Visto lo sucedido hay que afirmarlo sin complejos: Monseñor Lefebvre tenía razón cuando hizo lo que hizo. Tras la promulgación del Motu Propio que ataca la Misa tradicional, y el efecto inmediato a todos los niveles en la estructura interna de la Iglesia, la Fraternidad sacerdotal san Pío X (fundada por Lefebvre) viene a ser como un baluarte seguro donde la liturgia católica queda amparada.
Lefebvre fue tildado de fanático, integrista, cismático, fundamentalista…etc; durante décadas solo pronunciar su nombre (sin apellido ofensivo) suponía ser considerado casi excomulgado por la misma Iglesia. Yo recuerdo muy bien una conversación que tuve, en el año 1991, con un jesuita, sobre un amigo que parecía querer ingresar en el seminario de Econe (de la FSSPX) y el respingo tremendo que dio al escuchar que era fundado por Lefebvre cuyo movimiento era calificado, por este jesuita (y cito textualmente) como “la mayor brutalidad”. La verdad esa escena me dejó impresionado y la recuerdo como se queda en la memoria una escena dura de película de terror. Escena significativa de la leyenda negra volcada sobre un obispo que durante su vida solo buscó restaurar todas las cosas en Cristo, y que durante su ministerio en África logró uno de los mayores crecimientos misioneros que se hayan realizado en la historia.
Pues bien: hagamos ahora memoria de la verdadera. En primer lugar Lefebvre nunca fue cismático ya que jamás quiso formar una jerarquía paralela a la oficial de la Iglesia. En todos sus seminarios y prioratos estaba ubicada, y bien visible, la fotografía enmarcada del Papa (Juan Pablo II y los posteriores) porque nunca afirmó que la sede romana estuviera vacante. De hecho, el movimiento sedevacantista nunca tuvo alianza ni aceptación alguna en Monseñor, y a día de hoy siguen le siguen dedicando tantos descalificativos como sus enemigos modernistas.
En segundo lugar, y no menos importante: Lefebvre no ordenó obispos por un acto de desobediencia sino movido por una situación de emergencia ante la terrible crisis existente -manifestada con contundencia en el lamentable acto de Asís encabezado por Juan Pablo II pocos meses antes-, para asegurar la continuidad de la Fraternidad tras su muerte (tres años después de esas consagraciones episcopales), por el bien de las almas. Gracias a Monseñor Lefebvre la FSSPX siguió adelante y, con cuatro obispos ordenados, cada año seguían y siguen ordenándose sacerdotes católicos al servicio de las almas y para Gloria de Dios. En el año 2009 el Papa Benedicto XVI levantó las penas de excomunión y tanto él como su sucesor Francisco declararon la validez de los sacramentos celebrados por los sacerdotes y obispos de la FSSPX.
Sí, Lefebvre tenía razón. Dado que por medios canónicos penales podría desaparecer la Misa tradicional de forma pública en la estructura eclesial dependiente de Roma, no obstante quedaría la FSSPX como garante de continuidad de la misma Misa tradicional. Realmente, respecto a la Misa, en la época de Lefebvre las cosas estaban aún peor que ahora, y tuvo la intuición de lo que iba a suceder, y por ello actuó de esa manera. Y es muy posible que en el futuro la historia le dé oficialmente la razón y su persona (y obra) quede plenamente rehabilitada en la Iglesia de forma oficial. El “maldecido” obispo: cismático, integrista y fundamentalista…..el fanático que dejó un poso de “brutalidad” al final podría ser manifestado como un gran mártir de la Verdad cuyo testimonio sirva de acicate y ejemplo para las generaciones futuras.