Este santo, que fue Obispo de Tebaida en el siglo IV, es muy poco conocido.
Antes de ser nombrado Obispo, vivió como anacoreta
en una cueva de desierto hacia donde iban muchos a pedir ánimo espiritual y consejo.
Se caracterizó por su austeridad y sencillez de vida, y por supuesto una humildad ejemplar
de alguien cuyo nombramiento episcopal asumió con la actitud propia del que sirve a los demás.
Participó en el Concilio de Nicea defendiendo la pureza de la fe católica frente a la herejía de Arrio.
Fue perseguido y maltratado por los enemigos de la Iglesia, los cuales llegaron a amputarle una pìerna.
Concédenos, amado San Pafnucio, por tu austera penitencia, que nunca venga el pecado
a manchar nuestra conciencia.