A pesar de su debilidad y las calificaciones que la acompañaron, la crítica de Raymond Arroyo en el episodio del 14 de abril del programa El Mundo Entero, fue un punto de inflexión en la relación entre el Papa Francisco y los americanos neo-católicos. Ahora está ineludiblemente claro que una gran cantidad de neo-católicos apoyan al Papa Francisco. Y aunque, al igual que los miembros de la familia Bush, pareciera que al Papa Francisco le gusta jugar al estúpido, no lo es. Él es muy, muy inteligente. Entonces surge la pregunta: ¿Quién es el Papa Francisco y en qué se propone?
Hay dos posibilidades. La primera es que el Papa Francisco es un agente de la conspiración Judeo-Masónica-comunista-reptiliana, y está implementando con astucia la agenda de los ocultistas globalistas que adoran a búhos de 30 pies en hoteles lujosos en California, y mantienen reuniones secretas en alojamientos con forma de naves espaciales piramidales en los Alpes austríacos. Ciertamente, ésta es una posibilidad que no se puede descartar. El Papa Francisco tiene amigos en puestos importantes, y dice muchas cosas que dice la UNESCO y Bill Gates. Sin embargo, me gustaría sugerir otra posibilidad: al igual que la figura clásica del teatro francés, Tartufo, el Papa Francisco cree realmente las cosas que dice, escribe, y hace.
Con el fin de descubrir al verdadero Papa Francisco, debemos recurrir a nuestra biblioteca y el desempolvar un viejo volumen del dramaturgo francés Moliére. Moliére fue un humorista consumado cuyo trabajo revela, a veces, un espíritu netamente católico (en otras ocasiones, Moliére es como mucho un pagano virtuoso). Entre las obras más destacadas de Moliére está Tartufo, la gran exposición de la hipocresía de algunos y la credulidad de los demás.
En un momento de la obra, el personaje del título, Tartufo, un estafador aparentemente piadoso que ha dirigido su estafa hacia la vida y hacia la cartera del crédulo Orgon, intenta seducir a la mujer de Orgon, Elmire, y admite que todo este tiempo él no pretendía ser en realidad piadoso; él realmente cree que su comportamiento desaprensivo es sancionado por Dios.
En su desesperado intento de ganar a Elmire para satisfacer su lujuria, él crea una teología ad hoc que sugiere que el pecado sólo es pecado si se descubre. Tartufo es entonces expuesto como un fraude, ya que Elmire tenía a su marido Orgon escondido debajo de la mesa con el fin de que escuche la conversación y para romper el hechizo que Tartufo tenía sobre la familia. Tartufo es humillado y expuesto, pero busca venganza contra Orgon, tratando de privar a Orgon de su propiedad.
Al igual que Tartufo, el Papa Francisco es un hombre de espectáculo, manipulando a los católicos con su a veces en ocasiones ostentosa piedad y las declaraciones ocasionalmente ortodoxas. Él tiene su escuadra de teólogos alemanes que arrastran viejas herejías para dar licencia a los vicios pestilentes modernos que han erosionado nuestras familias y países. Pero, al mismo tiempo, como Tartufo, el Papa Francisco es un verdadero creyente. En realidad parece creer tanto en las declaraciones ortodoxas y las heréticas que realiza. Parece que mantiene ambas posiciones: que la vida humana es sagrada y que el aborto no debe tomarse tan en serio. Parece creer que hay una lucha entre el bien y los poderes de la oscuridad, y a pesar de ello, permite que se le filme con los paganos que invocan esos mismos poderes de la oscuridad en la oración. Sin embargo, éstas no son las únicas cualidades que el Santo Padre comparte con Tartufo: ambos tienen un gusto por el dinero, y el Papa Francisco, tiene interés por el dinero americano.
El Papa Francisco hace declaraciones ortodoxas porque las cree (¡y a la vez no las cree!) y porque sabe que es lo que a los católicos americanos les gusta escuchar. Y los católicos americanos (bueno, algunos de ellos) tienen un montón de dinero. Según un artículo de 2012 en The Economist (básicamente una golpe con la intención de conseguir apoyo para gravar a la Iglesia), la Iglesia Católica en Estados Unidos puede representar el 60% de la riqueza de la Iglesia, y si los números se suman, los católicos estadounidenses pueden, solo como posibilidad, dar 13 mil millones de dólares por año a la Iglesia. Eso es un montón de dinero. El Papa Francisco, a pesar de tener un auto marca Ford Focus, es un Papa que sabe acerca del dinero. Alquila la Capilla Sixtina y acepta un montón de regalos de degenerados ricos como el CEO de Apple, Tim Cook, abiertamente homosexual.
Si el Papa Francisco se abriera y expresara claramente su herejía en voz alta y clara, el él podría enojar a una gran cantidad de católicos de Estados Unidos, y por lo tanto tendría que asegurarse de que las acciones de Apple no caigan más bajo. Sin embargo, mientras que el papado de Francisco puede ser bastante deprimente, hay que recordar que la historia no terminará con el Papa Francisco, y al igual que la obra de Tartufo, nuestro drama tendrá un final feliz.
Al final de Tartufo, el personaje principal no consigue su intento de robo: el rey francés, Luis XIV, viene a resolver la disputa sobre la propiedad de Orgon y emite un fallo a favor de Orgon, quien ha aprendido la lección de no ser demasiado crédulo. Es una escena muy apocalíptica con matices teológicos profundos. La justicia del rey prevalece al final, al igual que la voluntad de Cristo.
Esperamos que Amoris Laetitia haya sido el tiro de gracia para los neo-católicos; ojalá veamos un despertar de los católicos estadounidenses que van a votar con sus bolsillos y de rodillas, para ayudar a lograr un cambio de régimen (ambos de nuestro liderazgo político y eclesiástico). Sólo podemos esperar y rezar para que el reino social de Cristo, el verdadero rey, retorne; y cuando llegue ese momento, seremos bendecidos con un Papa santo, y veremos la justicia y la verdadera piedad.
Jesse B. Russell, Ph.D.
[Traducción: Cecilia González Paredes. Artículo original]