Lefebvre, Viganò y la lucha postconciliar contra los enemigos de la Iglesia Católica

Monseñor Carlo Maria Viganò dio comienzo a su reciente declaración en la que respondía a la acusación de cisma con esta cita de monseñor Marcel Lefebvre de 1979:

“Cuando pienso que estamos en el palacio del Santo Oficio, testigo excepcional de la Tradición y de la defensa de la Fe católica, no puedo evitar pensar que estoy en mi casa, y que soy yo, a quien llamáis el tradicionalista, quien debe juzgaros”. Así se expresó el arzobispo Marcel Lefebvre en 1979, convocado al ex Santo Oficio, en presencia del prefecto cardenal Šeper y de otros dos prelados».

Si bien el arzobispo Viganò escogió entre otras cosas estas palabras para comparar su caso con el de monseñor Lefebvre, esas palabras demuestran que la actual enemistad entre los revolucionarios anticatólicos de Roma y el catolicismo ya era evidente en los años setenta. Como sabemos por la biografía de Lefebvre que escribió el obispo Tissier de Mallerais, no fue éste el primer encuentro entre el arzobispo Lefebvre y el cardenal Šeper:

 «El 18 de noviembre [de 1978], gracias a una iniciativa del cardenal Siri, el nuevo pontífice recibió al Arzobispo, el cual dijo que estaba dispuesto a “aceptar el Concilio a la luz de la Tradición”, expresión que había utilizado el propio Juan Pablo II el 6 de noviembre: “Hay que entender el Concilio a la luz de toda la Santa Tradición y del magisterio constante de la Iglesia”. Dijo el Papa que estaba contento, y que veía el problema de celebrar la Misa de antes como una cuestión de mera disciplina. Entonces el cardenal Franjio Šeper, que había sido convocado por el Pontífice, exclamó: «¡Cuidado, Santo Padre, que de esta Misa hacen una bandera!”»

Tanto el arzobispo Lefebvre como el cardenal Seper entendían que la Misa Tradicional y la defensa de la Fe Católica inalterada están por su propia naturaleza entrelazadas, relación que podemos describir de varias maneras:

• El amor a la Misa Tradicional suele impulsar a las almas a defender la Fe Católica inalterada de los errores contrarios a ella.

• Querer desfigurar, o rechazar, la Misa de siempre va de la mano con querer desfigurar o con rechazar la Fe Católica inalterada.

• Eliminar o alterar radicalmente la Misa Tradicional tiende a crear una cuña entre los católicos y la fe católica de siempre.

• No defender la Fe Católica inalterada –es decir, aceptar errores contrarios a ella– conduce a la larga a atacar la Misa Tradicional.

Como sabemos por las advertencias de los papas preconciliares, la Iglesia Católica tiene enemigos que se proponen acabar con la Fe de siempre desde dentro de la Iglesia. Monseñor Viganò habló de ellos en su reciente declaración:

«Como ha puesto en evidencia Romano Amerio en su fundamental ensayo Iota unum, esta entrega cobarde y culpable comenzó con la convocatoria del Concilio Ecuménico Vaticano II y con la acción clandestina y muy organizada de clérigos y laicos vinculados a las sectas masónicas, encaminada a subvertir lenta pero inexorablemente la estructura de gobierno y de magisterio de la Iglesia para demolerla desde dentro».

Teniendo en cuenta la conexión entre la Misa Tradicional y la Fe católica íntegra, no tiene nada de sorprendente que esos enemigos se hayan ocupado también de socavar la Misa. Sabemos que fue un masón, el arzobispo Annibale Bugnini, quien supervisó el diseño del Novus Ordo Missae, que eliminó tanto contenido de la Misa que ofendió incluso a no católicos que observaron que la nueva Misa no se parecía en casi nada a la Misa en latín de toda la vida. Una vez más, la intención de desfigurar la Misa de siempre va de la mano con la de desfigurar la Fe católica de siempre.

Conscientes de que los enemigos de la Iglesia quieren acabar tanto con la integridad de la Fe como con la Misa Tradicional, podríamos preguntar lógicamente por qué han tardado tanto en prohibir la Misa e introducir herejías más descaradas. ¿Por qué ha sido un proceso gradual? A los enemigos que supervisaron la revolución conciliar no les importa que sus innovaciones hayan tenido como consecuencia que muchos católicos pierdan la fe. Eso desde luego lo deseaban. Pero también necesitaban una cantidad suficiente de católicos que apoyaran la revolución. Para ello, fueron inoculando los venenos de a poco. Los que se identifican creíblemente como católicos y aun así apoyan le revolución brindan una tapadera perfecta a los enemigos que aspiran a desmantelar poco a poco la Iglesia. Por eso, el recurso más útil para los revolucionarios conciliares han sido los buenos católicos que defienden el Concilio y denuncian a hombres como monseñor Lefebvre.

En su desprecio y odio del catolicismo, los enemigos de la Iglesia han estado dispuestos a intercambiar el acceso a la Misa Tradicional a cambio de guardar silencio ante las aberraciones doctrinales y disciplinarias derivadas del Concilio. Por lo que se ve, esta estrategia ha tenido éxito con algunos católicos tradicionalistas, porque muchos tienen la Misa y no ven necesidad de participar en la batalla hasta que empiezan a verse afectados, y en general no se sufren las consecuencias directas de los errores anticatólicos que entran inconteniblemente en la Iglesia. De ese modo, aunque hombres como monseñor Lefebvre se dieron clara cuenta hace décadas de la batalla que se libraba, son muchos más los católicos que no repararon en ello hasta que llegó Francisco, porque sus indisimulados ataques al catolicismo saltan a la vista, sobre todo cuando pone en peligro la Misa Tradicional.

¿Dónde encaja el arzobispo Viganò en este análisis? Se esté o no de acuerdo con sus diatribas contra Francisco, no deja de ser cierto que en general reacciona a la actual crisis como alguien que ve el panorama general y no tiene reparos en decir la verdad de un modo que alerte sobre la naturaleza y gravedad de la prueba que atravesamos. Peor para los revolucionarios. Es un sucesor de los Apóstoles que atribuye la culpa a quien la tiene, como vemos en esta reciente declaración:

«A partir del Concilio, la Iglesia se ha convertido entonces en portadora de los principios revolucionarios de 1789, como han admitido algunos de los partidarios del Vaticano II y como lo ha confirmado el aprecio, por parte de las logias, de todos los Papas del Concilio y del postconcilio, precisamente por los cambios que los francmasones venían invocando desde hacía tiempo. El cambio, o mejor dicho, el aggiornamento, ha sido tan central en la narrativa del Concilio como para constituir la marca distintiva del Vaticano II y situar esta asamblea como el terminus post quem que sanciona el fin del ancien régime -el de la “vieja religión”, el de la “Misa vieja”, del “preconcilio”- y el comienzo de la “Iglesia conciliar”, con su “nueva Misa” y la relativización sustancial de todo los Dogmas».

Muchos críticos de Francisco tienen intereses creados para defender el Concilio, y por eso no se atreven a decir toda la verdad sobre estas cuestiones. Al parecer, monseñor Viganò no tiene ninguno de esos intereses, y por eso sus palabras suenan sinceras de una manera que suponen una amenaza para los revolucionarios de hoy.

Desgraciadamente, parece que a muchos que defienden ahora a Viganò les importa mucho menos su evaluación de la actual crisis que su oposición al fruto más destacado de esa crisis, que es Francisco. De hecho, hay muchos que malinterpretan sus palabras imaginando que Viganò dice que Francisco es un antipapa, postura que él ha rechazado sin ambigüedades:

«Lo que no podemos hacer, porque no tenemos autoridad para ello, es declarar oficialmente que Jorge Mario Bergoglio no es el Papa. El terrible callejón sin salida en que nos encontramos hace imposible toda situación humana» (Intervención del arzobispo Carlo Maria Viganò, 9 de diciembre de 2023).

Por su reciente declaración, podemos observar también que reconoce que Francisco debe ser «apartado del Trono», cosa que no tendría sentido si no estuviera ocupándolo:

«Ante a mis Hermanos en el Episcopado y todo el cuerpo eclesial, acuso a Jorge Mario Bergoglio de herejía y cisma, y como hereje y cismático exijo que sea juzgado y apartado del Trono que indignamente ocupa desde hace más de once años».

En esencia, esta afirmación se hace eco de la reciente convocatoria que hizo la declaración importante que publicó Rorate Caeli el pasado mes de mayo, en la que varios destacados católicos acusaban a Francisco de numerosos delitos y pedía a los obispos y cardenales que lo destituyesen si se negaba a dimitir:

«Si el Papa rehúsa abdicar, los obispos y los cardenales tienen el deber de declarar que ha perdido el cargo pontificio por herejía».

Como ya expuse en un artículo anterior, estos métodos se parecen a lo que aconsejaba San Roberto Belarmino en su defensa de la Iglesia contra los protestantes que aducían que los católicos carecían de recursos para defenderse de un papa que quisiera destruir la Iglesia:

«Respondo: No tiene nada de extraño, si la Iglesia no dispone de un remedio humano eficaz, en vista de que su defensa no depende ante todo del esfuerzo humano sino de la protección divina, pues su Rey es Dios. Por tanto, incluso si la Iglesia no pudiese deponer a un papa, puede y debe con todo rogar al Señor que aplique la medicina, y es indudable que Dios tiene que encargarse de su protección, por lo que, o convertiría al Pontífice, o lo quitaría de en medio antes de que destruyese a la Iglesia. De todos modos, no se desprende de ello que no sea lícito resistir a un papa que destruye la Iglesia. Porque es lícito amonestarlo sin abandonar la debida reverencia y corregirlo con humildad, y hasta oponérsele por la fuerza de las armas si tiene intención de destruir la Iglesia» (De Controversiis, On the Church: On Councils, On the Church Militant, On the Marks of the Church) .

Como vemos, San Roberto Belarmino (a) Reconoció la posibilidad de que un pontífice pueda ser depuesto. (b) Reconoció que la Iglesia puede verse imposibilitada de deponer a dicho papa, y (c) confirmó que la solución adecuada sería en un caso así consistiría en resistir sus esfuerzos para destruir la Iglesia, y aun «por la fuerza de las armas» si fuera necesario. Se puede debatir en cuanto a la terminología (papa o antipapa, deponer o declarar que es antipapa), pero las verdades fundamentales no cambian.

Desde la perspectiva de San Belarmino vemos el problema de dos errores opuestos que se encuentran entre católicos sinceros de hoy:

• El error de los que piensan que un católico cualquiera puede declarar por su cuenta que Francisco es antipapa y no hay necesidad de que los prelados fieles intenten destituirlo y poner a otro en su lugar.

• El de creer que jamás podría darse una situación en que los prelados fieles pudiesen llegar a considerar la idea de destituir a un pontífice que claramente intenta destruir la Iglesia.

Entre quienes con toda sinceridad sostienen estas posturas, el motivo más frecuente que aducen los que de verdad se plantean la cuestión es el mismo: que pensar otra cosa comprometería la indefectibilidad de la Iglesia.

Sin embargo, la promesa de Nuestro Señor de que la Iglesia jamás se hundirá no es la prueba irrefutable que nos permite verificar que Jesús decía la verdad: sabemos que fundó la Iglesia Católica, y que   ésta no fallará porque Él nos lo dijo. Es más, ¿qué motivo habría tenido para decirnos que la Iglesia no fracasaría si no fueran a venir ocasiones (por ejemplo, la crisis del arrianismo y la que vivimos actualmente) en las que parecería que la Iglesia había fracasado.

En tiempos así, la fidelidad a la Iglesia nos exige adherirnos a la Fe inalterada y una confianza inexorable en Dios. Pero también nos pide reconocer humildemente que su Providencia nos puede conducir por caminos que en circunstancias normales ni se nos habrían ocurrido. Esto fue sin duda alguna una constante en la vida de monseñor Lefebvre desde el Concilio hasta que falleció en 1991. Ahora bien, por ejemplo, no es muy católico entender que las realidades representadas por la Pachamama, Fiducia supplicans, Traditiones custedes y la flamante Iglesia sinodal no son señales que nuestros pastores tengan como mínimo que estudiar con reflexión y oración si es la voluntad de Dios tomar medidas para discernir si se debe deponer y sustituir a Francisco.

Del mismo modo, este estudio de la voluntad de Dios para ver cómo reaccionar a la crisis que atravesamos pone de manifiesto por qué es un error tan debilitante concentrarse en la destitución de Francisco –o peor aún, tildarlo simplemente de antipapa– desechando todo lo demás que ha dicho Viganò sobre la crisis. Si, valga la hipótesis, damos por sentado que Lefebvre y Viganò han hecho un diagnóstico correcto de la responsabilidad del Concilio en la aparición de esta crisis, ¿cómo va Dios a permitir que nos salvemos de la crisis sin repudiar el Concilio? Se diría más bien que dejaría que la crisis fuera empeorando gradualmente hasta que superemos la ceguera y el letargo que nos impiden combatir por la verdad católica, lo cual supone optar por Él en vez de por el mundo pecador, con el cual el Concilio hizo las paces.

No es la primera vez que ha tenido que hacernos ver el tremendo mal que supone anteponerle a Él el mundo pecador. Del mismo modo que Dios dispuso que Nuestro Señor padeciera y muriera en la Cruz para hacernos ver la tremenda gravedad del pecado, también se diría que está permitiendo que el Cuerpo Místico de Cristo padezca una pasión tan desgarradora para hacernos ver la gravedad de que el Concilio abandonase la verdad objetiva e inmutable. El arzobispo Viganò lo expresó así en su reciente declaración:

«Esto sucede cuando se quita lo absoluto a lo Verdadero y se lo relativiza, adaptándolo al espíritu del mundo».

Si queremos colaborar con la gracia de Dios para resolver esta crisis, está claro que debemos rechazar y contrarrestar el pecado del Concilio de abandonar la Fe católica inalterable. Y junto con ello, de acuerdo con la exhortación con que monseñor Viganò concluyó su reciente declaración, tenemos que combatir con las armas que nos ha proporcionado el Señor:

«A los fieles católicos, hoy escandalizados y desorientados por los vientos de novedad y de las falsas doctrinas que promueve e impone una Jerarquía rebelde al divino Maestro, les pido que recen y ofrezcan sus sacrificios y ayunos pro libertate et exaltatione Sanctæ Matris Ecclesiæ, para que la Santa Madre Iglesia recupere su libertad y pueda triunfar con Cristo después de este tiempo de pasión».

Dios triunfará sobre los que actualmente infligen tan tremenda pasión al Cuerpo Místico de Cristo. Y así como la santísima Virgen María ayudó a San Juan a permanecer fielmente al pie de la Cruz mientras Nuestro Señor estaba crucificado, Nuestra Señora nos ayudará a ser fieles si recurrimos a Ella, aunque la Providencia nos lleve por senderos que nunca habríamos pensado en circunstancias normales. ¡Nuestra Señora de los Dolores, ruega por nosotros!

Robert Morrison

(Traducido por Bruno de la Inmaculada)

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