Carta abierta al obispo Atanasio Schneider

Su excelencia:

Para su crédito eterno, y para vergüenza eterna de la Iglesia, solo usted entre todo el episcopado católico ha protestado pública y directamente contra las muchas declaraciones en Amoris Laetitia (AL), que aparecen en menoscabo de los preceptos negativos de la ley natural, sobre todo en el capítulo 8, incluidos aquellos en contra del divorcio, el adulterio y la fornicación. Por la voluntad divina, estos preceptos, como escribe su excelencia, «son universalmente válidos… obliga a todos y cada uno, siempre y en toda circunstancia» y «prohíbe una acción determinada semper et pro semper, sin excepción» porque concierne a «tipos de conducta que no pueden, en ninguna situación ser una respuesta adecuada».

Sin embargo, no hay duda de que AL se escribió de manera ambigua, pero con consistencia implacable, precisamente para crear la impresión de «excepciones» a preceptos morales absolutos que el documento describe tendenciosamente a lo largo de su texto simplemente como «reglas generales (2, 300, 304)», un «principio general», «reglas» (3, 35, 288), «un conjunto de reglas» (49, 201, 305),»una regla» (300, 301, 304), «la regla» (301 y nota 348), «una regla general» (301) y «una ley general o regla” (301).

Como su excelencia ha discernido sin duda, la reducción que hace AL de la ley moral a una «regla general» es el recurso retórico por el que se introducen «excepciones» a la regla en «ciertos casos» que involucran lo que AL describe eufemísticamente como una «unión irregular» o «situaciones irregulares» (78, 298, 301, 305 y nota 351) – queriendo decir, por supuesto, los que «están divorciados y vueltos a casar, o simplemente viviendo juntos (297)» en un estado de adulterio público continuo o la simple fornicación.

Al mismo tiempo reduce la ley moral a un “conjunto de reglas” en las que pueden haber excepciones prácticas –como con cualquier simple regla- AL también degrada la indisolubilidad del matrimonio de su estatus de ordenación divina como una unión universal, fundación moral sin excepciones para las relaciones conyugales a un mero “ideal” (36),” un ideal demandante” (38), “el ideal” (298, 303), “este ideal” (292),), “el ideal de envejecer juntos”(39), “el ideal cristiano” (119, 29), “una lucha para alcanzar un ideal” (148), “el ideal del matrimonio” (157), “el alto ideal” (230), “el bello ideal” (230), “el ideal más completo” (307), y “el ideal evangélico” (308).

Después de haber reducido el matrimonio a un mero ideal, AL se atreve a sugerir que ciertas uniones sexualmente inmorales pueden «darse por lo menos en forma parcial y análoga» y que poseen «elementos constructivos» (298). AL incluso va tan lejos como para declarar que una «segunda unión» -lo que significa una relación que Nuestro Señor mismo condenó como adulterio- puede exhibir «fidelidad probada, generosa donación, [y] compromiso cristiano…» (298). AL por lo tanto oscurece, de hecho tiene por objeto eliminar, el sentido de la reprobación moral divina del carácter adúltero de los inexistentes «segundos matrimonios».

Incluso la enseñanza del propio Papa que canonizó Francisco se somete a un reduccionismo tortuoso. En línea con toda la Tradición, Juan Pablo II afirmó en Familiaris consortio que los divorciados y «vueltos a casar» no puede ser admitidos a los sacramentos sin el compromiso de abstenerse de nuevas relaciones adúlteras: «La reconciliación en el sacramento de la Penitencia, que abriría el camino a la Eucaristía, sólo puede ser concedida a aquellos que asumen el compromiso de vivir en plena continencia, o sea de abstenerse de los actos propios de parejas casadas» (Familiaris consortio, 84).

Sin embargo, como su excelencia objeta justamente, AL omite sistemáticamente cualquier referencia a la afirmación de Juan Pablo  II de la enseñanza constante de la Iglesia en este sentido. Por el contrario, AL lo relega a un pie de página en el que un imperativo moral absoluto se presenta falsamente como la mera «posibilidad de vivir como hermanos y hermanas», que ofrece la Iglesia. En la misma nota, incluso esta malinterpretación del magisterio auténtico es socavada por la sugerencia (basada a su vez en una cita flagrantemente engañosa de la Gaudium et spes) que «en este tipo de situaciones, muchas personas… señalan que si ciertas expresiones de intimidad faltan, ‘a menudo sucede que la fidelidad está en peligro y el bien de los niños sufre’». ¡Como si «la intimidad» se requiriera moralmente para garantizar la «fidelidad» a un compañero en adulterio!

Por último, en una oración de resumen que debería ser suficiente por sí sola para cubrir este trágico documento de oprobio hasta el fin del tiempo, AL declara que incluso aquellos que conocen muy bien «la regla» y «el ideal», no obstante pueden ser justificados en su decisión deliberada de no conformar sus acciones a la ley moral, y que Dios mismo aprobaría esta desobediencia a sus mandamientos en «la complejidad concreta» de la situación de uno:

Sin embargo, la conciencia puede hacer más que reconocer que una determinada situación no se corresponde con objetividad a las demandas generales del Evangelio. También puede reconocer con sinceridad y honestidad lo que por ahora es la más generosa respuesta que se puede dar a Dios, y llegar a ver con cierta seguridad moral, que es lo que Dios mismo está pidiendo en medio de la complejidad concreta de los propios límites, aunque todavía no totalmente el ideal objetivo. (303).

Esta declaración, que refleja todo el tenor del documento, es obviamente, nada menos que una licencia para la exoneración «pastoral» de adulterio público habitual o cohabitación basada en la auto-evaluación subjetiva de los pecadores mortales objetivos. Estas personas serían entonces admitidos a los sacramentos, sin una modificación previa de la vida, en «ciertos casos», después de «discernimiento pastoral de un sacerdote local lleno de amor misericordioso, que siempre está listo para comprender, perdonar, acompañar, dar esperanza, y por encima de todo integrar a (312)» personas que viven en uniones sexuales inmorales. (Cfr 305 y nota 351).

Su excelencia observa con la debida alarma que a raíz de la promulgación de AL: «Hay obispos y sacerdotes que pública y abiertamente declaran que AL representa una clara apertura a la comunión para los divorciados y vueltos a casar, sin que tengan que practicar la continencia». Y, como usted observa justamente: «hay que reconocer que ciertas declaraciones en AL podrían utilizarse para justificar una práctica abusiva que ya ha estado ocurriendo por algún tiempo en varios lugares y circunstancias en la vida de la Iglesia».

De hecho, la conclusión de su excelencia es ineludible. También ineludible son las consecuencias, que usted mismo enumera y resumimos aquí:

– El sexto mandamiento ya no sería universalmente obligatorio;

– Las mismas palabras de Cristo no se aplicarían a todo el mundo en todas las situaciones;

– Uno podría ser autorizado a recibir la sagrada comunión con toda la intención de seguir violando los mandamientos;

– La observancia de los mandamientos se convertiría meramente teórica, con las personas que piadosamente profesan creencia en la «teoría» mientras violan la ley de Dios en la práctica;

– Todas las otras formas de desobediencia permanente y pública a los mandamientos del mismo modo podrían justificarse en razón de «circunstancias atenuantes»;

– La enseñanza moral infalible del magisterio ya no sería válida universalmente;

– La observancia del sexto mandamiento en el matrimonio cristiano se convertiría en un mero ideal alcanzable sólo por «una especie de élite»;

– Las mismas palabras de Cristo ordenando a una obediencia sin concesiones a los mandamientos de Dios, es decir, el camino con la cruz en esta vida «ya no serían válidas como verdad absoluta».

Sin embargo, sus compañeros prelados ahora observan un silencio casi universal de cara a esta «catástrofe». Sólo su excelencia declara valientemente ante el mundo que: «La admisión a la santa comunión de las parejas que viven en ‘uniones irregulares’ y que se les permita practicar los actos que están reservados para los cónyuges en un matrimonio válido sería equivalente a la usurpación de un poder que no pertenece a ninguna autoridad humana, porque hacerlo sería una pretensión de corregir la Palabra de Dios mismo».

Entre los más de 5,000 obispos y más de 200 cardenales, su excelencia se encuentra solo al protestar públicamente los abusos impensables a los que este vergonzoso documento innegablemente se presta -totalmente sin precedentes en la historia bimilenaria del papado-. Incluso los pocos entre sus compañeros prelados que han abordado la crisis que AL ha provocado han tratado de negar su clara intención, tan evidente en el capítulo 8. Proponen «interpretaciones» debilitadas en «continuidad con el magisterio» llegando a ser prácticamente lo contrario de lo que los pasajes más problemáticos de AL afirman repetidamente en diferentes maneras.

Pero como el eminente teólogo francés padre Claude Barthe observó inmediatamente después de la publicación de AL: «Honestamente, no veo cómo se podría interpretar el capítulo 8 de la exhortación en el sentido de la doctrina tradicional. Sería violentar el texto y no respetaría la intención de los compiladores…». Del mismo modo, el reconocido filósofo católico Robert Spaemann, asesor de Juan Pablo II y amigo de Benedicto XVI, respondió por lo tanto cuando se le preguntó si AL representa una ruptura con la enseñanza previa: «Ese tema de una ruptura emerge, sin duda, por cada persona que piensa, que conoce los textos respectivos».

Otros entre sus hermanos, no están dispuestos a negar lo evidente, han propuesto seriamente que Francisco ha promulgado nada más que intrascendentes «reflexiones personales» que no espera que nadie preste atención. Pero incluso esta objeción se centra en los trámites tales como el tono y el estilo, en lugar de admitir abiertamente que AL no puede pertenecer al magisterio por la sencilla razón de que sus afirmaciones, dado el significado de las palabras en función de su significación ordinaria, no pueden reconciliarse con la auténtica enseñanza de la Iglesia sobre el matrimonio y la moral sexual.

Ninguno de estos tímidos objetores entre la jerarquía parece dispuesto a reconocer el aspecto casi apocalíptico de un documento papal en el que la ley moral es descrita como una «regla general», el santo matrimonio se reduce a «un ideal», y a los pastores sagrados de la Iglesia se les dice que «un pastor no puede sentir que es suficiente con aplicar las leyes morales a los que viven en situaciones ‘irregulares’, como si fueran piedras a lanzar en la vida de las personas (305)». Este no es el lenguaje de Nuestro Señor y su Evangelio, sino más bien una especie de encantamiento demagógico que parece cumplir la profecía de san Pablo de una época en que la gente «no soportarán más la sana doctrina; antes bien, con prurito de oír se amontonarán maestros con arreglo a sus concupiscencias: apartarán de la verdad el oídos, pero se volverán a las fábulas (2 Tim 4: 3-5). «

Aparte de su excelencia y unos pocos valientes sacerdotes, solamente los laicos han exhibido algo que se aproxime a la oposición vigorosa que demanda esta escandalosa «exhortación apostólica» de todos los miembros de la Iglesia. En este sentido, su excelencia hace notar los paralelos entre nuestra situación y la crisis arriana del siglo cuarto, cuando «casi todo el episcopado se había convertido en arriano o semi-arriano». El papa Liberio excomulgó a su homónimo san Atanasio, y el Papa mismo «firmó una de las formulaciones ambiguas de Sirmio, en la que se eliminó el término ‘homoousios»[de una sustancia]». También hace notar que «san Hilario de Poitiers fue el único obispo que se atrevió a reprender severamente al Papa Liberio por estos actos ambiguos».

El paralelo con su propio testimonio valiente contra las «formulaciones ambiguas» de AL no se pierde en nadie que tenga algún sentido de la historia católica. Como usted escribe: «Podría decirse que, en nuestro tiempo, la confusión ya se está propagando con respecto a la disciplina sacramental para parejas divorciadas y vueltas a casar». Por lo tanto, concluye, la enseñanza de Juan Pablo II en Familiaris consortio 84- se suprimió totalmente en las 256 páginas de AL, como lo fue durante todo lo largo del año del «viaje sinodal» – «se puede apreciar, en cierta medida, como los »homousios” de nuestros días».

A la luz de estas consideraciones, sin embargo, tenemos que plantear con sinceridad estas preguntas para consideración de su excelencia: ¿Es suficiente llamar, como usted lo hace, a «una interpretación auténtica de AL por la Sede Apostólica» que reafirmaría la Familiaris consortio 84 y la disciplina bimilenaria sacramental que defiende? ¿No es perfectamente claro que esa interpretación auténtica es precisamente lo que AL ideó evitar, y que por lo tanto nunca será próxima durante este pontificado (salvo un giro milagroso de eventos)? Y, finalmente, ¿no es también perfectamente claro que los problemas con AL van mucho más allá de la condición eclesial de los divorciados y «vueltos a casar» a un ataque contra las bases mismas del orden moral objetivo, retóricamente reducido a un conjunto de reglas a partir de las cuales un actor puede ser justificado en «ciertos casos»?

Por todas estas razones, imploramos a su excelencia hacer todo lo posible para convencer a sus hermanos en el episcopado – sobre todo los cardenales, que están obligados por juramento a sacrificar sus vidas por la defensa de la fe– a organizar oposición pública concertada y decisiva a las novedades destructoras de Amoris laetitia, identificándolas explícitamente como tales, advirtiendo a los fieles en contra de ellas, y con respeto solicitar al Papa su corrección inmediata o la retirada total del catastrófico texto.

Como el Prof. Spaemann ha dicho: «Cada cardenal, pero también cada obispo y sacerdote, está llamado a defender, en su propio campo de experiencia, el sistema sacramental católico y de profesarlo públicamente. Si el Papa no está dispuesto a introducir correcciones, será asunto del próximo pontificado regresar las cosas oficialmente a su sitio». Mientras tanto, sin embargo, humildemente proponemos a su excelencia que este vergonzoso silencio de los jerarcas debe terminar por el bien de la Iglesia y el bien de las almas. Porque como sor Lucía de Fátima advirtió al cardenal Caffara, uno de los pocos rivales acérrimos de la facción progresiva (y por lo tanto el mismo Francisco) durante el Sínodo: «la batalla final entre el Señor y el reino de Satanás se hará sobre el matrimonio y la familia».

La batalla final está, sin duda en marcha. Y ay de los pastores que abandonan a las ovejas para defenderse a sí mismas en medio de ella.

En Christo Rege,

Christopher A. Ferrara

[Traducción de Rocío Salas]

Christopher A. Ferrara
Christopher A. Ferrarahttp://remnantnewspaper.com/
Presidente y consejero principal de American Catholic Lawyers Inc. El señor Ferrara ha estado al frente de la defensa legal de personas pro-vida durante casi un cuarto de siglo. Colaboró con el equipo legal en defensa de víctimas famosas de la cultura de la muerte tales como Terri Schiavo, y se ha distinguido como abogado de derechos civiles católicos. El señor Ferrara ha sido un columnista principal en The Remnant desde el año 2000 y ha escrito varios libros publicados por The Remnant Press, que incluyen el bestseller The Great Façade. Junto con su mujer Wendy, vive en Richmond, Virginia.

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