Mi camino es todo él de confianza y amor, y no comprendo a las almas que tienen miedo de tan tierno amigo. A veces, cuando leo ciertos tratados espirituales en los que la perfección se presenta rodeada de mil trabas y estorbos, y circundada por una multitud de ilusiones, mi pobre espíritu se fatiga muy pronto, cierro el docto libro que me quiebra la cabeza y tomo en mis manos la Sagrada Escritura. Entonces todo me parece luminoso: una sola palabra abre en mi alma horizontes infinitos y la perfección me parece fácil. Veo que basta con reconocer la propia nada y abandonarse como un niño en los brazos de Dios.