Misa de Nochebuena
Sermón del Reverendísimo Don Jean Pateau
Abad de Nuestra Señora de Fontgombault,
Fontgombault, 25 de diciembre de 2014.
Natus est vobis hodie Salvator.
…les ha nacido hoy… un salvador… (Lc 2:11)
Queridos hermanos y hermanas.
Mis queridísimos hijos.
En esta santa noche, démosle de nuevo la bienvenida al Hijo divino que ha venido a traer a nuestra tierra el fuego del Amor no creado; acerquémonos presurosos a la cuna donde la Palabra de Dios, el Verbo Todopoderoso, ha nacido de la Santísima Virgen María.
No olvidemos que en este día, en la Tierra Santa, la que antaño fue suelo de los Patriarcas y del pueblo elegido, un gran número de cristianos celebran la llegada del Príncipe de la Paz en medio de la guerra. Son los cristianos de Siria, e Irak, de Ebril y Mosul o las Carmelitas de Alepo, que escondidos en sus hogares, exiliados o prisioneros de los fanáticos, dan gracias al Padre por el regalo de su Hijo al mundo. En medio de su miseria, le dan gracias a Dios por la paz que les ofrenda, una paz que el resto del mundo parece desdeñar.
Hace dos mil años solo unos cuantos pastores le dieron la bienvenida al Hijo de María, ya desde entonces no había cupo en el albergue para una mujer embarazada y su pobre esposo.
San Gregorio nos dice en su Vida de San Benedicto:
Algunos pastores descubrieron la cueva en la que vivía Benedicto. En un principio creyeron que era una bestia salvaje, mas una vez que conocieron al siervo de Dios muchos de ellos dejaron atrás sus instintos animales por una vida de santidad.i
Tal como los pastores que encontraron a San Benedicto, nuestra nación fue, desde sus primeras centurias, evangelizada por la Buena Nueva que el Niño del pesebre vino a sembrar en el mundo. Los hombres dejaron atrás sus instintos animales para seguir al Príncipe de la Paz, y surgió así una civilización cristiana que echó profundas raíces en el suelo de la humanidad.
¿Cómo podemos interpretar la controversia que ha surgido recientemente en torno a los pesebres en espacios públicos? [Nota de Rorate: después de la decisión de una corte administrativa de inhabilitar un belén del aula central del Consejo General de Vendée]. ¿Por qué son unos cuantos pedazos de madera y unas figurillas de barro tan bochornosas?
Esas pocas onzas de barro son irritantes porque son una pregunta al mundo, una pregunta a cada uno de nosotros. La podemos escuchar en boca de los niños, de la boca de los pequeños, de los más inocentes que, como los pastores, pueden escuchar el mensaje del pesebre, « ¿Papi, Mami, por qué está ese niño en una cuna? ¿Quién es su madre, quién su padre, y el asno y el buey? —Criatura, no necesitas saber, ni tienes derecho a ello. Es el engaño más grande del mundo. Hace ya más de doscientos años que hombres civilizados, librepensadores, hombres ilustrados, comprenden que ya no es necesaria la visita de esta criatura».
Los hombres ilustrados rechazan la Luz, revierten a su estado salvaje y deliberadamente se hunden en la obscuridad de un supuesto saber. Al pasar frente a la cuna la ignoran o, como Herodes, intentan borrar su presencia. ¿Qué son las luces de nuestras ciudades comparadas con la luz del sol? ¿Es la complejidad de nuestras fábricas comparable a la inmensidad del universo y a la estructura del cuerpo humano, que algunos aun atribuyen al azar?
Comparemos por una parte el universo, la tierra, la vida, la familia –frutos de la voluntad de Dios– el camino del hombre desde su concepción hasta su muerte natural; y por otra parte las varias invenciones del hombre que niegan los derechos de la creación y han causado tantas tragedias y guerras. Comparemos las leyes que el Saber Divino ha proclamado con las leyes de nuestros parlamentos, que definen al hombre sin tomar en cuenta su naturaleza y se deshacen así de millones de víctimas, dejándolas desorientadas, desoladas y hasta ignoradas –porque no es «políticamente correcto» mencionarlas— a la orilla del camino. Los frutos del intelecto del hombre ilustrado, que se nos presentan como respetuosos de los derechos humanos y las libertades fundamentales en realidad parecen ser, frente a la creación, bastante peligrosos.
Solo la sencillez de un niño es capaz de aceptar la existencia de un Dios que, como un artista, esculpe el universo y camina con nosotros sobre la tierra; Albert Einstein fue uno de ellos, dijo: La casualidad es solo Dios trabajando en secreto.
Hoy en día no le está permitido a Dios caminar por nuestros países, ni siquiera en secreto, ni siquiera en forma de un niño.
No hay, entonces, nadie que pueda aliviar la profunda soledad del hombre; del hombre perdido en la inmensidad un universo frio y hostil; del hombre que vive en una orbe que se parece más y más a un estadio público donde todos disfrutan hasta la saciedad del juego y los jugadores; en fin, del hombre que está totalmente cerrado a la compasión.
Dios, que en el pasado, en varios momentos y de diversas maneras, habló a nuestros padres a través de sus profetas, no ha hecho menos en nuestros días, en los que nos ha hablado a través de Su Hijo (Hb 1:1-2). En este día «se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador y su amor a los hombres» (Tt 3:4). El universo, la tierra, el corazón humano están repletos de este Amor y encuentran su vocación en él. Este es el mensaje de la Natividad: «En esto hemos conocido lo que es amor: en que él dio su vida por nosotros» (Jn 3:16).
El niño en el pesebre es amor puro, un Amor infinito que no es pasajero, un Amor al que no es necesario esperanzar porque ya está aquí, y porque está aquí nos acusa. Ante esa criatura en el pesebre ya no hay compromisos ni argucias; a esa criatura solo se le puede aceptar o rechazar. ¿Hasta cuando seguirá el hombre cortando el cordón umbilical que lo une a la fuente del Amor? Pongamos fin a esto, recemos ante este Niño Dios, escuchémosle cuando nos repite esas palabras que vienen desde las profundidades del corazón de Dios, «Dios es Amor» (1 Jn 4:16); y aprendamos de él a amar sinceramente.
Mientras el mundo celebra una navidad sin Dios, vivamos en nuestras familias la verdad que en este día se le encomienda a cada persona. El sol que nos da calor y da vida sin extinguirse es solo un pálido reflejo de la grandeza del Amor hecho carne en el pesebre sagrado. Este amor quiere purificar nuestros corazones enfermos, eliminar los odios, los resentimientos, el conflicto continuo de nuestras familias, de nuestras comunidades, de la iglesia y del mundo. ¿Aceptaremos al Santo Niño que llama a la puerta de nuestros corazones y de nuestros hogares?
El hombre de nuestros días tiene derecho a conocer el gran secreto. Cantemos con los Ángeles, proclamemos al mundo entero, con nuestras palabras y nuestras vidas, el anuncio de su liberación: «les ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador que es el Cristo Señor» (Lc 2:11).
Amen.
(i)Traducción de la cita tomada por el autor de: St Gregory the Great, Dialogues, libro II, cap. 2.
[Traducido por Enrique Treviño. Artículo original]