Prólogo
Santo Tomás de Aquino, en la Suma Teológica (Parte II – Sección II, cuestión 123, artículos 1-12), nos da unos consejos muy útiles – especialmente para estos tiempos apocalípticos en los que nos encontramos viviendo – al respecto de la Virtud de la Fortaleza, que nos vuelve firmes al hacer el bien y al soportar el mal; algo que se ha vuelto muy arduo hoy y, por tanto, necesarísimo para poder alcanzar nuestro Fin último.
La Fortaleza es una Virtud cardinal, infundida por Dios en nuestra alma con la Gracia santificante, que mueve el apetito sensible/irascible (en el que residen el temor, que nos hace huir ante las dificultades, y la audacia, que nos lleva a los excesos irracionales) y también la libre voluntad/racional (al ser la Fortaleza una Virtud racional) a no rendirse y a no ceder, en la consecución del bien arduo (el objeto del apetito irascible, que es robustecido por la Fortaleza), frente a cualquier peligro, aunque fuera la muerte, que es el mayor de los males y de los peligros naturales. Exige la firmeza en el obrar (“firmitas in agendo”). La Fortaleza expulsa el miedo y modera la audacia[i].
El “Don de Fortaleza” del Espíritu Santo
Presento al lector, por ello, en el presente escrito, los 12 artículos de la Suma Teológica sobre la Virtud de la Fortaleza en pocos puntos breves (una especie de “Decálogo” dividido en dos partes: 5 principios en la primera parte + otros 5 en la segunda), para que cada uno (aunque no sea experto en Teología o esté muy ocupado) pueda atesorar la enseñanza tomista y más tarde, sobre todo, ponerla en práctica[ii] con la ayuda del Don de Fortaleza del Espíritu Santo (Suma Teológica, Parte II – Sección II, cuestión 139, artículos 1-2), que perfecciona la Virtud haciéndola sobrenatural también en cuanto al modo de actuar; robustece al alma en la práctica instintiva, directa e inmediata de la Virtud de la Fortaleza, en la cual, en cambio, el hombre debe razonar y comprender cómo comportarse antes de poder actuar; consiste en una “especial Confianza o super-Esperanza, que supera las fuerzas de la naturaleza humana, infundida por el Paráclito en el alma humana, que excluye todo temor, incluso mínimo […], haciendo que el hombre tenga la confianza invencible de llegar al término de la obra emprendida, superando toda dificultad, obstáculo, peligro y mal” (cuestión 139, artículo 1).
El Don del Espíritu Santo, por ello, da a la Virtud la energía, la prontitud y la inamovible perseverancia en el ejercicio de ella.
Los Vicios contrarios a la Virtud de la Fortaleza
Hoy, en este mundo tan hostil al Bien y a la Verdad, nosotros hombres modernos somos tentados sobre todo por los Vicios contrarios a la Virtud de la Fortaleza, que son “la Molicie[iii] y la Cobardía, que nos llevan a no resistir las dificultades, y nos exponen a retirarnos inmediata y fácilmente de hacer el bien frente al mínimo tropiezo y obstáculo” (Suma Teológica, Parte II – Sección II, cuestión 138, artículo 1).
Molicie, temor desordenado y cobardía son acompañadas a menudo por una cierta debilidad natural, que nace del amor a las propias comodidades y nos hace huir ante el enemigo, como el “delicatus miles”, por temor a la abyección, a la humillación y a la derrota. Mientras que es posible ser derrotado, humillados y aniquilados también teniendo razón y manteniendo la propia dignidad, como le sucedió a Jesús durante la Pasión. Por tanto, no es necesario temer la derrota o recibir el mal en cuanto el poder hacer el mal.
Naturaleza de la Virtud de la Fortaleza
La Fortaleza es una Virtud, ya que hace bueno y virtuoso al hombre, haciendo de él, como dice precisamente su nombre, un Vir (de Virtus). Elimina los obstáculos y las dificultades que impedirían a la recta razón y a la libre voluntad hacer el bien y evitar el mal (Suma Teológica, Parte II – Sección II, cuestión 123, artículo 1).
El Vir es el hombre virtuoso, que posee la Fortaleza, que es una Virtud espiritual, o sea, una capacidad para actuar moralmente bien y no es la sola fuerza física y muscular, la cual no es mala en sí misma, pero presupone la Fortaleza espiritual, sin la cual desembocaría fácilmente en violencia bruta o en ostentación de un hombre vanidoso y deportista “todo músculos y nada cerebro”. El pequeño pastor David, cuando las bestias feroces asaltaron su rebaño se enfrentó a ellas con sus propias manos y la mató, partiéndoles la mandíbula (I Reyes, XVII, 34-49), así también Sansón (Jueces, XIV, 1, ss.). La fortaleza física al servicio del bien es algo muy bueno (“vim vi repellitur / la fuerza se repele con la fuerza”; en resumen, es la “legítima defensa”, que no solo es lícita, sino que, en ciertos casos, es incluso obligada), pero, si es deseada por sí misma como una especie de “Divinidad”, se convertiría en un tipo de idolatría.
La Fortaleza en general es condición exclusiva para ejercitar toda otra Virtud; además, la Fortaleza de manera específica 1º) nos da la fuerza para alejar – con poder y sin asustarnos – los obstáculos, los peligros y los males, que impedirían vivir virtuosamente, agrediéndoles o asaltándolos (ardua aggredi) valientemente; 2º) nos ayuda a soportar con paciencia y constancia (ardua sustinere) las fatigas, los males y los sufrimientos inevitables en esta vida terrena (cuestión 123, artículo 2).
Si a) el miedo quisiera impedirnos afrontar las dificultades, o bien si b) la audacia(imprudencia, temeridad, fanfarronería o atrevimiento descerebrado) quisiera movernos – con total ausencia de todo temor racional – a hacer cosas desconsideradas y exageradas; la Fortaleza nos ayudaría a vencer el temor y a moderar la audacia desconsiderada (cuestión 123, artículo 3).
Sin embargo, en el ejercicio de la Fortaleza, es más importante y más difícil vencer el miedo que moderar la audacia, por lo que lo esencial en la Fortaleza consiste 1º) en soportar con paciencia el mal y permanecer firme frente al peligro más que 2º) en asaltar los obstáculos que encontramos en nuestro camino / difficilius est ardua sustinere quam aggredi (cuestión 123, artículo 6).
La Fortaleza refuerza la voluntad humana al hacer el bien y al huir el mal, incluso a costa de los más graves males y sacrificios e incluso de la muerte, que es el mayor mal en el orden natural (cuestión 123, artículo 4).
La Timidez: lo contrario de la Fortaleza
La timidez, o sea, el temor desordenado y exagerado, nos hace huir a) de aquello que es necesario soportar para hacer el bien y b) de aquello que debemos emprender para asaltar los obstáculos; es un desorden moral y puede convertirse incluso en un pecado mortal (Suma Teloógica, Parte II – Sección II, cuestión 125, artículo 1). El temor desordenado, que nos hace huir ante el mal, el obstáculo o el cumplimiento de nuestro deber, si es plenamente libre y advertido, es pecado grave; en cambio, sin se encuentra solo en la sensibilidad y es vencido después por la voluntad es solamente venial (cuestión 125, artículo 3).
I Parte del “Decálogo”
“Abecedario” sobre la Virtud de la Fortaleza: en cinco reglas teóricas
1º) La condicio sine qua non de la Santidad reside en la Fortaleza: “Sine Fortitudine nulla Sanctitas”.
2º) La Fortaleza consiste a) en soportar, por largo tiempo y con paciencia, un mal que no podemos alejar de nosotros; pero también b) en asaltar α) el obstáculo que encontramos; β) el mal que se nos pone delante.
3º) La esencia de la Fortaleza “per se” es a) soportar (sustinere) con paciencia; pero esto no significa que b) asaltar (aggredi) en sí mismo sea absolutamente siempre inferior a soportar, sino solo que relativamente a un caso extremo (“per accidens”), en el que el mal es inevitable, la situación es desesperada y no se puede evitar ser “heridos” por él (por ejemplo, el Cristiano en el Coliseo ante los leones), es con la suportación como se muestra la Fortaleza de sufrir un mal transitorio (ser devorado) para no perder el Bien infinito; sin excluir necesariamente el combate y el asalto cuando sean posibles y útiles (como Ursus, que abatió un toro “cogiéndolo por los cuernos”).
4º) Las premisas para tener y ejercitar la Virtud de la Fortaleza son: la disposición al asalto, la confianza en sí mismo, el valor y la esperanza de tener éxito. En efecto “la Gracia presupone la naturaleza, la perfecciona y no la destruye” (Suma Teológica, Parte I, cuestión 1, artículo 8 ad 2). Un buen temperamento natural gallardo y decidido es un terreno propicio para hacer nacer la Virtud infusa de la Fortaleza.
5º) Una sana agresividad proporcionada es necesaria para la Fortaleza: “Fortis assumit Iram ad actum suum / El verdadero fuerte, al realizar un acto de Fortaleza, puede excitarse al uso de la Santa Ira moderada y no desordenada o excesiva”. Por ejemplo, Jesús, que, en el Templo de Jerusalén, expulsó a los mercaderes a golpes de látigo y volcó con fuerza física sobrehumana los bancos de los cambistas, que pesaban varios quintales como explica Giuseppe Ricciotti en su Vida de Jesucristo.
Otras cinco reglas para fortalecer el temperamento
El Temperamento es distinto del Carácter. En efecto, el primero se refiere más bien a la constitución fisiológico/orgánica del individuo, mientras que el segundo consiste en el conjunto de las disposiciones psicológicas, que nacen del Temperamento, en cuanto que es modificado por la educación de la voluntad y por las circunstancias de la vida[iv].
La Fortaleza, en cuanto significa una cierta “fortaleza de ánimo” o “energía de carácter”, no es la Virtud de Fortaleza, sino una condición natural fisiológico/psicológica, absolutamente necesaria para tener y ejercitar toda Virtud, la cual presupone firmeza y energía, y especialmente la Virtud de la Fortaleza, que se funda esencialmente en estas dos cualidades.
II Parte del “Decálogo”
Las cinco reglas prácticas
1º) Acepta con valor lo que da miedo: la posibilidad de ser “herido” o derrotado (sobre todo de morir), la posibilidad de no tener éxito o de no estar a la altura en algunas situaciones difíciles. Que el miedo racional (el león del Coliseo) no te separe del Bien (Martirio) y no te induzca al mal (Apostasía). Es necesario saber aceptarse con todos nuestros límites y cualidades y no tomar a mal, rebelándonos, lo desagradable que nos sucede. Job decía: “Dios ha dado, Dios ha quitado, bendito sea el Nombre del Señor” (Job, I, 21).
2º) Date sin egocentrismo, sin deseo excesivo de seguridad. No te protejas excesivamente. No te mires constantemente a ti. Evita la preocupación de guardarte tranquilo en una vida ociosa.
3º) Olvídate de ti. Arrójate en Dios y hacia las necesidades del prójimo, amado propter Deum; deja “la presa”, que – para estar protegido al máximo – te vuelve demasiado preocupado de tu seguridad y, por tanto, indeterminado; comienza a caminar con las dos piernas.
4º) No te repliegues sobre ti con ansia de super-seguridad.
5º) Cuanto más quieres proteger tu Ego, tanto más te pones en peligro de perderte.
Si hacemos estas cosas y oramos a Dios, seguramente Él nos dará el Don de Fortaleza, porque “Nada es imposible para quien sabe combatir, esperar y orar” (San Agustín).
sì sì no no
(continúa)
[i] Cfr. Platón, República 442b; Aristóteles, Ética a Nicómaco, 1115a, 6; Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica Parte II – Sección II, cuestión 123, aa. 2-3.
[ii] “No quien dice: “Señor, Señor” entrará en el Reino de los Cielos, sino quien hace la Voluntad de mi Padre” (Mt., VII, 21).
[iii] La “Molicie” es la falta de decisión, de fuerza de energía, de carácter, y es sinónima de debilidad, flaqueza, afeminamiento.
[iv] Se puede leer con provecho sobre este tema: Antonio Royo Marín, Teología de la Perfección Cristiana, BAC 114, 7ª ed., Madrid, 1994; “La energía del carácter”, pp. 760-765; “Mejora del propio temperamento”, pp. 784-790.
(Traducido por Marianus el eremita)