Un seminarista nos escribe: «si seguía orando tanto debía de irme del seminario»

Nota: Un seminarista ha mandado una consulta a uno de nuestros sacerdotes amigos, y con autorización de ambos la publicamos, omitiendo por motivos de confidencialidad los datos que lo identifican; lo importante no es el autor, sino el testimonio que transmite

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Muy buenas tardes Padre. Ante todo me presento. Me llamo  OMITIDO, y soy seminarista de la Congregación de OMITIDO , en OMITIDO (América). Tengo 21 años y llevo 4 años de formación dentro de la comunidad. El motivo de mi consulta es su sincero consejo frente a una decisión importante en mi vida vocacional: mi seminario interno (o «noviciado»). Estos cuatro años de formación me han dado luces, y creo que Dios me llama a entregar mi vida por la salvación de las almas como sacerdote misionero. El seminario interno es un paso importante, ya que el implica una entrega más generosa a Dios mediante los primeros votos (pobreza, castidad, obediencia y estabilidad en nuestro caso) y el vínculo espiritual y jurídico con la congregación.

Antes de ingresar al seminario, tuve la oportunidad de formarme durante todo mi periodo escolar (12 años, primaria y bachillerato) con los Frailes Menores. Ellos me enseñaron muchas cosas: el amor por la oración, la reverencia a la eucaristía, el servicio a los pobres, la santa modestia, etc. Estando en mi último año de bachillerato tuve una experiencia con los OMITIDO y me enamore por completo de la misión y de los más pobres. En mi se despertó poco a poco el deseo de consagrarme a la vida sacerdotal. Tuve un tiempo de discernimiento tanto con los Frailes Menores como los OMITIDO y la final decidí ingresar en el seminario con los OMITIDO.

Naturalmente, todo aquello que me habían inculcado los frailes durante 12 años no ha desaparecido. En estos años de seminario  he aprendido de igual forma muchas cosas valiosas: el amor por la misión y  la profundización del carisma y la figura de nuestro padre San OMITIDO. De igual forma siento que he crecido en mi la disposición de servir completamente en la misión. Y es aquí donde entra mi angustia Padre: ¿Cuál misión?…..

Cuando empecé a profundizar en la vida de San OMITIDO, su obra y su carisma, quedé completamente prendado.

El modelo sacerdotal que propone San OMITIDO me motiva aún más a consagrarme ardientemente, a “procurar con todas sus fuerzas revestirse del espíritu del mismo Cristo (Reglas Comunes I, 3), para adquirir la perfección correspondiente a su vocación (Reglas Comunes XII, 13); de él y sólo de él, por la evangelización de los pobres y la salvación de la almas, por que Jesucristo ha “ [..] venido  [..] al mundo, como dice la Sagrada Escritura, para salvar a todo el género humano, empezó a practicar y a enseñar” (Reglas comunes I).

Se escribe en nuestras Reglas Comunes (I, 2-3): Y como la pequeñísima Congregación OMITIDA desea mediante la divina gracia, imitar a Cristo Nuestro Señor, según sus débiles fuerzas se lo permitan, no sólo en la práctica de las virtudes, sino también en todo lo que atañe a la salvación del prójimo, es convenientísimo que se valga, para conseguir este fin, de los mismos medios de que se valió Jesucristo….Los eclesiásticos, a ejemplo de Jesucristo y de sus discípulos, se dedicarán a recorrer las ciudades y aldeas, repartiendo en ellas a los pequeños el pan de la divina palabra, predicando y catequizando, a exhortar a todos a que hagan confesión general de toda la vida pasada, prestándose a oír sus confesiones […]

El modelo y carisma de San OMITIDO es claro, vigente, necesario y sobretodo construido sobre la roca de la fe: Nuestro Señor y Salvador Jesucristo.

Sin embargo Padre, el pensamiento y la práctica de nuestras comunidades son diametralmente opuestas cada día más.

Inicialmente veía algunas actitudes o gestos, posturas y decisiones que no entendía…las  dejaba pasar…no le prestaba atención. Lo veía como algo casual. Manifestaciones fortuitas. Pero el tiempo y la madurez me han empezado a alcanzar. A medida que avanzo en mi preparación como sacerdote, que estudio, que oro y me ejército en el apostolado;  puedo ver y conocer con mayor claridad las situaciones y el estado en que se encuentra mi provincia, y distinguir lo que corresponde al auténtico evangelio y lo que es simple ideología.

Parece ser que la misión del sacerdote para la gran mayoría (por no decir todos) de mis hermanos, tanto sacerdotes como de algunos seminaristas es ser “un político de la fe”, un caudillo revolucionario sin más, y donde la fe y la virtud parecen ser una mera formalidad de cortesía con los fieles.

Durante estos años, a pesar de mis tropiezos y faltas, he intentado ser fiel a este modelo de vida sacerdotal, el modelo que no es sólo de la Congregación de OMITIDO sino también de la iglesia.

Soy OMITIDO y me considero e intento vivir como tal, pero me es casi imposible hacerlo dentro de una comunidad que se dice OMITIDA. En nuestro seminario se vive actualmente una especie de dictadura, un pensamiento totalitario que no sé si puede seguir soportando Padre.

Aquel seminarista que va a la capilla temprano a orar, que no bebe ni fuma, que no se va de fiesta los domingos, que cumple con sus asignaciones y tareas, que se esfuerza por crecer en la virtud, en vivir una vida simple y modesta…es inmediatamente etiquetado como “tradicional”, “Conservador”  y es eliminado, porque no es un “auténtico misionero”.

Tuve un formador que inclusive me dijo que si “seguía orando tanto debía de irme del seminario, porque ese no era el estilo del misionero”, cuando lo único que hacía era llegar temprano a la capilla para tener mi espacio de meditación.

Nuestras comunidades parroquiales corren el riesgo de morir lentamente (espiritual y materialmente), por el acomodamiento de los padres, su falta de fe y caridad….y ante esto a nosotros se nos dice paradójicamente que es lo “natural” de la misión, y se nos impone además un modelo de misión, de iglesia y de ministerio en pro de la “liberación” de los pobres, el cual ha fracasado y es simplemente incompatible con nuestras propias reglas comunes y estatutos. A veces pienso que la misión de San OMITIDO se ha desvanecido.

Es que me pregunto Padre…¿En dónde quedó aquel celo por las almas? ¿La sencillez? ¿La mortificación?….¿La verdad?

Hay días que rezo solo el breviario en la capilla, porque nadie va a la oración.Para confesarme tengo que ir a una parroquia lejos del seminario, porque según unos padres “¿Qué pecados tan serios para confesar podría tener un seminarista?.. eso no es necesario, con la bendición es suficiente”

Si un padre dice una plegaria eucarística completa, sin cambiarle nada a su antojo, es por obra y gracia de Dios.  Para la JMJ, tuve la osadía de ponerme mi sotana como cualquier seminarista…y ya se imaginara la reacción y los comentarios. Decir la palabra “transubstanciación”, “pecado” o “gracia”, raya en el insulto ante los ojos de mis formadores.

Mi director espiritual me anima a continuar con mi vida de fe, a resistir, pero a la vez considera que no son grandes estos problemas que le he expuesto.
Me duelen estas situaciones Padre. Como lo he manifestado, amo a la Congregación de OMITIDA. A veces me siento desanimado y pienso en retirarme, pero estoy consciente que sin la Cruz no hay resurrección.

Durante estos años he permanecido aquí, buscando la voluntad de Dios en mi vida, y se aproxima una etapa fundamental.

En mi mente surgen muchas preguntas Padre: ¿Vale la pena continuar en una comunidad que parece ya no creen en la iglesia, en su misión, y ni siquiera en Jesucristo?¿Cómo podría llevar un ministerio sano en estas circunstancias?¿Estoy siendo demasiado exigente a caso? ¿Debería de ir a mi seminario interno? ¿Hay todavía espacio dentro de esta comunidad para mi?  ¿O en la iglesia para un seminarista que piense de esta forma?

No pretendo tomar decisiones apresuradas, aún en mi desimano. Sólo busco un consejo que me ayude a ver con más claridad todas estas cosas frente a este paso tan importante en mi vida.

Que Jesucristo, “El evangelizador de los pobres”, este siempre con usted Padre. De ante mano gracias por su tiempo y disponibilidad. Espero que Dios siga bendiciendo grandemente su ministerio, que en los días en que vivimos, es tan necesario para todos los hombres.

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