NEC NOMINETUR IN VOBIS
Declaración de Mons. Viganò a propósito del escandaloso libelo La pasión mística a propósito del escandaloso libelo La pasión mística de Víctor Manuel Fernández
Fornicatio autem et omnis inmunditia aut avaritia
nec nominetur in vobis sicut decet sanctos.
Fornicación y cualquier impureza o avaricia,
ni siquiera se nombre entre vosotros, como conviene a los santos
Ef 5, 3
Si antes del Vaticano II un funcionario del Santo Oficio hubiera tenido que examinar La pasión mística para elaborar un informe con vistas a un dictamen al respecto, con toda probabilidad no le habría dedicado más de “diez, quince segundos” antes de arrojarlo al fuego. Pero antes del Vaticano II un pornógrafo herético nunca habría aspirado, no digo a la Santa Púrpura, ni siquiera al sacerdocio; ni sus Superiores jamás lo habrían admitido al Orden Sagrado. Víctor Manuel Fernández –Tucho para los amigos de Santa Marta– ascendió en cambio a la cima de la Jerarquía, fue creado Cardenal y nombrado prefecto del Santo Oficio –perdón, del Dicasterio para la Doctrina de la Fe– por otro hereje argentino, Jorge Mario Bergoglio. Quien, desde el 13 de marzo de 2013, ha demostrado con su propia acción de gobierno y de magisterio que es un emisario de la élite globalista, según los desiderata -o más bien los mandatos– del Estado profundo angloamericano. Pero justamente cuando el cursus horrorum de Fernández parecía reservarle el ingreso al Cónclave como candidato de Jorge Mario, surge del polvo de un estante el bochornoso panfleto, destinado a pesar como una lápida sepulcral sobre las ambiciones de Tucho.
Una lectura superficial de La pasión mística resulta difícil e impactante para cualquiera. La prosa claudicante y la insistencia didáctica en aspectos de la cópula van acompañadas de descripciones de obscenidades que avergonzarían incluso a un frecuentador consumado de prostíbulos, hasta el punto de preguntarse si ciertos detalles también fueron objeto de experimentación personal por parte de Tucho Fernández. La reacción más obvia y normal, ante las páginas obscenas de este libelo, es el instintivo disgusto que se experimenta ante la vergonzosa satisfacción de yuxtaponer perversiones indignas de una persona civilizada al ámbito de la espiritualidad, y esto basta para evitar caer en peligrosas curiosidades y arrojarlo a las llamas. No se necesitan especulaciones teológicas complejas para comprender que esta insistencia en la sexualidad envuelta en veleidades místicas es uno de los signos incontrovertibles de la acción diabólica, como enseña San Ignacio. Pero una vez que hemos visto la inmunda obra de Fernández consumida en el fuego vengador, nos queda la sensación de haber sido de alguna manera manchados por su inmundicia moral.
Si ni siquiera se debe explicar la condena sin apelación de esta obra, tan evidente es su obscenidad, es necesario sin embargo plantearnos algunas preguntas sobre su autor y preguntarnos hasta qué punto la impostación doctrinal y espiritual que brota de La pasión mística y Sáname con tu boca es compatible con la dignidad sacerdotal, episcopal y cardenalicia y con el cargo de prefecto del Dicasterio. Porque lo que escandaliza al lector no es sólo la facilidad que exhibe para abordar temas escabrosos, sino el haberse atrevido a tomarlos como clave de lectura para comprender la experiencia mística, en una subversión blasfema. En efecto, si el alma cristiana parte de la unión con Dios, del vínculo de Caridad purísima y espiritual que lo une a su Señor, Creador y Redentor, para comportarse en forma coherente frente al bien y al mal, Tucho parte de una realidad límite para convertirla en vara de medición de la vida divina, para interpretar las relaciones entre las Tres Divinas Personas y el alma a la luz de una sexualidad corrupta y desviada. No es, pues, la verdad de Dios la que ilumina nuestro obrar moral, santificándolo y haciéndolo meritorio, sino el obrar pecaminoso del individuo y de la pareja la que determina la esencia misma de Dios. Ya hemos tenido varios anticipos de esta visión invertida de los términos, no el último es el que querría considerar los Mandamientos como objetivos ideales a los que el hombre no podría llegar a conformarse, según la moral de situación avalada por el jesuita argentino. No es el individuo quien debe obedecer a Dios, sino Dios quien debe adecuar Sus peticiones y Su Ley a lo que el individuo decide. Es la mentalidad de Fiducia Supplicans, que a falta de cualquier base doctrinal que legitime una unión gravemente pecaminosa inventa una nueva manera de considerar las bendiciones en uso en la Iglesia -una “verdadera novedad”- para bendecir lo que no se puede bendecir y ratificar lo que no sólo no puede ser ratificado, sino que debe ser condenado.
“Preguntémonos ahora si estas particularidades de lo masculino y de lo femenino en el orgasmo están de alguna manera también presentes en la relación mística con Dios”, escribe Tucho. El cual no sólo habla de los “gruñidos agresivos” del hombre o de “imágenes con escenas sexuales violentas, imágenes de orgías” que según el autor deberían atraer más al hombre que a la mujer, sino de su uso sacrílego como figura del amor sobrenatural, de modo que ya no son los esposos los que se entregan en la relación conyugal fructífera según el modelo de la divina Caridad, sino que son las Personas divinas las que se ven reducidas a compañeros en una relación sexual, con el agravante de que este modelo de referencia es deliberadamente distorsionado y falseado, eligiéndolo entre los más extremos e inspirados en la pornografía, una industria gestionada casi en su totalidad por MindGeek del rabino Solomon Friedman, con el objetivo de corromper moralmente a los goyim.
Si pensamos en el modelo esponsal que nos ofrece san Pablo en la relación castísima entre Cristo y la Iglesia (Ef 5, 22), las inconfesables obscenidades de Tucho nos revelan un alma totalmente corrompida por el vicio, vicio que con toda evidencia parece haber sido ampliamente experimentado.
El horror que una persona normal experimenta al leer el repugnante libelo es doble: al de los contenido indecentes y blasfemos se agrega el horror de ver cómo el actual prefecto del más importante Dicasterio romano no sólo no se avergüenza de ello, sino que incluso ha intentado descaradamente justificar sus intentos literarios, que según él podrían constituir “un momento de diálogo con parejas jóvenes que querían comprender mejor el significado espiritual de sus relaciones”. Porque si ciertas perversiones son deplorables y graves en un alma brutalizada por el vicio, se vuelven intolerables cuando son objeto de publicación por un sacerdote, profesor de teología moral, como lo era entonces Tucho, antes de ser nombrado obispo por Bergoglio.
No sorprende que, en concomitancia con la noticia de la existencia de este libelo, el arzobispo maltés Charles Jude Scicluna -secretario adjunto del dicasterio de Tucho, ex promotor de Justicia de la Congregación para la Doctrina de la Fe bajo Benedicto XVI- haya pedido discutir –rectius: poner en discusión- el celibato eclesiástico. Si el Prefecto del ex Santo Oficio pudo escribir y publicar obscenidades tan blasfemas es porque quiere que se conviertan en algo normal no sólo para los laicos, sino también y sobre todo para los clérigos, de tal modo que su embrutecimiento moral impida cualquier posibilidad siquiera remota de predicar un Evangelio que ellos son los primeros en contradecir y que según otro cardenal “no es un destilado de verdades”. Quienes piden abolir el celibato lo hacen porque es el último bastión católico para proteger el sacerdocio.
Miren ustedes los frescos eróticos encargados por Vincenzo Paglia en la catedral de Terni; los rituales de magia sexual blasfemos y sacrílegos de Ivan Rupnik; las fiestas químicas con prostitutas del secretario del cardenal Francesco Coccopalmerio, monseñor Luigi Capozzi; los nombramientos de Battista Ricca en Santa Marta y como Prelado del IOR, de Oscar Andrés Rodríguez Maradiaga en el Consejo Cardenalicio, de Mario Grech, de Jean-Claude Hollerich, sin olvidar al sustituto Edgar Peña Parra; la vergüenza de Fabian Pedacchio Laínez, ex secretario personal de Bergoglio y “compañero” del secretario del Dicasterio de los Obispos, Ilson Montanari; miren los encubrimientos de los escándalos sexuales de Theodore McCarrick que denuncié y de su círculo todavía en roles de alta responsabilidad, en el Vaticano y en Estados Unidos, con Kevin Farrell, Blase Cupich, Joseph Tobin, Wilton Gregory, Robert McElroy; las audiencias de Bergoglio con transexuales, homosexuales reconocidos y amantes del concubinato: ¿creen ustedes que no hay coherencia en este pozo negro de vicios y perversiones con lo que escribió Tucho en 1998?
La primera confirmación de esta coherencia proviene de la aprobación entusiasta de la que disfrutan Bergoglio y sus secuaces entre los enemigos declarados de Cristo y de la Iglesia: masones, globalistas, activistas LGBTQ+ y de género, promotores de la ideología del despertar, partidarios de la eugenesia neomalthusiana, abortistas. ¿Cómo podemos creer que quienes gozan del apoyo de Lynn Forester de Rothschild, de los Soros, de los Clinton, de Bill Gates y de Klaus Schwab puedan al mismo tiempo combatir en nombre del Evangelio de Cristo contra la ideología infernal que impulsa a estos criminales subversivos?
Hay quienes han señalado con razón que, a la luz de esta vergonzosa masa de pornografía pseudo mística y sacrílega, toda la insistencia de Tucho y de la secta bergogliana en la inclusión de sodomitas y concubinarios suena a un impúdico y descarado Cicero pro domo sua. Incluso los simples fieles, con el sentido común que conlleva ser miembros de la Iglesia, han comprendido que esta masa de pervertidos sólo busca legitimar los vicios ajenos para poder practicarlos ellos mismos a plena luz del día, después de haberlos ocultado torpemente ellos durante décadas; y que este vergonzoso conflicto de intereses es tan evidente en su obscena arrogancia que descalifica las melifluas y engañosas declaraciones de bienvenida. Porque estos extraviados no buscan la salvación de las almas perdidas, sino que las utilizan cínicamente como pretexto para su propio beneficio personal, para complacer sus propios vicios y los de sus cómplices, para alimentar la vil red de chantaje que tiene en un puño a gobernantes, políticos, actores, clérigos, periodistas, magistrados, médicos y empresarios de todo el mundo.
Lo que escribe Fernández en La pasión mística no es tan diferente de lo que ocurrió realmente en la isla de Jeffrey Epstein. Pero esto no es normalidad, aunque es lo que quiere hacernos creer con petulancia pseudocientífica el autor del libelo: “A nivel hormonal y psicológico no hay hombres y mujeres puros”. Si estas son las hormonas y la psicología de Tucho, sin embargo hay muchas personas que viven su afectividad y su relación conyugal utilizando la razón, la voluntad y la Gracia de Dios. Hay personas -y esto es lo que Fernández no puede entender- que tienen la humildad de reconocerse débiles y falibles, pero que precisamente por ser conscientes de su propia debilidad encuentran en Dios la fuerza para resistir las tentaciones y crecer en la virtud, con ese heroísmo que sólo la Caridad puede inspirar y alimentar en los corazones de quienes no miran la realidad desde un charco de estiércol maloliente. La virtud, esta desconocida para los nuevos usurpadores de Santa Marta.
Interrogado por la prensa, Fernández afirma: “Cancelé ese libro poco después de su salida y nunca permití que se reimprimiera”. Debemos suponer que con “cancelado” se refiere a “que lo hizo desaparecer”, ya que su ISBN ya no existe. En cualquier caso, el simple hecho de haber sido capaz de acumular ese revoltijo pornográfico obsceno debería ser suficiente –independientemente de lo que diga el turiferario Austen Ivereigh– para hacer caer ipso facto la dignidad de cardenal. El silencio de la Santa Sede es ensordecedor. Las protestas aumentan en el frente de Fiducia Supplicans: la lista de Conferencias episcopales enteras, algunos cardenales, ordinarios diocesanos, asociaciones de clérigos y profesores de disciplinas eclesiásticas que se oponen a Bergoglio es cada día más larga. Y a las quejas del Clero se suman las de los laicos católicos e incluso las de los exponentes de otras confesiones religiosas, cansados y exasperados por esta loca carrera hacia el abismo.
Pero si la indignación por Fiducia Supplicans y por los escándalos vaticanos concomitantes es justa y apropiada, debemos tener el coraje de reconocer que el jesuita argentino representa la metástasis del cáncer conciliar, y que su apostasía a través del sinodalismo -es decir, recurriendo a métodos de control de las asambleas en las que los regímenes comunistas totalitarios son muy expertos- es coherente con los fundamentos ideológicos puestos por la colegialidad teorizada por el Vaticano II.
Repito: hay que reconocer que hay un proceso revolucionario en marcha desde hace más de un siglo; un proceso planificado que luego se materializó con la acción subversiva de los neomodernistas en el Concilio y con su toma del poder a lo largo del período posconciliar; un proceso en el que participaron activamente todos los Papas, desde Juan XXIII hasta Benedicto XVI. Si llegamos a la Pachamama es porque hemos pasado por Asís; si la Declaración de Abu Dhabi fue firmada y deseada por la Santa Sede es porque primero toleramos Nostra Ætate y Dignitatis humanæ; si hemos llegado a escuchar teorizar a las diaconisas es porque hemos sufrido en silencio a los “ministros extraordinarios de la Eucaristía” y a las monaguillas. Y ¡digámoslo! – si hoy el Vaticano está reducido a un burdel es porque desde los tiempos de Pablo VI no se quiso cortar de raíz la mafia lavanda que se enquistaba en el Vaticano, favoreciendo en cambio a aquellos que, siendo más chantajeables, daban mayores garantías de obediencia. El esquema de cómo actuó la Iglesia profunda para infiltrarse en la Iglesia católica es un reflejo de lo que siguió el Estado profundo para tomar el control de los gobiernos civiles, como nos muestran las noticias recientes.
La cloaca de la que resurgió el infame libelo del prefecto del ex Santo Oficio es la misma de la que afloran los escándalos de los personajes mencionados en la lista de Epstein. Es necesario un retorno radical a Dios por parte del género humano, a través de una purificación de la sociedad civil y del cuerpo eclesial. Debemos oponernos a este ataque con una acción colectiva, para que el Papado vuelva a ser un faro de Verdad y puerto de salvación, y no el megáfono de la sinarquía anticrística del Foro Económico Mundial.
+ Carlo Maria Viganò, Arzobispo
10 de enero de 2024
Infra Octava de Epifanía