San José el justo

«He notado que todas las personas que tienen devoción verdadera a San José y le rinden un honor especial, están muy avanzadas en la virtud, porque él tiene gran cuidado de las almas que se encomiendan a él; yo nunca le he pedido nada que no me haya conseguido» (Santa Teresa de Jesús).

I. Los tres roles de San José

Aunque de San José no sabemos mucho de su vida, todo lo que de él se diga será siempre poco, porque por lo poco que nos narran de él los Evangelios vemos claramente la clase de persona que era.

Los Evangelios tratan sobre el papel de San José en la historia de la salvación de una manera sutil, en ellos se lo menciona sólo cuando actúa como un instrumento de la Divina Providencia, como esposo de la Santísima Virgen María o el casto padre adoptivo de Jesús.

En el Evangelio, San José no habla ni una sola vez, lo cual nos demuestra que era amigo del silencio. Los Evangelios no registran palabra alguna que haya pronunciado en estos tres roles. No se menciona su vida en Nazaret después de la pérdida de tres días de Jesús en Jerusalén. No cabe duda que tuvo que ser un alma contemplativa, tenía misterios sublimes para contemplar en María y en Jesús, y sin duda, alimentaba su alma con sus acciones, su presencia y todo lo que de ellos viera.

Bossuet habla de los tres depósitos confiados a San José: primero, la santa virginidad de María; segundo, la persona de Jesucristo; tercero, el secreto del misterio de la Encarnación.1

San José era heredero legal del rey David. Por ser descendiente directo, le correspondían los derechos reales. La familia real de Joséfue a esconderse a Nazaret, huyendo de Herodes, el usurpador del trono, que no era de raza judía, sino idumeo. Al ser Jesúshijo legal de José, era rey de Israel, no sólo espiritualmente, sino también legalmente.2

«José nos enseña que la única grandeza consiste en servir a Dios y al prójimo, que la única fecundidad procede de una vida que, desdeñando el brillo y las hazañas pendencieras, se aplica a realizar consciente y amorosamente su deber, por humilde que sea, sin buscar otra compensación que agradar a Dios y someterse a sus designios, no teniendo otro temor que no servir bastante bien. Servidor por excelencia es aquel que, olvidándose de sí mismo, no vive más que para .la gloria de su Señor y organiza toda su existencia en función de esa gloria; No busca una actividad incesante, porque es dentro de su alma donde no cesa de crecer su amor, siempre a la escucha de la voluntad divina, en espera de la menor indicación para actuar».3

No habiendo manifestado María a su esposo la aparición del Ángel ni la maravillosa concepción por obra del Espíritu Santo, San José se vio en una situación sin salida, tremenda prueba para su fe. Jurídicamente San José habría tenido dos soluciones:

1º acusar a María ante los tribunales, los cuales, según la Ley de Moisés, la habrían condenado a muerte (Lv. 20, 10; Dt. 22, 22. 24; Jn. 8, 2 ss.);

2º darle un «libelo de repudio», es decir, de divorcio, permitido por la Ley para tal caso.

Pero, no dudando ni por un instante de la santidad de María, el santo patriarca se decidió a dejarla secretamente para no infamarla, hasta que intervino el cielo aclarándole el misterio.

Si elogiable es el silencio de San José, menos elogiable es su obediencia.

Dice santo Tomás que José conocía la santidad de María, lo que le hacía sentirse demasiado pequeño: «José no quiso abandonar a María para tomar otra esposa, o por alguna sospecha, sino porque temía, en su humildad, vivir unido a tanta santidad; por eso le fue dicho “No temas” (Mt 1, 20)».4

II. «Justo… hombre que posee todas las virtudes en el grado más eminente» (San Jerónimo).

La Sagrada Escritura llama a José «varón justo».5

En efecto, queriendo el Espíritu Santo pintarnos todo cuanto Dios ha derramado de gracias en el corazón de San José, todo lo que se puede imaginar de grande en los misterios de que fue testigo y coadjutor, todo lo que hay de más admirable, en el curso de su vida: sólo ha necesitado este divino Espíritu decirnos simplemente que José esposo de María era justo. En estas dos palabras efectivamente nos revela toda la santidad de San José, puesto que, según la explicación de San Jerónimo y de San Pedro Crisólogo la palabra justo quiere decir hombre perfecto, que posee todas las virtudes en un grado eminente. Alberto el Grande nos enseña también que todas las cualidades de San José se encierran en estas dos palabras: vir justus, hombre justo. San José ha sido justo, y justo por excelencia.6

San Alfonso María de Ligorio comenta: «El Evangelio atribuye a José el nombre de Justo. ¿Qué nos viene a significar lo de hombre justo? Significa, dice San Pedro Crisólogo, un hombre perfecto, que posee todo género de virtudes. En efecto, José era ya santo antes de los desposorios; acrecentóse, sin embargo, señaladamente su santidad después de verificados aquellos con la Virgen Santísima, cuyo ejemplo sólo hubiera sido suficiente para santificarle».

En la Sagrada Escritura justicia y santidad expresan la misma realidad. La expresión justo, en el Antiguo Testamento, indica el compendio de todas las virtudes, que el Nuevo Testamento llama santo. Los salmos esbozan el retrato del justo con una variedad de rasgos cuyo conjunto representa el ideal de la rectitud moral tal y como Dios la quiere para los hombres. El justo es el de corazón puro limpio de orgullo, de ambición, de ansia de riquezas, que se abstiene del mal y hace el bien, irreprochable en sus intenciones, practica la sinceridad, la rectitud y la lealtad; le horroriza la mentira, la duplicidad y el fraude. Se esfuerza por ser bueno, bienhechor, compasivo; por atender con amor a quienes necesitan consuelo y socorro. Ejercita, en una palabra, las obras de misericordia temporales y espirituales en toda su plenitud.7

El sacerdote dominico Bonifacio Llamera, en su obra Teología de San José, (calificada por el P. Antonio Royo Marín O.P., «con mucho, la mejor que se ha escrito hasta hoy de San Joséen el mundo entero»), explica cómo San José estuvo adornado de todas las virtudes sobrenaturales; poseyendo en grado excelentísimo las virtudes teológicas, en grado sumo las virtudes morales infusas: en grado perfecto la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza, subrayando que las virtudes características de San José, han sido su «amor de esposo a la Virgen María»; su «amor de padre virginal» a Cristo; su «autoridad y solicitud» como jefe de familia, y su «trabajo manual» de obrero sencillo y modesto.8

Dice el Padre Croisset que «el autor del libro del Eclesiástico, hace un grande elogio a Moisés, cuando dice que fue amado de Dios y de los hombres, que su memoria está llena de bendición, y que aunque el Señor le elevó a tan alta dignidad que llegó a llamarle Dios de Faraón, no por eso se engrió, antes, fue más modesto y más humilde. No se podía escoger en la Escritura elogio más adecuado a San José».9

San Alberto Magno elogia así al glorioso Patriarca: «San José fue varón perfecto, en lo referente a la justicia, por la constancia de su fe; en cuanto a la templanza, por la virtud de su castidad; en cuanto a la prudencia, por la excelencia de su discreción; en cuanto a la fortaleza, por la energía de su acción. Así, encontramos en él las cuatro virtudes cardinales en grado excelente».10

«El señor San José, considerado según su naturaleza, es como los demás hombres, es decir, un poco inferior a los ángeles, como dice el santo profeta rey, pero también es cierto que, considerado en su elección eterna, en la vocación que recibió, en el tiempo, en su correspondencia a la gracia y en los oficios que desempeñó, los supera en gran manera. Isidoro Isolano, que podríamos apellidar el Doctor de José, después de haber examinado teológicamente el asunto, dice que el divino San José fue un ángel por su vida; arcángel, por sus funciones; principado, por su victoria contra los reyes; potestad, por sus obras sobrenaturales; virtud, por su perfección que le hace semejante a Dios; dominación, por su superioridad sobre las criaturas; trono, por haber recibido al Dios hecho hombre; querubín, por su conocimiento de los misterios; y serafín, por su ardiente amor al Dios creador. José, por tanto, no sólo es un ángel, sino que ha reunido en sí mismo las perfecciones de todos los ángeles. Así, con tanta razón, lo apellida Isolano: Divino José…».11

III. Fátima y San José

También como en los Evangelios, en todos los libros sobre las apariciones de Fátima, el papel desempeñado por San José en la historia de Fátima es uno de los menos discutidos. En cierto modo, esto está en consonancia con la manera moderada en que el Evangelio trata su papel en la historia de la salvación.

El 13 de octubre de 1917, treinta y tres años después, de la visión del Papa León XIII -(13 de octubre de 1884) en la que el pontífice vio a Satanás desafiando la Iglesia, y acto seguido mandando rezar después de cada Santa Misa «la encendida invocación al príncipe de las milicias celestiales, implorando a Dios que vuelva a lanzar a Satanás al infierno»– la última aparición en Fátima fue el Milagro del Sol. Y la última visión dentro de esa visión fue la aparición de San José, quien presentó a la Santísima Virgen María como Nuestra Señora del Monte Carmelo, sostenía al Niño Jesús y bendecía al mundo, con María al lado del sol que no ha dejado su lugar. En esta aparición, San José trazó la señal de la Cruz con su mano derecha, bendiciendo al mundo, indicando su papel protector y vigilante de Patrono de la Iglesia como indicando que él no abandonará a la Iglesia de Dios.

A la izquierda del sol, San José apareció con el Niño Jesús en su brazo izquierdo. San José salía de entre nubes luminosas dejando ver apenas su busto y junto con el Niño Jesús dibujaron por tres veces la Señal de la Cruz bendiciendo al mundo. Mientras San José lo hacía, Nuestra Señora estaba en todo su resplandor a la derecha del sol, vestida en azul y blanco como Nuestra Señora del Rosario. Mientras tanto, Francisco y Jacinta estaban bañados en los colores y señales maravillosos del sol, y Lucía tuvo el privilegio de ver a Nuestro Señor vestido de rojo como el divino Redentor bendiciendo al mundo, como Nuestra Señora había vaticinado. Al igual que San José, era visible apenas su busto. A su lado estaba Su Madre Santísima con las características de Nuestra Señora de los Dolores, vestida de rosa, pero sin espadas en el pecho.12

Monseñor Joseph Cirrincione, en su libro sobre San José, Fátima y la paternidad, puntualiza que el evento futuro que esta escena presagia es el papel de la paternidad. Lo lleva sin ninguna duda a esta conclusión, lo que hoy es el denominador común:

«Y en las convulsiones del sol veo un sombrío pronóstico de las consecuencias para el mundo que seguramente se sentirán si la verdadera paternidad de Dios y el tradicional y fuerte papel del padre de familia son rechazados por la humanidad.

San José era el jefe de la Sagrada Familia, no porque fuera el miembro más sagrado de ella. De hecho, en ese sentido él era el menor. Tampoco era el jefe porque había sido elegido por acuerdo de los otros dos miembros. Él era el jefe de la Sagrada Familia porque era el padre de la familia. Y como padre representó a Dios el Padre…».13

Las razones por las que el bienaventurado José debe ser considerado especial patrono de la Iglesia, y por las que, a su vez, la Iglesia espera muchísimo de su tutela y patrocinio, nacen principalmente del hecho de que él es el esposo de María y padre putativo de Jesús. De estas fuentes ha manado su dignidad, su santidad, su gloria.14

En Fátima Nuestra Señora había dicho que la humanidad se contaminaría de los errores de Rusia. El comunismo ha buscado por todos los medios eliminar la Religión implantando una anti-religión, y actualmente esos errores se han diseminado a través del marxismo cultural.

El Papa Pío XI viendo la creciente amenaza de la pestilente secta comunista en contra de la Iglesia, decidió confiar de manera explícita a San José la causa contra el comunismo.15

«San José es el remedio para los errores que la Virgen dijo se extenderían por todo el mundo, y, de hecho, ha sido así».16

1 Cf.: BOSSUET, JACOBO BENIGNO, Sermones sobre San José.

2 BARTINA S.I., P. SEBASTIÁN: Revista Estudios josefinos 77 (I-VI-1985) 12.

3 GASNIER O.F., P. MICHEL, Trente visites a Joseph le Silencieux.

4 SANTO TOMÁS, Commentarium in Math, 1, 19.

5 SAN MATEO 1, 19.

6 Cf.: MAGNAT, ANTONIO CASIMIRO, Vida y mes del glorioso patriarca San José, esposo de María Santísima.

7 Cf.: Ibid.

8 http://www.traditio-op.org/biblioteca/Llamera/Teologia_de_San_Jose,_Fray_Bonifacio_Llamera_OP.pdf

9 CROISSET, P. JUAN, Año cristiano 3.

10 SANTO ALBERTO MAGNO. Mariale, q. 22. Apud Llamera, Teología de San José, BAC.

11 VILASECA, P. JOSÉ MARÍA, Las glorias de San José.

12 Cf.: JOHN, DE MARCHI I.M.C., La verdadera historia de Fátima.

13 CIRRINCIONI, Mons. JOSEPH, St. Joseph, Fatima, and Fatherhood.

14 LEÓN XIII, Quamquam pluries, n° 3.

15 PAPA PÍO XI, Divini Redemptoris, 86, 87.

16 DE DOMINICO O.P., P. DOMINIC, La Verdadera Devoción a San José y la Iglesia.

Germán Mazuelo-Leytón
Germán Mazuelo-Leytón
Es conocido por su defensa enérgica de los valores católicos e incansable actividad de servicio. Ha sido desde los 9 años miembro de la Legión de María, movimiento que en 1981 lo nombró «Extensionista» en Bolivia, y posteriormente «Enviado» a Chile. Ha sido también catequista de Comunión y Confirmación y profesor de Religión y Moral. Desde 1994 es Pionero de Abstinencia Total, Director Nacional en Bolivia de esa asociación eclesial, actualmente delegado de Central y Sud América ante el Consejo Central Pionero. Difunde la consagración a Jesús por las manos de María de Montfort, y otros apostolados afines

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