Desde las alturas del Purgatorio se ve al mundo muy ajetreado estos días. No es para menos. En un abrir y cerrar de ojos parece que ha cambiado todo. Ha caído sobre los humanos una situación terrible, una enfermedad sumamente peligrosa, que ya se ha cobrado muchas vidas, con la segura previsión de que el número se elevará, extendiéndose sin límite hasta que se pueda dominar.
Desde aquí se ven las cosas con ojos de eternidad, siempre interpretadas como algo permitido por la Providencia de Dios, que no solamente corrige y castiga a sus hijos, sino que –precisamente a través de eso-, pone en sus manos la posibilidad de la conversión. Mientras los hombres discuten y se pelean por decir que esto es –o no-, un castigo de Dios, aquí sabemos que para los que aman a Dios, todo lo que les sucede es para su bien, (Rom. 8, 28) y eso debería ser suficiente para calmar todo sentido de polémica y abrir la puerta del corazón al Dios de todo consuelo (2 Cor. 1, 3). Por supuesto que es un castigo. Si lo sabremos nosotras, que estamos aquí esperando el Premio Definitivo.
Lamentablemente, se ha perdido –incluso en gran parte de la Iglesia jerárquica-, el sentido del castigo ejemplar como fuente y posibilidad de escarmiento y por eso mismo, origen de un cambio de actitud. En ese mundo tan materializado y tan soberbio, tan orgulloso de sí mismo, tan autosatisfecho de sus progresos técnicos, tan petulante por su dominio de la ciencia y de sus logros médicos, que se permite instituir el aborto de millones de niños y el asesinato de ancianos y enfermos antes de su muerte natural; en ese mundo que se ríe de Dios legalizando las transgresiones de sus mandatos, que se jacta de no necesitar a Dios y se enorgullece de sus pecados… no parece haber espacio para pensar que pueda necesitar un castigo y una reparación por sus pecados.
Y una vez más aparece aquí la verdad de las palabras del Señor: Si no hacéis penitencia, todos igualmente pereceréis (Lc. 13, 1-5). La penitencia es para todos, porque el castigo es para todos y por tanto la conversión está al alcance de todos. Cada cual tendrá que responder en libertad, para rechazar o no esta pedagogía divina. Pero a esa libertad, irá engarzada siempre la responsabilidad. Que producirá en unos, olor de muerte para muerte y en otros, olor de vida para vida. (2 Cor. 2, 16)
Aquí arriba pensamos que este tiempo es favorable para volver a plantearse la vuelta a Dios como Señor y Creador. La vuelta a Jesucristo como Redentor y Salvador. Cuando Dios castigó a los israelitas en el desierto con mordeduras de serpientes, Moisés imploró al Señor y éste le ordenó levantar un estandarte con una serpiente de bronce, de tal modo que todo el que mirara a la serpiente en lo alto, quedaría curado (Núm. 21, 4-9).
En el Antiguo Testamento sí se creía en los castigos de Dios y en la posibilidad de reparar la falta cometida. Y en el Nuevo Testamento, se afirma con toda naturalidad que Dios corrige y castiga a los que ama (Heb. 12, 4-7) y se pone en boca del Espíritu la misma frase en el libro del Apocalipsis (3, 19). Y la Iglesia, a lo largo de tantos siglos, siempre consideró que la Providencia divina prepara los caminos para la conversión de los pecados, incluso con castigos que conforman parte de lo que es la Pedagogía Divina con los hombres.
Hoy en día, una Iglesia que ha querido hacerse humana, demasiado humana, que ha funcionado desde hace ya muchos años con argumentos humanos y superficiales, se avergüenza en tantas ocasiones -por boca de algunos de sus Pastores-, negando de forma dramáticamente cobarde, que esto no es sino un castigo de Dios, ante un mundo engreído y fatuo. Y tú, Cafarnaúm, ¿te levantarás hasta el Cielo? Hasta el infierno te hundirás (Mt. 11, 26).
Y en el colmo de la pandemia vírica, vemos desde el Purgatorio la pandemia universal de esa parte de la Jerarquía que se enreda en explicaciones que, evitando lo sobrenatural, acaban siendo mucho más trasnochadas, paganas e insulsas, zafándose mezquinamente del uso de la palabra castigo.
Por eso Francisco declara ante un periodista anticristiano, que esto es una pataleta de la Naturaleza. Menuda patraña, salida de boca del que debería ser el Vicario de Cristo. Aquí arriba ha sentado muy mal, aunque ya estamos acostumbrados.
Por su parte, el eco-impío Leonardo Boff insiste en que es un castigo de la Pachamama. Tanto querer librarse de lo sobrenatural, para acabar en el feticismo pachamámico de una naturaleza molesta y vengadora porque se la explota y se la maltrata. La venganza de la Casa Común, podría ser el nombre de una nueva Serie (amazónica, claro) en varias Temporadas, que hablaría de la Pachamama-Madre Tierra, que sí es celosa de lo suyo y que sí castiga con razón. No como Dios. Ya conocemos quiénes podrían ser los protagonistas destacados de la Serie.
Mientras tanto, hay un buen número de sacerdotes fieles, que están dando su vida y animando a convertirse y volverse a Dios. A abandonar la antigua vida de pecado y volver al amor del Señor. A volver a la alabanza divina, que no convierta el Sacrificio de la Misa en una pachanga más, como si fuera una fiesta popular. Y a afrontar la muerte con el sentido cristiano que este mundo creía ya superado. Y esperar la muerte, cuando llegue por voluntad de Dios, con la esperanza del reencuentro con Él.
Han llegado hasta aquí arriba en estas semanas muchas almas que, ante esta situación y heridas de muerte por el virus, han podido y querido arrepentirse, han logrado mirar a la Serpiente de Bronce en esas últimas ocasiones que la Gracia les ha proporcionado, gracias a la intercesión y la oración de tantos y tantos fieles actuando –todos a una-, con eso tan maravilloso que es la Comunión de los Santos.
Es cierto que no se están celebrando misas al público durante estos días, pero se están celebrando más que nunca misas privadas, en las que Jesucristo sigue muriendo por nuestros pecados y por la Salvación del mundo. Ahí estamos nosotras –almas purgantes- todos los días bien presentes, unidas también por la Comunión de los Santos al sufrimiento de la Humanidad, para que vuelva los ojos a su Dios. El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra.
La Iglesia verdadera de Jesucristo que no se haya plegado a las consignas paganas de muchos Pastores, deberá aconsejar levantar la mirada a Jesucristo para volver a Él: Cuando yo sea levantado sobre la Tierra, atraeré a todos hacia Mí (Jn. 12, 32). Bendito castigo divino, si muchas almas se vuelven hacia Jesucristo, que es la Verdad, la Resurreción y la Vida.