecado a la vida de la gracia (Storia del buon ladrone, Tip. Ranieri Guasti, Prato 1868, pp. 135-136). Y si es cierto que toda gracia viene a través de María, ¿qué duda cabe del papel principal que desempeñó la Virgen en la conversión de San Dimas? Ella se encontraba entre la cruz de Cristo y la del Buen Ladrón, y es indudable que rogó por él. Cuando poco después oyó hablar a Dimas experimentó una inmensa consolación, ya que las palabras de éste proclamaban ante el Cielo y la Tierra la verdad de la inocencia del Hijo y su divinidad. Nadie tuvo el Viernes Santo, aparte de Dimas, una fe parecida a la inquebrantable que tenía María.

Sobre el Calvario se alzaban tres cruces. A la derecha, la humanidad penitente que se dispone a subir al Cielo. A la izquierda, la impenitente que cae al Infierno. Entre una y otra se alza Dios hecho hombre, Juez Supremo de vivos y muertos. El Día del Juicio los elegidos estarán a la diestra del divino Juez y los réprobos a la izquierda. Dice el Evangelio que estarán dos en el campo y uno será tomado y el otro dejado (Lc. 17, 34). El Buen Ladrón es imagen de los elegidos, y el Malo de los réprobos.

Entre los extraordinarios milagros que sucedieron la muerte de Jesús hubo uno impresionante que describe San Mateo con estas palabras: «Se abrieron los sepulcros y los cuerpos de muchos santos difuntos resucitaron. Y, saliendo del sepulcro después de la resurrección de Él, entraron en la Ciudad Santa, y se aparecieron a muchos» (Mt. 27, 52-54). Profetas y reyes de Israel se encontraron entre los que aparecieron por las calles de Jerusalén y convirtieron a algunos, sin llegar a vencer la incredulidad de muchos. Los resucitados se quedaron en Jerusalén hasta el momento de la Ascensión, y Jesús se los llevó con ellos al Cielo. La opinión de que los resucitados del Calvario están en cuerpo y alma en el Cielo es, según los teólogos, la más segura, y entre ellos hay que contar a San Dimas, el Buen Ladrón (Gaume, op. cit. pp. 278-288).

San Dimas es patrono de los pecadores en la hora de la muerte. Hoy en día el mundo ultraja a Cristo como el Mal Ladrón en el Calvario. Pidamos al Buen Ladrón que infunda su espíritu penitente y confiado al Occidente que agoniza. La promesa de Fátima tiene la misma dulzura que la segunda palabra de Cristo en la Cruz. El triunfo del Corazón Inmaculado de María será el paraíso histórico de las naciones, o sea la restauración de la sociedad cristiana que sucederá al infierno histórico de nuestro tiempo.

(Traducido por Bruno de la Inmaculada)

Roberto de Mattei
Roberto de Matteihttp://www.robertodemattei.it/
Roberto de Mattei enseña Historia Moderna e Historia del Cristianismo en la Universidad Europea de Roma, en la que dirige el área de Ciencias Históricas. Es Presidente de la “Fondazione Lepanto” (http://www.fondazionelepanto.org/); miembro de los Consejos Directivos del “Instituto Histórico Italiano para la Edad Moderna y Contemporánea” y de la “Sociedad Geográfica Italiana”. De 2003 a 2011 ha ocupado el cargo de vice-Presidente del “Consejo Nacional de Investigaciones” italiano, con delega para las áreas de Ciencias Humanas. Entre 2002 y 2006 fue Consejero para los asuntos internacionales del Gobierno de Italia. Y, entre 2005 y 2011, fue también miembro del “Board of Guarantees della Italian Academy” de la Columbia University de Nueva York. Dirige las revistas “Radici Cristiane” (http://www.radicicristiane.it/) y “Nova Historia”, y la Agencia de Información “Corrispondenza Romana” (http://www.corrispondenzaromana.it/). Es autor de muchas obras traducidas a varios idiomas, entre las que recordamos las últimas:La dittatura del relativismo traducido al portugués, polaco y francés), La Turchia in Europa. Beneficio o catastrofe? (traducido al inglés, alemán y polaco), Il Concilio Vaticano II. Una storia mai scritta (traducido al alemán, portugués y próximamente también al español) y Apologia della tradizione.

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