La Directiva maltesa torna urgente la respuesta a la ‘Dubia’

Cuando los prelados italianos en altos cargos declaran que “sólo un ciego puede negar” que la confusión eclesiástica está a la orden del día, y que tal confusión tiene su principal fuente en el documento Amoris laetitia del papa Francisco, es que las cosas han alcanzado un nivel crítico. Los católicos que no vienen siguiendo los últimos tres años de intenso debate (entre otras cosas) sobre la admisión a la sagrada comunión de los católicos divorciados vueltos a casar que viven como esposos, debieran dejar de leer este artículo y ponerse al día con los hechos actuales. Pero para quienes están suficientemente informados en los asuntos doctrinales y disciplinarios que están en juego, ofrezco algunas observaciones tras los acontecimientos de este fin de semana.

Los obispos de Malta, al declarar que los católicos divorciados vueltos a casar que viven como si estuvieran casados “no pueden ser excluidos de participar en… la eucaristía” violentaron gravemente la tradición ininterrumpida y unánime que excluye a dichos católicos de recibir la sagrada comunión sin—y permítanme enfatizarlo, sin—violentar al texto actual de Francisco, Amoris laetitia. Eso, amigos, es el centro del problema.

Amoris no—otra vez, permítanme repetirlo, no—declara que los ministros de la eucaristía están obligados a administrar sacramentos a los católicos divorciados vueltos a casar que viven como si estuvieran casados. En varios pasajes clave de Amoris, el lenguaje de Francisco es (he argumentado) lo suficientemente maleable como para permitir a los obispos como Chaput y Sample reiterar la disciplina eucarística tradicional o, como hicieron los obispos de Buenos Aires, transmitir el criterio ambiguo a los pastores locales para que lo manejen como puedan. Pero precisamente porque esos pasajes clave de Amoris son suficientemente flexibles como para permitir a los obispos hacer lo que hicieron los obispos malteses y requerir que los ministros de la Iglesia distribuyan la eucaristía a los católicos involucrados en “adulterio público y permanente” (CCC 2384)—sin mencionar que confieran la absolución a penitentes que no expresan ningún propósito de enmienda respecto a dicha conducta—y hacerlo sin violentar el texto actual de Amoris, no podemos más que coincidir con el cardenal Caffarra y otros en que esta falta de unidad sacramental, hasta ahora jamás imaginada, se encuentra enraizada directamente en Amoris laetitia.

Esta habilidad de Amoris para sostener simultáneamente estas interpretaciones ortodoxas, indefinidas, y heterodoxas en cuestiones de gran importancia eclesiástica es la razón exacta de por qué la dubia de los cuatro cardenales necesita una respuesta urgente—si no es por el propio Francisco (y nadie puede forzar el puño de Francisco) al menos por la mano derecha de Francisco en cuestiones de fe y moral, el cardenal Muller de la Congregación para la Doctrina de la Fe, a quien la dubia también fue dirigida (pocos lo han notado).

Por supuesto que los riesgos sobre la dubia crecieron dramáticamente este fin de semana, no sólo por los obispos malteses aclarando qué tipo de abusos sacramentales puede tolerar Amoris dentro de sus expresiones, sino por la decisión tomada quién sabe a qué nivel, de publicar el documento maltés en L’Ossevatore Romano, ese “instrumento para comunicar las enseñanzas del sucesor de Pedro.

Obviamente, el Papa no es el editor de L’OR y es posible que la decisión de publicar el documento maltés lo haya tomado a Francisco por sorpresa. Pero dado que L’OR es sin duda el periódico del Papa, la gente permanecerá atenta para ver si, directa o indirectamente, se vislumbra algún ‘distanciamiento’ entre Francisco y el enfoque maltés de los sacramentos para los católicos divorciados vueltos a casar.

Ruego para que surja este distanciamiento papal; ruego para que los obispos malteses se arrepientan de su falla en “vigilar para que no se introduzcan abusos en la disciplina eclesiástica, especialmente acerca de… la celebración de los sacramentos” (Canon 392 § 2); y ruego para que las enseñanzas de Cristo y su Iglesia penetren nuestras mentes y corazones más profundamente.

Edward Peters. In The Light of the Law
(Traducido por Marilina Manteiga)

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