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El pesebre de la pequeña grey

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El pesebre de la pequeña grey

“No temáis, manada pequeña…” Ls, 12,32

Hemos juntado el heno, rastrillado el forraje,
arrimando barreños para el agua de lluvia,
en que beban la mula, los bueyes, las ovejas
junto al pasto azabache, junto a la espiga rubia.

Hemos limpiado el marco de las dos ventanucas
por las que entra el aliento del frío de Belén,
procuramos dos lirios, una rosa, tres panes,
y un trono para el Ángel que profiera su Amén.

Hemos puesto en el centro una alfombra de briznas
con cabezal de olivos, ramajes de laureles;
si éste será el refugio de quien viene a salvarnos
que su cabeza apoye entre mansos vergeles.

Hemos dado a María, por si horada el rocío
un poncho grana intenso que semeja un cerezo,
y a San José un velaje orientador de sombras
aunque el Niño que llega será luz y embeleso.

Hemos visto a los pobres pastores de esta tierra
cantar himnos de gloria, preparar cada arreo,
cargar en sus alforjas los fulgores de auroras,
jamás los nueve brazos del candelabro hebreo.

Al fin, hemos cavado con una espada antigua
un surco que el camino delimita y prorroga,
lo cruzarán los Magos seguidores de augurios,
no los oscuros pasos de la cruel sinagoga.

Somos pocos, ya sabes, Señor, nuestro volumen,
así lo dispusiste, así tus profecías,
no pedimos medrosos la paz de los rendidos
ni el oro acumulado por torvas juderías.

Una hermandad apenas, que procesiona y marcha
sobre el lomo humillado de esta patria sumisa,
te implora solamente morir por Tu Bandera,
la gracia peregrina de conservar la misa.

Ahuyenta a los falsarios, los que ya han desertado,
fingiendo cercanías con sofismas arteros.
Sólo marchen invictos, penitentes, orantes,
los jinetes de blancos corceles postrimeros.

Desagravia la Noche que ultrajó el circunciso
en la Roma blasfema o en este lar lejano,
nace otra vez, Rey nuestro, como hace veinte siglos
retén el universo en la luz de tu mano.