El significado profético extraordinario del mensaje de Fátima

Ofrecemos la Conferencia impartida por Mons. Schneider en Fátima, organizada por Adelante la Fe, ante un auditorio repleto. En breve les ofreceremos una crónica completa de los actos así como el vídeo de la conferencia y las interesantes preguntas que respondió.

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La inefable sabiduría y misericordia de la Providencia divina concede a todas las edades de la historia humana y la historia de la Iglesia los medios de socorro más necesarios para sanar las heridas espirituales y salvar a los hombres de las grandes calamidades espirituales y materiales. Por lo general, Dios interviene en los momentos más críticos de la historia humana y la historia sagrada mediante profecías auténticas que son examinadas y aceptadas por la Iglesia. Tales intervenciones divinas se han dado a lo largo de la historia de la Iglesia y continuarán hasta el final de los tiempos.

El Magisterio de la Iglesia afirma en el Catecismo de la Iglesia Católica: «La economía cristiana, como alianza nueva y definitiva, nunca pasará; ni hay que esperar otra revelación pública antes de la gloriosa manifestación de Nuestro Señor Jesucristo. A lo largo de los siglos ha habido revelaciones llamadas privadas, algunas de las cuales han sido reconocidas por la autoridad de la Iglesia. Éstas, sin embargo, no pertenecen al depósito de la fe. Su función no es la de mejorar o completar la Revelación definitiva de Cristo, sino la de ayudar A vivir más plenamente en una cierta  época de la historia. Guiado por el magisterio de la Iglesia, el sentir de los fieles (sensus fidelium) [o sea, el sentido colectivo de los fieles] sabe discernir y acoger lo que en estas revelaciones constituye una llamada auténtica de Cristo o de sus santos a la Iglesia. La fe cristiana no puede aceptar revelaciones que pretenden superar o corregir la Revelación definitiva de la que Cristo es la plenitud. Es el caso de ciertas religiones no cristianas y también de ciertas sectas recientes que se fundan en semejantes revelaciones» (nº 66-67).

Las apariciones que tuvieron lugar en Fátima en 1917 pueden considerarse uno de los ejemplos más señalados de dones y carismas proféticos en la historia de la Iglesia. Dios envió a su Madre Inmaculada a Fátima en 1917, y la bienaventurada Madre de Dios proclamó sus apremiantes advertencias maternas en razón de los graves peligros espirituales que se cernían sobre toda la familia humana a comienzos del siglo XX. Estas advertencias de Nuestra Señora han resultado ser verdaderamente proféticas, en vista de la inusitada situación de incredulidad, ateísmo y rebelión descarada contra Dios y sus mandamientos en los tiempos que vivimos. Durante el siglo XX la vida privada y la pública se caracterizaban como una existencia sin Dios y contra Dios, sobre todo con las dictaduras ateas francmasónicas (por ejemplo, la dictadura masónica mexicana de los años veinte), el nacionalsocialismo hitleriano en Alemania, el comunismo soviético (en los países que conformaban la Unión Soviética) y el comunismo maoísta de China.

En los albores del siglo XXI se desató  la guerra contra Dios, contra Cristo y sus divinos mandamientos con unas proporciones poco menos que mundiales mediante ataques blasfemos contra la creación divina del ser humano como varón y mujer por medio de la dictadura de la ideología de género y de la legitimación pública de toda clase de depravaciones sexuales.

Durante el siglo XX fue la Rusia comunista el instrumento más poderoso y de mayor alcance para la difusión del ateísmo y la guerra contra Cristo y su Iglesia. Era una guerra abierta y frontal. Con la Revolución Bolchevique de 1917, Satanás comenzó a valerse del país más extenso del mundo y de la más grande nación cristiana de Oriente para combatir abiertamente a Cristo y a su Iglesia. El 13 de julio de 1917, mientras Nuestra Señora hablaba del peligro inminente de que Rusia difundiera sus errores por todo el mundo, era imposible imaginar la situación verdaderamente apocalíptica de persecución de la Iglesia y difusión del ateísmo que iniciaría Rusia escasos meses después en octubre del mismo año. Las apariciones de Fátima demostraron de esa manera su carácter innegablemente profético.

Como principal remedio para el ateísmo teórico y práctico en el que se haya inmersa la humanidad en los tiempos actuales, Nuestra Señora señaló el rezo del Santo Rosario, el culto y devoción a su Inmaculado Corazón con la práctica de los cinco primeros sábados y la consagración de Rusia a su Inmaculado Corazón, consagración que tiene que hacer el Papa en unidad con todo el colegio episcopal.

Despreciar los mandamientos de Dios es señal de impiedad, la cual conduce a la condenación eterna de numerosas almas. En sus mensajes de Fátima, Nuestra Señora señaló que los pecados contra la castidad y el menosprecio de la santidad del matrimonio eran las causas más frecuentes de condenación de las almas. A la beata Jacinta, la Virgen le dijo: «Los pecados que llevan más almas al infierno son los de la carne, y vendrán modas que ofenderán mucho a Nuestro Señor. Quienes sirven a Dios no deben seguir esas modas. La Iglesia no tiene moda: Nuestro Señor siempre es el mismo.» No sólo eso; Nuestra Señora dijo: «Muchos matrimonios no son buenos; no agradan a Nuestro Señor ni son de Dios». San Juan María Vianney, el santo cura de Ars, dijo cosas parecidas en sus sermones: «Cuán poco conoce el mundo la pureza; qué poco la apreciamos; qué poco empeño ponemos en mantenerla; con qué poco ardor se la pedimos a Dios, ya que no podemos tenerla por nosotros mismos. No, queridos hermanos;  esos infames y empecinados libertinos que se revuelcan y arrastran en el fango de la depravación no lo saben. ¡En qué estado estarán esas almas cuando comparezcan ante Dios! ¡La impureza! ¡Dios mío, cuántas almas arrastra ese pecado al infierno!»

El carácter profético de las palabras de Nuestra Señora se manifiesta en nuestros días hasta tal punto que podemos afirmar que incluso en la vida interna de algunas iglesias particulares católicas se aprueban en la práctica los pecados de la carne y las uniones adúlteras gracias a la admisión supuestamente pastoral a la Sagrada Comunión de personas divorciadas que tienen intención de seguir manteniendo relaciones sexuales con alguien que no es su legítimo cónyuge. Esta práctica pseudopastoral será responsable de la condenación eterna de numerosas almas, porque es una práctica que fomenta que se siga pecando, ofendiendo a Dios, y por tanto despreciando su mandamiento. Nuestra Señora le dijo a la beata Jacinta: «Si la gente supiera lo que es la eternidad haría todo lo posible por cambiar de vida. Muchos se pierden porque no piensan en la muerte de Jesús ni hacen penitencia».

Nuestra Señora vino a Fátima ante todo para hacer una súplica maternal urgente a fin de que las almas se salven de la condenación eterna. Mostró a los niños la indecible y espantosa realidad del infierno. Y les explicó al mismo tiempo que la única manera de librase del infierno es hacer penitencia, en su doble dimensión: actos de penitencia como medio de atajar el pecado y hacer reparación por los pecados propios y ajenos con miras a la conversión de los pecadores. En la tercera parte del secreto de Fátima Dios nos presenta esta conmovedora visión con la invitación a hacer penitencia: «Vimos un ángel con una espada de fuego en la mano izquierda que despedía unas llamas que parecía que fueran a incendiar el mundo. Pero se apagaron al entrar en contacto con el esplendor que irradiaba hacia él desde la mano derecha de Nuestra Señora. Y señalando a la Tierra con la mano derecha, el ángel exclamó con voz sonora: «¡Penitencia, penitencia penitencia!”»

Es preciso que la Iglesia y los fieles de nuestro tiempo vuelvan a proclamar con más energía la verdad revelada por Dios de la condenación eterna y el infierno. Así se salvarán almas inmortales que de otro modo se perderían por la eternidad. Que existe un infierno eterno es una verdad de fe definida por la Iglesia en concilios, credos y documentos magisteriales. Nuestra Señora de Fátima lo consideró tan importante y de tanta eficacia pastoral que mostró a los niños una visión del infierno. Así lo relata la hermana Lucía: «La visión sólo duró un momento, gracias a nuestra buena Madre celestial, que en la primera aparición había prometido llevarnos al Cielo. De lo contrario, creo que nos habríamos muerto de miedo.» Nuestra Señora les dijo a los niños: «Habéis visto el Infierno, donde van las almas de los pobres pecadores. Para salvarlos, Dios quiere instaurar en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón.»

Prosigue la hermana Lucía: «Jacinta siguió sentada en el peñasco, muy pensativa, y dijo: «¡La Señora dijo también que muchas almas se van al infierno! ¡Y el Infierno nunca se acaba! ¿Y el Cielo tampoco se acaba nunca?” “¡Quien se va al Cielo nunca vuelve a salir!” “¿Y quien se va al Infierno tampoco sale nunca?” «Son eternos, ¿te das cuenta? Nunca terminan.” Fue así como meditamos por primera vez sobre el Infierno y la eternidad. Lo que más le impresionó a Jacinta fue la idea de la eternidad.”», 45-46). Jacinta también señaló poco antes de morir: «Si la gente supiera lo que es la eternidad haría todo lo posible por enmendarse. A Nuestro Señor le gustan mucho la mortificación y los sacrificios.»

El ejemplo que nos da la beata Jacinta en las palabras que citamos a continuación debería conmover hondamente en primer lugar a todo sacerdote y a todo fiel, y motivarlos a hablar y actuar de un modo concreto: «La visión del infierno le infundió tanto miedo que toda penitencia y mortificación le parecía poca con tal de evitar que se condenaran las almas. Muchas veces, sentada pensativa en el suelo o en una piedra, Jacinta exclamaba: «¡El infierno, el infierno! ¡Qué pena me dan las almas que se van al infierno!» Le dijo a su hermano: «¡Francisco! ¡Francisco! ¿Estás rezando conmigo? ¡Tenemos que rezar mucho para que las almas se libren del infierno! ¡Son tantas, las que se van allí! ¡Tantas!» En otras ocasiones, preguntaba: «¿Por qué no les enseñará Nuestra Señora el infierno a los pecadores? ¡Si lo vieran, no pecarían, para no ir allí! Tienes que decirle a Nuestra Señora que se lo enseñe a toda la gente (se refería a los que estaban en Cova de Iría cuando la aparición). Ya verás cómo se convierten.» Y más tarde, me preguntaba insatisfecha: “¿Por qué no le dijiste a Nuestra Señora que les enseñara el infierno a esas personas?” “Se me olvidó –respondí. “¡Yo tampoco me acordé! –dijo muy apenada. A veces también preguntaba: «¿Cuáles son los pecados por los que se va la gente al infierno?” “¡No lo sé! A lo mejor no ir a Misa los domingos, o robar, o decir palabras feas y cosas malas, o jurar.” “O sea, que sólo por una palabra, ¿se puede ir al infierno?” «¡Es que es pecado!” «Pues quedarse callados e ir a Misa no les costaría tanto! ¡Qué pena me dan los pecadores! ¡Cómo me gustaría enseñarles el infierno!” De pronto, me agarró y me dijo: «Yo me voy al Cielo, pero tú te quedas aquí. Si Nuestra Señora te lo permite, dile a todo el mundo cómo es el infierno para que no peque más y no se condene.” Otras veces, después de quedarse un rato pensativa, decía: «¡Hay tantos que se van al infierno! ¡Hay tanta gente en el infierno!” Para tranquilizarla, le dije: «¡No tengas miedo! ¡Tú te irás al Cielo!” «Sí, ya lo sé –dijo con toda tranquilidad–, ¡pero quiero que toda esa gente vaya también al Cielo!”»

Una característica particularmente importante del mensaje de Fátima es que recuerda a la Iglesia y a la humanidad de nuestros días la realidad del pecado y las catastróficas y mortales consecuencias de éste. ¿Por qué es intrínsecamente tan grave y tan trágico el pecado? Porque ofende a Dios, en su infinita majestad, y en su infinita y sabia voluntad. Esta es ni más ni menos la razón de la inconcebible malicia del pecado. Nuestra Señora les dijo a los niños en Fátima: «Los hombres deben enmendarse y pedir perdón por sus pecados. (…). No deben debéis seguir ofendiendo a Nuestro Señor, que ya ha sido objeto de tantas ofensas.» La hermana Lucía escribió: «La parte de la última aparición que se me ha quedado más profundamente grabada en el corazón es la oración en la que nuestra Madre celestial nos implora que no sigamos ofendiendo al Dios Todopoderoso, que ya ha sido muy agraviado.» Dijo Nuestra Señora a la hermana Lucía: «Nuestro buen Señor está dejándose apaciguar. Pero Él mismo se queja amarga y dolorosamente de la exigua cantidad de almas en gracia de Él que están dispuestas renunciar a cuanto les exija el cumplimiento de su ley.»

Una célebre afirmación de Pío XII dice: «Tal vez el mayor pecado del mundo actual sea que los hombres han empezado a perder la conciencia del pecado». (Radiomensaje para la clausura del Congreso Catequístico Nacional de los Estados Unidos celebrado en Boston, 26 de octubre de 1946). Uno de los mayores atractivos del mensaje de Fátima y del conmovedor ejemplo de los beatos Francisco y Jacinta, se podría expresar haciéndose la siguiente pregunta: «Avanzo a toda prisa hacia la eternidad. ¿Estoy verdaderamente preparado para comparecer ante el tribunal de Dios? ¿Estaré en pecado?»

Dado que el pecado, y en primer lugar el pecado mortal, es la mayor desgracia espiritual, una de las principales obligaciones de la Iglesia consiste en advertir del peligro del pecado, en predicar contra la verdadera gravedad del pecado, en llevar a los fieles a un verdadero arrepentimiento mediante la gracia de Dios, salvar a los pecadores de la muerte eterna mediante oraciones intercesoras y actos de reparación vicaria. Los ministros de la Iglesia jamás deben  minimizar el pecado, jamás deben hablar en términos ambiguos de lo que es pecado, jamás deben de modo explícito ni implícito reafirmar al pecador en su vida pecaminosa, como en el caso de los divorciados que se han vuelto a casar. Semejante actitud sería sumamente antipastoral y comparable a la de una madre que le hablara en términos equívocos a su hijo viendo que se acerca a un abismo. Desde luego no sería una actitud propia de una madre, sino de una madrastra. Por consiguiente, esos sacerdotes que, como es tan frecuentísimo en nuestros días, tranquilizan a los divorciados que se han vuelto a casar para que sigan cometiendo adulterio, se comportan como madrastras. El nuevo estilo pastoral supuestamente misericordioso para con los divorciados vueltos a casar, difundido por el cardenal Kasper y sus aliados en el clero, incluso en el seno de conferencias episcopales, es en definitiva un método cruel y propio de una madrastra para tratar a los pecadores. La conmovedora actitud hacia el pecado y los pecadores de los beatos Jacinta y Francisco, pone en evidencia un método tan antipastoral, que se propaga actualmente tras la máscara de la misericordia.

La realidad del pecado exige forzosamente penitencia y expiación. Esto también tiene que ver con el núcleo de los mensajes que transmitió Nuestra Señor en Fátima para nuestro tiempo. Ya en 1916 las palabras que dirigió el Ángel a los niños fueron del mismo tenor que las que diría más tarde Nuestra Señora en 1917. Les dijo: «Ofreced todo lo que podáis como sacrificio al Señor reparación por los pecados que le ofenden y como súplica por la conversión de los pecadores. Y ante todo, aceptad y soportad con resignación los sacrificios que Dios os envía.» El 13 de julio de 1917, Nuestra Señora dijo: «Sacrificaos por los pecadores; y decid con frecuencia, sobre todo cuando hagáis algún sacrificio: «Oh Jesús mío, te ofrezco este sacrificio por amor a Ti, por la conversión de los pecadores y en reparación por los pecados cometidos contra el Inmaculado Corazón de María”.»

El ejemplo de los niños de Fátima debería conmovernos y motivarnos a cultivar el espíritu de expiación y reparación por los pecados. Los niños se morían de sed, y no encontraban una gota de agua. Y en vez de quejarse, Jacinta , con sus siete años, se veía contenta. «Qué bien, –decía– tengo sed pero la ofrezco por la conversión de los pecadores.» Lucía, la mayor de los tres, comprendiendo que tenía que cuidar de sus primos, se dirigió a una casa cercana en busca de agua. Cuando regresó, se la ofreció primero a Francisco. «No quiero beber –dijo este chiquillo de nueve años–; quiero sufrir por los pecadores.» «Bebe tú, Jacinta.» «Yo también me quiero sacrificar.» Entonces Lucía derramó el agua en el hueco de una piedra para que la abrevaran las ovejas, y volvió a la casa con la jarra vacía. El ruido rítmico de las ranas, los grillos y otros insectos comenzaron a machacar atronadoramente los tímpanos de Jacinta. Con la cabeza entre las manos, exclamó exasperada: «Cómo me duele la cabeza! Diles a los grillos y las ranas que se callen.» «¿No te gustaría sufrir también por los pecadores?», le preguntó Francisco. «Sí, claro, que canten.» «Lucía –prosiguió Jacinta–, la Señora dijo que Su Inmaculado Corazón sería tu refugio y el camino que te guiará a Dios. ¿No te alegra? Quiero mucho a su Corazón.» En agosto de 1917 Nuestra Señora les dijo a los niños: «Rezad mucho y haced sacrificios por los pecadores, que muchas almas se van al infierno porque nadie se sacrifica por ellas.»

Comentando más tarde el ejemplo de Francisco y Jacinta, la hermana Lucía explicó: «Hay muchas personas que pensando que penitencia quiere decir muchas penalidades, y considerándose sin fuerzas para hacer grandes sacrificios, se desaniman y persisten en una vida de tiebieza y pecado.» Entonces la hermana Lucía dio que el Señor le había explicado: «El sacrificio que se exige a toda persona es que cumpla sus deberes en la vida y observe mi ley. Esta es la penitencia que quiero y exijo ahora».

Es imposible entender verdaderamente las apariciones y mensajes de Nuestra Señora de Fátima sin tener en cuenta las apariciones del Ángel a los tres niños en 1916. Ambas apariciones están intrínsecamente relacionadas. Las palabras del Ángel ya habían preparado el mensaje central de Nuestra Señora de Fátima: «Haced un sacrificio de todo lo que podáis, y ofrecedlo a Dios en reparación por los pecados que le ofenden y como súplica por la conversión de los pecadores.» Con todo, lo más importante de las apariciones del Ángel es su mensaje relativo al misterio eucarístico del Cuerpo y la Sangre de Cristo. En 1916 el Ángel había dicho que Cristo es es terriblemente ultrajado en este misterio. En la Iglesia de aquellos tiempos casi nadie podía imaginar  los terribles ultrajes que se cometerían contra Cristo en el sacramento de la Eucaristía de un modo tan horroroso y tan extendido, incluso en el seno de la Iglesia, como sucede actualmente, sobre todo con la administración de la Sagrada Comunión en la mano y en la admisión indiscriminada al sacramento de pecadores impenitentes y hasta de no católicos a la Sagrada Comunión. Jamás en la historia había sido objeto el sacramento de la Eucaristía de tan tremendos sacrilegios por parte del clero y de los fieles como en nuestros días. Una vez más, las apariciones de Fátima manifiestan de modo palpable su carácter eminentemente profético.

La Iglesia de nuestro tiempo puede aprender de la dimensión profética de las apariciones de Fátima la relación intrínseca e inseparable entre la veneración de la Sagrada Eucaristía y la devoción a Nuestra Señora, en particular a su Inmaculado Corazón. La propagación de la devoción al Inmaculado Corazón tiene que estar a la vez relacionada con una autentica renovación del culto eucarístico, entendido particularmente con el restablecimiento del culto externo con sacralidad y reverencia la celebración de la Santa Misa, y de manera especial con relación al rito y la disciplina al administrar la Sagrada Comunión. Sólo entonces podrán venir el reinado y el triunfo del Inmaculado Corazón de María, cuando vuelva a instaurarse en todo su esplendor por todo el mundo católico el reinado de Cristo Rey Eucarístico. El reinado del Inmaculado Corazón es intrínsecamente eucarístico, y ello es indispensable para que haya un tiempo de verdadera paz en el mundo.

Uno de los más grandes devotos de Nuestra Señora de Fátima y uno de los más ardorosos promotores del culto a Ella fue el valeroso seglar brasileño Dr. Plinio Correia de Oliveira. En 1944 expuso  de manera profunda y sagaz la vigencia de las apariciones de Fátima, y bastante aplicable al momento de la historia en que nos encontramos: «Se reunieron los tecnócratas –los que, junto con los banqueros, gobiernan el mundo actual– et convenerunt in unum adversus Dominum [y se han coligado contra el Señor. Cf. Hechos 4,26]. Construyeron una paz sin Cristo, una paz contra Cristo. El mundo se sumirá más aún en el pecado, desechando el mensaje de Nuestra Señora. En Fátima, los milagros se multiplicaron por docenas, por centenares, por miles. Estaban accesibles a todos, los podían examinar médicos de toda raza y religión. Las conversiones fueron innumerables. Y aun así, nadie hizo caso de Fátima. Algunos dudaron sin estudiar el caso. Otros lo negaron sin examinarlo. Otros creyeron, pero les faltó el valor para decirlo. No obedecieron a Nuestra Señora. La voz de Fátima nos habla hoy. No endurezcamos el corazón, pues sólo escuchando su mensaje podremos salvarnos del juicio de la historia.» (Legionario, São Paulo, 14 de mayo de 1944).

La hermana Lucía consideraba que no falta mucho para los últimos tiempos, y ello por los tres motivos siguientes, como explicó en una entrevista al P. Agustín Fuentes el 26 de diciembre de 1957. Vale la pena citar sus palabras: «El primero es que Nuestra Señora me dijo que el Diablo libra batalla contra la Virgen, una batalla decisiva. Es la batalla definitiva en la que una de las partes triunfará y la otra quedará derrotada. De ahora en adelante estamos o con Dios o con el Diablo. No hay término medio. El segundo motivo es que me dijo, y a mis primos también, que Dios está dando los últimos remedios para el mundo: el Santo Rosario y la devoción al Inmaculado Corazón de María. Y como son los últimos remedios, los finales, eso quiere decir que no habrá otros. Y el tercero, porque en los planes de la Divina Providencia, cuando Dios va a castigar el mundo, agota siempre todos los demás remedios. Y cuando ve que el mundo no presta la menor atención, entonces, como decimos en nuestro imperfecto modo de hablar, con cierto temor, nos ofrece el último medio de salvación: su Bienaventurada Madre. Si despreciamos y rechazamos este último medio, el Cielo ya no nos perdonará, porque habremos cometido un pecado que el Evangelio llama pecado contra el Espíritu Santo. Este pecado consiste en rechazar con pleno conocimiento y voluntariamente la salvación que se nos pone en las manos. Además, como Nuestro Señor es tan buen Hijo, no consentirá que ofendamos y despreciemos a su Santísima Madre. Tenemos la prueba evidente de siglos a lo largo de los cuales Nuestro Señor nos ha mostrado con terrible ejemplos que siempre ha defendido el honor de su Santísima Madre. La oración y el sacrificio son los dos medios de salvación para el mundo. Y en cuanto al Santísimo Rosario, Padre, en estos últimos tiempos en que vivimos, la Santísima Virgen ha proporcionado renovada eficacia al rezo del Santo Rosario. De tal modo que no hay problema en la vida espiritual de cada uno de nosotros y de nuestra familia, lo mismo en nuestra familia en el mundo que en las comunidades religiosas, o incluso entre pueblos y naciones. Repito, no hay problema, por difícil que sea, que no se pueda resolver en nuestros tiempos rezando el Santo Rosario. Con el Santo Rosario nos salvaremos, nos santificaremos, consolaremos a Nuestro Señor y obtendremos la salvación de numerosas almas. Por último, está la devoción al Inmaculado Corazón de María, nuestra Santísima Madre, considerada la sede de la misericordia, la bondad y el perdón, y la puerta segura al Cielo.»

Ojalá la Iglesia de nuestros tiempos haga caso de lo que dice el Espiritu de Profecía  (cf. Apo. 2,11) por boca del Ángel de Fátima, con el heroico ejemplo de los beatos  Francisco y Jacinta, y ante todo con las palabras de Nuestra Señora, la Madre de Dios, Madre nuestra y Madre espiritual de toda la humanidad. La realidad de Fátima consiste en preparar a la Iglesia de nuestros tiempos para confesar sin miedo la fe católica llegando incluso al martirio, como podemos ver en la tercera parte del secreto de Fatima. No obstante, Fátima sigue constituyendo un auténtico signo profético de esperanza, porque Nuestra Señora prometió una época de paz y el triunfo de su Inmaculado Corazón. La totalidad del sentido profético del mensaje de Fátima se compone de las apariciones del Ángel, las palabras y el ejemplo heroico de los tres pastorcitos, y ante todo las exhortaciones maternas de Nuestra Señora. En la oración con la que Su Santidad Juan Pablo II consagró el 24 de marzo de 1984 el mundo al Inmaculado Corazón de María, encomendó a la Iglesia y a la humanidad de nuestros días la siguiente súplica ardiente, que condensa los puntos más importantes del sentido profético del mensaje de Fátima: «¡Corazón, inmaculado! Ayúdanos a derrotar el mal que nos acecha, y que con tanta facilidad arraiga en los corazones de la gente de hoy, y cuyos efectos inconmensurables ya pesan sobre nuestro mundo moderno. De la disposición para pisotear los mandamientos de Dios, líbranos, Señora. De los intentos de sofocar en los corazones la verdad misma de Dios, líbranos, Señora. De la pérdida de conciencia del bien y del mal, líbranos, Señora. De los pecados contra el Espíritu Santo, líbranos, Señora. Ayúdanos con el poder del Espíritu Santo a vencer todo pecado: los pecados individuales y los pecados del mundo, el pecado en todas sus manifestaciones. Permite que se manifieste otra vez en la historia del mundo el infinito poder salvífico de la Redención: el poder del amor misericordioso. Que este poder detenga el mal. Que transforme las conciencias. Que tu Inmaculado corazón revele a todos la luz de la esperanza”.

+ Athanasius Schneider, obispo auxiliar de la arquidiócesis de Santa María de Astaná

(Traducido por J.E.F)

Mons. Athanasius Schneider
Mons. Athanasius Schneider
Anton Schneider nació en Tokmok, (Kirghiz, Antigua Unión Soviética). En 1973, poco después de recibir su primera comunión de la mano del Beato Oleksa Zaryckyj, presbítero y mártir, marchó con su familia a Alemania. Cuando se unió a los Canónigos Regulares de la Santa Cruz de Coimbra, una orden religiosa católica, adoptó el nombre de Athanasius (Atanasio). Fue ordenado sacerdote el 25 de marzo de 1990. A partir de 1999, enseñó Patrología en el seminario María, Madre de la Iglesia en Karaganda. El 2 de junio de 2006 fue consagrado obispo en el Altar de la Cátedra de San Pedro en el Vaticano por el Cardenal Angelo Sodano. En 2011 fue destinado como obispo auxiliar de la Archidiócesis de María Santísima en Astana (Kazajistán), que cuenta con cerca de cien mil católicos de una población total de cuatro millones de habitantes. Mons. Athanasius Schneider es el actual Secretario General de la Conferencia Episcopal de Kazajistán.

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