¿Cómo era la Sagrada Liturgia en la Iglesia Católica, antes de las reformas realizadas en 1962 y, además, durante y después del Concilio Vaticano II? ¿Y qué decir de la Semana Santa, ya reformada en sus antiquísimos ritos durante el pontificado de Pío XII? Hay quien todavía podría recordar cómo, en aquellos tiempos, al final de la madrugada del Sábado Santo, las campanas de nuestras iglesias tocaban a fiesta, iniciando la Pascua. En las pequeñas parroquias, el párroco, inmediatamente, aquel mismo día, iniciaba la bendición de las casas. ¿Quizá era una Pascua precoz, aquella que empezaba en pleno Sábado Santo, mientras que, en los últimos decenios, este día Santo se considera “de sagrado silencio y alitúrgico”, es decir, sin ritos litúrgicos, excepto el Oficio Sagrado? Hoy, la Vigilia Pascual, sólo se puede iniciar por la tarde, cuando oscurece, no antes.
Ahora se ha establecido firmemente el dicho de que “un Papa hace y otro deshace”. En materia disciplinar está bien, pero en materia de fe y de moral podría también significar que el Papa que viene después puede decretar, tal vez, lo contrario de lo que había decretado su inmediato predecesor. Si esto fuera verdad, la Iglesia perdería aquella integridad de doctrina que ha sido su constante, que la ha acompañado durante dos milenios. Ni siquiera el papa, él menos que nadie, puede decir todo lo contrario de todo. La Doctrina y la Moral son inmutables y se fundan en el Evangelio y el Decálogo. La prédica nueva deja siempre las cosas como están. A quién nos anunciara un Evangelio nuevo tendríamos el derecho de objetar: “Pero, ¿qué estás diciendo?” y de pedir todas las explicaciones de lo que dice.
Sólo uno, y es Jesús, el Divino Maestro, ha podido decir: “Se les ha dicho, pero yo les digo”. Sólo Jesús Nuestro Señor es la roca, y a esta roca debemos anclarnos ahora más que nunca, sin alejarnos jamás. Sin Él –el mismo Jesús nos lo ha dicho-, ¡no podemos hacer nada, absolutamente nada!
Los Padres y los Doctores de la Iglesia, declarados así por sus méritos reconocidos oficialmente, por sus escritos y sus obras, nos han confirmado en la Fe admirablemente.”Confirmar en la Fe” es la tarea que nuestro Señor ha confiado al Apóstol San Pedro y a sus Sucesores. Esto, y sólo esto, debemos esperar de aquel que es designado para ser el Pastor Universal.
El secreto incomodo, aquel de la Salette, y el tercer secreto de Fátima, que parecería que no ha sido completamente revelado, nos ponen en guardia sobre el futuro de la Iglesia y del mundo. Sólo el arrepentimiento de muchos, sólo nuestra conversión podría, quizá, cambiar el curso de los acontecimientos. Nosotros no conocemos los tiempos de Dios, pero, vistos el curso y la orientación general, de la sociedad y el mundo contemporáneos, es lícito dudar de sí aún se está a tiempo de hacerlo.
Sólo podemos minimizar la catástrofe que está por abatirse sobre el mundo. El catecismo de San Pío X nos ha enseñado justamente que Dios, es aquel que premia y que castiga: premia a los buenos y castiga a los malos. Toda la Historia, la verdadera y maestra de vida, no sólo la historia sagrada, sino también la profana, está ahí para enseñarnos que el pecado se paga, a menos que sea lavado con la Sangre Preciosísima de Nuestro Señor Jesucristo y enmendado con las obras de caridad que cubren una multitud de pecados. ¡Así ha sido siempre y así será!
Presbiter senior
El Verbo viene a nosotros para enseñarnos a volvernos semejantes a Él. Sabía que los ángeles y los primeros padres, en su presunción, habían caído porque habían querido hacerse semejantes a Dios. Entonces dijo: “Iré Yo y me mostraré a ellos de modo que quien quiere ser semejante a Mí encuentre su salvación imitándome”.
S. Bernardo, Sermón I Sobre el Adviento
[Traducido por O.D.Q.A]