En 1979 conocí a la doctora Wanda Półtawska, figura de primerísima fila en el mundo provida europeo y muy vinculada a Juan Pablo II. La doctora me contó que se había curado milagrosamente de un cáncer de intestino gracias al Padre Pío, al que había escrito en 1962 monseñor Karol Wojtyła, obispo auxiliar de Cracovia, sabiendo que su amiga estaba gravísima, para que por intercesión de la Santísima Virgen Dios manifestase su misericordia a ella y a su familia. Wanda Półtawska, que había sobrevivido al terrible campo de concentración de Ravensbruck, sanó gracias al Padre Pío y ha cumplido felizmante una centena de años.
Fue precisamente Juan Pablo II quien beatificó al padre Pío en 1999 y lo canonizó en 2002. En 1961, un año antes de la carta de monseñor Wojtyła, el dominico Paul Philippe, consultor del Santo Oficio, después de interrogar al padre Pío afirmó que era «un desgraciado sacerdote que se aprovecha de su reputación de santo para engañar a sus víctimas». Hasta su fallecimiento el 23 de septiembre de 1968, el padre Pío fue considerado por muchos en la Iglesia un loco visionario, o peor aún, un farsante.
Francesco Forgione nació 25 de mayo de 1887 en Pietrelcina, y entró siendo jovencísimo en la orden de los frailes menores capuchinos tomando el nombre de fray Pío de Pietrelcina. Fue ordenado sacerdote con 23 años, y lo destinaron al convento de San Giovanni Rotondo, diócesis de Manfredonia, donde el 20 de septiembre de 1918 recibió los estigmas permanentes mientras veía una visión de Jesús crucificado que le decía: «Te asocio a mi Pasión». Este fenómeno, junto con la fama de santidad del religioso, dio lugar a un movimiento de devoción en toda Italia, y cada vez era mayor la afluencia de personas a San Giovanni Rotondo.
La presencia del padre Pío alteraba el ambiente de relajo moral en que se encontraba inmersa la diócesis por la conducta inmoral del arzobispo Pasquale Gagliardi y algunos de sus colaboradores. Para desembarazarse del incómodo capuchino, el arzobispo y los mencionados sacerdotes lo acusaron de corromper mujeres y de haberse inventado las manifestaciones sobrenaturales. En su campaña contra el padre Pío, el arzobispo contó con la presencia entre sus partidarios del psiquiatra Agostino Gemelli, que se había hecho franciscano y fundó la Universidad Católica de Milán, de la cual era rector. El padre Gemelli entendía los fenómenos místicos desde una perspectiva positivista y científica. En 1919 viajó de incógnito a San Giovanni Rotondo, según él mismo relata, «fingiendo ser un médico convertido y convencido para ver, observar por él mismo». El 19 de abril del año siguiente fue una vez más, empleando en esta ocasión su verdadero nombre, con la intención de examinar los estigmas. El encuentro con el padre Pío duró apenas unos instantes. No tenía autorización eclesiástica y el padre Pío se negó a mostrarle las señales de la Pasión. A pesar de no haber visitado al capuchino, el padre Gemelli envió al Santo Oficio un informe en el que sostenía que los estigmas eran manifestaciones somáticas de naturaleza histérica.
El 31 de mayo de 1923 la Suprema Congregación del Santo Oficio emitió una declaración según la cual en vista de la investigación que se había realizado no constaba la sobrenaturalidad de lo relativo al padre Pío («non constare de eorundem factorum superanuralitate»). Se le prohibió celebrar en público y desempeñar por escrito actividades de dirección espiritual. Por desgracia, el informe del padre Gemelli había tenido un peso decisivo.
En ese momento entró en escena un personaje singular: Emanuele Brunato, convertido por el padre Pío en 1922 tras haber llevado una vida desordenada. Llegó a ser un discípulo devoto y se propuso demostrar la inocencia del padre Pío y la corrupción de quienes lo denigraban. Brunatto, a quien el padre Pío llamaba el policía por sus dotes para la investigación, organizó una auténtica labor de contraespionaje mediante acecho, seguimientos, fotografiado de documentos pagados a un alto precio y hasta introduciéndose en habitaciones privadas. En junio de 1925 Brunatto se presentó en Roma con dos voluminosos dosieres, y se encontró con el P. Luigi Oriene, que lo animó a poner la documentación en manos del cardenal Merry del Val, secretario del Santo Oficio. Merry del Val le explicó a Brunatto que la fórmula non constat de supernaturalitateera dudosa, porque no confirmaba ni el origen sobrenatural ni el natural del fenómeno, y que no era lo mismo que una nota claramente negativa de constat de non supernaturalitate. La congregación del Santo Oficio obró por tanto de manera prudente, teniendo en cuenta las posibles consecuencias del fenómeno en los ambientes religioso y civil. Ahora bien, el reloj del Santo Oficio no estaba sincronizado con el de Brunatto, y para agilizar la situación, el joven emprendedor decidió entregar a la prensa las escandalosas pruebas que había recogido. Esto obligó al Vaticano a abrir una investigación sobre la diócesis de Manfredonia. Tras una visita apostólica, monseñor Gagliardi fue obligado a dimitir y sus colaboradores fueron objeto de graves sanciones canónicas.
El 14 de julio de 1933 expiró la sanción al padre Pío, que a pesar de ello no fue rehabilitado y padeció muchas otras persecuciones, como una realizada entre 1934 y 1947, cuando unas mujeres celosas y envidiosas, convencidas de que tenía predilección por otras, empezaron a enviar para vengarse cartas anónimas contra él a los superiores del convento. La segunda persecución, más grave, tuvo lugar cuando en 1960 a raíz del escándalo financiero Giuffré. Los capuchinos de Padua habían entregado grandes cantidades de dinero al banquero Giovanni Battista Giuffré, que entró en quiebra, con deudas de miles de millones de liras. El Vaticano obligó a la orden capuchina a devolver el dinero, y los capuchinos de Padua pidieron al padre Pío que pusiera a su disposición las ofrendas que recibía de los fieles para la construcción del gran hospital Casa Sollievo per la Sofferenza. El padre Pío respondió que no podía disponer a sus antojo del dinero de los fieles, porque no era suyo sino de los benefactores, que lo habían donado para un fin muy concreto. Para desquitarse, lo acusaron de afán de lucro e inmoralidad, en vista de lo cual fue objeto de aislamiento moral dentro de la orden.
A la muerte del padre Pío no cesaron las afrentas: el Vaticano solicitó, afortunadamente sin éxito, que se realizase una autopsia a su cuerpo, y también fue a mi juicio una afrenta la construcción del horroroso santuario de San Giovanni Rotondo, diseñado por Renzo Piano, a donde fue trasladado en 2008 el cuerpo de San Pío de Pietrelcina, hallado intacto cuarenta años después de su muerte.
El asunto huele mal, pero Jesucristo ha dicho que la Iglesia es un campo en el que junto al trigo bueno crece la cizaña. Según manifestó el P. Don Orione, ésa era precisamente la prueba de que la Iglesia es de institución divina: que sigue triunfando para vergüenza de muchos que debiendo apoyarla y servirla hacen de todo para socavar sus cimientos.
(Traducido por Bruno de la Inmaculada)