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Separado de mi Parroquia por decir la verdad sobre Francisco

Separado de mi Parroquia por decir la verdad sobre Francisco

«Y si se apartare el justo de su justicia, cometiendo maldad, y poniéndole Yo una trampa delante de él cayese por no haberle tú amonestado, morirá en su pecado, y no se recordarán las obras buenas que hubiere hecho, pero Yo te demandaré a ti su sangre.» (Ez 3, 20)

«Mas si, habiendo tú amonestado al malvado, no se convierte él de su maldad y de sus perversos caminos, él morirá en su iniquidad, pero tú habrás salvado tu alma» (Ez 3, 19)

S i nuestro oficio es buscar nuestra salvación y santificación, sin perder de vista las obligaciones del cristiano, es precisamente éste, uno  de los caminos que he elegido para salvar mi alma; el camino ingrato y nada sencillo de la denuncia del error («¿Busco yo ahora el favor de los hombres o el de Dios? ¿Acaso busco agradar a los hombres?» Gál. 1, 10); camino que no es el mismo que el de «juzgar al otro y arrojar la piedra» como se le ha querido presentar por aquellos a quienes conviene que callemos, por aquellos que nos quieren como simples espectadores, tibios y cobardes, mientras destruyen nuestra santa Iglesia católica sin que nadie les plante cara.

¿Acaso por el hecho de que san Pablo le resistiera en su misma cara a san Pedro porque se había hecho reprensible (Gál 2, 11), se le puede acusar de haber negado su autoridad o de haber insinuado que Nuestro Señor se equivocó eligiendo a un hombre imperfecto como Pedro? ¿Acaso puede decirse que San Pablo dejó de ser católico por denunciar el error? Al elegir a San Pedro, quiso Nuestro Señor advertirnos que su representante en la tierra podría equivocarse y hacerse reprensible, recordándonos que, la Iglesia militante estaría, no sólo en el derecho sino en el deber de manifestar a los Pastores y a los demás fieles su opinión sobre aquello que pertenece al bien de la Iglesia (Cann. 212). Nuestro Señor bien pudo haber elegido a san Juan desde el principio, santo apóstol de una lealtad e infalibilidad inquebrantables; y sin embargo eligió a Pedro, quien se hizo reprensible.

Si alguien cree que debemos callar ante el error, incluso del Papa, debería considerar, como dijo san Pablo a los corintios, «¿pues qué a mí juzgar a los de fuera? ¿No es a los de dentro a quienes os toca juzgar? Dios juzgará a los de fuera; vosotros extirpad el mal de entre vosotros mismos.» (1 Cor 5, 12-13)… Pregunto a nuestros pastores, ¿acaso los laicos ya no somos el Cuerpo de la Iglesia?, no sólo hemos sido desprovistos por nuestros propios pastores de nuestro carácter como EcclesiaeMilitantis, sino que ahora se nos dicta sentencia de «no católicos» mediante juicio particular, o mejor dicho, y en comunión con la nueva pastoral, mediante «discernimiento particular» tan de moda en este Año de la Misericordia. «Calla, observa, pero no denuncies so pena de excomunión».

«¿Me he hecho, pues, enemigo vuestro por deciros la verdad?» (Gál. 4, 16).

Si los Cardenales son los únicos que deben y pueden examinar el obrar del Papa, y hacerle las observaciones adecuadas, nos preguntamos entonces, ¿y dónde están?, ¿es que acaso «no pasa nada»?, ¿acaso los vemos actuar públicamente y con firmeza «en la preservación y aumento de la fe y de la moral, así como en la observancia y fortalecimiento de la disciplina eclesiástica» (Cann. 342)?, y si nuestros pastores fallan y callan, por temor o por interés ajeno a Cristo, ¿acaso los laicos hemos de cruzarnos de brazos y mirar hacia otro lado?, «No sabéis que hemos de juzgar aún a los ángeles? Pues mucho más a las cosas de esta vida. Cuando tengáis diferencias sobre estas cosas de la vida, poned por jueces a los más despreciables de la Iglesia» (1 Cor 6, 3-4); que como despreciable me estimo, pecador inmundo que soy, muy lejos de poder compararme a un Cardenal, príncipe de la Iglesia, a quienes parece que nuestros pastores les han concedido la exclusividad o el monopolio del juicio o discernimiento ante el obrar del Papa; Cardenales príncipes, los más dignos de entre los fieles, que sin embargo han olvidado el significado del escarlata de su vestimenta; escarlata que nosotros, simples laicos, no llevamos en nuestro atuendo pero de la que Nuestro Señor impregnó nuestra sangre, lista para ser derramada en defensa de la fe… «En este Año de la Misericordia, discierne respecto al poder comulgar indignamente, incluso si eres luterano; más nunca se te ocurra discernir respecto al obrar del papa Francisco».

«Pero nadie protesta, nadie reprende. También contra vosotros me querello, ¡oh sacerdotes!… Perece mi pueblo por falta de conocimiento» (Oseas 4, 4-6)… «porque ésos no sirven a nuestro Señor Cristo, sino a su vientre, y con discursos y lisonjas seducen los corazones de los incautos». (Rom 16, 18)

Si el papa Liberio, que cedió ante los arrianos y excomulgó a san Atanasio (año 357), firmando él mismo una de las formulaciones que apoyaban la herejía arriana. Y así como san Hilario de Poitiers, quien fue el único obispo que se atrevió a reprender severamente al papa Liberio por estos actos; el que mi comunidad parroquial me juzgue indigno de considerarme católico, y decretando al mismo tiempo que más me valdría abandonar la iglesia católica y volverme protestante, es nada comparado a lo que tuvieron que soportar estos hombres santos; y aun así, todo se hace nada, consciente de que seré juzgado por Dios, y no por una Conferencia Episcopal, mucho menos por una comunidad parroquial que ha desconocido el Evangelio, el cual de sí ya desconocían y que persisten en desconocer; pues si en verdad conocieran las Sagradas Escrituras, estarían horrorizados ante el «nuevo evangelio» y ante las «novedades del espíritu» del papa Francisco; ¿o es que no se enteran?

¿Acaso el Espíritu Santo se ha posado sobre el papa Francisco para anunciarnos un evangelio nuevo abandonando en la obsolescencia el que nos dejó Cristo mismo? Palabra de Dios, ley inconmutable.  ¿Acaso el Espíritu Santo, Persona de la Santísima Trinidad, puede contradecir a Cristo, segunda Persona de Ésta? El desconocimiento de nuestra fe, como laicos de una nueva Iglesia circunstante o meramente espectadora, nos ha hecho olvidar que nuestra santa Iglesia católica ha tenido que enfrentarse con anterioridad a papas que sostienen el error; tal es el caso del papa Virgilio, excomulgado por el segundo concilio de Constantinopla en el año 553; o el del papa Honorio I, condenado como hereje por el sexto concilio general en el año 680.

Me reconozco pecador, y soy consciente de que habré de responder ante Dios por mis pecados y por mis debilidades, merecedoras de su justo castigo; pero al menos me evitaré la vergüenza de presentarme ante Nuestro Señor y decirle que callé por ser «políticamente correcto»; que ciertamente vi que anunciaban un evangelio diferente del suyo y que no dije nada; que toleré que su Vicario dijera que todos los caminos llevaban a la salvación, y que acepté y aplaudí (e incluso obedecí) el anuncio de que Nuestro Señor ya no era el único camino ni la única verdad,  «Ego Sum Ostium» (Jn 10, 9), sino que, en obediencia al Papa, acepté que Nuestro Señor Jesucristo era una opción más en este nuevo «camino de la reconciliación y de la cultura del encuentro con miras a un mundo más humano», según el Vicario de Cristo, Francisco.

«No tendrás más Dios que a mí.» (Ex. 20, 3; Dt. 5, 7)

«No adores otro Dios que a mí, porque Yavé se llama celoso, es un Dios celoso.» (Ex 34, 14)

Me evitaré la vergüenza de confesarle que no protesté por temor a ser rechazado por mi comunidad parroquial, y que callé cuando su Vicario negó su Santísima Trinidad al decir que todos, judíos, cristianos, musulmanes y budistas, todos, «somos hijos de un mismo Dios»… ¿es que acaso puede amarse a una Persona de la Trinidad y aborrecer a las otras dos?… «El que me aborrece a mí, aborrece también a mi Padre» (Juan 15, 23)… «El que no cree en mí, ya está juzgado (condenado), porque no ha creído en el Nombre del Hijo único de Dios» (Jn. 3,18)… Me evitaré la vergüenza de decirle: «Señor te negué y no te defendí porque no lo consideré necesario, porque el Papa no se equivoca y mi pastor me lo confirmó»; justificado por una falsa y ciega obediencia. «Señor, un talento me diste, pero te olvidaste de hacerme Cardenal para poder discernir, y tus pastores tuvieron a bien el recordarme el que no me era lícito hacer trabajar el talento que me diste; por tal lo enterré, mismo talento que aquí te devuelvo»… Creo que ya todos conocemos cuál será la respuesta de Nuestro Señor (Mt 25, 26-30).

Si los santos hubieran esperado a considerarse a sí mismos como santos y espiritualmente perfectos en la gracia para poder hablar y denunciar, en su humildad jamás habrían denunciado el error… ¡cuánto más debe esperar entonces un perfecto pecador como yo para poder denunciar que están destruyendo nuestra única, santa y católica Iglesia! ¡Para poder gritar lo que nuestros pastores callan!

«Os digo que, si ellos callasen, gritarán las piedras». (Lc 19, 40)

Ante el inminente crecimiento de una Iglesia de simples espectadores, y la salvación garantizada y por escrito, «decretada» en la reciente exhortación apostólica AmorisLaetitia del papa Francisco, o de Mons. «Tucho» Fernández, ya no se sabe; así como con la «anulación» por decreto papal de la Iglesia purgante y la obsolescencia de la Iglesia militante; hemos dado paso a una nueva Iglesia circunstante de la mano de la Iglesia triunfante, un nuevo dúo lleno de misericordia papal… Lo que hay que ver en estos días con «las novedades del espíritu» del papa Francisco… Querido sacerdote y laico, reflexiona y discierne bien, ¿a quién conviene que la Iglesia militante calle?, ¿a quién conviene nuestro silencio y que nos crucemos de brazos? Ciertamente a Cristo no, sino a aquel, padre de la mentira y príncipe de este mundo, quien busca destruir su Creación y su santa Iglesia… «El que no está conmigo está contra mí, y el que conmigo no recoge, desparrama» (Mt 12, 30)

Querido sacerdote, ¿por qué me pides obediencia a quien me dice que la caridad fraterna es la primera ley de los cristianos (AmorisLaetitia, cap.8, 306). ¿Acaso hemos olvidado que la primera ley de los cristianos es «amarás a Dios sobre todas las cosas»? (Lc. 10, 26-27).

Querido sacerdote, ¿por qué me pides obediencia a quien me dice que el anuncio del Evangelio es proselitismo y una solemne tontería sin sentido, para hacer a un lado el gran mandato de Nuestro Señor Jesucristo, quien nos ordenó «…Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado, se salvará, más el que no creyere se condenará». (Mc. 16, 15 – 16)

Querido sacerdote, ¿por qué me pides que acepte la autoridad de quien que me dice que, nosotros cristianos, y aquellos que niegan la Santísima Trinidad (judíos, musulmanes, budistas. Jn. 8, 44) «somos hijos de, y rezamos a un mismo Dios»? ¿Por qué debo aceptar la autoridad de quien cree que «no hay un Dios católico»?  (Entrevista con Scalfari 1º de octubre de 2013). Un Dios católico en su Santísima Trinidad, ¿acaso el credo es opcional, así como olvidar que adoramos a un solo Dios, Uno y Trino? Parece que olvidamos que, tal ha sido constantemente la costumbre de la Iglesia, apoyada por el juicio unánime de los Santos Padres, que siempre han mirado como excluido de la comunión católica y fuera de la Iglesia a cualquiera que se separe en lo más mínimo de la doctrina enseñada por el magisterio auténtico. San Epifanio, san Agustín, Teodoreto, han mencionado un gran número de herejías de su tiempo. San Agustín hace notar que otras clases de herejías pueden desarrollarse, y que, si alguno se adhiere a una sola de ellas, por ese mismo hecho se separa de la unidad católica. (Satis Cognitum, punto 17, del Sumo Pontífice León XIII) (Cann. 194 y 1364).

Querido sacerdote, ¿acaso me instas a respaldar la negación de la Santísima Trinidad en aras de la obediencia al Papa? ¿El Papa en verdad es infalible?

Y en todo caso, ¿qué importa ya?, si Nadie puede ser condenado para siempre, porque esa no es la lógica del Evangelio (AmorisLaetitia, cap.8, 297). Si ya no seremos arrojados al horno de fuego (Mt 13, 50), al fuego eterno (Mt 25, 41)… ¿Qué importa? si «ya soy salvo»; si soy objeto de una misericordia «inmerecida, incondicional y gratuita» (AmorisLaetitia, cap.8, 297). En obediencia al Papa y en reconocimiento a su autoridad, ¿por qué habría de preocuparme entonces de ir allí donde habrá llanto y crujir de dientes (Lc 13, 28)? si esa no es la lógica del Evangelio, según Francisco.

Querido sacerdote, me dices que debo buscar mi salvación y santificación, pero al mismo tiempo me pides obediencia y reconocimiento a quien me dice que puedo recorrer la viacaritatis, en cualquier circunstancia, si es que tengo dificultades para vivir plenamente la ley divina (AmorisLaetitia, capítulo VIII, 306).

«Me maravillo de que tan pronto, abandonando al que os llamó en la gracias de Cristo, os hayáis pasado a otro evangelio. No es que haya otro; lo que hay es que algunos os turban y pretenden pervertir el Evangelio de Cristo» (Gál 1, 6-7)

Resistirme, en objeción de consciencia, a obedecer y reconocer la autoridad de quien me anuncia un evangelio diferente, no significa que no reconozca que Francisco es Papa. Y con seguridad mi llamamiento no obtendría nunca un Imprimatur, es verdad, como incluso tampoco lo obtendría esta página web de cara a la «nueva pastoral de la misericordia», tolerante con todos menos con quienes nos atrevemos a denunciar. Mas no olvidemos que ante el silencio cómplice de nuestros pastores y, en virtud del bautismo y de la confirmación, los laicos, como todos los demás fieles, estamos destinados por Dios al apostolado, y tenemos la obligación general, y gozamos del derecho tanto personal como asociadamente, de trabajar para que el mensaje divino de salvación sea conocido y recibido por todos los hombres en todo el mundo; obligación que nos apremia todavía más en aquellas circunstancias en las que sólo a través de nosotros, laicos, pueden los hombres oír el Evangelio y conocer a Jesucristo. (Cann. 225).

Y ciertamente, siendo que comulgar indignamente no es cosa de juego, cuidemos más bien de no incurrir en ello al respaldar algún error del actual Vicario de Cristo en funciones. Sabemos que todo habrá de cumplirse según está escrito, pero al menos no responderé por el alma de ningún hombre por haber callado… «Si autem tu annuntiaveris impio, et ille non fuerit conversus ab impietate sua, et a via sua impia ipse quidem in iniquitate sua morietur; tu autem animam tuam liberasti.»

 

Un Feligrés Mexicano

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1. Cann. 212, Inciso 3. Tienen el derecho, y a veces incluso el deber, en razón de su propio conocimiento, competencia y prestigio, de manifestar a los Pastores sagrados su opinión sobre aquello que pertenece al bien de la Iglesia y de manifestar a los demás fieles, salvando siempre la integridad de la fe y de las costumbres, la reverencia hacia los Pastores y habida cuenta de la utilidad común y de la dignidad de las personas. Código de Derecho Canónico.

2. Cann. 221. Inciso 1. Compete a los fieles reclamar legítimamente los derechos que tienen en la Iglesia, y defenderlos en el fuero eclesiástico competente conforme a la norma del derecho. Inciso 3. Los fieles tienen el derecho a no ser sancionados con penas canónicas, si no es conforme a la norma legal. Código de Derecho Canónico.

3. Exhortación Apostólica AmorisLaetitia

http://w2.vatican.va/content/francesco/es/apost_exhortations/documents/papa-francesco_esortazione-ap_20160319_amoris-laetitia.html#Normas_y_discernimiento

4. «El proselitismo es una solemne tontería, no tiene sentido. Hay que conocerse, escucharse y hacer crecer el conocimiento del mundo que nos rodea…» Francisco. (Entrevista con Scalfari 1º. de octubre de 2013).

http://www.vatican-stg.va/content/francesco/es/speeches/2013/october/documents/papa-francesco_20131002_intervista-scalfari.html

5. «Y yo creo en Dios. No en un Dios católico, no existe un Dios católico, existe Dios. Y creo en Jesucristo, su encarnación. Jesús es mi maestro y mi pastor, pero Dios, el Padre, Abba, es la luz y el Creador. Este es mi Ser. ¿Le parece que estamos muy distantes?». Francisco.

http://www.vatican-stg.va/content/francesco/es/speeches/2013/october/documents/papa-francesco_20131002_intervista-scalfari.html

6. Código de Derecho Canónico. Canon 194 § 1. Queda de propio derecho removido del oficio eclesiástico: Inciso 2,  quien se ha apartado públicamente de la fe católica o de la comunión de la Iglesia.

7. Canon 1364  § 1.    El apóstata de la fe, el hereje o el cismático incurren en excomunión lataesententiae, quedando firme lo prescrito en el ⇒ c. 194 § 1, 2; el clérigo puede ser castigado además con las penas enumeradas en el ⇒ c. 1336 § 1, 1 , 2  y 3.