Domingo III de Cuaresma
(Ef 5: 1-9)
Este texto de San Pablo no es entendido por los cristianos de hoy día. Las generaciones que nacieron después del 1960 no han escuchado las enseñanzas más básicas de nuestra fe y de la ética cristiana. Es más, las enseñanzas que la gran mayoría han oído son contrarias a la fe católica. Muchos cristianos están viviendo una religión que poco o nada tiene que ver con la fe católica tal como nos fue transmitida por la Sagrada Escritura y la Tradición.
Hoy día se cuestiona la veracidad de la Biblia, se niega la historicidad de los milagros, de la Encarnación, de la concepción virginal de María; incluso se niega la divinidad de Jesucristo. Estas doctrinas falsas están continuamente martilleando los oídos de muchos cristianos; es por ello que lo que aparece hoy en el texto de San Pablo no tiene sentido para muchos cristianos.
Estos nuevos cristianos han sido educados en la libertad de conciencia. Cada uno se crea su propia ley. Ya no existe una ley objetiva externa y que procede de Dios; sino que cada uno se crea la suya propia. Recordemos que esa fue la tentación del demonio a nuestros Primeros Padres. El hombre de hoy ha desplazado a Dios y se ha puesto él en su lugar.
El católico de hoy día ha sido educado en la doctrina de la salvación universal, independientemente de su conducta, de su religión. Ya no es necesaria la redención de Cristo. No existe el Pecado Original, no existe el infierno; ya no es necesario el bautismo para salvarse. Todo ello ha causado indiferentismo en muchas personas.
¿Por qué la verdad suena tan dura y desagradable a los oídos de muchos cristianos hoy día? ¿Qué ventaja puede tener para el hombre engañarse a sí mismo? Engañarse a sí mismo es falta de inteligencia y una locura.
La nueva ética está en consonancia con el mundo. Se enseña un cristianismo sin exigencias, esfuerzo y sacrificio. En cambio la Iglesia siempre nos enseñó que compartir la cruz de Cristo era imprescindible para salvarse. Se habla de misericordia, pero se olvidar mencionar al mismo tiempo el arrepentimiento; lo cual es una blasfemia.
El Modernismo extendió la opinión de que los seglares eran esclavos del clero; entonces los seglares pensaron que tenían que hacer oficios clericales. Al mismo tiempo se cuestionó la identidad de los sacerdotes y religiosos, ocasionando la deserción en masa de muchos de ellos.
Si a todo esto le añadimos el desprestigio universal de la jerarquía actual, podremos comprender lo que está pasando hoy día. Esta es una sociedad que se llama católica, pero que ya no lo es.
San Pablo nos dice que hemos de caminar en el amor; pero el mundo actual ya no sabe lo que es el amor; es más, lo que hoy día entiende por amor es algo totalmente diferente y opuesto. Cristo elevó el amor humano y le dio una dimensión divina. Él mismo nos mandó amar de ese modo: “Un nuevo mandamiento os doy. Amaos los unos a los otros como yo os he amado”.
El Modernismo ha convertido al maravilloso y sublime San Francisco de Asís en un ecologista…