No sé si conocen estos personajes tan propios de la cultura hispana conocidos como trileros; ya saben: un grupo de pícaros que, en torno a zonas turísticas, tratan de confundir a los incautos con el juego trucado de los cubiletes y la bolita. Mientras uno pasa la bola de cubilete en cubilete a gran velocidad, uno o dos más sirven de “gancho” para dar confianza y que algún curioso pique tratando de adivinar dónde está la bolita; eso sí, previa apuesta obligada que, lógicamente, perderán pasando por caja.
Todo esto me ha venido a raíz de un curioso sueño que he tenido anoche. No lo tengo memorizado con mucho detalle, ya saben cómo son estas cosas, pero recuerdo a dos personas entradas en edad; la voz de uno de ellos me resultaba muy familiar, pero no termino de ponerle nombre. Ambos montaban su tenderete para timar al personal a la orilla de un río; creo que era el Tíber, sí, sí, el de Roma. Aún lo tengo grabado de cuando estuve allí, y estoy casi seguro de que no me equivoco.
Debían de ser conocidos por esta actividad, y repetirla con frecuencia, porque alguno les decía de lejos: -¿otra vez con la misma historia? Pero casi nadie echaba cuenta de la advertencia, y los turistas acudían como abejas a la miel en torno a los cubiletes.
Parecían consumados maestros de este “arte”, pues tenían una extraordinaria habilidad moviendo los cubiletes de un lado a otro, rapidísimo; de verdad, al ojo humano le costaba seguirlos, y parecía que disfrutaban los dos dale que te pego, mostrando la bolita y escondiéndola a velocidad de vértigo: bolita por aquí, bolita por allá. Ahora la enseño, ahora la escondo. Vean y apuesten dónde está la bola; que si es verdad, que si es mentira, que si lo ha dicho, que no lo ha dicho, que está, que no está. Que sí, que no, que sí…y por si quedaban dudas, siempre aparecía el “gancho” vociferando y dispuesto a rematar la faena para apuntillar al turista desconcertado por tanto movimiento.
Ya saben cómo son los sueños, que uno está, pero como que no está, y no te ven; lo cual tiene sus ventajas. Recuerdo cómo los dos vivos se volvían a veces y se reían entre ellos diciéndose: -¡qué memos¡ Nos quedamos con ellos como queremos, así que mañana más…
Recuerdo cómo incluso soñando me reía, ante lo absurdo de ver cómo una y otra vez les engañaban exactamente con el mismo modus operandi, lo cual me hacía ver que los allí congregados no tenían un mínimo de luces para sencillamente darse cuenta de que les estaban tomando el pelo; de que, sin ningún género de dudas, todo era una operación para lanzar “bolitas” y esconder la mano…y ojo, que estos especialistas tenían su peligro, porque no se llevaban un reloj o unas monedas, sino que apuntaban más alto; y como se descuidaran los turistas, le buscaban la ruina de por vida. Lo malo es que esto pasa en el sueño y en la realidad.
Tengo un amigo detective privado, y les puedo asegurar que si alguien dice que le han engañado lo menos cinco veces -por decir un número al azar- exactamente de la misma forma, y va allí diciendo que “no está seguro”, “será de buena fe”, “el gancho no está involucrado”, “en verdad no pasó eso”, “no lo hicieron”… directamente le da dos patadas en el trasero y le echa de allí “por tonto”. La primera vez que alguien te engaña no es culpa tuya; pero la segunda sí. Y si son ya cinco…en fin, mejor no decirlo por decoro.
Hay que reconocer que hay que tener “arte” para engañar tanto al personal, y que los propios engañados sigan sin darse cuenta. Es verdaderamente meritorio.
No les aburro más: era sólo un sueño, que no sé por qué lo he contado.