El año pasado dedicamos un programa de Radio Roma Libera a los Reyes Magos, y también queremos hacerlo al conmemorarlos en 2024. En esta ocasión, tomamos como punto de partida unas hermosas páginas del escritor francés Ernest Hello (1828-1885).
Las páginas que dedica Hello a los Magos de Oriente se inician con un versículo del profeta Isaías: (1828-1885): «Surge. Illuminare Jerusalem; quia venit lumen tuum»: «Álzate y resplandece, porque viene tu lumbrera, y la gloria de Yahvé brilla sobre ti» (Isaías 60, 1).
Los siglos habían pasado sobre la llama de Isaías sin apagarla, según Hello. «El eco de sus gritos seguía resonando, al menos en el corazón de la Virgen. La vaga y callada espera del género humano se concretó en tres soberanos de Oriente. Los Magos eran los más grandes personajes de Oriente; no nos dejemos engañar por su nombre tomándolos por magos. Eran, por el contrario, sabios, y eran reyes. Porque en Oriente los sabios eran reyes. Según la entendía Oriente, la gran sabiduría de la antigüedad portaba cetro y corona».
La humanidad estaba dividida en tres razas, que tomaban su nombre de los tres hijos de Noé: Sem, Cam y Jafet. El rey Melchor representaba la raza semítica, Gaspar la raza de Cam* y Baltasar la de Jafet* (*según Hello, N. del T.). Junto a la cuna de Belén, al lado de Jesucristo, al cual prefiguraba Noé, se congregaron las tres ramas de la humanidad, convocados por la misma estrella a adorar al Redentor.
Estos Reyes eran asimismo astrónomos y se ocupaban de las cosas del cielo, oyeron murmurar junto a sus oídos una voz misteriosa: Orietur stella, se alzará una estrella, y se pusieron en camino. Ignoramos si la estrella de los Reyes Magos fue, como opinan algunos, fruto de una conjunción astronómica, o bien un astro de por sí milagroso. Dios lo mismo creó el orden natural que el sobrenatural, y se sirve de ambos para cumplir sus designios. Lo que sí sabemos es que estrella se manifestó a los Magos y éstos abandonaron la comodidad de sus reales moradas afrontando las fatigas y peligros e un largo viaje a un territorio desconocido. No retrocedieron. No respondieron a la voz de la estrella diciendo: «Ya iremos mañana». Partieron el mismo día llevando los obsequios consigo: el oro, el incienso y la mirra. Según cuenta Hello, la estrella era la imagen de la luz interior que brillaba y los conducía. La confianza de ellos era absoluta: «Hemos visto su estrella y venimos a adorarlo».
Frente a ellos, hombres sabios pero rectos y sencillos, encontramos a Herodes, personaje astuto y calculador que degüella a todos los inocentes no dejando vivo sino a Aquel a quien quiere eliminar. Herodes cree haber engatusado a los Reyes Magos, pero son ellos los que se han burlado de él.
Cuál no sería la indignación de los Magos al descubrir que Aquel a quien habían ido a adorar no había encontrado lugar para venir al mundo en ninguna casa ni posada de Belén, y para colmo lo buscaban para matarlo. Qué contraste entre las tinieblas que envuelven el nacimiento del Redentor y el esplendor del cortejo real que acompaña a los Magos, con su séquito, sus camellos, sus vestiduras y sus regalos. Haría falta un gran pintor, señala Hello, para describir la escena de tanta pompa oriental arrodillada ante el Rey de reyes y para captar la expresión de José y María asistiendo conmovidos a la escena y adorando así los designios de la Divina Providencia.
Los Magos recibieron la orden de no regresar a Herodes y volvieron a su país por otra ruta. Cuenta el monje Cirilo en la Vida de San Teodosio que los Reyes evitaron los caminos principales y los lugares más frecuentados, pasando la noche en cavernas en busca de soledad. «¿Cómo medir la profundidad de la impresión que se habían llevado? –pregunta Hello–. Sabe Dios la huella que dejó en su alma el rostro de Aquel a quien con tanto ahínco habían buscado y por fin hallado, a pesar de estar preparados para ello».
Retornaron a sus reinos, a su casa, y jamás se les borró el recuerdo de la gracia que habían recibido. Sobrevivieron a la muerte y resurrección de Jesús, y aún vivían cuando Santo Tomás, después de ver al Señor resucitado, bautizó a los que habían visto a Jesús en la cuna. El apóstol Tomás los bautizó, y un místico parentesco enlazó desde ese momento, observa Hello, a Santo Tomás y a los Reyes Magos.
Pocos días antes de la Epifanía fueron llamados a Belén otros adoradores: los pastores. Reyes y pastores, representantes de los dos extremos de la escala social, fueron los primeros que adoraron al Rey del universo, unidos por la misma fe en el Niño Jesús. Una fe sencilla, inquebrantable, que iluminaba las tinieblas con más fuerza que los astros. Según Hello, el rasgo distintivo de los pastores fue tal vez la inocencia, mientras que el de los Magos fue la magnificencia y la generosidad. No sólo por llevar regalos como oro, incienso y mirra, sino la generosidad de la fe en la adoración, en la empeño, en la larga travesía. Grandeza de ánimo, magnanimidad, virtud que hoy podemos considerar perdida porque el hombre contemporáneo vive encerrado en su mezquino egoísmo y cuesta encontrar en el ambiente que nos rodea esa generosidad que caracteriza a las almas superiores. Afines a la magnanimidad son virtudes como la perseverancia y la longanimidad, que consisten en saber aguardar con paciencia y confianza la hora de Dios en el reloj de la historia.
Pidamos a los Reyes Magos esa magnanimidad que impulsa a realizar grandes obras al servicio de Dios, esa generosidad de ánimo que no se arredra ante las dificultades y hace santos y héroes de las almas sencillas: los santos y héroes pacientes, generosos y perseverantes que tanto necesitan la Iglesia y toda la sociedad.
(Traducido por Bruno de la Inmaculada)