Texto de la ponencia de Marcello Pera en Roma durante el encuentro Iglesia Católica, adónde vas?, el 7 de abril de 2018. Discurso improvisado, de estilo claramente espontáneo y coloquial, transcrito a partir de la grabación.
Gracias. Buenas tardes a todos. Me han pedido una invervención muy breve hace diez minutos. Procuraré ser lo más breve posible. Los temas que ya se se están debatiendo aquí son muy complejos y merecerían todos profundizarse bastante, pero me limitaré a hacer algunas breves observaciones. Para empezar, considero de buen augurio que me hayan invitado a hablar, y recordar al cardenal Caffarra, que era un muy querido amigo mío, como todos vosotros. También tiene su importancia porque soy el tercero en tomar la palabra, pero así como Brandmüller es cardenal, diré que mi amigo Burke también es cardenal, y yo que soy el tercero puedo por tanto esperar seguir por el mismo camino. Decía el cardenal Caffarra que la situación es la Iglesia es confusa, que hay que estar ciego para no verla. Los cardenales Burke, Brandmüller y muchos otros han añadido un nuevo adjetivo: que la situación es bastante confusa, y muy grave, y muy peligrosa. Estoy de acuerdo con ellos.
Desde mi perspectiva, que evidentemente no es la de ellos, perspectiva de muy interés y atención, y no tengo intención de añadir ningún elemento a los temas de debate relativos a la discusión sobre este o aquel tema, resulta confuso lo que se dice actualmente sobre el matrimonio. Es confuso lo que se afirma sobre el sacerdocio, sobre la moral sexual, sobre los derechos no negociables, sobre una serie de cosas que se han convertido en… por lo visto estaban claras y se han vuelto turbias… no… Quisiera hacer una pregunta por detrás de estas simples confusiones, aquello en que consiste realmente la confusión hoy en día en la Iglesia Católica para los que naturalmente denuncian la confusión, y de qué nace y proviene esa confusión. No tengo tiempo de hablar del segundo tema. Me limitaré a hacer una breve alusión. Si uno piensa, como yo que la actual confusión es derivada o es responsabilidad primaria del papa Francisco, para mí que comete un error histórico, porque la confusión, esa confusión, al menos aquella a la que me refiero, es también anterior a aquella a la que ha contribuido el papa Francisco.
La confusión… lo digo un poco resumidamente, y también de forma algo esquemática, por lo que ruego me disculpen, la confusión tiene que ver con la naturaleza del mensaje cristiano. Y la presento con esta pregunta alternativa: el mensaje cristiano, ¿es un mensaje de salvación o de liberación? ¿Es un lenguaje esjatológico o un lenguaje teológico?
Comprenderéis que la diferencia es profunda. Un mensaje de salvación tiene que ver con todos, con cada uno de la misma manera. No hace distinción. El cardenal Burke citó la carta de San Pablo a los gálatas. El propio San Pablo les dice a los gálatas que no hay judío ni esclavo ni amo, no hay varón ni mujer, y que por eso no hay ricos ni pobres, por eso no hay inmigrantes ni residentes, y así sucesivamente. El mensaje de salvación es para todos, y es el mismo para todos. El mensaje de liberación es otra cosa. El mensaje de liberación es para algunos, y no para todos de la misma manera, porque no todos deben o pueden ser igualmente liberados. Se libera a la mujer, y no al hombre. Se libera al débil, y no al fuerte. Al pobre, y no al rico. Al inmigrante, y no al residente. El lenguaje de la liberación establece una distinción, y concibe el destinatario del mensaje de Cristo de una manera diversa. No es que rechace la salvación, pero dice otra cosa. El mensaje entendido como liberación dice que la encarnación de Cristo, y por tanto la revelación de Dios, tiene una función que tiene que ver con este mundo, o, como se decía antes, hoc seculum, y no tiene por tanto que ver con el otro mundo. Es más, lo que se hace en este mundo, las injusticias que se corrigen en este mundo, los sufrimientos que se alivian en este mundo, las igualdades que se crean en este mundo, todo eso contribuye a la salvación en el otro. Esto significa interpretar el cristianismo de una manera mundana, de una manera secular, de una manera enfocada al siglo en vez de al otro mundo. Hasta tal punto que quien considera que el mensaje cristiano es el mensaje de la salvación es consciente también, se da cuenta de la cruda realidad de que el cristiano no puede impedir las injusticias y sufrimientos del mundo. No es su cometido. ¿Y por qué se da cuenta? Porque sabe que fue precipitado a este mundo a causa de la rebelión contra Dios, es decir, del pecado original, y que no tiene la misión de eliminar del mundo al que ha sido arrojado esas inevitables injusticias, ya que el mundo secular es el mundo caído. Lo ve, lo reconoce con amargura, y es impotente ante ello. Y, según esta interpretación, también Dios es impotente. El cual tollit peccata mundi, pero eso no significa que las elimine, porque ha creado el mundo, precisamente por el mundo del pecado. El mundo está caído. Por tanto no quita, no asume ni hace suya ninguna responsabilidad (no sólo las injusticias que son consecuencia de ello, sino el pecado que las provoca). Y consiente a los que creen en él que se rediman por medio de las injusticias y el sufrimiento.
Dad la vuelta a la interpretación, y no penséis ya en la esjatología, sino en la ideología. O sea: pensad qué hace el lenguaje del cristiano en el mundo, no en la perspectiva de la salvación. Veréis que hace exactamente lo contrario. Se empeña en eliminar las injusticias. Escucha la voz del mundo, el grito del mundo que sufre, y se cree capaz de salir al paso de las injusticias y sufrimientos, traduciendo el mensaje cristiano a un mensaje secular o político. Y así la Iglesia, no sólo la de Bergoglio, que es el último protagonista de esta evolución o involución, así la Iglesia ha acogido las peticiones del mundo secular y las ha hecho suyas. Así la Iglesia ha reconocido los derechos irrevocables de la mujer, del hombre, del niño, del inmigrante, del que sufre. Es decir, ha transferido el mensaje del terreno de la salvación al de la liberación, convencida de que quien se empeña en la liberación adquiere méritos para salvarse.
Hubo un tiempo en que esa idea de que se ganan méritos para la salvación empeñándose con las propias fuerzas, con el propio esfuerzo en el mundo, se llamaba pelagianismo, y se consideraba una herejía.
Observo que en estos últimos tiempos se plantean interrogantes con respecto al papa Francisco a propósito de algunos elementos de confusión que desgraciadamente ha introducido él también en esta cuestión, sobre la existencia del infierno, y a todos nos gustaría saber si el Papa cree en el infierno. Yo querría hacer otra pregunta que me parece tal vez más decisiva que la relativa a la existencia o no del infierno: Santidad: ¿cree hoy en día la Iglesia en el pecado original, cree que el pecado original sólo se puede redimir mediante la gracia de Dios, cree que del pecado original sólo es posible redimirse con obras de la justicia, de política o de caridad? Yo creo que ahí radica la confusión. Porque se han expresado algunas cosas, hay posturas que me recuerdan la herejía pelagiana, al convencimiento de que me salvo ante Dios porque me empeño en eliminar por mis propias fuerzas una injusticia en el mundo. Para mí, ésta es una perspectiva ideológica que está muy difundida actualmente en las actitudes, en las palabras, en los obiter dicta (sentencias vinculantes que sientan jurisprudencia) de este pontífice que, desgraciadamente, a mi juicio, ha afectado a la Iglesia en los últimos tiempos; no sólo en este siglo. Hoy se dicen y se aceptan cosas en la Iglesia que hasta hace ochenta o noventa años se consideraban herejías. ¿Qué está pasando? Creo que estamos atravesando una de esas fases tan arriesgadas, con la confusión y la gravedad, estamos transformándola los cristianos en una filosofía en gran medida humanitaria, con connotaciones escriturísticas vagas, interpretadas casi siempre ad hoc, traducidas casi siempre ad usum Delphini. Estamos aceptando esta forma de humanismo, que sin embargo no es, a mi juicio, la religión, el mensaje cristiano de la salvación que debería caracterizarnos a todos si no queremos terminar por convertirnos en una secta más, o una clase o subespecie de filosofía de la liberación como tantas otras que ha habido. Gracias.
(Traducido por Bruno de la Inmaculada/Adelante la Fe. Artículo original)