Ultramontanismo no es papolatría; por qué es para mí motivo de orgullo ser ultramontano

En los últimos meses se viene sosteniendo un debate en Rorate Caeli y otros portales con interesantes intervenciones de Stuart Chessman ((https://rorate-caeli.blogspot.com/2022/01/ultramontanism-its-life-and-death.html), Peter Kwasnewski (https://onepeterfive.com/category/ultramontanism-spirit-of-vatican-i/ y José Antonio Ureta (https://onepeterfive.com/understanding-true-ultramontanism/https://rorate-caeli.blogspot.com/2022/01/modernism-not-ultramontanism-is.html

Conozco personalmente a estos autores y les profeso gran estima y amistad pero, fiel al adagio latino amicus Plato, sed magis amica veritas (Platón es amigo mío, pero la verdad es mayor amiga), por encima de la amistad me atengo a lo que a mi juicio es la verdad.

A este respecto, debo reconocer que comparto la postura doctrinal de José Antonio Ureta, aunque tal vez lo que nos separe a Ureta y a mí de otros de otros autores sea un problema semántico relativo al vocablo ultramontanismo. Por eso, me gustaría explicar quiénes eran históricamente los ultramontanos y por qué me considero admirador y heredero intelectual de ellos.

El término ultramontaismo se acuñó y empleó con connotaciones negativas en el siglo XIX para designar la fidelidad de los católicos transalpinos a las doctrinas e instituciones pontificias. El padre Richard Costigan SJ explica muy bien este concepto en su libro Rohrbacher and the Ecclesiology of Ultramontanism (Gregoriana, Rome 1980, pp. XIV-XXVI).

Los ultramontanos se oponían a las doctrinas galicana, febroniana y josefinista, que abogaban por la limitación de los poderes del Papa en favor de los obispos. Más en general, los ultramontanos combatían a los católicos liberales que rechazaban la oposición a la Revolución Francesa y estudiaban formas de acomodarse al mundo moderno.

Entre muchos otros, fueron exponentes de esta escuela ultramontana o contrarrevolucionaria el filósofo político francés conde Joseph de Maistre (1753-1821) y el estadista español Juan Donoso Cortés, marqués de Valdegamas (1809-1853).

De Maistre escribió Del Papa (1819), obra que ha conocido cientos de reediciones y fue precursora del dogma de la infalibilidad pontificia. Donoso Cortés denunció el absoluto antagonismo entre la sociedad moderna y la cristiandad en su Ensayo sobre el catolicismo, el liberalismo y el socialismo (Madrid 1851). Recuerdo igualmente la positiva influencia que ejerció durante el siglo XIX la monumental Historia universal de la Iglesia Católica en 28 volúmenes de René François Rohrbacher (1789-1856), que conoció siete ediciones entre 1842 y 1901 y se tradujo al italiano, el inglés y el alemán. Esta obra no tuvo menos influencia en el pensamiento católico decimonónico que las de Joseph de Maistre y Juan Donoso Cortés.

La polémica entre católicos ultramontanos y liberales se dio ante todo en Francia durante la segunda mitad del siglo XIX. En el bando liberal, los paladines fueron el conde Charles Renée de Montalembert (1810-1870), con sus revista Le correspondant, y monseñor Félix-Antoine Philibert Dupanloup (1802-1878), obispo de Orleans. En el ultramontano destacaron el cardenal Louis Pie (1815-1880), obispo de Poitiers, conocido como martillo del liberalismo, y Louis Veuillot (1813-1883), director de L’Universe. Pío IX apoyó el movimiento ultramontano y condenó el liberalismo católico con la encíclica Quanta cura y el Syllabus o índice de los principales errores de nuestra época, publicado el 8 de diciembre de 1864, décimo aniversario de la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción. Mientras redactaba dichos documentos, consultó con Monseñor Pie, Louis Veuillot y Donoso Cortés. Desde entonces, el Syllabus se convirtió en el manifiesto de los católicos ultramontanos o integristas frente al relativismo de los liberales.

Cuando cinco años más tarde Pío IX anunció el Concilio Vaticano I, los católicos liberales decidieron salir a la luz. El primero en presentar batalla fue monseñor Dupanloup, que publicó un breve tratado sobre la infalibilidad en el que afirmaba que era inoportuno proclamarla. En Alemania, Ignaz von Döllinger (1799.1890), rector de la Universidad de Múnich, acusó a Pío IX de preparar una revolución eclesiástica para imponer la infalibilidad como dogma. En Inglaterra, las tesis de Dupanloup y Döllinger fueron propagadas por Lord John Emerich Acton (1834-1902). Los católicos ultramontanos lucharon por la aprobación del dogma del primado de San Pedro y la infalibilidad pontificia. A la vanguardia de ellos figuraba el cardenal arzobispo de Westminster Henry Edward Manning (1808-1892), que ocupó en el aquel concilio un puesto equiparable al de San Cirilo en el de Éfeso. Algunos años después, junto con monseñor Ignaz von Senestrey (1818-1906), obispo de Ratisbona, hizo un voto, redactado por el padre Matteo Liberatore (1810-1892), de hacer cuanto estuviese en sus manos para obtener la definición de la infalibilidad pontificia. Contaban en su bando con eminentes personalidades como el jesuita, más tarde cardenal, Johann Baptist Franzelin (1816-1886), teólogo del Papa en el Concilio, Dom Prosper Guéranger (1805,1875), fundador de la congregación de Solesmes, que restableció la vida benedictina en Francia, y San Antonio María Claret (1807-1870), arzobispo de Trajanópolis y guía espiritual de los prelados españoles, papa de la guardia imperial en el Concilio Vaticano I (Cf, Carta a la madre María Antonia París, Roma, 17 de junio de 1870).

Haciéndose eco de las tesis conciliaristas y galicanas, los liberales sostenían que la autoridad de la Iglesia no residía únicamente en el Sumo Pontífice, sino en el Papa en unidad con los obispos, y consideraban que sería un error, o al menos inoportuno, proclamar como dogma la infalibilidad. Claret fue uno de los 400 padres que el 28 de enero de 1870 firmaron una solicitud para que se definiera el dogma de la infalibilidad, al que no sólo consideraban oportuno, sino sub omni respectu ineluctabiliter necessaria, y el 31 de mayo de aquel mismo año pronunció una conmovedora disertación en defensa de la infalibilidad pontificia.

El 8 de diciembre de 1870, mediante la constitución apostólica Pastor aeternus, el beato Pío IX definió los dogmas del primado petrino y la infalibilidad pontificia (Denz-H, 3050-3075). Estos dogmas constituyen hoy un valioso punto de referencia en que basar la verdadera devoción a la cátedra de San Pedro.

Aunque los católicos liberales quedaron derrotados en el Concilio Vaticano I, un siglo después serían los protagonistas y vencedores en el Concilio Vaticano II.

Galicanos, febronianos y jansenistas sostenían que la Iglesia debía tener una estructura democrática dirigida desde la base por obispos y sacerdotes, de los que el Papa no sería sino un representante. La constitución Lumen gentium, proclamada por el Concilio Vaticano II, era tan ambigua como el resto de los documentos conciliares, que reconocían esas tendencias sin llevarlas a sus últimas consecuencias.

El 9 de diciembre de 1962 el padre Yves Congar (1904-1995) escribió en su diario: «Yo creo que todo lo que se haga para convertir a Italia de su ultramontanismo político, eclesiológico y devocional al Evangelio será positivo para la Iglesia universal. Por eso, en estos tiempos, he aceptado muchos compromisos en este sentido».  (Diario del Concilio, traducción italiana, 2 vols., San Paolo, Cinisello Balsamo (Mi) 2005, vol. I, p. 308). El teólogo dominico añadió: «El ultramontanismo existe verdaderamente (…) Las universidades y colegios de Roma lo vierten en diversas dosis: la más alta, casi mortífera, es la que actualmente se administra en la Universidad Lateranense» (vol. I, p. 201); «la miserable eclesiología ultramontana», volvió a escribir Congar el 5 de febrero (vol. II, p. 20). Veía como una misión su enfrentamiento a los teólogos de lo que llamaba escuela romana.

La escuela teológica romana era heredera del movimiento ultramontano: el cardenal Alfredo Ottaviani, el también cardenal Ernesto Ruffini y monseñor Marcel Lefebvre eran representantes de dicha escuela.

Michael Davies (1936-2004) que atribuye en parte la catástrofe conciliar a una obediencia al Papa mal entendida, nos recuerda las palabras del cardenal Manning: «Nadie es de por sí infalible; la infalibilidad es una  ayuda  que se recibe aneja al cargo» (en Pope John’s Council, Augustine Publishing Company, Chawleigh, Chulmleigh (Devon) 1977, p. 175).

El Concilio Vaticano I no enseña que el carisma de la infalibilidad esté siempre presente en el Vicario de Cristo; simplemente que no está ausente en el ejercicio del cargo en su forma suprema; es decir, cuando el Soberano Pontífice enseña como pastor universal, ex cáthedra, en materia de fe y costumbres (Pope John’s Council, pp. 175-176). El propio Michael Davies se puede considerar un tradicionalista ultramontano, como todos los que se opusieron al Concilio Vaticano II y al Novus Ordo con respeto y amor al Papado. Tal es la postura que defiendo en mi libro Love for the Papacy and Filial Resistance to the Pope in the History of Church (Angelico Press, Nueva York 2019).

En su oposición al canciller Bismarck, los obispos alemanes declararon en 1875 que el Magisterio del Papa y los obispos «se limita al contenido de la Sagrada Escritura y la Tradición» (Denz-H 3116). Pío IX respaldó totalmente esta declaración en su carta a los obispos alemanes Mirabilis illa constantia del 4 de marzo de ese mismo año (Denz-H 3117). Estoy plenamente de acuerdo con esa declaración ultramontana, que puede servir de fundamento para oponerse respetuosamente a las decisiones injustas de la Santa Sede.

Tanto la papolatría como el magisterialismo nacieron después del Concilio Vaticano II. Son el culto extremista a la persona del Papa que surgió paralelamente a la humillación del Papado. No tienen nada que ver con el ultramontanismo.

Espero haber dejado claro por qué para mí es motivo de orgullo ser ultramontano y por qué me preocupa que se critique el ultramontanismo.

(Traducido por Bruno de la Inmaculada. Artículo original)

Roberto de Mattei
Roberto de Matteihttp://www.robertodemattei.it/
Roberto de Mattei enseña Historia Moderna e Historia del Cristianismo en la Universidad Europea de Roma, en la que dirige el área de Ciencias Históricas. Es Presidente de la “Fondazione Lepanto” (http://www.fondazionelepanto.org/); miembro de los Consejos Directivos del “Instituto Histórico Italiano para la Edad Moderna y Contemporánea” y de la “Sociedad Geográfica Italiana”. De 2003 a 2011 ha ocupado el cargo de vice-Presidente del “Consejo Nacional de Investigaciones” italiano, con delega para las áreas de Ciencias Humanas. Entre 2002 y 2006 fue Consejero para los asuntos internacionales del Gobierno de Italia. Y, entre 2005 y 2011, fue también miembro del “Board of Guarantees della Italian Academy” de la Columbia University de Nueva York. Dirige las revistas “Radici Cristiane” (http://www.radicicristiane.it/) y “Nova Historia”, y la Agencia de Información “Corrispondenza Romana” (http://www.corrispondenzaromana.it/). Es autor de muchas obras traducidas a varios idiomas, entre las que recordamos las últimas:La dittatura del relativismo traducido al portugués, polaco y francés), La Turchia in Europa. Beneficio o catastrofe? (traducido al inglés, alemán y polaco), Il Concilio Vaticano II. Una storia mai scritta (traducido al alemán, portugués y próximamente también al español) y Apologia della tradizione.

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