Estimado sí sí no no,
Les cuento una buena, de los recuerdos de mi juventud de “travieso”. Era treintañero, profesor de scuola media, donde a veces hacía de vicepreside. Corría la voz entre los sacerdotes de que yo era un buen cristiano: ¡bondad la suya! Un día, una tarde de sábado, mientras participaba en un curso de teología para laicos en el seminario (curso que más tarde interrumpí cuando me hicieron estudiar la cristología con textos de Walter Kasper, para el cual los milagros de Jesús son leyendas), un buenísimo sacerdote me propuso hacerme diácono permanente. Tomado de improviso, tuve sin embargo la lucidez de responder: “¡O me dais la plenitud del sacerdocio o nada!”. Él se quedó muy mal y dijo: “¡Lástima! ¡Podría hacerlo!” Repliqué: “¡A mi edad, con los estudios que tengo, no se tienen ganas de pedir permiso para sonarse la nariz, sino de tomar alguna buena iniciativa! ¿Le parece?”. El sacerdote, formador de diáconos permanentes calló, enfadado. Unos días después, me lo encontré de nuevo. Me detuvo y me dijo: “¿Pero usted sabe lo que es la plenitud del sacerdocio?”. “Sí, ciertamente, es el episcopado”. “¿Y usted tendría estas ambiciones?”. “Yo no ambiciono nada, sino amar al Señor, pero a mi edad no se puede pretender otra cosa. No puedo ser sólo un ‘señor sí’”. Nos dejamos, con la oferta de parte mía al reverendo de un buen café.
No se habló más de ello y fui dejado en paz, libre de estarme en mi casa, donde era muy querido por mis inolvidables padres, pero el intercambio de frases circuló entre los sacerdotes entre los que soy considerado “uno que no sabe obedecer y no tiene ganas de mandar”, citando a Manzoni que dice tal cosa de don Ferrante, ¡con la diferencia, sin embargo, de que yo, por gracia de Dios, no tengo ninguna donna Prassede!
Más de 30 años después de aquellos días me vuelve la cosa, ahora que a mi diócesis ha llegado un nuevo Obispo, pero no sabemos todavía qué quiere hacer, qué piensa, qué dice. A mí, que estoy acostumbrado a pensar “en viñetas”, me ha venido el antojo de pensar qué haría en el puesto del nuevo mitrado, en espera de dar consistencia a algún buen proyecto. Mi discurso es muy sencillo. En primer lugar, como ya ha hecho en silencio algún buen pastor, prohibiría de la manera más absoluta dar la Comunión en la mano, explicando por qué y cómo, a los fieles, ello conlleva el riesgo de graves profanaciones. Después obligaría a los sacerdotes a explicar a los fieles cuántas y cuáles son las cosas que se requieren para hacer una buena Confesión y una buena santa Comunión: ponerse en gracia de Dios, eliminar el pecado mortal, nunca ir a comulgar en pecado mortal, sino amando a Jesús y pensando que la Hostia santa no es una patata frita bendita, sino el mismo Jesús, adorando a Jesús cuando se le ha recibido. Si fuera Obispo obligaría a los sacerdotes a ponerse siempre a disposición para las confesiones, sin pedir cita, sin hacer historias: les obligaría porque se es sacerdote para dar la vida divina a las almas, por tanto, Confesión y Comunión con Jesús son todo. Así enseña la verdadera Iglesia de Cristo, la Iglesia de siempre, así hicieron los sacerdotes santos y lo hacen aún ahora.
Otra cosa haría si fuera Obispo, una cosa pequeña. Todas las mañanas, a la estación de la ciudad llegan centenares de muchachos/as de los pueblos de la provincia/diócesis, para ir al colegio. Durante casi una hora, la calle de entrada a la ciudad y dos plazas son invadidas por muchachos y jóvenes. Me encuentro a menudo a esa hora en la ciudad y me entra una tristeza inmensa pensando que la mayor parte de ellos no sabe nada (y no les importa nada) de Jesús, no cree, no reza, no ama a Jesús, ¿Qué hacía don Bosco ante los muchachos del campo que invadían Turín para trabajar en la naciente industria? Iba a buscarlos por todas partes para llevarlos a Jesús. Pues bien, si yo fuera Obispo, aunque con 70 años, iría por la calle y las plazas donde se concentran los estudiantes, con la sotana bordada de rojo puesta, bonete rojo en la cabeza y me presentaría a los más muchachos posibles: “¿Cómo te llamas? ¿De dónde vienes? ¿Qué haces? Soy tu Obispo y te quiero… Buscas el sentido de la vida… la alegría de vivir… Este sentido, esta alegría de vivir es sólo Jesús”.
Lo haría al menos 2 ó 3 veces por semana… y os puedo asegurar, por haberlo probado, que algún muchacho se apunta: se siente amado, buscado, enriquecido de la única verdadera propuesta que sirve y que dura eternamente. Pero, para dar fecundidad a mi obra, haría lo posible para que los sacerdotes celebren las más Misas posibles, en vez de abolir las Misas con cualquier pretexto, cosa que parece ser la única cosa que saben hacer Obispos y sacerdotes desde hace 50 años a esta parte… Querría la adoración eucarística en todas las parroquias al menos dos veces por semana.
¡Por ahora, punto! Esto es lo que haría para comenzar a ejercer como Obispo… Pero es cierto que no lo haré nunca – “he perdido el tren”, no he sido nunca un alpinista – pero mientras tenga vida, haré estas cosas como laico, todo de Jesús. Un sitito detrás de la puerta del Cielo, Jesús me lo dará también a mí. Un saludo a todos.
Insurgens
(Traducido por Marianus el eremita)