Un sacerdote contesta en tiempos de confusión: V – ¿Puede un perrito estar en el cielo? (Y sobre la monstruosidad de los lineamenta del Sínodo de 2015 y la praxis pastoral)

Estimado Padre:

Las recientes palabras del Sumo Pontífice sobre que los perros van al Cielo me han dejado perplejo. Mientras veía esta mañana las tertulias televisivas a la hora del desayuno, observé que todos los participantes estaban muy contentos y entusiasmados con lo que al parecer había dicho el Papa, independientemente de que sus palabras fueran fielmente recogidas o no. Debo reconocer que me estoy cansando con tantas ocurrencias como vienen de Roma. ¿Tendría la amabilidad de ayudarme a entender lo que pasa? ¿Puedo decirle a mi hija que la carpa dorada de su acuario irá al Cielo y un día podrá verla allí?

Cándido Cano
Villacanes

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Estimado Sr. Cano:
Intentaré responder lo mejor posible sus preguntas y tranquilizar su agotado estado de ánimo. A mí también me sorprendió leer un artículo sobre la supuesta declaración del Papa en el sentido de que los perros irán al Cielo. Declaración que apareció en primera plana del New York Times, que indudablemente tiene bastante trayectoria e influencia como periódico, pero que hasta ahora no ha demostrado que se sepa mucho interés por las declaraciones papales.

Nada menos que el redactor jefe de America, el padre James Martin, que es jesuita y por tanto tiene una relación especial con el Santo Padre, reaccionó al parecer con indiferencia ante la posible realidad de las palabras del Papa, y aprovechó la oportunidad para explicarlas en el sentido de que «Dios ama y Cristo redime a toda la creación«. Por tanto, según el padre Martin, a quien no le importa mucho la precisión y está más interesado en difundir la nueva doctrina, declaró: «Su Santidad dijo que el paraíso está abierto a todas las criaturas. A mí me parece muy claro.«


Para no quedarse atrás, el New York Times cita a Laura Hobgood-Oster, catedrática de estudios religiosos y ecología en la Universidad Southwestern de Georgetown (Texas) y «experta en historia de las relaciones mutuas entre hombres y perros». Según ella, habría una reacción enérgica por parte de los sectores más conservadores, pero tomaría un tiempo. «La Iglesia Católica –afirma– nunca se ha pronunciado con claridad en este sentido; todo está muy disperso, porque genera muchos interrogantes. ¿Adónde van los mosquitos?» Por su parte, los defensores de los derechos de los animales ya prevén un «mundo vegano«.

Discúlpeme, Sr. Cano, si me voy un poco por las ramas, pero nos la estamos viendo con un tema complejo. ¿Cuál es la creencia católica respecto a si los animales tienen alma? A riesgo de parecer simplista, creo que podemos afirmar que toda vida procede y depende del Espíritu vivicante de Dios. Al hablar de los animales, recordamos que esa misma palabra procede del latín anima, es decir, alma. Así que, en cierto modo, animales como perros, gatos y hasta peces de colores tienen alma, si bien esta no es racional ni inmortal. A eso se refería Juan Pablo II cuando declaró en una audiencia semanal en 1990 que el reino animal participa del aliento de vida que procede de Dios, y que por tanto debemos amar y respetar a los animales como criaturas de Él que son. Ahora bien: sólo el hombre está hecho a imagen y semejanza de Dios y está destinado a la inmortalidad, que consistirá en participar de los deleites del Cielo o las penas del infierno.

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Volvamos a la «praxis de la misericordia». Da la impresión de que será así como se desarrolle el dogma en lo futuro. Hasta ahora, el dogma se desarrollaba como una profundización en el entendimiento de la Fe, revelada de una vez por todas a los apóstoles mediante el poder del Espíritu Santo. De esa manera se fue desarrollando la manera de entender la persona de Jesucristo y la Santísima Trinidad durante los siglos de los siete primeros concilios ecuménicos. Definiciones dogmáticas recientes como la Asunción siempre se entendieron como lo que Iglesia siempre había creído aunque no fuera de forma explícita, y la proclamación de dicho dogma en 1950 por Pío XII no fue sino el reconocimiento formal de una verdad que ya estaba madura para ser definida. El Papa no puede crear un dogma nuevo. Sólo puede definir lo que es de fe para que lo crea toda la Iglesia. Espero haberme explicado bien.

Pero por lo visto a partir de ahora surgirán nuevos dogmas a partir de afirmaciones hechas por sacerdotes en el contexto de respuestas pastorales a situaciones igualmente pastorales. Cuando leí los Lineamenta para el Sínodo de la Familia de octubre de 2015 (es decir, el documento oficial que resume las conclusiones del último sínodo y servirá de borrador para todo el sínodo), publicado hace unos días por el Vaticano, me quedé anonadado y sorprendido por la la siguiente declaración con respecto a las cuestiones anexas dirigidas a las conferencias episcopales.

«Las preguntas que se proponen a continuación, con expresa referencia a los aspectos de la primera parte de la Relatio Synodi, desean facilitar el debido realismo en la reflexión de cada episcopado, evitando que sus respuestas puedan ser dadas según esquemas y perspectivas propios de una pastoral meramente aplicativa de la doctrina«.

Para la mayoría de los sacerdotes, la pastoral aplicativa, la respuesta a una situación pastoral cualquiera, se basa en las enseñanzas de la Iglesia. Cuando una familia llora la muerte de un ser querido, el sacerdote brinda palabras de consuelo basadas en lo que la Iglesia cree con respecto a la muerte: nuestra firme esperanza de que mediante la fe en Jesucristo nosotros también resucitaremos para la vida eterna. A un joven confuso por el ambiente de promiscuidad sexual que lo rodea, el sacerdote le da consejos basados en el concepto cristiano de la sexualidad humana y le explica por qué la pureza y la continencia son virtudes. Lo hace como un pastor que en todo momento está dispuesto a entender  la situación de la persona con relación a su fe, a la Iglesia, a su manera de entender estas cuestiones. 

La Relatio y otros documentos del Sínodo dan a entender que «ponerse en el lugar de las personas» y «acompañarlas» es una nueva forma de pastorear. Tal vez los sacerdotes y prelados que redactan esos textos tienen poca experiencia pastoral porque están ocupados redactando documentos. Pero yo sé que en el caso de la mayoría de los sacerdotes esa es la norma en cuanto a pastoral aplicativa de la doctrina. Estos documentos y esta jerga sinodal parecen aludir a una especie de demonio imaginario: el sacerdote tradicional que se limita a recordar las enseñanzas de la Iglesia a esos pecadores que sufren sin tener compasión ni misericordia de ellos. Es posible que haya algunos de esos, así como sacerdotes que la mayor parte del tiempo que están en el confesionario se lo pasen diciendo a los penitentes que no han pecado, pero hay muchos que por el contrario tienen muy claro el sentido pastoral de entender la situación de los fieles y ayudarles con la esperanza de acercarlos a Cristo y a su Iglesia.

Supongo que ya se estará cansando de mi perorata, pero ya estamos llegando a la conclusión. El quid de la cuestión es que hay una praxis pastoral en la que el sacerdote dice tonterías a los fieles para que se sientan más tranquilos en ese momento. Por tonterías quiero decir cosas que no tienen fundamento en el magisterio de la Iglesia. Por ejemplo, que el sacerdote diga a los deudos que su pariente difunto ya está en el cielo, o al angustiado adolescente que confiesa que tiene la debilidad de masturbarse que no se preocupe porque es algo normal en su edad y no vale la pena preocuparse por ello; o sacerdotes a los que molesta que alguien confiese que ha faltado alguna vez a misa porque eso es «legalismo» y el «Dios del amor» nunca consideraría pecado algo así.

Ese es el problema, y al parecer entre los participantes del Sínodo hay quienes quieren deshacer la relación intrínseca entre doctrina y praxis pastoral. El resultado será como dije más arriba: el desarrollo del dogma a partir de una praxis pastoral en la que la misericordia se imponga sobre el magisterio de la Iglesia, en particular cuando dicho magisterio se considere estricto. La Iglesia que «se sale de sí misma», «va a las periferias», el «amor misericordioso»,  «la actitud de Cristo»…  todo eso es parte de la neolengua del momento. Y fíjese bien en que el ejemplo que dan los Lineamenta de la «actitud de Cristo» son las palabras del Señor a la mujer sorprendida en adulterio:  «Ve y no peques más» (Juan 8,11). Pero al citarlo se olvidan de Quien lo dijo: el Divino Redentor del mundo. Y sólo Él podía decir algo así. No un sacerdote ni un obispo, es más, ni siquiera el Papa.

Padre Richard Gennaro Cipolla

[Traducido por J.E.F. Artículo original]

RORATE CÆLI
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